¿Escuálidos revolucionarios?
INÉS GAMBOA | La situación mostrada en una nota anterior (1) con respecto a nuestras embajadas, no es un fenómeno exclusivo de la Cancillería. Todo lo contrario. Hasta el propio Presidente Chávez, señaló un caso de un militar golpista que ocupaba un importante puesto y que el mismo se enteró al encontrárselo en el Círculo Militar, ordenando su inmediata destitución.
Aporrea
Lo que me molestó del caso es que no se tomaron acciones contra quien lo puso allí en primer lugar. El pasado contrarrevolucionario de ese militar golpista evidentemente era súper conocido ¿entonces cómo es que lo nombran para un alto cargo?
Antes de continuar debo señalar que no aliento una caza de brujas en la administración pública para sacar a todo el que sea sospechoso de ser escuálido. La historia abunda en ejemplos de cómo estos procesos terminan revirtiéndose en contra de los propios revolucionarios. Durante la Revolución Francesa se asesinaron miles de revolucionarios, mientras la mayoría de los nobles se pusieron a buen resguardo, para regresar luego con Napoleón y los Borbones. Igualmente el estalinismo eliminó a los mejores cuadros del bolchevismo, reincorporando luego a buena parte de la burocracia zarista disfrazada de soviética (les recomiendo que vean la película Quemados por el sol, una bella película donde se refleja el drama de los revolucionarios).
Tampoco estoy de acuerdo con empezar a molestar o sacar a funcionarios medios o técnicos por ser de oposición. Los jefes de esta gente si son verdaderos tecno-políticos, saben cómo manejar estas situaciones. Y si no lo saben, entonces no debería ser autoridades en un Gobierno Socialista y punto.
Con lo que nunca estaré de acuerdo es que por pertenencia a una cliqúe de alto gobierno, sujetos como nuestro militar golpista, ocupen puestos de elevadísima responsabilidad en la administración pública, como gerentes, embajadores, cónsules, directores, presidentes de institutos, ministros y viceministros y otros cargos de similar jerarquía. El daño que han hecho a este proceso es enorme.
Para reconocer a uno de estos sujetos, escuálidos disfrazados de revolucionarios, basta con observarlos. Usan un lenguaje ampuloso, son sobreactuados, usan frases grandilocuentes recién aprendidas, la palabra revolución y socialismo está siempre en su discurso aunque sean irrelevantes, acusan a todos los demás de “estar contra el proceso”, tienen las oficinas repletas de símbolos chavistas hasta el extremo del ridículo, y sudan de miedo cuando hay que lidiar con obreros, campesinos, estudiantes, indígenas o pobres.
Bajo su falso discurso y poses, se encargan de ir saboteando proyectos y eliminando a los verdaderos revolucionarios, a quienes persiguen y le montan expedientes amañados o los mantienen bajo condiciones de contratación sumamente precarias, mientras sus amigos ocupan siempre los mejores cargos y tienen todas las prebendas del poder. Están bien relacionados y se mueven por la administración pública como una banda de zamuros, donde al llegar a un determinado organismo, ocupan los cargos más importantes, paralizan todo lo que pueden, montan negocios con sus empresas relacionadas y extienden sus tentáculos por otros sectores de la administración pública. No es raro que migren a otro organismo cuando el jefe es nombrado en otro cargo. Al llegar allí repiten sus andanzas.
De esta manera y facilitado por una gestión de gobierno incapaz de evaluar y hacer seguimiento, estos grupos de escuálidos disfrazados de chavistas, van poco a poco ahogando el impulso revolucionario al amarrarlo a las oficinas y al poder y no a la gente. La denuncia no es suficiente, ya que hay algo francamente erróneo en nuestra concepción del Estado, de la Administración Pública y del Socialismo que produce estos grupos como una excrecencia natural. Lamentablemente el caso de la Cancillería es solo un botón.
Notas: