Argentina: amnesia electoral del 2015

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Claudio Katz

Argentina atraviesa una secuencia electoral inédita. En muy pocas oportunidades se votó tantas veces en tan poco tiempo. El calendario electoral no deja respiro. Entre comicios nacionales, locales y ballotages, en muchas provincias se votará cinco o seis veces.

En esta sucesión de comicios convencionales se vota mucho y se debate poco. Los principales candidatos son muy parecidos y despliegan agendas semejantes. Hay que buscar con lupa las diferencias reales que separan a Macri, Massa y Scioli. Nunca ha sido tan cierto que los tres candidatos en juego son lo mismo.

La experiencia kirchnerista de la última década concluye en este escenario de polarizaciones artificiales y propuestas derechistas. Sólo se disputa quién comandará el giro conservador que se avecina.

Las semejanzas del trio

La enorme similitud entre Scioli, Massa y Macri se verifica en el vertiginoso pasaje de figuras de un armado al otro. Estos saltos son habituales en el justicialismo, pero se han extendido ahora al grueso del espectro político. Hasta el cierre de las candidaturas regirá una temporada de caza para capturar punteros y reclutar financistas .

La principal rapiña afecta al equipo de Massa. Cirigliano ya se escapó con Macri y Giustosi tramita un retorno a Scioli. Solá recibe ofertas y De Narváez prepara zancadillas en varias direcciones.

Lo mismo ocurre en la coalición del PRO con la UCR, desde que Carrió inauguró la carrera por el mejor postor. En Córdoba, Juez ya se ha sumado a todos los corruptos que prometió enfrentar y los radicales negocian gobernaciones con cualquier opción ganadora. En este mercado de pases son muy activos los ultra-opositores -como Cobos o Lousteau- que ostentaron altos cargos en el oficialismo. El kirchnerismo no ha quedado al margen de esta euforia de oportunismo. Recalde eligió como vice a un individuo que batió todos los récords de insultos al gobierno.

La campaña en curso consagra, además, la primacía del palabrerío vacío. Los candidatos compiten por no decir nada, en spots publicitarios musicalizados por los mismos managers electorales. Sólo está permitido desplegar sonrisas y exponer tonterías.

Esta vacuidad ha reavivado el cinismo de muchos comunicadores. Presentan la mentira como un dato natural de las confrontaciones electorales. Descuentan que todos repetirán lo ocurrido con Menen o De la Rúa y que ninguno hará en el gobierno lo que prometió desde el llano. Este principio de la gobernabilidad burguesa rige a pleno.

Otro indicio de la misma estafa es la fabricación de candidatos. Los publicistas demandan figuras conocidas para atraer el voto ciudadano. El precedente que inauguraron Palito Ortega y Reutemann ha sido adoptado por todos los competidores. Las mismas groserías que colocaron a Del Sel al frente PRO santafesino han llevado a un humorista cordobés a convertirse en candidato a vicegobernador del kirchnerismo. En la provincia de Buenos Aires las principales listas incluyen tigresas, boxeadores y expertos en frivolidades.

Por esta razón Tinelli fija el tono de la campaña. Ensalzar a un imitador, bailar a los saltos o compartir las vulgaridades del principal showman de la TV es un requisito para ser presidenciable.

Las miradas benevolentes afirman que esas payasadas son indispensables para conocer la personalidad del futuro jefe de estado. En los hechos, los seleccionados ya pasaron por el filtro del establishment en la gestión de sus provincias o municipios. Para el gran público sólo queda un certamen de simpatía.

Los cínicos justifican este circo culpando a la sociedad. Afirman que la población “no quiere ver la realidad” y olvidan como los poderosos (y no toda la ciudadana) condicionan la oferta electoral.

Las frases huecas constituyen otro indicador del engaño en marcha. El oficialismo subraya la “continuidad”, Macri el “cambio” y Massa algún punto intermedio igualmente indescifrable.

