Alivio por el triunfo de Boric, incertidumbre por la socialdemocratización de su discurso
Álvaro Verzi Rangel |
La derecha reaccionaria esperaba sumar un peldaño en Chile. El tándem de José Antonio Kast con el ulutraderechista presidente brasileño Bolsonaro habría significado una pinza amenazante para la región. No pudo. Casi 12 puntos de ventaja pusieron fin a uno de los procesos más polarizados e inciertos desde el retorno a la democracia en 1989. En una jornada calurosa y con una notoria baja de la locomoción pública que intentó impedir que la ciudadanía fuera en masa a votar por su futuro, por el centroizquierdista Gabriel Boric.
A sus 35 años, Gabriel Boric es el presidente electo más joven (el 11 de marzo cuando asuma tendrá 36) y el más votado de la historia chilena, con un inédito 55% de participación electoral. También es la primera vez que un diputado en ejercicio como él se vuelve presidente.
Además, el próximo mandatario acompañará el proceso del plebiscito ratificatorio de la Nueva Constitución, durante el primer semestre del próximo año, cuando se cumpla una década de las grandes protestas estudiantiles de 2011 donde Boric, entonces dirigente de la Universidad de Chile, fue uno de los liderazgos más destacados. Movimientos en contra de un modelo económico generador de desigualdad, pobreza y saqueo del país, y que culminó con la redacción de una nueva Constitución.
“¿Cuántos de ustedes marcharon el 2006, el 2011, el 2012? Somos de una generación que emerge a la vida pública demandando que la educación sea un derecho y no un bien de consumo”. También habló de terminar con el particular sistema de pensiones que hace a privados invertir con los dineros que la gente impone obligatoriamente para la jubilación sin hacerlos participar de las ganancias. “No queremos que sigan haciendo negocios con nuestras pensiones”, dijo a los millares de santiaguinos que festejaban el triunfo.
Si el resultado fue sorprendente e inesperado, también lo fue lo copioso de la participación, que fue de 55,4 por ciento de los ciudadanos inscritos, en contraste con el 46,7 que se registró en los comicios anteriores y el 41,98 en los de 2013. Resultó inédito, asimismo, que el aspirante que quedó en segundo lugar en la primera vuelta se alzara con el triunfo en la segunda.
La elección de Boric significó, además, la derrota de la reacción conservadora y autoritaria, en un desenlace presidencial en continuidad con la crisis detonada a partir del 2019, cuando el pueblo –sobre todo las nuevas generaciones- tomaron las calles, demostrando –como dice Aram Aharonian- que la izquierda, en América latina, está en las calles.
Sobre el final de su primer discurso como presidente electo, Boric señaló: “Hoy día la esperanza le ganó al miedo. Chilenos y chilenas hemos llegado con un proyecto de gobierno, que se puede sintetizar en avanzar con responsabilidad en los cambios estructurales que Chile necesita. Nuestro gobierno va a ser un gobierno con los pies en la calle”
También habló sobre defender los derechos humanos, defender la nueva constitución y luchar contra proyectos que destruyan el medio ambiente “No a Dominga… No podemos mirar para al lado cuando la avaricia de unos pocos destruye ecosistemas únicos”.
Reconoció que “los tiempos que vienen no serán fáciles” y que deberá hacerle frente a las consecuencias de la peor pandemia del último siglo, pero también del estallido social. Señaló que “nunca, por ningún motivo debemos tener a un presidente que le declare la guerra a su propio pueblo”, aludiendo a una frase del actual presidente Sebastián Piñera, en medio de los disturbios de Santiago de 2019, asegurando que “estábamos en guerra”. Luego repitió el cántico que surgió entre el público: “Justicia, verdad, no a la impunidad”.
Desde el estallido social, la crisis se tradujo en una seguidilla de acontecimientos callejeros y electorales, en particular el plebiscito por una nueva Constitución, y la instalación de la Comisión Constitucional, en julio pasado, encargada de la redacción del nuevo texto constitucional, que dará por terminado al de la dictadura de Augusto Pinochet.
Para la segunda vuelta electoral, Boric redefinió su discurso, potenciando temas como la seguridad, migraciones y la mirada al futuro, sumando a Izkia Siches, presidenta del Colegio Médico como vocera, una de las líderes más carismáticas y queridas durante la pandemia.
