¿A quién reclamo esta traición a la crónica?
ANTONIO BARRIOS | Javier Castro me contó que se recupero en un centro de la Misión Negra Hipólita. Ahí le dieron de comer: “una parrilla y un refresco”, y así lo plasmé, pero esto fue alterado de manera arbitraria por los editores.
Tengo como gran referente una crónica de Tomás Eloy Martínez muy conmovedora: En memoria de Susana Rotker. Allí, el periodista narra la trágica muerte de quien fue su compañera de vida, y por la contundencia del texto, el luto del escritor se convierte en el duelo de todos.
La leímos en el taller que organizó la Fundación Bigott durante el año 2012, donde 17 participantes escribimos textos, durante una semana intensa de consejos y revisiones (del 11 al 15 de junio), para publicarlos en el libro Desvelos y devociones. El pulso y el alma de la crónica en Venezuela 2012.
Este admirado cronista argentino es el mismo que esbozó una especie de decálogo del quehacer periodístico en el que señala: “No hay que escribir una sola palabra de la que no se esté seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza”.
Luego de tener el libro de crónicas publicado en mis manos, de leer el texto El hombre que se transformó en el cine con mi nombre en sus páginas, recordé nuevamente a Tomás Eloy.
En ese seminario, dictado por Alfredo Meza y la periodista Albor Rodríguez, escribí una crónica sobre el poder que tuvo la cultura para cambiar a un hombre que estuvo sumergido en el infierno de las drogas: Javier Castro, hoy cineasta.
Después de un año, este jueves 13 de junio de 2013, acudí a la presentación del libro con la emoción de todos los participantes. Sin embargo, de regreso a casa, leí la crónica y encontré que mi palabra estaba burlada, pero no sólo la mía sino la de Javier y la de su madre, a quienes entrevisté para este trabajo.
La Agencia Venezolana de Noticias (AVN) había propuesto mi nombre para acudir a este taller y acepté siempre abierto a nuevos aprendizajes y, sobre todo, en un área que me mueve tanto como el periodismo narrativo. Escribí apasionado por el personaje, por su ejemplarizante historia y por el testimonio vivo sobre la cultura como arma transformadora. No pensé que la publicación me dejaría el mal sabor que tengo ahora porque el resultado fue un texto intervenido por editores que no respetaron lo que escribí.
Javier Castro, el personaje de la crónica, me contó que en el Centro de Rehabilitación de la Misión Negra Hipólita donde se recuperó gracias a la atención psicológica y a su fuerza de voluntad, le dieron de comer: “una parrilla y un refresco”, y así lo plasmé, pero esto fue alterado de manera arbitraria por los editores.
En la edición que me propuso Alfredo Meza vía mail, casi nueve meses después de la culminación del taller, suprimió “la parrilla y el refresco” y colocó que Javier ingirió “una pastilla que le sacó unas cuantas lágrimas” en el Centro de Rehabilitación.
Con ello se hace una afirmación que no suscribo, porque coloca palabras que no son mías, ni retratan la esencia del testimonio de Castro. La frase sugiere que hubo un supuesto procedimiento o tratamiento en la Misión Social, que no se puede sostener con grabaciones o documentos, por lo que consideré que este detalle alteraba el fondo de lo que quería transmitir y enseguida se lo hice saber a Alfredo Meza, quien vía e-mail aceptó respetar el texto original. “Gracias por el feedback y de inmediato introduciré tus observaciones”, me dijo.
En el prólogo del libro crónicas, Meza exalta trabajos como el de un periodista de El Nacional que hizo un perfil del ex-candidato presidencial de la oposición y que, según el prologuista, protagonizó una “desigual” campaña contra “todo el poder del Estado”, sin hablar del enorme poder económico que lo apoyó, ni del enorme poder de los medios de comunicación privados que lo promocionaron. También resalta un texto sobre las personas que perdieron su vivienda por las lluvias y se refiere a ellos como “condenados a vivir como animales salvajes” en edificios públicos.
En esta introducción también reseña una crónica sobre los funerales del jefe de Estado (en marzo de 2013) al que llama “caudillo”, que fue incluido “por la pertinencia del tema” junto a los trabajos realizados casi un año antes. Hubo tiempo de incluir un texto nuevo de una periodista de El Nacional, elaborado a tres meses de la publicación del libro, pero no de corregir la crónica de un periodista de la AVN con las precisiones que acoté para que así no se violara en el texto uno de los principios del periodismo.
Más allá de las opiniones del prologuista, está el compromiso con la verdad, el respeto a los periodistas que participaron en este seminario, la reputación de un hombre (el entrevistado) que me confió su palabra y de una institución que le dio la oportunidad de dar un vuelco a su vida y sacarlo del mundo de las drogas con la ayuda de trabajadores sociales y psicólogos. “Hay ángeles dentro de la Misión, son los trabajadores sociales, los psicólogos que te ayudan a encontrar los problemas”, me dijo Javier. Nunca habló de “pastilla” alguna.
Entonces, ¿fue un gazapo de los editores o un acto intencional de alterar un texto? ¿A quien reclamo esta edición arbitraria? ¿A la directiva de la Fundación Bigott? ¿A los editores? Me parece que este es un asunto muy delicado sobre todo porque aparece el nombre de un autor que nunca dijo eso y en la primera hoja del libro, en letras pequeñas, se escribe “C.A Cigarrera Bigott SUCS no se hace responsable ni solidaria de las opiniones o criterios manifestados por los autores en sus artículos”.
Entonces, vuelvo a recordar a Tomás Eloy Martínez: “El único patrimonio del periodista es su buen nombre. Cada vez que se firma un artículo insuficiente o infiel a la propia conciencia, se pierde parte de ese patrimonio, o todo”.