Los hombres del PRO también remarcan la necesidad de “dialogar en lugar de confrontar”. Con muchos globos y más cotillón despliegan mensajes de buena onda para erradicar el pesimismo. Es el mismo marketing que utiliza toda la derecha lati noamericana para reinventarse con discursos sociales, compromisos de asistencialismo y perfiles juveniles. Enfatizan la centralidad de la gestión y proclaman la disolución de las ideologías.

Esta degradación de la política sintoniza con el PRO, que aglutina no sólo a la derecha tradicional promotora de cacerolazos. También reúne a muchos ahijados de las ONGs privatistas. Estos sectores son más afines al mensaje despolitizado que al viejo anticomunismo reaccionario.

Los operadores de Massa han optado por un slogan acomodable (“el cambio en la continuidad”), que les permite prometer “conservar lo positivo” y “modificar lo negativo”. Con ese artificio disimulan el perfil ultra-conservador que exhibió el líder renovador en su viaje a Estados Unidos

Scioli no necesita ningún consejo para desenvolverse sin decir nada. Escaló posiciones durante toda su carrera en el menemismo y el kirchnerismo, sin pronunciar una sola frase con algún contenido. Los publicistas del gobierno compensan este vacío con el principal mensaje de la campaña: defender lo conquistado contra el regreso a los 90.

Pero este contraste con el pasado omite la propia trayectoria de Scioli y su total coincidencia actual con los restantes candidatos del poder. Todos transitan por el mismo camino que ha diseñado el establishment.

Escenarios derechistas

La acelerada recomposición del justicialismo tradicional es un anticipo del sendero que pretende recorrer Scioli. Su candidatura es apuntalada por el viejo PJ en desmedro del kircherismo. El ascenso de Urtubey en Salta, Perotti en Santa Fe o Bermejo en Mendoza ilustran esta tendencia. Un apoyo al menemismo en La Rioja constituiría el extremo bochornoso de este curso.

El progresismo K ya bajó las banderas. Se dispone a sostener a Scioli luego de apoyar a otro personaje del mismo cariz (Randazzo). El funcionario elegido por Cristina para disputarle espacios al gobernador de Buenos Aires es un conservador que arremetió una y otra vez contra los ferroviarios, los sindicatos y la izquierda. Lo presentan como el “mal menor” frente Scioli, para luego postular al motonuata menemista como la única alternativa posible frente a Macri. Esta ingeniería electoral constituye el último diseño de la Casa Rosada.

Algunos kirchneristas justifican este sostén con la esperanza de rodear al próximo gobierno de funcionarios leales a CFK. Aseguran que ese cerco permitirá mantener el poder real en manos de la actual presidenta.

Pero Cristina no es Perón y lo ocurrido con Menen o Kirchner ilustra con que celeridad los mandatarios justicialistas desplazan a sus rivales. En los próximos meses se verá cuántos cristinistas quedan bien parados en las listas del FPV. Más complicado aún será conservar la lealtad de los designados, una vez perdido el manejo de las cajas del estado.

Otra especulación kirchnerista sugiere la conveniencia de tolerar un triunfo de Macri, para asegurar el retorno de Cristina en el 2019. Lo mismo pensaron muchos progresistas de la Capital Federal cuando Macri ganó la primera elección. Ocho años después el PRO ha reforzado su predominio en la ciudad.

La derechización de la campaña es también un dato en el radicalismo. Macri ha facilitado el afianzamiento de los dirigentes más reaccionarios de la UCR, que negocian gobernaciones con la bendición de las oligarquías provinciales.

El acuerdo con el PRO no reproduce la Alianza que encabezó De la Rúa. Esa coalición con el FREPASO pretendía exhibir un perfil progresista que se situaba en las antípodas de Macri.

El giro reaccionario ya pulverizó a UNEN y desmorona a la centro-izquierda anti-k. Basta observar el perfil super-conservador que adopta Lousteau en la Capital Federal para notar la simbiosis con el PRO. Los náufragos de las alquimias ensayadas por el progresismo anti-k (Stolbizer, Solanas, Tumini) están buscando algún salvavidas, en el polarizado escenario electoral.

Nadie sabe aún quién logrará el trofeo de octubre. La mayoría de los encuestadores actúan como operadores de los candidatos y difunden porcentuales poco confiables. Por eso cambia con tanta frecuencia la evaluación del mejor posicionado.

