Bajo la sombra de Monroe: el panamericanismo

Intervencionismo

Desde sus orígenes, el coloso norteño no descuida ejercer por la diplomacia o la violencia una política intervencionista y expansionista. Durante la Independencia latinoamericana asume una acomodaticia actitud de no intervención mientras permite que sus naves contrabandeen armas y suministros para los ejércitos de  la monarquía española en el Nuevo Mundo.

No asiste al Congreso de Panamá y ejerce todas las iniciativas para bloquearlo; se opone diplomáticamente a los planes de Bolívar de liberar Cuba y las Antillas, invade México en 1848, le arrebata más de la mitad de su territorio e interviene en varias oportunidades en las repúblicas latinoamericanas y del Caribe para hacer prevalecer sus intereses y derrocar gobiernos nacionalistas.

 El expansionismo de acero

La expansión trae problemas consigo. La anexión de más de la mitad del territorio mexicano incrementa desmesuradamente la superficie de los llamados estados del Sur, dedicados a la agricultura de plantación, y exacerba sus diferencias económicas con los industrializados estados del Norte, los cuales les impiden el libre comercio internacional, les compran a bajos precios sus productos agrícolas y valiéndose de regímenes proteccionistas les venden a precios altos sus manufacturas. La desavenencia económica se convierte entre 1861 y 1865 en Guerra de Secesión.

Mientras tantos países latinoamericanos se fragmentan, Estados Unidos no vacila en sacrificar 600.000 vidas por la causa de su unidad. Antes de incorporar nuevos territorios dentro de su esfera de gravitación política, debe asegurar primero que no escapen de ella  los estados sureños, en gran parte anexados de México o comprados a Francia.

El sangriento conflicto impone una breve pausa en el expansionismo, pero reafirma la fe del coloso del Norte en su poderío militar y en la capacidad de sus industrias para suplirlo. Durante la conflagración se ensayan redes de suministro ferroviario, buques enteramente acorazados con acero, rudimentarios submarinos, obuses de un poder hasta entonces desconocido. Los financistas se percatan de que la guerra es un negocio superior a cualquier otro, por los desmesurados dividendos de la producción armamentista y la apropiación a precio vil de los medios de producción de los vencidos. La maquinaria expansionista tiene ya colmillos de acero.

Conferencia Panamericana

Uncido el Sur de Estados Unidos a las leyes proteccionistas del Norte y a la venta en baratillo de productos agrícolas y pecuarios, Washington se apresta a disputarle a Inglaterra la dominación comercial que ejerce sobre gran parte de América Latina y el Caribe. El secretario de Estado James G. Blaine promueve  la I Conferencia Panamericana, que se celebra en la capital norteña entre 1889 y 1890 con representantes de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Estados Unidos, el Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Perú,  Uruguay y Venezuela. Los delegados son paseados por las principales ciudades industriales del anfitrión, para que aprecien el poderío de sus fábricas y su evidente necesidad de disponer de mercados sin  trabas. El encuentro se realiza simbólicamente en Washington, pero las reuniones sucesivas eligen escenarios menos evidentes.

En manos de su único enemigo

Sobre este “Congreso Internacional de Washington” que se inicia  en 1889,  comenta ásperamente José Martí, deslindando los campos que se quiere confundir con la expresión de “Panamericanismo”: “¿Y han de poner sus negocios los pueblos de América en manos de su único enemigo, o de ganarle tiempo, y poblarse, y unirse, y merecer definitivamente el crédito y respeto de naciones, antes de que ose demandarles la sumisión el vecino a quien, por las lecciones  de adentro o las de afuera, se le puede moderar la voluntad, o educar la moral política, antes de que se determine a incurrir en el riesgo y oprobio de echarse, por la razón de estar en un mismo continente, sobre pueblos decorosos, capaces, justos, y como él, prósperos y libres?” (Martí: “Congreso Internacional de Washington” La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1889, NA, p. 57). Pasa más de un siglo sin que esta arenga pierda vigencia.

Que ondee la bandera de las estrellas

  Y en efecto, desnuda José Martí el turbio ambiente de maniobras internacionales y golpes de José Martí ante el surgimiento del panamericanismo • Trabajadoresfuerza que Estados Unidos maneja mientras convoca a sus víctimas para decorativos debates: “En tanto, el gobierno de Washington se prepara a declarar su posesión de la península de San Nicolás, y acaso, si el ministro Douglas negocia con éxito, su protectorado sobre Haití: Douglas lleva, según rumor no desmentido, el encargo de ver como inclina a Santo Domingo al protectorado: el ministro Palmer negocia a la callada en Madrid la adquisición de Cuba.

El ministro Migner, con escándalo de México, azuza a Costa Rica contra México de un lado y Colombia de otro: las empresas norteamericanas se han adueñado de Honduras: y fuera de saber si los hondureños tienen en la riqueza del país más parte que la necesaria para amparar a sus consocios y si está bien a la cabeza de un diario del gobierno un anexionista reconocido: por los provechos del canal, las visiones del progreso, están con las dos manos en Washington, Nicaragua y Costa Rica; un pretendiente a la presidencia hay en Costa Rica, que prefiere a la unión de Centroamérica la anexión a los Estados Unidos.

No hay amistad más ostensible que la del presidente de Colombia para el congreso y sus planes: Venezuela aguarda entusiasta a que Washington saque de la Guayana a Inglaterra, que Washington no se puede sacar del Canadá: a que confirme gratuitamente en la posesión de un territorio a un pueblo de América, el país que en ese mismo instante fomenta una guerra para quitarle la joya de su comarca y la llave del golfo de México a otro pueblo americano: el país que rompe en aplausos en la casa de representantes cuando un Chipman declara que es ya tiempo de que ondee la bandera de las estrellas en Nicaragua como un Estado más del Norte.”  (Martí: “Congreso Internacional de Washington” La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1889, NA, p.57).

La sombra de Monroe  y la de su bandera pesan desde entonces sobre Nuestra América.