Sudáfrica en el G-20: ¿Mediador eficaz entre el Norte y el Sur Global?
Con una reciente y dolorosa historia a sus espaldas, la ciudad sudafricana de Johannesburgo, que en su momento fue el epicentro de la segregación racial del apartheid, ahora se convertirá en el núcleo del poder político mundial. El G-20 —conformado por una veintena de líderes mundiales que se reunió por primera vez en el otoño de 2008, en Washington, bajo la batuta del entonces presidente estadounidense George W. Bush—, llega a su veinteava cita anual el 22 y 23 de noviembre de 2025, con un panorama muy distinto.
En aquel momento, el G-20 lo propició la acuciante necesidad de las economías desarrolladas y emergentes de articular una toma de decisiones de envergadura mundial para regular un sistema financiero que se había globalizado, pero que era carente de reglas eficaces.
En esos duros momentos, la voluntad política fue la herramienta sustancial para impulsar una coordinación internacional. Víctima de su propio éxito, hoy el G-20 sigue apostando por el diálogo cercano e informal al más alto nivel político, en el cual la búsqueda de consensos en áreas más allá de las financieras o económicas ha sido la línea a seguir en los últimos años.
Parece casi una paradoja que Johannesburgo, siendo una ciudad llena de simbolismo, donde la desigualdad y la separación fueron las líneas que marcaron su historia, sea hoy el recinto que busca consensos sobre la desigualdad y, sobre todo, cómo abordar de manera conjunta el desafío de la deuda que enfrentan los países de bajo y mediano ingreso. Sudáfrica, siendo el último país de la lista de anfitriones y el único Estado africano en ser parte del selectivo grupo del G-20, ha tenido la misión de organizar la cumbre, y no ha dudado en elegir como lema “Solidaridad, igualdad y sostenibilidad”.
En un contexto particularmente frágil, en el que la emergencia climática afecta a ricos y a pobres, con una disminución tangible de ayuda al desarrollo y con una guerra en territorio europeo como telón de fondo, la situación para los más vulnerables se torna particularmente más compleja. Sobre esto, los líderes responsables del 85% del PIB mundial, de los dos tercios de la población del planeta y del 75% del comercio mundial encarnados en el G-20, tienen mucho que decir y qué hacer.
Sudáfrica apuesta en su agenda por el Sur global

Con la elección de la flor nacional protea rey como logotipo de su presidencia, diseñada con los colores de la bandera de Sudáfrica, el país anfitrión pretende mostrar al mundo las cualidades del pueblo sudafricano, que se ve identificado con la resiliencia, el orgullo cultural, la esperanza y el resplandor natural.
En esa tónica, la configuración de su lema “Solidaridad, igualdad y sostenibilidad” da un paso más en la misma dirección que iniciaron las presidencias precedentes de la India en 2023 y Brasil en 2024, como si fuera un incesante reclamo del Sur global en la única ocasión en la que los países desarrollados y emergentes se sientan en la misma mesa sin una burocracia o una maquinaria institucional detrás. Por ello, en ese lema se busca que la “solidaridad” se vea como la vía para promover un esfuerzo mutuo en un mundo interconectado, donde surgen desafíos similares tanto para unos como para otros.
Por su parte, la “igualdad” se centra en imprimir un trato justo a todo individuo, sin importar su género, raza, ubicación geográfica o estatus económico. Finalmente, la “sostenibilidad” señala que los miembros del G-20 son piezas clave para generar líneas que lleven un mejor crecimiento económico, una inclusión social y una protección medioambiental, y que, a su vez, sea traducido tanto en estabilidad como en la salud plena de todos los individuos del planeta.
Con ese lema tan ambicioso, la agenda sudafricana ha configurado sus cuatro prioridades para la Cumbre del G-20 en 2025: fortalecer la resiliencia ante los desastres; tomar acción para asegurar la sostenibilidad de la deuda de los países con ingresos más bajos; movilizar las finanzas para lograr una transición energética justa, y llevar a cabo un trabajo conjunto para que el uso de los minerales críticos pueda conseguir un crecimiento inclusivo y un desarrollo sostenible.
Estas cuatro grandes líneas se han ido abordando en los distintos grupos de trabajo y reuniones ministeriales, donde se ha tejido un entramado de coordinación y colaboración a distintos niveles. Los tres grandes grupos de trabajo alrededor de la cumbre prestaron particular atención en temas que van desde el crecimiento económico inclusivo y la seguridad alimentaria hasta la inteligencia artificial y la innovación en el campo del desarrollo sostenible.
