Almuerzo en el Vaticano: Cristina, Francisco, un beso, un mate y Malvinas
EDUARDO FEBBRO|La inteligencia política ganó la escena del Vaticano con el primer encuentro entre Jorge Bergoglio, convertido en el papa Francisco, y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Ambos compartieron el último almuerzo antes de que Bergoglio asuma hoy oficialmente su pontificado.
La reunión entre ambos dirigentes selló la concordia pública entre un papa recién electo al que se atribuyó en su momento dotes de opositor y una jefa de Estado que aceptó la oportunidad de un encuentro ofrecido en un momento particular de la historia vaticana. Hay que señalar que el único almuerzo privado que existe en el mandato del predecesor de Francisco, Benedicto XVI, fue con el presidente italiano Giorgio Napolitano. La iniciativa papal escapa a todas las normas y deja con apetito a quienes esperaban una confrontación aguda entre el Sumo Pontífice y las autoridades del Estado argentino. Cada uno en su puesto y en el personaje que encarna, Francisco y Cristina hicieron circular un mensaje conciliador.
El le agradeció la visita y ella dijo que le había gustado ese gesto, porque encarnaba uno de “los rasgos distintivos” de Francisco, “la sencillez”. El Papa y la mandataria argentina intercambiaron regalos en un clima de distención, sin el protocolo que caracteriza estos encuentros. Las imágenes que se conocieron hablan por sí solas. El le dio un beso, ella lo tomó del brazo y le dijo: “¿Puedo tocar? Nunca un papa me había besado”.
En lo sustancial, según la versión que ofreció la Presidenta de este inédito almuerzo, el encuentro fue “fructífero e importante”. Cristina Fernández dijo que solicitó la “intermediación” del Papa para “lograr el diálogo en la cuestión Malvinas”. Y que el pedido había sido hecho con “una doble convicción”. La Presidenta recordó el momento “dramático” y “terrible” de 1978, cuando Chile y la Argentina “estaban gobernadas por dos dictaduras” y estuvieron a un paso de la guerra por la soberanía del canal de Beagle.
En aquel entonces, la mediación del papa Juan Pablo II permitió un acuerdo que luego fue “plebiscitado en democracia”. Cristina Fernández puntualizó en este contexto que el único riesgo que existe hoy “es la militarización que el Reino Unido está ejerciendo sobre el Atlántico sur”. Por consiguiente, “como la Argentina es un país pacífico, lo único que queremos es que se cumplan las múltiples resoluciones de Naciones Unidas para sentarnos a dialogar: esto es lo que le pedimos al Santo Padre. Su intermediación para lograr un diálogo entre las partes”. Cabe recordar que hace ya un tiempo Bergoglio dijo “las Malvinas nuestras”. Ahora, desde luego, como jefe espiritual y político, su posición, al menos la pública, será más matizada. En todo caso, esta misma semana, el primer ministro británico, David Cameron, se adelantó a lo que pudiera pasar y dijo: “No estoy de acuerdo con él. Con respeto, obviamente, pero la fumata blanca sobre las Malvinas fue muy evidente. Hubo un referéndum extraordinariamente claro (en referencia a la consulta que se realizó en las islas los pasados 10 y 11 de marzo) y esa elección debe respetarla todo el mundo”.
El segundo tema tratado fue una sorpresa. La jefe de Estado contó que el Papa le habló de “la Patria Grande” y “del rol que están cumpliendo los distintos gobernantes de América latina, porque trabajaban unidos por la Patria Grande”. El Papa recurrió a esa expresión porque “era la que utilizaban San Martín y Bolívar”. La Presidenta confesó que el empleo de esa expresión la “impresionó mucho”. Por último, ambos responsables evocaron el tema de “la trata de personas en general y también, específicamente, la esclavitud”. Cristina Fernández adelantó que hay “un gran compromiso” por parte de Francisco “en la lucha contra la esclavitud, el trabajo esclavo, la trata de personas”.
No hubo entonces ni confrontaciones ni desencuentros en el Vaticano. Francisco y la Presidenta asumieron el papel que les compete y con un par de imágenes bien destiladas escenificaron un reencuentro. Ella le entregó como presente un equipo completo de mate confeccionado por una cooperativa del Plan Argentina Trabaja y un poncho de vicuña de la provincia de Catamarca, “para que se abrigue del frío europeo”. El Papa le dio el libro de la Conferencia Episcopal Latinoamericana, un mosaico de la fundación de la basílica de San Pedro y una rosa blanca en representación de Santa Teresita, que la Presidenta valoró especialmente ya que se trata de la patrona de El Calafate. CFK también invitó al Papa, en calidad de jefe de Estado, a venir a la Argentina, ya que la agenda de Bergoglio incluye en julio un viaje a Brasil, donde encabezará un encuentro de la juventud.
