Antonio González Plessmann: Chavismo, autoorganización y reactivación
Cira Pascual Marquina|
En esta entrevista con Antonio González Plessmann, militante de izquierda, activista de derechos humanos y miembro del Colectivo Surgentes, el sociólogo reconoce que el potencial revolucionario del chavismo puede estar aletargado, pero puede reactivarse en cualquier momento.
-La llegada de Chávez al poder abre un periodo de intensa participación popular, desde la movilización y activación masiva del pueblo en el proceso constituyente de 1999, en la que las sesiones fueron televisadas, hasta los procesos de alfabetización masiva pasando por los Comités de Tierra Urbana, los consejos comunales y las comunas. Vivimos pues un proceso en el que el pueblo se asumió sujeto activo. Hoy, sin embargo, nos encontramos con una lógica política mucho más “desde arriba”, con expresiones claras como la Gran Misión Vivienda Venezuela o una constituyente a puertas cerradas. ¿Puedes ayudarnos a entender, brevemente, este transcurrir histórico?
-Efectivamente, desde 1999, el protagonismo popular fue, junto a la mayor equidad en la distribución de la riqueza y la autonomía frente a los poderes hegemónicos mundiales, un pilar de todo el proceso. El pueblo pobre entrando en escena como actor político, es la esencia de la Revolución, su vitalidad.
Entre 2009 y 2012, Chávez subió el tamaño de esa apuesta, que sintetizó en 2012 en el “Comuna o nada”. En diálogo con las experiencias previas de organización popular, asume que la sobrevivencia y profundización de la Revolución se encuentra en la ampliación de los espacios de autogobiernos territoriales, en donde, desde abajo, se fueran construyendo nuevas formas de sociabilidad sustentadas en procesos de democratización económica y política.
Todo ello en un proceso de agregación progresiva de organizaciones territoriales que, “como una telaraña”, decía, fuera creando lo nuevo: la democracia socialista, a la venezolana. Se trataba de un gran experimento de impulso del Poder Popular desde el Estado, que logró animar y movilizar a una parte muy importante del pueblo pobre del país. Todo eso quedó programáticamente plasmado en el Plan de la Patria, en el Golpe de Timón y en el Aló Presidente Teórico N°1.
En 2013, sin embargo, entraron en resonancia varias crisis que explican el cambio en la orientación del gobierno en torno a muchos temas, incluyendo el del poder popular. No solo se perdió con la muerte de Chávez el liderazgo carismático y estratégico que facilitaba la articulación de sectores diversos en torno a un programa popular, sino que se inició una caída estrepitosa de los precios del petróleo en más de 60 puntos (entre 2014 y 2016), lo que implicó una radical disminución de la capacidad de compra en el exterior de los bienes intermedios y finales que el país requiere para su funcionamiento.
Hay que hacer un paréntesis para recordar que, pese a los logros en materia de inclusión social, la matriz productiva venezolana no fue modificada en los 15 años anteriores. No hubo una superación del rentismo por la izquierda. Por el contrario, nos hicimos más dependientes de las exportaciones petroleras, que eran el 77% del total de las exportaciones en 1997 y el 94% en 2014.
Otro elemento estructural, que se visibiliza muy claramente en este contexto, por la reducción de recursos del Estado, es la corrupción de una parte muy importante de la clase política, en gran medida vinculada al acceso a divisas para importaciones reales o fraudulentas.
Cerrado este paréntesis de factores estructurales, hay que agregar, por una parte, la terrible gestión económica del Gobierno, caracterizada por la inacción o medidas cortoplacistas, desde 2013 hasta 2017. Y, por otra parte, la radicalización de la arremetida de la derecha local e internacional, que identificó en esta debilidad económica y política su oportunidad no solo para lograr un cambio de gobierno, sino, sobre todo, para aleccionar al pueblo venezolano “mostrando” el fracaso de su revolución y la inviabilidad de cualquier experimento de superación democrática del capitalismo.