Últimamente las fichas de Massa están en caída libre y crecen las presiones para que abandone la carrera. Pero el acuerdo con Macri es difícil, puesto que los cargos en disputa no se limitan a las cabezas de cada lista.

El e stablishment vuelve a afrontar un dilema tradicional. Su hombre más confiable (Macri) no coincide con el personaje que garantiza el manejo del estado a su servicio (Scioli). Por eso los poderosos distribuyen fondos entre ambos candidatos y tejen operaciones para incentivar la convergencia de Macri con el justicialismo (Reutemann, Massa) y de la elite derechista con Scioli.

Pero el verdadero problema no radica en quién será el ganador, sino cómo enfrentará el turbulento escenario económico-social en ciernes.

La preparación del ajuste

El ocultamiento del viraje conservador está favorecido por la primavera económica que el gobierno logró instalar. Mediante un anclaje del dólar (subiría 15%) frente a la inflación (no inferior al 25%) se recompone el consumo durante el año y se traspasan todos los ajustes a la próxima administración. Es la típica tablita cambiaria que se ha utilizado en otras coyunturas electorales.

Como esta estrategia exige alcanzar rápidos acuerdos en las paritarias, los funcionarios negocian con la burocracia sindical estrictos techos de aumentos. Por un lado, se convalida la pérdida salarial registrada durante el año pasado y por otra parte, se estabiliza el poder de compra en los meses previos a los comicios. La misma función cumplen los retoques anunciados en el impuesto a las ganancias que paga un sector de los asalariados.

El maquillaje en marcha disimula los atropellos que preparan los tres competidores. Todos intentarán reducir el déficit fiscal, achatar los salarios y aplicar fuertes aumentos en las tarifas de energía y transporte.

Este programa incluye devaluaciones para eliminar el denominado “cepo cambiario”. Macri promete erradicar esa restricción en forma inmediata, Massa habla de 100 días y Scioli sugiere un lapso mayor.

Esta convergencia de objetivos también se extiende a la sustitución del consumo por la inversión en las prioridades de la economía. Pero este giro requiere seducir a los capitalistas que aportarían el dinero y supone mayores subsidios en plena restricción fiscal.

El trío del ajuste se dispone a financiar el nuevo modelo con endeudamiento externo. Cuentan con el favor de un gobierno que ya inició ese camino antes de la crisis con los buitres, acordando con el Club de Paris, YPF y el CIADI. CFK ha retomado ahora ese curso con los créditos de China y las emisiones internacionales de títulos (Bonard 2021).

Las nuevas colocaciones de bonos no solventan proyectos productivos. Se paga el triple de la tasa de interés abonada por el resto de Sudamérica para reforzar las reservas y apuntalar el consumo durante la coyuntura electoral.

La financiación lograda permite, además, construir el puente para el arreglo con los buitres que priorizará el ganador de octubre. El acuerdo con Griesa es la condición para un significativo reingreso de los dólares, que el próximo presidente utilizaría para implementar el ajuste.

A la espera de ese convenio rige una tregua en los mercados. Los buitres no lograron bloquear la obtención argentina de créditos y el gobierno no pudo instrumentar el cambio de jurisdicción a Buenos Aires, para pagar los bonos en disputa.

Macri, Massa o Scioli se aprestan a archivar ese conflicto, concretando alguna de las iniciativas que evaluó CFK (cambiar la ley cerrojo, abonar parte al contado, emitir nuevos títulos).

Mientras preparan este viraje los tres candidatos prometen una lluvia de dólares que tornaría indoloro el ajuste. Compiten por demostrar quién despertará “mayor confianza” para acelerar ese aluvión.

Pero ninguno aclara qué ofrecerá a cambio, a los potenciales proveedores de las divisas. El dinero nunca llega por simpatía hacia un nuevo presidente. Los poderosos siempre verificarán primero la capacidad del mandatario para favorecer sus negocios.

Los más interesados en acumular fortunas durante la próxima gestión son los grandes capitalistas argentinos. Conocen bien el paño y han fugado al exterior sumas exorbitantes. Ocultan dentro del país unos 70.000 millones de dólares y fuera de las fronteras otros 300.000 millones.