Existirán, desde luego, como en todo encuentro “privado”, zonas de asperezas y negociación, pero lo que trascendió hacia afuera en imágenes y palabras marca el matiz de la relación futura. La moderación fue mutua. Francisco ya esbozó hace unos días la línea que podría seguir su papado. En un encuentro con los periodistas, dijo: “La Iglesia no tiene una naturaleza política sino espiritual, camina hacia el encuentro con Jesucristo y sólo en esta perspectiva se puede saber lo que hace la Iglesia Católica”.
Francisco tiene por delante una misión en rompecabezas, empezando por la acuciante y compleja tarea de remodelar la curia romana, empantanada en una gama ascendente de escándalos de toda índole. En este contexto, la Presidenta dio también su impresión personal sobre el Papa: “Lo puedo definir en tres palabras: lo vi sereno, lo vi seguro, lo vi en paz. Lo vi tranquilo y podría decirles que lo vi también ocupado y preocupado por lo que va a ser la inmensa tarea, no solamente la de conducir el Estado del Vaticano sino también el compromiso de cambiar las cosas que él sabe que deben cambiar”. En términos políticos, el viaje de Cristina Fernández a Roma ha sido muy provechoso para ella y para el Papa. Se sacaron de encima una sombra: una inversión con mucho rédito político para el Estado del Vaticano y el gobierno argentino. Si se lo mide en términos de estrategia, el primer paso político que dio Francisco en el escenario de su pontificado consistió en mostrar públicamente que quien aparecía hasta ahora como su adversaria almorzó en privado con él a pedido suyo. Un par de gestos pactados en el buen momento pusieron las relaciones en otro carril. No hay que ser sordos a las homilías del Papa: todas tienen, también, una lectura política. En la homilía del primer Angelus celebrado el domingo, el Papa ahondó en el tema de la misericordia y dijo que de Cristo “no escuchamos palabras de desprecio ni de condena, sino únicamente palabras de amor, de misericordia”. La casa Santa Marta, del Vaticano, donde se encontraron la Presidenta y el Papa, los tuvo como protagonistas de una misericordia muy oportuna y benéfica para ambos.
Sin reproches y con expectativas
Bertone, crticado y confirmado
Dos días después de haberlo confirmado en su puesto de manera provisional, el papa Francisco se reunió con el secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone, acusado de ejercer un “mal gobierno” en la Santa Sede.
Asimismo, el portavoz vaticano, Federico Lombardi, confirmó ayer que el informe sobre el escándalo de las intrigas, enfrentamientos y supuestos casos de corrupción en el Vaticano está a disposición del nuevo pontífice, pero advirtió que no cree que haya tenido tiempo de leerlo.
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Addendo:
Sin reproches y con expectativas
WASHINGTON URANGA| No sería lógico pensar que a partir de la elección del nuevo papa, Cristina Fernández y Jorge Bergoglio han dejado de lado sus diferencias y cambiaron radicalmente las posturas que antes los distanciaron. Sí está claro que con Bergoglio como Francisco cambió el escenario y esto, necesariamente, redefine a los actores.
Francisco, en alguna medida, ya no es Bergoglio. Sus responsabilidades y sus preocupaciones son otras. No sólo su grey se amplió a 1200 millones de fieles en todo el orbe, sino que se ha convertido en un referente político y simbólico en el mundo. Esto modifica su forma de posicionarse, la manera de entablar las relaciones. Bergoglio, que es un hombre inteligente, lo sabe y lo pone en práctica. Por eso, más allá de insistir en sus gestos de austeridad y espontaneidad –que también son parte de su estrategia de instalación mediática–, se comporta como lo que es: el Papa.
Cristina Fernández, por su parte, sabe bien que las posibles disputas locales pasan ahora necesariamente a un segundo plano. La Presidenta también tiene mirada de estadista y, de inmediato, evaluó la importancia y el valor que adquiere para la Argentina –y para su propio gobierno– contar con la simpatía y el aval del Papa. De allí la rápida reacción institucional de la Presidenta para convertirse en la primera que saludó al nuevo Papa con un mensaje que algunos calificaron de “frío”, pero que en realidad se adecuó al marco de una relación institucional. ¿Qué se pedía? ¿Que el texto del saludo presidencial desbordara euforia? Si así hubiese sido, la crítica habría llegado por otro lado: la utilización de la figura del nuevo Papa.
Antes del encuentro del mediodía de ayer en Roma, hubo mensajes de parte y parte. Cristina Fernández sumó a la comitiva a Alicia Oliveira, amiga personal del Papa, ex defensora del Pueblo de la Ciudad, jueza exonerada por la dictadura y militante por los derechos humanos que ha defendido a Bergoglio de las acusaciones que se le hicieron de complicidad con la dictadura militar. Un mensaje hacia Bergoglio. Frente a los trascendidos que indicaban que Francisco podría no recibir a Cristina Fernández, el Papa no sólo le concedió la primera entrevista que dio a un jefe de Estado, sino que la invitó a almorzar y a mantener un diálogo privado, con agenda abierta y fuera del protocolo. Otro mensaje.
Entonces, antes de verse las caras, Cristina y Francisco ya sabían que el encuentro entre ambos dejaría de lado eventuales reproches y pase de facturas y los dos concurrieron a la cita dispuestos a “mirar hacia adelante”. Precisamente éstas fueron las palabras que utilizaron algunos integrantes de la delegación argentina cuando se les preguntó cuál había sido el sentido del diálogo.
Al Papa y a Cristina se los vio distendidos y alegres ante las cámaras mientras compartían regalos. Según pudo saberse, el mismo tono se extendió durante el almuerzo privado que compartieron en la residencia provisoria del nuevo papa. El encuentro –para sorpresa de la delegación oficial argentina– duró dos horas y media. Todos suponían que, atendiendo a la recargada agenda papal, la reunión no superaría la hora, como mucho, hora y media. La extensión es otro mensaje de confianza y de reconocimiento de Bergoglio, un hombre a quien no se le escapa este tipo de detalles.
En una comunicación con la prensa, Cristina hizo público algunos de los temas que habló con el Papa. Central es el apoyo pedido para la resolución de la cuestión Malvinas. Nadie dijo lo que Bergoglio opinó sobre el tema, pero su posición se conoce de antemano. Por ese mismo motivo había salido ya al cruce el primer ministro británico, David Cameron, tratando de marcarle la cancha al Papa, casi exigiéndole que no hable como argentino. Lo que sí es importante es que Francisco, ya en su nuevo rol de jefe del Estado vaticano y pontífice de la Iglesia, le dio su acuerdo a Cristina para que dijera públicamente que Malvinas fue un tema de agenda.
Bergoglio también conoce aquellas interpretaciones que apuntan a decir que su nombramiento es una manera de acallar y frenar a los gobiernos y los movimientos populares en América latina. Por eso envió un mensaje a través de Cristina Fernández al mencionarle la idea de la “patria grande” y hacer referencia a San Martín y Bolívar. También cuando le obsequió a la Presidenta el texto del documento de Aparecida (2007), donde los obispos latinoamericanos fijaron su posición sobre la realidad del continente y los desafíos que plantea. Bergoglio fue el presidente, por elección de sus pares obispos, de la comisión redactora de ese texto, que luego fue aprobado en asamblea por más de trescientos obispos delegados de todos los países de la región.
Está claro que los gestos y los mensajes no bastan por sí mismos. No borran el pasado ni determinan el futuro. Sirven, no obstante, para establecer claves de interpretación y, en algunos casos, para generar espacios para nuevos diálogos, otros intercambios. Habrá que esperar los hechos para tener indicios más ciertos.
Es evidente que los temas que trascendieron no son todos los que abordaron en una conversación privadísima entre Cristina Fernández y Francisco durante más de dos horas. Apenas se supo que el Papa también le manifestó a la Presidenta su respaldo a que los jóvenes participen activamente en política. Y también hubo tiempo para repasar los desafíos que Francisco tiene que afrontar en el futuro inmediato de la Iglesia. No se sabe si el Papa se lo dijo o no a Cristina. Pero en Roma se comenta que, pasadas las celebraciones de hoy en San Pedro con la misa inaugural de su pontificado, Francisco se abocará de lleno a dar respuesta a los problemas más urgentes. Por el momento, la medida más importante –aunque provisoria–- ha sido la de confirmar en sus puestos a todos los miembros de la curia vaticana. Pero el Papa tiene en sus manos el documento que prepararon los cardenales Julián Herranz, Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi con los resultados de la investigación que les solicitó Benedicto XVI a raíz de las luchas de poder en el Vaticano y las filtraciones de los denominados Vatileaks. Francisco tiene previsto además almorzar el próximo sábado con Benedicto XVI. En el citado informe se encuentran mencionados muchos de los actuales miembros del gobierno de la Iglesia ahora provisoriamente confirmados en sus puestos. A partir de esta misma semana, el papa Francisco va a comenzar a convocar uno por uno a todos los aludidos para escuchar, de su propia voz, sus descargos. Cuando termine con esa ronda, tomará determinaciones. Antes no habrá nombramientos definitivos y no se conformará el nuevo equipo de gobierno de la Iglesia.
Volvamos al encuentro entre Cristina y Francisco. La Presidenta supeditó la visita del Papa a los ajustes que el pontífice pueda hacer en su agenda. Sin embargo, se puede decir que el Papa le aseguró a Cristina que vendrá a la Argentina en el futuro cercano. Julio podría ser una buena fecha, con ocasión del viaje ya programado a Brasil para participar de la Jornada Mundial de la Juventud. Después será cada vez más difícil, dado que Bergoglio no aceptaría llegar al país en medio de los debates de la campaña electoral para las elecciones legislativas.
En el ánimo y en la actitud política de los interlocutores estuvo claro que la idea es “mirar para adelante”, sin que eso signifique desconocer que existen diferencias, ni olvidar los desacuerdos precedentes. Pero los dos saben también que la colaboración entre ambos, desde sus respectivas funciones, puede ser beneficiosa para la Argentina y para el Vaticano y la Iglesia. El nuevo escenario y las nuevas responsabilidades de Bergoglio, convertido ahora en Francisco, generaron condiciones favorables para esta nueva situación.