Manifestaciones insurreccionales (en 2014 y 2017), desconocimiento de resultados electorales (2013), conspiración contra la economía, bloqueo encubierto primero y abierto después, injerencia por parte de los Estados Unidos y otros gobiernos de derecha, en un contexto de reflujo de las fuerzas progresistas de la región. Todo esto implicó un gobierno muy débil, desde su nacimiento en 2013, un gobierno que logra mantenerse en el poder, pero no logra superar las crisis y mucho menos mostrar coherencia con el programa democrático de transición socialista.
Una parte de la dirigencia chavista va tomando el control del aparato de Estado y del PSUV, se va cerrando sobre sí misma, va realizando purgas, y decide una estrategia que implica el recorte progresivo de espacios democráticos. Legitimando su acción en la guerra económica y en la conspiración de la derecha (que son muy reales), responde limitando distintas formas de expresión de la voluntad popular.
Tanto en procesos nacionales, como la anulación del referéndum revocatorio impulsado por la oposición, la demora de un año en la realización de las elecciones de gobernadores o la omisión del referéndum popular para convocar el proceso constituyente, como en los espacios organizativos populares. En 2016 suspendieron las elecciones de los Consejos Comunales en todo el país y, en 2017, la línea fue elecciones de Consejos Comunales sólo con candidatos del PSUV.
En paralelo, el grueso de la acción social del gobierno se centró en los CLAP y en los bonos. Los consejos comunales perdieron vitalidad en los espacios populares, porque los CLAP generaron una estructura organizativa capilar sobre lo más importante para la gente: el acceso a los alimentos. A diferencia de los consejos comunales, en donde las vocerías son electas abiertamente por la comunidad, en los CLAP las representaciones son designadas por el Estado y el partido.
Esto significa, en la práctica, un saboteo estatal al fortalecimiento de los consejos comunales como espacio de poder popular. Les resta interlocución tanto con la comunidad como con las instituciones y profundiza el rol de los militantes sólo como gestores ante el Estado. El propio Nicolás declaró en 2017 que los CLAP eran “la mayor expresión del Poder Popular”.
En resumen, la ruta que decidió el gobierno para sobrevivir implica, en cuanto a la organización popular, formas organizativas controladas desde arriba, con nula autonomía, atravesadas largo a largo por lógicas clientelares despolitizadoras y el abandono de la propuesta de construcción socialista desde las bases. Eso por supuesto, choca contra múltiples experiencias levantiscas, chavistas, que existen por todo el país, que tienen hoy muy claro que “solo el pueblo salva al pueblo”.
-Aunque el ejercicio participativo del chavismo se encuentre en una suerte de ocaso, hay experiencias muy hermosas de organización popular, de ejercicio del Poder Popular, gérmenes de lo que Chávez llamaría “socialismo territorial”, desde comunas como El Panal o El Maizal hasta proyectos autogestionarios como el Movimiento de Pobladores o el Ejército Productivo Obrero pasando por ejercicios de distribución directa como Pueblo a Pueblo. Entonces, ¿cómo reactivar la potencia participativa, este acervo revolucionario, del proyecto Chavista?
-En medio de las múltiples crisis que vivimos como país, como izquierda y como chavismo , es importante reivindicar el orgullo chavista. Recordarnos que como pueblo pobre y como izquierda, protagonizando la Revolución Bolivariana, hemos tenido logros importantísimos: ser sujetos políticos, con conciencia de clase y de derecho; distribuir la riqueza nacional de manera más justa, mejorar sustancialmente nuestra vida, tener una política exterior autónoma y, derrumbar la ficción de que no hay alternativas a la democracia liberal y al capitalismo.
Pero no se trata solo de una reivindicación nostálgica del pasado. Desde lo que hemos vivido como chavismo , podemos leer la realidad actual y pensarnos salidas. Por ejemplo, podemos contrastar la política soberana petrolera chavista contra la privatización de facto que está ocurriendo en PDVSA, o al Chávez cuestionador del carácter racista y clasista de los operativos de seguridad de la Cuarta contra las ejecuciones extrajudiciales del FAES de la PNB y otros cuerpos de seguridad en los barrios populares, hoy.