El fracaso del blanqueo fiscal -renovado una y otra vez por el gobierno- ilustra las insuficiencias del perdón impositivo, para incentivar el retorno de los evasores. Los acaudalados exigen medidas más contundentes de garantía oficial a la rentabilidad capitalista.

Macri, Massa o Scioli se disponen a brindar esa protección argumentando que “necesitamos los dólares”, como si esa carencia fuera un mal natural y no un agujero derivado de pagar deudas ilegitimas y tolerar la fuga de divisas.

El mismo gobierno que permitió ese vaciamiento, termina su mandato montando una investigación parlamentaria de la salida ilegal de fondos. Pretende ventilar durante la disputa electoral algunas aristas del fraude que convalidó durante una década. Una comisión semejante -que indagó las maniobras financieras del 2001-2003- cajoneó finalmente sus conclusiones.

También los banqueros confían en los servicios que recibirán de Macri, Massa o Scioli. Por esta razón los precios de los títulos públicos y las acciones privadas ascienden en todos los mercados.

Especialmente en el sector petrolero se esperan grandes negocios, a partir de una ley de hidrocarburos que el gobierno diseñó a medida de Chevron. La nacionalización parcial de YPF no permitió recuperar la renta del subsuelo. Al contrario, reforzó la rentabilidad de las empresas mediante el ajuste de precios que comanda la compañía oficial.

Esas ganancias suplementarias han sido exigidas por las compañías que extraen el crudo convencional y por los aspirantes a explotar el shale. La misma tónica siguen todos los emprendimientos en carpeta, especialmente en los sectores de telefonía, minería y soja.

Existe una intensa discusión sobre el ritmo del próximo ajuste. Algunos suponen que Macri impulsa el shock y Scioli el gradualismo. Pero ambos actuarán en función de las condiciones imperantes al asumir la presidencia. No es lo mismo un contexto de desahogo internacional que un marco adverso. Los expertos se inclinan por este segundo escenario. Hay pronósticos de caída de los precios de las exportaciones y retracción de los volúmenes de compra, en un marco de encarecimiento del dólar y las tasas de interés.

Un condicionante mayor surgirá de la resistencia popular. Todos los presidenciables evalúan esa reacción, cuando convocan al “dialogo y a la negociación”. Algunos piensan en un pacto con la burocracia sindical y otros en un gobierno de coalición.

A diferencia de lo ocurrido durante el ocaso de Alfonsín o Menen, nadie espera un gran colapso económico. El desequilibrio fiscal es acotado, los bancos están equilibrados y el cuadro internacional es aún manejable.

Pero existe una fuerte presión del establishment para acelerar el ajuste. No sólo Techint exige reducir el salario y eliminar los impuestos a la exportación. Los talibanes de la burguesía (B roda, Espert, Melconian, Dujovne ) hablan de eliminar las paritarias, reinstalar el equipo de Cavallo y cortar a la mitad el déficit fiscal.

La amnesia electoral predominante evita registrar esas voces. Tampoco observa las opiniones de los propios economistas que rodean al trío presidenciable (Bein, Lavagna, Frigerio). Con un lenguaje moderado y mucha diplomacia todos hablan del ajuste que se viene.

La tentación represiva

La capacidad de resistencia de los trabajadores constituye el gran obstáculo al atropello que preparan Macri, Scioli o Massa. El último paro general fue un ejemplo de esa fuerza. Logró un nivel de adhesión superior a las tres huelgas anteriores. Los sindicatos impusieron un cese total de actividades, frente a un gobierno que ni siquiera intentó disuadir la medida.

El paro no sólo sirvió como advertencia al presidente que viene. También demostró el escaso eco que tienen todos los argumentos oficiales contra las protestas. Los trabajadores no se dejan marear por la artillería mediática contra los “paros políticos” que “afectan a los pobres”, “favorecen a los burócratas” y utilizan “métodos inapropiados”.

