Argentina vive momentos gloriosos
José Steinsleger
Uno. Hasta segundos antes de la recusación de la vicepresidenta y dos veces presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) al fiscal que pidió 12 años de prisión y la inhabilitación de por vida, la crema y nata de los politólogos, sociólogos, investigadores y analistas, junto con encuestadores, periodistas de la prensa canalla, servicios de inteligencia y expertos en marketing electoral, coincidían, como en el aleph borgiano, en un solo punto: el ocaso político de Cristina.
Dos. Apuntemos la fecha: lunes, 22 de agosto. Aniversario 50 de la masacre de Trelew perpetrada en el penal patagónico de Rawson (provincia de Chubut), y día elegido por el pelotón de fusilamiento mediático-judicial (Cristina), que pidió la pena referida al juez Rodrigo Giménez Uriburu. Y día elegido, casualmente, por los republicanos que en la provincia de Salta profanaron el sepulcro de Ana María Villarreal, La Sayito, guerrillera asesinada en Trelew, y esposa de Mario Roberto Santucho (1936-76), comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo.
Tres. Revisemos, el prontuario del magistrado republicano. Integrante, del selectísimo club de futbol Liverpool (fundado por Mauricio Macri en su casa de campo), Giménez Uriburu es hijo de un oficial de la Armada que participó activamente durante la genocida dictadura cívico-militar-eclesiástica (1976-83), y desciende, por vía materna, del Partido Judicial que legitimó el golpe del general José Evaristo Uriburu, contra Hipólito Irigoyen (1930). Este es el paladín de la mafia de jueces y fiscales macristas, que juzgará a Cristina por asociación ilícita.
Cuatro. Ruego al lector indulgencia, por tanta mierda concentrada. Vamos a la alegría, apuntando la fecha del día después: martes 23 de agosto. Cuando una fuerza telúrica emergió en los cuatro puntos cardinales con ruido atronador, aturdiendo al nada plebeyo barrio porteño de Recoleta (símil de Polanco). Autoconvocados en las redes, millares de jóvenes peronistas, junto con indignados ciudadanos no peronistas, se presentaron en casa de la vicepresidenta. Bombos, cornetas, banderas, consignas: ¡Cristina! ¡Cristina! / ¡Cristina corazón!/ ¡Acá tenés los pibes para la liberación!
Cinco. Los antiperonistas, enloquecieron, los no peronistas fruncieron el ceño, y los responsables de las 40 facciones del peronismo, recordaron las palabras de Perón: El pueblo avanzará, con los dirigentes a la cabeza, o con la cabeza de los dirigentes. Convalidando, entonces, las de Cristina en un pasaje de la recusación: Argentina es el país donde mueren todas las teorías.
Seis. Intrigado, me detuve en el video de un joven de 17 años, entrevistado por el movilero de un canal de aire de alcance nacional.
–¿Por qué estás acá? ¿Crees que Cristina será candidata en 2023?
El chico respondió: No sé si será candidata. Estoy acá porque quiero vivir en un país con justicia social, independencia económica y soberanía política.
Siete. ¿Quiénes son esos millennials? ¿Qué lectura hacen del mayor movimiento de masas de América Latina, que parecía haber tocado fondo? Sin embargo, en las exultantes demostraciones de amor, millares de videos mostraban también a viejos, amas de casa y niños, delirando de alegría cuando veían a Cristina. ¿Melodramas de un tango peronista? Para nada. Porque ella había sido muy clara en su recusación: No vienen por mí. Vienen por ustedes.
Ocho. Hace un par de años, en la ciudad de La Plata, un veterano luchador social me invitó a platicar con un grupo de estudiantes de comunicación. Periodista-con-experiencia, les dijo. En fin… Lancé mi rollo, al cabo del cual una jovencita indagó: ¿Su generación hablaba de feminismo, matrimonio igualitario, mercado interno, trabajo tercerizado, patriarcado, aborto, democratización de los medios, lenguaje inclusivo, machismo? ¿Usted es vegano, vegetariano, carnívoro?
Nueve. Ni con amenazas voy a transcribir las pendejadas que respondí. A esa edad, otras eran mis tribulaciones. Y me daba dolor de panza cuando oía hablar de política, candidatos, elecciones… Corría la dictadura del general Juan Carlos Onganía (1966-70), y después del asesinato del Che, nada quería por debajo de la revolución. Pero entonces, recordé un viejo refrán del siglo de oro español: la experiencia es un peine que sirve para peinar calvos.
Diez. Las peregrinaciones no cesan. A la fecha, nueve días de vigilia. Anoche, un grupo de chicos enloqueció al barrio con sus bombos, cantando la marcha peronista. Un señor sacó a sus perritos para que hacieran pis, y resbaló con el chimichurri de un choripán, pegándose la cabeza contra un poste. Y bajo el balcón de La Jefa, un grupo del Teatro Colón, entonaba a coro el Va pensiero, de Giuseppe Verdi.
* Periodista y escritor argentino residente en México. Columnista de La Jornada de México.