América Latina, cuadro de situación

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José Steinsleger|

Siempre sonará estimulante eso de respetar el veredicto de las urnas. Políticamente, nada más saludable que el pueblo (o, si así lo prefiere, la gente, la sociedad), elija democrática y periódicamente a sus gobernantes, para que el estado de derecho y las instituciones continúen funcionando con normalidad. ¿Dije normalidad? ¿Dije estado de derecho?

Naturalmente, me refería al ideal de la democracia. No como la de Honduras, donde el pueblo (la sociedad, la gente) concurrió a las urnas teniendo enclavada, en el corazón del territorio, la mayor base militar del Pentágono en América Central. O Brasil, donde un parlamento corrupto hasta el tuétano, destituyó a una presidenta democráticamente elegida.

O sin ir lejos, México. Donde la titular de la Comisión de Gobernación del Senado dijo que la Ley de Seguridad Interior será aprobada sin cambios. Dicho esto, faltaba más, en el país que encabeza la tabla de muertos y desaparecidos de América Latina. O Argentina, con un gobierno democráticamente elegido, convertido en ariete de la política del imperio contra la Venezuela democrática y bolivariana.

Tal como van las cosas, parecería atinado calificar a nuestros países de repúblicas bananeras. Frívola muletilla despectiva, inventada en la novela Cabbages and Kings (1904) por el escritor estadunidense O. Henry (seudónimo de William Sydney Porter, 1862-1910), y vulgarizada en 1916 por el diario neoyorquino River Times, cuando Washington fletaba sus cañoneras para imponer orden en el Caribe y América Central. Sin embargo, muchas cosas han cambiado desde entonces. Veamos:

1) Más allá del desconcierto de buena parte de sus dirigencias, todos los pueblos latinoamericanos están en pie de lucha. Pero el imperio ya no usa la expresión banana republic para descalificarlos. Marca y logo, por lo demás, de una cadena estadunidense de tiendas que vende ropa de lujo para el turismo de aventura.

2) Con su propia escala de valores (calculada a modo), los indicadores de riesgo de nuestros países se califican según las nuevas muletillas convenidas en la Organización Mundial del Comercio (OMC): democracia, libertad, corrupción, narcotráfico, seguridad, transparencia, clima de negocios. Pero cualquier decisión política soberana, o dirigente popular que las ponga en cuestión, serán calificados de populistas. Y lo sorprendente es que muchos analistas, en principio inteligentes, las dan por buenas.

3) Aunque la cuarta flota continúe navegando por el continente, la rápida instalación de bases militares del Bravo a Ushuaia, junto con la tercerización de algunos gobiernos para desestabilizar a otros (casos de Colombia y Chile frente a Venezuela y Bolivia), han sustituido el recurso de la invasión militar directa.

4) A pesar de los reveses políticos (Argentina, golpe parlamentario en Brasil, fraude electoral en curso en Honduras), una mirada atenta y sin telarañas mentales puede constatar, con mirada realista y desde abajo, que no será fácil imponer, pacífica y democráticamente, los renovados intentos de explotación y sometimiento.

5) La irrupción masiva y deliberante de los sectores medios en todos los escenarios políticos ha puesto contra las cuerdas a los teóricos clasistas de la revolución. Mayor razón, entonces, para revisar ciertas premisas ancladas en la Comuna de París, o la toma del Palacio de Invierno. Porque desde ya, sería ganancia que a las nociones de “libertad e igualdad, conquistadas por la burguesía liberal, se pusiera en práctica la de solidaridad, escamoteada por el sectarismo y el chovinismo de izquierda.

6) Las clases dominantes se han renovado ideológicamente y, a través del poder mediático, financiero y judicial, son más perversas y feroces que nunca. Tienen perfectamente claro, por ejemplo, que el asesinato selectivo y la conquista mediático/simbólica de los espíritus (la subjetividad, bah), resultan más eficaces que los anacrónicos golpes de Estado. Una entidad, por lo demás, que casi a pedido de muchos izquierdistas, la verborrea conservadora y liberal se ha propuesto reducir a entelequia.

Habrá más comentarios en estos boletines. Por ahora, quedémonos con un comentario del Pepe Mujica, con el que se puede o no estar de acuerdo. Entrevistado por un filósofo rioplatense, el ex presidente de Uruguay dijo: Antes queríamos cambiar el mundo, ahora queremos asfaltar algunas calles.

Con agudeza, el filósofo infiere: Si como quiere Mujica, volvemos a pavimentar las calles, sacaremos del barro a los nuevos mendigos y, felices, porque nos importa el dolor de los otros, la cicatriz ajena, los veremos caminar hacia el horizonte, paseando otra vez por el asfalto de la dignidad. Y, posiblemente, con nuevas teorías revolucionarias.