En estas acciones han participado activamente tanto los miembros del G-20 como la Unión Europea y España como único invitado permanente, así como la Unión Africana que se ha adherido en los últimos años al grupo. A la cumbre se sumarán varios países invitados, entre ellos Emiratos Árabes Unidos, Irlanda, Nueva Zelanda, Portugal, Singapur, entre otros, así como distintas organizaciones internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas y la Organización Mundial del Comercio. Sin duda, el arduo trabajo minuciosamente planificado busca llegar a compromisos tangibles, pero cuáles son esos compromisos y en qué está allanando camino Sudáfrica.
África: la mayor preocupación para Sudáfrica
Si bien es cierto que el continente africano está infrarrepresentado en la mesa del G-20 y que, aunque en 2010, en la cumbre de Corea del Sur se acordó que siempre se “añadirían” a la lista de invitados al menos dos países africanos, la realidad es que el progreso del continente ha quedado al margen.
Se observa una clara tendencia de los líderes por preocuparse por su círculo de una veintena de participantes, haciendo poco por los más desfavorecidos. Esta actitud se ha visto particularmente acentuada a raíz de la pandemia de covid-19 y acrecentándose en los últimos años debido a la combinación de distintos factores que la propia dinámica de la globalización ha generado y que ahora requiere de una solución conjunta.
Por tal motivo, Sudáfrica encarna el papel de defensor de su continente, dado que la mayoría de los países de ingresos bajos y medios, según el Banco Mundial, se sitúan en el continente africano. De los 53 países del continente, 44 están en ese rango de vulnerabilidad. Estos países están sumergidos en deudas externas colosales que el propio sistema ha permitido, para el cual no ha habido una solución práctica ni una coordinación política.
El ritmo lo ha marcado la elevada tasa de interés que han tenido los préstamos de los acreedores oficiales que, en 2023, pasaron de 2% a superar 4%, y los acreedores privados han incrementado hasta 6%.
El panorama actual de los países con ingresos bajos y medios es preocupante tanto para ellos como para todo el mundo. La pandemia dejó un escenario frágil en todos los rincones del planeta, pero la situación fue particularmente más delicada en África.
Los países más vulnerables siguieron contrayendo deudas en el exterior; sin embargo, en los últimos años, el surgimiento de nuevos acreedores como China, los países del golfo Pérsico e incluso Turquía, ha encontrado una vía fácil de rentabilidad económica, al ser parte de nuevos prestamistas con elevados intereses que hoy tienen un gran porcentaje de la deuda externa de esos países.
Si antes, el famoso Club de París (principalmente acreedores estatales de economías desarrolladas) eran los acreedores de los países más desfavorecidos, abarcando el mayor porcentaje de la deuda, hoy estos países han aceptado la mano tendida tanto de bancos privados como de acreedores de economías emergentes. El problema se sitúa en que no solo prestan a intereses elevados, sino que, dado que las instituciones financieras internacionales gozan de una “prelación de facto” (prioridad), esto conlleva a que los países africanos se refinancien de la mano de otros acreedores con elevados intereses.
Según el informe de Oxfam de 2025, “Del beneficio privado al poder público”, África dedicó, en 2022, más dinero al pago de deuda que los ingresos recibidos en ayuda para el desarrollo, y, en 2023, la deuda del continente africano fue equivalente a 24.5% de su PIB.
En pocas palabras, la deuda externa africana ha cambiado de habituales acreedores (economías avanzadas e instituciones financieras, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, entre otros), a los nuevos acreedores provenientes de economías emergentes, que también utilizan ese acercamiento como un arma geopolítica. Desafortunadamente, el continente africano está lejos de un crecimiento inclusivo que se presume en el seno del G-20, ya que dichos países están gastando más en deuda que en infraestructura, educación o salud.
Todo esto ocurre bajo el prisma de las tensiones climáticas palpables en todo el planeta, de las cuales los africanos son los menos responsables al tener aún una industrialización muy baja y ser responsables de un mínimo porcentaje de emisiones de gases contaminantes.
Para subsanar todo esto, el G-20 ha dado algunos pasos significativos, pero aún insuficientes. En el año de la pandemia, estableció la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda del G-20 que, básicamente, suspendía temporalmente los pagos del servicio de la deuda de los países más vulnerables con el fin de que gestionaran de mejor manera los desafíos generados por el covid-19. No obstante, aunque esta iniciativa expiró en diciembre de 2021, el G-20 dejó vigente el marco común para el tratamiento de la deuda, en el que tanto los acreedores de las economías desarrolladas como emergentes se comprometían a reestructurar la deuda.