También logró eludir las provocaciones de la ultraderecha, los adláteres de Kast que tanto en debates televisivos como en redes sociales fueron pródigos en fake news y rumores, incluyendo desde montajes fotográficos hasta acusarlo de consumo de drogas (Boric en pleno debate mostró un test antidrogas), una estrategia que nunca antes en Chile había llegado a ese nivel de profesionalismo político, al mejor estilo trumpista.
Para algunos analistas, lo destacable fue el contraste entre dos candidatos que por primera vez desde 1993, año del restablecimiento de la democracia formal, son ajenos a los dos grandes bloques de centroizquierda y centroderecha que se alternaron en la Presidencia, así como el hecho de que tanto Boric como Kast rompieron con los consensos básicos de la transición chilena.
Mientras Boric se ha manifestado por abandonar el modelo neoliberal impuesto desde 1973 por la dictadura militar de Augusto Pinochet, Kast, quien se formó políticamente en los entornos pinochetistas, amenazaba con suprimir derechos y libertades arduamente conseguidos en décadas de luchas y movilizaciones.
Resulta inevitable, por ende, experimentar una sensación de alivio por la derrota de un reaccionario próximo a las posturas de los neofascistas, que no vaciló en condenar el derecho al aborto, los derechos de los pueblos originarios y de las minorías sexuales y manifestó una abierta hostilidad hacia las conquistas sociales en materia de educación, salud y trabajo.
En contraste, en diversas ciudades chilenas se festejó lo que muchos consideran el triunfo de los movimientos sociales que estremecieron al país durante una década, empezando por las movilizaciones estudiantiles, la lucha de los mapuches y la generalizada rebelión social que tuvo lugar en 2019 y 2020 Sin embargo, deben observarse con cautela las perspectivas transformadoras del gobierno que se iniciará en breve.
Hay que tener en cuenta que el Legislativo emanado de la elección del 21 de noviembre está fragmentado en más de 20 partidos y cuatro coaliciones con fronteras ideológicas difusas, y en el cual las formaciones que apoyan al nuevo presidente electo apenas cuentan con la cuarta parte de los escaños, en tanto que las coaliciones de derecha mantienen entre ambas una amplia mayoría.
Asimismo, entre la primera y la segunda vuelta, Boric y Kast, en busca de los votos del centrismo, moderaron sus posturas más firmes y a adquirieron diversos compromisos políticos, lo que merma significativamente las posibilidades de una ruptura con el orden establecido. Todos esperan que el nuevo presidente chileno se sume a los gobiernos progresistas surgidos en años recientes y que así se pueda propicia un nuevo impulso en la región a los programas de justicia social, soberanía e integración regional.
Todo esto es, en gran medida, corolario de un hondo descontento social, que llevó al estallido de protestas iniciado a fines de 2019 (con un antecedente de importancia en las movilizaciones estudiantiles de 2011, de las que surgió, entre otros líderes políticos actuales, Boric) y a un considerable aumento de la participación electoral en el balotaje, que fue la mayor desde que el voto dejó de ser obligatorio en 2012.
Las razones del descontento no son un misterio. Chile soporta desde el golpe de 1973 una gran desigualdad, arraigada en la mercantilización de bienes y servicios básicos como la educación, la salud y el sistema previsional, y fomentada por normas constitucionales que privilegian la actividad privada, determinó y profundizó graves carencias, castigó en especial a los sectores más vulnerables de la población y causó un fuerte endeudamiento de los hogares, frustrando las expectativas de movilidad social.
La derecha, al igual que en toda América Latina, intentó atemorizar a la ciudadanía diciendo que Chile podía convertirse en “otra Venezuela”, pero pocos se asustaron con ese cuento. En su primer discurso, el presidente electo prometió un gobierno abierto a la participación popular para “sostener el proceso de cambios”, que resumió como una “ampliación de la democracia” que dé respuestas a “las demandas de justicia y dignidad”.
Anunció cambios significativos en el terreno de los derechos, incluyendo los de los pueblos indígenas; un sistema de cuidados que emancipe a las mujeres de la sobrecarga en ese terreno; y el fin de las administradoras privadas de fondos previsionales, que serán reemplazadas por un “sistema público y autónomo sin fines de lucro”.
Con Boric llega una centroizquierda que sabe que “los tiempos que vienen no van a ser fáciles”, pero que se compromete a “avanzar con responsabilidad en los cambios estructurales, sin dejar a nadie atrás”. Del dicho al hecho… ya habrá tiempo de analizarlo.
El proceso chileno ha tenido, desde hace más de medio siglo, características que lo diferencian en el marco de la región. Esto impone cautela a la hora de realizar predicciones sobre lo que vendrá, pero no hay duda de que ha comenzado una nueva etapa, con hondas raíces sociales y un aumento de la participación democrática, lo que da lugar a nuevas (o renovadas) esperanzas.
Se logró el gobierno, resta consolidar la gobernabilidad
Gabriel Boric, el Presidente electo, ya ha logrado trascender las fronteras de su propia coalición política pero aún no está claro cómo hará frente en los próximos meses y años a las tensiones con los partidos del Apruebo Dignidad, compuesto por el Partido Comunista y las agrupacioness del Frente Amplio. Ya ha conquistado el Gobierno, queda por delante la gran tarea de asegurar la gobernabilidad.
Queda por verse si la socialdemocratización de la segunda vuelta, encabezada por el propio candidato para conquistar votos del centro, y base de su triunfo electoral, encontrará eco al interior de su propia coalición. Algunos analistas se han preguntado si ese movimiento hacia el centro, la moderación y la socialdemocracia fue un movimiento táctico, de tipo electoral, o si surge desde las propias convicciones.
Algunos sostienen que lo que hay es una evolución y un proceso de maduración para él y para quienes condujeron el movimiento estudiantil, en 2011, como Giorgio Jackson, Camila Vallejo y Karol Cariola, la llamada generación del recambio, que es, precisamente, la que deberá hacer el cambio.
Pero las movilizaciones estudiantiles abrieron paso a la etapa de las elecciones parlamentarias, de asumir funciones de Estado, hasta que el estallido social volvió a trasladar la política a la calle. “Evasión masiva, desobediencia civil y renuncia de Piñera”, gritaban los jóvenes dirigentes del PC y el Frente Amplio hasta desembocar en el proceso constituyente, entonces con un pie en la Convención y otro pie en la calle.
Chile presenta un escenario de restricción fiscal y de una economía sobrecalentada para el 2022, con un candidato que ya se ha comprometido a respetar el recorte de un 22% del presupuesto para el próximo año, mientras se tramitan en el Parlamento los proyectos sobre reforma tributaria y pensiones.
Ignacio Walker señala que “sabido es que las elecciones se escriben en poesía y los gobiernos en prosa, lo que no sabemos es hasta qué punto la deriva socialdemocratizadora del Presidente electo, que lo condujo al triunfo en la segunda vuelta electoral, encontrará eco al interior de su propia coalición”.
Ya elegido el presidente, comienzan las pruebas hacia la gobernabilidad. La primera estará constituida por la recepción en la coalición del documento “Un crecimiento sostenible y equitativo para el corto y mediano plazo”, de siete carillas, y el “Acuerdo de implementación económica”, de 18 carillas, entregados por el Comité Asesor Económico de la candidatura de Gabriel Boric.
El presidente electo ha resaltado que esos documentos reflejan su propia postura como candidato, lo que no significa que el Partido Comunista y los otros del Frente Amplio asumen como suyos ambos documentos sobre contenidos programáticos, gradualidad y responsabilidad fiscal, ya que ambos documentos entran en tensión con las 229 páginas del “Programa de gobierno de Apruebo Dignidad”.
José Manuel Rodríguez señala que “Boric, más un inteligente millennials que un militante de la izquierda, imagina que el camino adecuado para congeniar el progreso con la vida digna es la socialdemocracia. No creo que desconozca el reiterado fracaso de quienes han buscado ese camino. Tampoco desconoce el fracaso del socialismo en aquellos países de la órbita soviética”.
“Lo que parece desconocer es el peso del capitalismo imperial. Desconociendo eso no puede entender la importancia que tiene, en la lucha por la soberanía de los pueblos, ser antiimperialista. Sólo eso puede explicar que llame “dictaduras” a los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela”, indica alarmado.
Como alertaban en las calles con sus cánticos los entonces jóvenes (en 1973): Cuidado, una cosa es el gobierno y otra la toma del poder.
*Sociólogo, codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
*Sociólogo, codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)