Argentina: Últimas noticias desde el Virreinato
Eduardo Aliverti
Es difícil justificar, aunque pueda ser comprensible, que para animarse a una opinión haya alguna o mucha gente esperando “los detalles finos” de cómo el Tesoro estadounidense asumió la conducción económica argentina hasta límites jamás vistos.
Con mucho esfuerzo, podría entenderse que los especialistas del área aguarden la letra chica a fines de evaluar cuestiones técnicas en torno a una entrega de pies, manos y demases. Pero, de allí para abajo, todo es tan obvio -declaradamente obvio- que resulta una violación del sentido común ponerse a aguardar mayores precisiones.
¿Qué es lo que debe esperarse para saber en qué radica un comunicado en inglés de Scott Bessent, como reemplazo de toda información oficial del gobierno argentino? Acá en el Virreinato nadie dice nada. Arteche permanece en silencio.
¿Qué pretenden hurgar respecto de que el nuevo ministro de Economía haya hablado del compromiso de sacarse a China de encima?
¿Quién puede tomarse en serio que el Tesoro de los Estados Unidos compra pesos a sólo canje de solidaridad geopolítica? ¿Cuántos zombies persisten sin asimilar que el mercado te funde y el Estado (el de los Estados Unidos) te salva?
¿Quién queda, con honestidad intelectual, para llamarle “éxito” a un programa económico que requiere de intervención extranjera directa, luego de haberse comido un blanqueo, un préstamo del FMI, un refuerzo del mismo organismo y parte de toda una cosecha?
¿Cuánto dura hoy la memoria de los pueblos para registrar cómo termina lo que siempre terminó exactamente de la misma manera, desde el primer préstamo del FMI en 1958 y excepción hecha de cuando Néstor Kirchner los mandó con los condicionamientos a otra parte?
¿Cuánta más data se requiere desde que el nuevo embajador Lamelas habló derecho viejo, ante su comisión evaluadora, de ir a Argentina “provincia por provincia” para supervisar y controlar hacia dónde enfocarán el perfil productivo?
Si Bessent dice que “estamos comprando barato” porque la Argentina anda de regalo, ¿qué es lo que después venderán caro? ¿Lo que hasta Paul Krugman sindicó como el rescate para los socios del amigazo, ex administrador de fondos buitre y colaborador de los bonistas atrapados aquí, con papeles basura, a quienes ahora les construyeron una autopista para salirse urgente?
¿Con cuáles y cuántos dólares que Argentina no produce ni emite se afrontarán los que ya se fumó el bloque de Caputo Toto? ¿Con los que Bessent aclara que sólo estarán si a Jamoncito le va bien en las elecciones, porque el swap no es otra cosa que una efigie para tener en la vidriera por si las moscas?
Por razones de pudor profesional, uno evita hasta donde puede el uso de lenguaje panfletario. Pero a veces, como ésta, ni puede, ni quiere, ni debe.
¿Qué más hace falta para que el entramado mediático que ampara al oficialismo no se anime, siquiera, a interrogar tímidamente sobre el entreguismo bizarro? ¿Son tan grandes los sobres? ¿La pusilanimidad? ¿Las cabezas colonizadas? ¿Los intereses e influencia del grupo de medios y aledaños más grande de nuestro Estado Libre Asociado, que se endeudó en unos mil millones de dólares por la compra de Telefónica?
Guillermo Francos declaró este viernes que no cree que sea como dice Bessent. Que no le parece que hayan negociado expulsar a China a como dé lugar, más tarde o más temprano. ¿Que no cree, dice Francos? ¿El Jefe de Gabinete no sabe lo que transa su Gobierno y nadie le repregunta?
Desde Carlos Rodríguez hasta Diego Giacomini, ultraliberales fanáticos que fueron abandonando al adolescente presidencial cuando advirtieron estar frente a la realidad distópica, se menta una intromisión externa nunca acaecida. Pero es más que eso: previenen, ellos y unos cuantos de su palo, que lo cerrado en Washington es un humo de efectos impredecibles.
¿Dónde están o estarían los fondos frescos que alcanzaran para amortiguar una macro quebrada después de las legislativas, sin importar su resultado?
¿Qué más hay, concreto y no declarativo, por fuera de que Estados Unidos estimulará a sus empresas para que inviertan en Argentina? ¿La confianza del JP Morgan, a cuyo staff pertenecieron absolutamente todos los miembros del equipo económico? ¿Las cuentas de los bancos con que el Tesoro -el único que queda- “tercerizó” la venta de dólares para frenar la corrida? ¿Que la movida haya servido para un riesgo-país abajo de 1000 puntos, como si eso sirviera a que Argentina vuelva a tener crédito internacional?
En medio de semejante escenario, ya parece haber sucedido no el lunes pasado, sino en otra época, que el Presidente montara un show kitsch capaz de convertirnos en el hazmerreir mundial.
En estas horas se sabrá si la Cámara Nacional Electoral habilita la reimpresión de papeletas. Pero también parece que no contaría ir a votar en la provincia de Buenos Aires con una boleta en la que, a cabeza libertarista, habrá de figurar un postulante de firmes indicios narco, renunciado a último momento contra la opinión del propio Milei, licenciado en la Cámara Baja con goce de sueldo, allanado en su casa y oficinas… y secuestrado su celular y computadoras para terror indescriptible del entramado oficialista que lo cobijó.
No se presta suficiente atención a ese último aspecto. Quizás sabremos para las calendas griegas el contenido de lo incautado a José Luis Espert. O quizás haya un terremoto en el momento menos pensado, porque Roma no paga traidores y el narco lo hace a su manera.
Parece un dato menor que, gracias a gobernadores y radicales con peluca, el Gobierno haya conseguido demorar la restricción de sus DNU. Diputados devolvió el proyecto al Senado. Se complica no rotular a Provincias Hundidas como un maxikiosco de mendicantes. A primeras de cambio, en el sentido De Loredo de la vida, tienen estos principios pero también estos otros. Y pasa algún tiempo hasta conocerse o sospecharse cuáles son los favores oficiales que torcieron esas voluntades inquebrantables. Una vez que eso sucede, ya nadie lo registra a menos que un Kueider o símil deje todos los dedos pegados.
Y asimismo pareciera no estar sucediendo que Milei no puede avanzar más de unos metros en cualquiera de sus pregonadas caminatas populares, por el lugar que fuere. No puede porque no hay lado alguno donde, organizada o espontáneamente, no surjan excluidos, agotados, indignados, jubilados, señoras y señores de clase media, viejos militantes, vecinos, dispuestos a confrontarlo.
Todo queda subsumido en la euforia de los mercados, parece igualmente.
La ceguera de una parte representativa y significativa de los argentinos, sustanciada en el odio antiperonista y hoy, además, en una sección de gente joven tan rota como el roto que votó por obra de acción ajena y deficiencias dirigenciales del campo popular, lleva a la pregunta de si no sucederá una reacción ejemplar de la otra parte.
Una reacción electoral, como la que ya aconteció en territorio bonaerense, susceptible de, al menos, ponerle freno a esta barbarie cipaya.
Salvo la devaluación del tipo de cambio, en forma inmediata o paulatina tras el 26 de octubre, no hay seguridades de nada que no sean las relativas a que -ya formalmente- nuestra economía está en manos de Washington. Por completo: la política monetaria, la financiera, las relaciones exteriores, las decisiones inversoras. Es, de manera literal, una invasión consentida capaz de abarcar bases militares.
“La suerte de Jamoncito no se juega en Argentina”, titulamos aquí hace pocas semanas sin ninguna cobertura informativa agregada a lo que es, desde el inicio de esta gestión, un insumo analítico básico. Lo mismo, para reiterar, cupo para interrogarse por qué Estados Unidos habría de dejar a la deriva a su aliado estratégico. A sus recursos naturales. A la vocación arrastrada de sus mandatarios.
Es probable que una sensación efímera de estabilidad financiera recupere, para el oficialismo, votos gorilas y modositos. Y que eso baste para lo único que (le) importa: llegar al tercio o poco más de legisladores, propios y ¿prestados?, que necesita hacia el objetivo de gobernar por decreto y encarar las reformas previsionales, laborales e impositivas.
Y es probable que ocurra lo contrario. Que la crisis abajo y en el medio ya no tenga retorno en las urnas. Que quepa ponerle fichas al volumen contestatario de una sociedad que supo ser un faro cultural, de desarrollo científico, de movilidad ascendente, de sentimientos igualitarios, de combatividad callejera e intelectual.
Puede ser una equivocación, casi tranquilamente. Pero es dificultoso inferir que esa memoria social haya desaparecido así como así debido al episodio, histórico e insólito, que los argentinos vivimos desde hace menos de dos años.