En plena campaña todos los presidenciables prometen resolver la confiscación creada por el impuesto a las ganancias que tributan los asalariados. Pero no tienen la menor disposición a cumplir con ese anuncio. Desde que fueron congeladas las escalas, ese gravamen subió once veces y ya representa una porción significativa de la recaudación. La sencilla solución de fijar un piso de 30.000 o 40.000 pesos, afectar sólo a los gerentes y compensar al fisco con impuestos al juego y la actividad financiera, contradice los planes capitalistas de los tres candidatos.

Lejos de representar una batalla de la “aristocracia obrera” en desmedro de la mayoría laboriosa, la lucha contra ese impuesto estimula la acción de todos oprimidos. Retoma viejas tradiciones de liderazgo de los sectores obreros con mayores sueldos. Los alivios a los más carenciados deben ser financiadas con beneficios empresarios y no con ingresos de los asalariados mejor remunerados.

Los paros contra el impuesto han esclarecido, además, cual es la situación social del país. Si sólo el 10% de los ocupados es alcanzado por ese gravamen, la inmensa mayoría de los trabajadores cobra ingresos inferiores a lo requerido para subsistir. Los 15.000 pesos de piso de ese tributo se ubican apenas por encima de los 12.000 pesos de una canasta familiar. Qué la mitad de la población sobreviva con ingresos inferiores a 5.500 pesos es poco compatible con la imagen de una década ganada.

Macri, Scioli o Massa deberán decidir si continúan ocultando este sombrío escenario con manipulaciones estadísticas. Luego de proclamar que Argentina llegó al Primer Mundo -erradicando la indigencia y reduciendo la pobreza al 4,7%- el INDEC optó un silencio adicional de los índices. En los hechos, la pobreza ha quedado estabilizada en los mismos porcentuales de los años 90 (cerca de un 25%) con dos diferencias importantes: el desempleo no es elevado y existe una gran cobertura asistencial.

Pero la miseria estructural consolida la degradación social y expande la criminalidad. Tampoco aquí se conocen las cifras. Los guarismos del delito confirmarían la evidente multiplicación de la violencia en el robo, como consecuencia de la atroz marginalidad que ha instaurado el narcotráfico.

La única respuesta que ofrece el trío presidenciable a este drama social es la mano dura. Por eso el discurso de la seguridad ocupa un lugar tan preeminente en sus campañas. Sólo divergen en los matices del mismo populismo punitivo. Todos proponen aumentar las penas y engrosar la población carcelaria.

Macri, Scioli y Massa ya arrastran muchos años de gestión y conocen como se administra el delito, a través de pactos de impunidad con las jefaturas policiales de cada distrito. Esos contubernios continúan recreando la criminalidad, a pesar del turbulento descontrol que ha introducido el narcotráfico.

El enorme entramado de corrupción que rodea a los tres candidatos salta a la vista en sus estrechas relaciones con barras bravas del futbol que manejan territorios y negocios turbios. Macri está involucrado con las patotas de Boca, Massa con sus equivalentes de Tigre y Scioli con las mafias de Tristán Suárez.

Las inclinaciones represivas del trío del establishment son también inocultables. Todos propician criminalizar la protesta social y reglamentar alguna variante de la legislación anti-piquete, que CFK auspició sin éxito. Ahora les tocará a ellos repetir que las protestas con cortes “eran válidas en los 90”, pero no en el actual universo de bienestar.

Este giro hacia el autoritarismo ha sido también pavimentado por el gobierno. Luego de juzgar genocidas, recuperar nietos y consagrar importantes conquistas democráticas, Cristina mantuvo al acusado Milani al frente del ejército y delega el manejo de la seguridad en el carapintada Berni.

Expectativas de izquierda

En un escenario electoral tan adverso para los intereses populares el dato promisorio es la aparición del FIT, como una fuerza de izquierda a escala nacional. F orjó un bloque de tres diputados en el Congreso y logró representación en varias legislaturas provinciales.

Su avance se explica por la importante presencia de los militantes de izquierda, en las luchas sociales de los últimos años. Han comenzado a canalizar parte de esa resistencia al plano político.

