Trump, Bessent, Lamelas y la deriva neocolonial de la Argentina de Milei

Los capitales especulativos encuentran en Milei un vehículo perfecto para el saqueo.

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Leandro Morgenfeld – Tektónikos

Como Braden o Perón en 1946, el próximo 26 de octubre Argentina elige Patria o Colonia. El salvataje de Bessent a Caputo, las injerencistas declaraciones del nuevo embajador Peter Lamelas y la humillante recepción de Trump a Milei en el Salón Oval de la Casa Blanca mostraron cómo los intereses geopolíticos y económicos de la Casa Blanca transformaron a la Argentina en un peón de los intereses de Estados Unidos en América Latina. ¿Qué hay en juego para nuestro país y para toda la región detrás de esta jugada del presidente estadounidense y qué puede pasar en las elecciones de medio término?

La foto de Javier Milei con Donald Trump en el Salón Oval de la Casa Blanca, el 14 de octubre, fue más que un gesto diplomático: simbolizó el retorno explícito de la subordinación argentina a la política exterior de Estados Unidos. La visita —el viaje número 13 de Milei al país del norte desde que es presidente y la primera visita oficial—, coincidió con el anuncio de un swap de 20.000 millones de dólares que se firmó el lunes 20 de octubre sin que se conozcan todavía los detalles. Washington lo habilitó a través de un complejo entramado financiero encabezado por el secretario del Tesoro Scott Bessent y gestionado por el ministro Luis Caputo. La operación no solo buscó estabilizar momentáneamente la economía argentina, que desde hace semanas sufre una crisis financiera y una presión diaria para devaluar el peso, sino condicionar políticamente las elecciones legislativas del 26 de octubre.

La maniobra tiene un trasfondo geopolítico claro. En su segundo mandato, iniciado hace apenas nueve meses, Trump intenta recomponer la hegemonía estadounidense en el Hemisferio Occidental bajo una versión aggiornada de la Doctrina Monroe que, bajo el comando de Trump y el secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional Marco Rubio, implica mucho más garrote que zanahoria: más amenazas, coerción y ofrecimientos económicos. La Argentina libertaria de Milei se ofrece como laboratorio de esa restauración conservadora y neocolonial: un país dispuesto a sacrificar su soberanía económica, tecnológica, militar, política y diplomática a cambio de una efímera ilusión de respaldo financiero. Como en otras épocas, aunque en forma mucho más profunda y explícita, la injerencia externa se disfraza de “ayuda” para encubrir un nuevo ciclo de dependencia.

El retorno de la tutela estadounidense

El salvataje de Bessent recuerda los episodios más crudos de la historia de la deuda argentina. Los más recientes, el blindaje de 40.000 millones de dólares del FMI a De la Rúa y los más de 50.000 millones de dólares (finalmente llegaron algo menos porque el siguiente gobierno canceló el último tramo) que el Fondo acordó para Macri para que lograra la reelección. No es casual que Trump, en plena campaña interna y buscando proyectar su influencia global, haya condicionado la continuidad de la asistencia a los resultados electorales: “Si gana, seguimos con él; si pierde, nos vamos”, dijo en la conferencia de prensa en la Casa Blanca, junto a Milei, el 14 de octubre. Esa lógica de tutela reproduce la misma subordinación que caracterizó a muchos gobiernos argentinos durante las últimas décadas, cuando la amenaza de cortar los créditos del FMI funcionaba como instrumento disciplinador.

Como advertimos en otros trabajos, la relación entre Estados Unidos y América Latina combina varias dimensiones: financiera, política, militar y simbólica. Cada una de ellas refuerza la posición periférica de la región dentro del sistema mundial. En el plano financiero, los swaps y líneas de crédito funcionan como mecanismos de control; en el plano militar, la instalación de bases, la venta de armamento y los programas de “cooperación” entre fuerzas armadas y organismos de inteligencia aseguran presencia territorial; y en el plano político y simbólico, el alineamiento discursivo —el lenguaje del “mundo libre” y la “lucha contra el comunismo” o, ahora, contra el “populismo”— legitima el tutelaje imperial.

Milei no es ajeno a esta lógica. Su política exterior y económica busca recomponer la alianza estratégica con Washington, incluso a costa de romper los vínculos con socios comerciales clave como China y Brasil. En nombre de una cruzada ideológica contra el “socialismo del siglo XXI”, el gobierno libertario ha desarticulado los avances en materia de integración regional y ha renunciado a una inserción multipolar que podría fortalecer la autonomía latinoamericana. La sumisión a Estados Unidos, el voto alineado con Trump en Naciones Unidas es incluso muy superior al del período de las llamadas relaciones carnales, durante el menemismo, y con un sistema internacional donde Estados Unidos tiene mucho menos poder. Estamos en una etapa de declive hegemónico relativo de Estados Unidos y transición hacia un mundo más multipolar.

La geopolítica del dólar y el cerco a China

Como señaló recientemente Juan Gabriel Tokatlian, la estrategia estadounidense hacia la región combina la doctrina NUPIMBY (“Not Up in My Backyard”) con un objetivo más amplio de contención de China. América Latina no debe ser vista —desde la perspectiva de Washington— como un actor global, sino como una zona de influencia reservada, un “patio trasero” que no puede quedar bajo la órbita de Beijing. En este marco, Argentina adquiere un valor geoestratégico singular: acceso al Atlántico Sur y a la Antártida, reservas de litio, gas, uranio y alimentos, y una ubicación privilegiada en la disputa por las rutas tecnológicas del futuro.

El gobierno de Milei se alinea plenamente con esa lógica. La suspensión de los acuerdos con China, la salida del país del grupo BRICS (al que debía ingresar en enero de 2024) y la revisión de los proyectos de infraestructura financiados por Beijing no responden a criterios económicos racionales, sino a un mandato geopolítico. El rescate de Bessent y la promesa de apoyo de Trump son la contracara de ese alineamiento. Como en los años del Plan Brady, la deuda se convierte nuevamente en un instrumento de subordinación estructural: un crédito condicionado al disciplinamiento político y al aislamiento de la Argentina respecto de sus aliados regionales y extrarregionales. Milei le da la espalda a América Latina y a los BRICS, y ataca a los gobiernos no alineados con Washington, a la vez que respalda al genocida Netanyahu, como Trump.

Bessent, Lamelas y el nuevo tutelaje financiero

La figura de Bessent revela la lógica del negocio: capitales especulativos que obtienen garantías soberanas a cambio de liquidez inmediata. La conexión entre el mundo financiero global y la elite local rentista —que representa Caputo— encuentra en Milei un vehículo perfecto para legitimar el saqueo. En lugar de un modelo productivo o una estrategia de desarrollo, el actual gobierno ofrece a los mercados la privatización de los recursos estratégicos, la liberalización total del flujo de capitales y la promesa de que “no habrá restricciones” para la inversión extranjera de origen estadounidense.

Este modelo no es nuevo. En los años noventa, bajo el paraguas del Consenso de Washington, la Argentina fue presentada como “alumno ejemplar” del neoliberalismo regional. Aquella ilusión de modernización terminó en colapso. Hoy, la motosierra libertaria reproduce esa misma receta, pero en condiciones aún más precarias: sin moneda propia estable, con un Estado desmantelado y con una sociedad agotada por la inflación y la pobreza. La dependencia externa se refuerza ahora con un discurso de “libertad” que enmascara la entrega. El cuarto experimento neoliberal (Martínez de Hoz con Videla, Cavallo con Menem y Caputo-Sturzzeneger con Macri) encarnado por Milei parece estar entrando en crisis más rápidamente de lo esperado.

De Braden o Perón a Bessent o Patria

La coyuntura actual recuerda inevitablemente al dilema histórico de 1946. En aquel entonces, la embajada estadounidense, encabezada por Spruille Braden, intervino abiertamente en la política argentina para intentar impedir la consolidación de un proyecto nacional-popular. La respuesta fue contundente: el pueblo votó por la soberanía, sintetizada en la consigna “Braden o Perón”. Casi ochenta años después, la historia parece repetirse: hoy la disyuntiva, como señalan los candidatos Jorge Taiana e Itai Hagman, podría formularse como “Bessent o Patria”.

El próximo 26 de octubre, los argentinos no solo votarán legisladores: decidirán si el país continúa su deriva neocolonial o si retoma el camino de la independencia económica y política. La elección no se limita a una contienda interna; expresa un momento de definición para toda América Latina. Si Milei consolida su proyecto, el mensaje para la región será claro: el alineamiento irrestricto con Washington vuelve a ser condición para la supervivencia política. Sería un mensaje fuerte para las cruciales elecciones que se avecinan en Chile, Colombia y Brasil. Si, por el contrario, se produce un freno electoral a Milei, se abrirá la posibilidad de reconstruir un espacio regional soberano y multipolar. Argentina es hoy el epicentro de un experimento. Por eso el rescate de Bessent se transformó, también, en un tema de debate político acalorado en Estados Unidos, que entra en su cuarta semana de “cierre de gobierno”. El sábado 18 de octubre, con la consigna “No queremos un rey”, se multiplicaron las manifestaciones en 2700 ciudades en rechazo al estilo de liderazgo de Donald Trump.

El abrazo de oso

Como advirtió Hugo Alconada Mon, “abrazar al oso no es recomendable, y si el oso es impredecible —como suele serlo—, menos todavía”. La metáfora describe con precisión la escena del encuentro entre Trump y Milei. El libertario buscaba un salvavidas y terminó recibiendo un “abrazo de oso”: una ayuda condicionada, cargada de riesgos y dependiente del humor del presidente estadounidense. Según reconstruye el periodista, incluso los colaboradores de Milei admiten que el gesto de Washington fue más una trampa que un apoyo, un “vaso de cicuta” que desató una tormenta financiera en Buenos Aires.

Alconada Mon también recuerda que el secretario del Tesoro no solo ratificó el apoyo al gobierno argentino, sino que lo supeditó a la expulsión de China del territorio nacional: “Milei tiene el compromiso de sacar a China de la Argentina”, declaró. La frase provocó una reacción inmediata en Beijing y dejó en evidencia el verdadero sentido del “rescate”: no se trataba de estabilizar la economía argentina, sino de reposicionarla dentro de la estrategia global de contención del gigante asiático. Tan grande es la crisis interna en el gobierno libertario que el martes 21 de octubre el canciller Gerardo Werthein presentó su renuncia. Ni llegó al domingo 26 de octubre, cuando se espera una recomposición del gabinete.

La Patria como horizonte

La comparación histórica surge de manera inevitable. Ochenta años después de la campaña de Braden contra Perón, Trump, Bessent y Lamelas vuelven a encarnar el papel del poder extranjero que intenta moldear el rumbo político argentino. El 26 de octubre no solo se vota por una lista legislativa: se elige entre un futuro de soberanía o una dependencia tutelada por intereses ajenos. La historia argentina, y en particular la del complejo vínculo entre Estados Unidos y la Argentina, enseña que cada ciclo de dependencia encuentra también su reverso emancipador. Frente al tutelaje financiero y político, que hoy expresa como nunca el gobierno de Milei, emergen resistencias sociales, sindicales e intelectuales que reafirman la necesidad de construir una patria grande. El desafío actual consiste en traducir ese impulso en una estrategia común frente a la nueva ofensiva imperial. La transición geopolítica mundial abre márgenes de maniobra: el ascenso del Sur Global, la cooperación Sur-Sur, los nuevos bloques de integración. Pero aprovecharlos requiere un proyecto nacional capaz de pensar la autonomía más allá de los dictados de Washington o de los mercados. El dilema, como en 1946, sigue siendo el mismo: Patria o Colonia.