Desafortunadamente, estos pasos han sido minúsculos, sobre todo cuando se observa que pocos países, como Chad, Etiopía, Ghana o Zambia, han solicitado el tratamiento de la deuda en este mecanismo, pero, en la práctica, el problema subyace al observarse que el sector privado prestamista no se siente “obligado” a participar en las iniciativas de un puñado de países.
En este sentido, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa anunció varias iniciativas, entre
ellas dos muy interesantes de señalar. Por un lado, se lanzó el Consejo Global para las Inversiones en Agua, una plataforma política de inversión a escala mundial. Hasta hoy solo participan la mitad de los miembros del G-20 (con las marcadas ausencias de China y Estados Unidos), pero cuenta con el respaldo de organizaciones como la Fundación Bill & Melinda Gates, entre otras.
Su principal objetivo es movilizar la inversión del agua tanto como se moviliza la del medio ambiente, poniendo el foco en África que tiene una brecha de financiamiento de 30 000 millones de dólares anuales en el sector del agua. Por otro lado, la presidencia de Sudáfrica del G-20 creó el Comité de Expertos Independientes sobre la Desigualdad Global, dirigido por el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, quien, en su reciente informe, denuncia que “la desigualdad no es un resultado de las leyes de la naturaleza, sino de lo que los países y la comunidad internacional han hecho”.
Además, sugiere la creación de un Panel Internacional sobre la Desigualdad en el que la puesta en marcha de políticas eficaces no solo es posible, sino necesario. Todo esto será debatido en la cumbre de Johannesburgo, que requiere más que nunca de la voluntad política de todos los actores, quienes parecen estar fragmentándose cada vez más.
El temido regreso del poder duro
En 2025, la alarma sobre la situación en África se ha acentuado aún más con la llegada de las nuevas políticas de Donald Trump, la interminable guerra entre Rusia y Ucrania, así como la necesidad de rearmarse en el continente europeo. Las consecuencias directas de este escenario internacional en el continente africano y su futuro son evidentes, sobre todo debido
al desmantelamiento de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID), que era el mayor donante del mundo, lo que ha tenido serios efectos para la población africana.
A su vez, otros países occidentales, como Alemania, Francia y el Reino Unido, también han anunciado recortes drásticos a la ayuda para el desarrollo debido al aumento del gasto militar, es un regreso al poder duro del que parecía que el continente europeo se había olvidado. Hoy es inimaginable una guerra en el seno de la Unión Europea, pero sí es palpable en su continente. La seguridad, en el sentido más estricto, dictamina la reorganización del presupuesto. En esto, la voluntad moral de la ayuda que se recoge en el capítulo IX de la Carta de las Naciones Unidas se torna una ensoñación.
Según los informes de 2024 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, algunos países de África vieron suspender sus programas de salud sobre la malaria, el VIH/sida o la tuberculosis, por falta de recursos. La ayuda para el desarrollo se redujo 9%, por lo que, ahora que se anuncian más recortes, la situación se tornará aún más compleja para un continente rico en recursos naturales que cuenta con las mayores reservas minerales del mundo.
El Sur global, y en especial África, ha cambiado de óptica, recibe préstamos de Occidente y de países emergentes, sin lecciones morales ni ecos de colonialismo. El precio a pagar es muy alto y la población africana sufre serios riesgos en salud, educación y progreso social. Su deterioro puede conllevar a migraciones masivas a Europa que nadie podrá detener.
De ahí que la cita del G-20 en Sudáfrica apremia, pero líderes claves como Xi Jinping y Trump,
ambos sumergidos en juegos de poder, no asistirán. Así, se alejan de la posibilidad de querer voluntariamente ayudar a restaurar la deuda, dado que tanto uno como otro consideran que el pago de deudas los reforzará. Lo que está claro es que su visión es corta y se aleja del bien mundial. Como bien señala Stiglitz en su informe, cuando retoma la frase célebre de Abraham Lincoln: “Una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse en pie”, al asegurar que hoy el mundo se encuentra en total división.
*Doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. Es analista de política internacional enfocada al estudio de la gobernanza global, el G-20 y la Unión Europea. Es autora de El G-20 en la era Trump. El nacimiento de una nueva diplomacia mundial. Publicado en Foreign Affairs