De esa manera, desde nuestro orgullo chavista, interpelamos las orientaciones políticas que se apartan del proyecto que nos convocó, que nos pertenece como pueblo y que nos permitió mejorar nuestra vida. Y podemos, también, desde ese mismo orgullo, salir al encuentro de los sectores populares que están en la calle reclamando sus derechos: trabajadores que exigen sus derechos laborales, comunidades populares que exigen servicios públicos, enfermos que reclaman su derecho a la salud, campesinos que exigen su derecho a la tierra para producir alimentos y seguridad para sus vidas e integridad, etc.
El programa chavista del poder popular no cuenta ya con el Estado como el aliado que alguna vez fue. Eso es un dato de partida. Toca levantarlo casi exclusivamente desde las bases chavistas, desde las bases populares. Y para construir poder popular no hay que pedirle permiso a nadie, ni es un requisito contar con el apoyo de las instituciones o su legitimación. De hecho, en el mundo, Venezuela era una excepción, porque el poder popular se hace más allá de o en contra del Estado.
Un tema que considero central para la reactivación de la participación, es darles materialidad a las propuestas programáticas. Las experiencias organizativas deben asociarse a la resolución material de la vida y demostrar que es posible acceder a la satisfacción de derechos, como resultado de la autoorganización, la solidaridad, la participación directa y plural, la movilización y la exigibilidad al Estado o a poderes fácticos.
En esta coyuntura no cabe un discurso político con propuestas globales sobre la sociedad o la coyuntura, sin vinculación con la resolución de nuestros problemas inmediatos. La eficacia política pasa por la resolución de problemas concretos, por la vía de la autoorganización y de una pedagogía política democrática. En esto juega un rol fundamental el lograr construir un músculo económico que aumente la autonomía de las organizaciones populares.
Las experiencias que nombras y otras más justamente logran luminosidad porque parten de trabajos reales, no de tarimas o efectismos basados en financiamientos coyunturales. Tienen amplios respaldos sociales, porque la gente está protagonizando cambios profundos en su vida cotidiana.
Finalmente, creo que hay que promover espacios de articulación horizontal entre esos tipos de experiencias de construcción del poder popular, porque como islas estarían condenados a la derrota. Eso implica humildad, madurez política y una lógica pluralista que permita administrar democráticamente las diferencias. Hay que ir creando confianza entre esos actores del chavismo popular de izquierda, que son los que impulsan las experiencias reales de poder popular, sobre la base de hacer cosas juntos. Cosas pequeñas, primero y grandes, después.
Ese sector que no tiene fuerza política nacional actualmente, tiene sin embargo una fuerza moral increíble que hace posible una refundación chavista que relance el programa socialista del poder popular.
-Entre las experiencias hermosas de organización popular contamos con una en la que tu participas de forma directa, en el barrio de San Agustín en Caracas. ¿Nos puedes echar el cuento?
-Hago parte del Colectivo Surgentes, que acompaña desde hace cuatro años a organizaciones populares de San Agustín del Sur. El trabajo directamente en el territorio lo llevan otras compañeras del Colectivo y lo hacen con mucha pasión y mística revolucionaria. Junto a un grupo casi exclusivamente de mujeres de once barrios de la parroquia levantaron la Cooperativa Unidos San Agustín Convive, que distribuye verduras y hortalizas, quincenalmente, con un descuento de hasta el 70% en relación a los precios del mercado. Eso es posible por una alianza con los productores libres y asociados que forman parte de la red Pueblo a Pueblo. Nos estamos saltando las mafias de intermediarios, uniendo al pueblo del campo con el pueblo de la ciudad.
