Argentina: Herencias
Juan Guahán-Question Latinoamérica
El otoño, con su verdor apagado y marchitas las hojas, no es solo una de las 4 estaciones del año sino también el estado de un gobierno que dominó total y absolutamente el escenario político de los últimos 12 años. Es un momento propicio para reflexionar sobre la herencia que nos queda y lo que viene.
En primer lugar no se puede despegar lo que acontece en Argentina con lo que vive el resto de la región. Los momentos difíciles que están atravesando las administraciones de Brasil y Venezuela, que forman parte de los gobiernos conocidas como “progresistas” de la región, no son muy distintos a los problemas que debe afrontar Cristina Fernández. No haber ido hasta el “caracú” de los problemas que contribuyen a nuestra dependencia y no haber construido la fuerza social y política capaz de romper esas ataduras, está en la raíz de nuestras debilidades actuales y futuras.
Seguramente la historia calificará al kirchnerismo como el gobierno que restituyó el equilibrio del sistema vigente, luego de haber sido puesto en jaque por la rebeldía popular del 2001/2002.
Lo ocurrido -en estos años- lo podemos ubicar en distintas dimensiones, entre ellas cabe destacar: La revalorización de la política, ello se concretó con un discurso -reconocido por propios y adversarios- cercano a planteos “setentistas”. Ello atrajo a una multitud de jóvenes ávidos de cambios. La reivindicación de un rol activo del Estado le permitió una mayor presencia en la vida económica, al contrario del pensamiento imperante en los 90.
Hubo un cierto “reparto de la torta”, lo que significó mejoras en algunos sectores populares, a través de variados “planes sociales” como la “asignación universal por hijos”. En este caso el gobierno tomó como propias reivindicaciones fuertemente arraigadas en la sociedad y que dieran lugar a grandes movilizaciones que tuvieron a la CTA como principal protagonista. Todo ello fue hecho sin que se modificara sustancialmente el modelo agroexportador, ahora con el agregado de la minería. Eso provocó que el discurso “industrialista” no tuviera un efecto importante sobre el conjunto del modelo. Continuamos siendo un país exportador de bienes primarios y –también- que socialmente sobreviviera una importante franja de excluidos.
Desde un punto de vista general, la mayor debilidad estuvo dada en haber fortalecido –más allá de los discursos- los lazos de nuestro sistema dependiente, esto se concretó en lo que se puede denominar la economía extractivista que hace que nuestros bienes comunes o recursos naturales salgan a través de nuestros puertos. La “sojización” del agro hizo que el humus del suelo y el agua se transformaran en semillas que solventaron gran parte de los beneficios de estos años, al costo de perder soberanía económica, poner en riesgo la salud del pueblo y debilitar nuestra mayor riqueza: la capacidad productiva de nuestras tierras. Algo semejante está pasando con el “fracking” en materia petrolera y la devastación forestal. La debilidad de las economías regionales, la continuidad de la miseria en el interior profundo y la destrucción del medio ambiente la podemos verificar recurrentemente. El agravamiento de los llamados “desastres naturales” es una prueba de ello.
Pero hay algo mucho más grave: la masificación de la droga y el juego, fenómenos en los cuales el gobierno tiene indudable responsabilidad, están arraigando una cultura poco propensa a la solidaridad, donde el miedo y la tentación de una riqueza fácil reemplazan a la esperanza y el esfuerzo.
En este marco es probable que los candidatos con mayores posibilidades de triunfo puedan mejorar las condiciones para hacer mejores negocios, pero han demostrado que difícilmente estén en condiciones de corregir las deficiencias señaladas.