Muchos analistas se sorprenden por la influencia que han logrado las tres fuerzas trotskistas que integran el FIT. Subrayan que en ninguna otra parte del mundo se registra una presencia de este tipo. Pero en otras latitudes se verifican singularidades también llamativas para los intérpretes foráneos. Conviene recordar que Argentina presenta la especificidad del peronismo y del desencuentro histórico de la izquierda tradicional (socialista o comunista) con ese movimiento.

En la difícil coyuntura actual el FIT resiste una polarización que ya pulverizó a gran parte del espectro político. Los resultados de los últimos comicios han ratificado la gravitación del frente, pero no refuerzan los logros obtenidos en el 2013 . Si se confirma esa dificultad quedaría atenuada la expectativa en un gran desemboque por la izquierda de la experiencia kirchnerista.

El dato dominante del contexto electoral es el giro a la derecha de los candidatos que receptan la mayoría de los votos. Esta conducta del electorado es una reacción conservadora frente a la percepción de un probable escenario de crisis, con estancamiento y desempleo. Cuando impera esa sensación suelen aflorar los temores a perder lo obtenido, se afianza el inmovilismo y aumenta el apego al status quo.

Estas conductas son potenciadas por las campañas oficialistas que renuevan los recuerdos del 2001. Sus adversarios derechistas cabalgan sobre otro imaginario. Atribuyen todos los males del país a políticas progresistas disociadas de lo que sucede en el mundo. En esta misma creencia se apoya el viraje conservador de Brasil.

En este restrictivo escenario la izquierda canaliza una porción del desmoronamiento padecido por el progresismo anti-k. No captura en la misma medida las frustraciones que se verifican en la centroizquierda oficialista. Cristina ha demostrado capacidad de reacción frente a las coyunturas críticas (choque con los buitres, muerte de Nisman) y el kirchnerismo aglutina a un significativo segmento de la nueva militancia.

Es importante registrar estas tendencias para evitar los análisis exitistas que presagian el inminente “desplome del nacionalismo burgués”. Ciertamente el peronismo ha perdido la fidelidad y la mística del pasado. Se reproduce más en los pasillos de los ministerios que en la resistencia callejera. Pero esta transformación no es sinónimo de extinción de la principal estructura política de los últimos 70 años.

Las grandes crisis que periódicamente enfrenta el peronismo -en el cierre de cada político- reabren las posibilidades de construir una gran fuerza de izquierda. Distintas fuerzas canalizaron ese intento en el pasado y al FIT le toca procesar ese ensayo en la actualidad.

El desarrollo de este frente exige superar un escollo interno: el legado sectario que arrastra la ortodoxia trotskista. El primer distanciamiento con esa herencia fue la concertación de un acuerdo estable entre partidos diferentes. El segundo cambio se está verificado en la práctica. La vieja prédica dogmática ha desaparecido en los discursos, los afiches y los mensajes que el frente dirige al gran público.

Pero lo más controvertido recién despunta y supone la transformación de un organismo cerrado de tres partidos, en un frente abierto a todas las tradiciones de la izquierda. Esta mutación no ha comenzado y habrá que ver si el FIT puede transitarla.

Es importante registrar la posibilidad de una evolución que muchos críticos descartan de antemano. Subrayan los costados más negativos del frente -como su hostilidad hacia el proceso bolivariano o la revolución cubana- sin registrar su papel en la reconstrucción de la izquierda argentina.

El FIT ocupa el vacío que han dejado las corrientes que optaron por la disolución en el oficialismo o en la centro-izquierda anti-k. Si el camino a recorrer junto a ese espacio es incierto, el sendero alternativo de votar a Randazo-Scioli o a Stolbizer es un suicidio político.

El frente no ofrece un espacio sencillo para trabajar por el socialismo revolucionario latinoamericano, pero conforma hasta ahora el marco más afín a esa posibilidad.

En lo inmediato el voto a la izquierda es un mandato de resistencia contra los atropellos que sobrevendrán y este dato constituye el principal argumento para apuntalar al FIT. Cuantos más diputados y legisladores logre la izquierda, mayor será la coraza forjada para confrontar con el ajuste.
Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: http://www.lahaine.org/katz