La Cooperativa cuida mucho sus procesos internos: la democracia, el pluralismo, la transparencia, la rendición de cuentas, la politización. Hemos visto que mucha gente chavista se ha alejado de los procesos organizativos populares (y mucha gente que nunca fue chavista no se acerca) porque identifica que existen privilegios en la distribución de recursos, que se reproducen las lógicas de “representantes” de la comunidad que tienen acceso preferente al Estado y entonces imponen sus decisiones expropiando el protagonismo popular.
Por eso, el cuido que las compañeras tienen de los procesos ha permitido el crecimiento y la apropiación local de la cooperativa. La gente identifica que ahí la política se hace de “otro modo”. Están demostrando, a veces en conflicto con la burocracia, que en medio de la crisis es posible crecer y acumular. Al tiempo que la Cooperativa contribuye con la mejora de la alimentación de la gente, aumenta los niveles de politización con prácticas democráticas que se inscriben en un horizonte chavista y socialista, sin excluir a nadie.
Lograron conseguir un camión donado por la ONA [Oficina Nacional Antidrogas] y fondos para repararlo, montaron un taller de producción textil que está generando fondo para las trabajadoras y para la cooperativa, mantienen con recursos propios tres espacios semanales de trabajo con niñas y niños, están montando una granjita agroecológica y mantienen permanentes relaciones con otros movimientos y colectivos que impulsan el poder popular, tanto en la ciudad como en el campo.
-Ahora, tomando una perspectiva más continental pero que también nos toca a nosotros, tú has mencionado en un balance sobre los procesos progresistas en América Latina que un sector de la izquierda está abdicando del Estado, lo cual consideras que es un error. ¿Podrías hablarnos brevemente sobre este análisis?
-Hay un sector de la izquierda intelectual latinoamericana que a la hora de hacer un balance de los llamados “progresismos” en la región terminan concluyendo que “no valió la pena”, porque hoy somos más dependientes, más extractivistas y menos democráticos. Este balance incluye una especie de abandono del Estado y una apuesta por la comunidad y las construcciones desde los movimientos sociales.
No quiero reducir sus argumentos que creo son importantes y necesarios para las discusiones a lo interno de la izquierda y mucho más complejos que los que señalo aquí. Solo resumo para explicar mi desacuerdo en relación con la renuncia al Estado.
Si bien hoy no tiene sentido pensar que la toma del poder equivale al control del Estado y que desde ese hecho fundacional se sustenta una revolución, tampoco lo tiene, a mi juicio, pensar que la mera acumulación desde abajo es la garantía de cambios más estructurales y sostenibles.
La derecha nunca se ha planteado una renuncia al Estado, porque el Estado sigue siendo un lugar denso de la red de relaciones de poder que surcan a una sociedad. Renunciar al Estado es perder por fortfait. Los procesos de cambio deben impulsarse tanto “desde arriba” como “desde abajo”, sin renunciar a espacios de disputa.
Tampoco, pese a las enormes complejidades que implica para la experiencia venezolana (con un Estado rentista), creo que hay que sentir vergüenza porque las experiencias de organización venezolanas fueron impulsadas desde el Estado (es decir, “desde arriba”). Efectivamente eso implica una tendencia inevitable al control, al uso clientelar, a la docilización, pero también hay que evidenciar que fue por ese apoyo del Estado, por esa decisión política de la Revolución Bolivariana, que fue posible la mayor experiencia de participación y organización popular del país.
Lo que la gente ha aprendido, lo que se ha politizado, incluso en esas mezclas de autonomía, rebeldía, clientelismo y docilidad que implican las actuales relaciones con el Estado, es muy grande y muy importante. Como lo fue el uso político del petróleo (administrado por el Estado) para distribuir riqueza y promover espacios de autonomía en la región. Como decimos en Venezuela, nadie nos quita lo bailao, aunque tenemos mucho que evaluar críticamente y aprender, de nuestra propia experiencia.
Esta entrevista se realizó para Venezuelanalysis. Se puede descargar la versión en inglés aquí.