Por qué la izquierda también necesita referentes como Charlie Kirk
Slavoj Žižek
El ascenso del nuevo nacionalismo populista en las llamadas democracias occidentales no solo está teniendo lugar en Estados Unidos (Trump), Francia (le Pen) o Italia (Meloni). El país clave en este momento es Reino Unido, y creo que el fenómeno descrito por sus partidarios como “el despertar de la ciudadanía” se debe en gran medida al completo fracaso del centro “moderado” y de la izquierda.

Para dar credibilidad a su afirmación de que los inmigrantes suponen una amenaza para nuestro modo de vida, los populistas antiinmigrantes hacen circular desvergonzadamente noticias no verificadas acerca de violaciones y otros delitos cometidos por refugiados. Con demasiada frecuencia, sin embargo, los liberales multiculturales proceden guardando silencio acerca de verdaderas diferencias de “modo de vida” entre refugiados y europeos, porque el hecho de mencionarlas podría ser visto como una promoción del eurocentrismo.
Recuérdese el caso de Rotherham, en Reino Unido, donde hace aproximadamente una década la policía descubrió que una banda de jóvenes pakistaníes había violado sistemáticamente a más de mil niñas pobres de raza blanca: los datos fueron eludidos o minimizados, para no provocar islamofobia…
O recuérdese el asesinato de Iryna Zarutska, refugiada ucraniana de 23 años, en un tren de cercanías en Charlotte (Carolina del Norte) a comienzos de septiembre de 2025. La cámara que cubría el vagón muestra a Iryna subiendo al tren ligero en la estación de East End Boulevard y sentándose frente a Decarlos Brown, el sospechoso. Al principio, nada parece inusual, aparte de que Brown parecía inquieto en su asiento; nada que pudiera provocar una conmoción. Solo cuatro minutos después, se ve a Brown sacando lo que parece una navaja y apuñalar de repente a Zarutska en la garganta múltiples veces.
Ella se desploma mientras Brown se dirige con calma al frente del vagón, se saca el suéter y lo enrolla en la mano ensangrentada, antes de salir del tren. Otros pasajeros comprendieron lo sucedido al ver el rastro de sangre y a Zarutska desplomada, pero (para mí al menos) lo más deprimente es que, tras el asesinato, tampoco hay conmoción: quienes están sentados cerca (pasajeros mayoritariamente negros) no hacen nada, simplemente permanecen sentados y miran con gesto abochornado.
El asesinato fue, como era de esperar, ampliamente difundido y condenado por los nuevos comentaristas de derecha, desde Kirk al propio Trump, que principalmente estaban jugando una carta racial: un criminal convicto negro mata a una chica blanca… Sin embargo, en lugar de aportar una interpretación seria, la izquierda liberal se dedicó principalmente a restarle importancia al suceso, porque no encajaba en las coordenadas políticamente correctas.


Es precisamente el punto de partida trumpista el que les permite a Kirk y a Yarvin esbozar o formular algunas ideas izquierdistas básicas sin caer en el caos políticamente correcto que impide hoy a la izquierda formular una visión alternativa seria. Para librarse de la capa de autosabotaje de la izquierda actual hay que buscar entre los oponentes aparentemente más radicales a Kirk y Yarvin: el propio Bernie Sanders da indicios de avanzar en esta dirección.
He aquí lo que dijo hace un par de meses nada menos que Steve Bannon: “El gobierno de Trump usará sus poderes legales para poner fin al poder monopolista de las grandes tecnológicas. Vamos a fragmentar Facebook. Vamos a fragmentar Google. Vamos a fragmentar Amazon. Vamos a fragmentar… espero que podamos llegar finalmente a fragmentar Walmart. Hay una concentración excesiva de poder privado” ( “Bannon on LA riots: ‘We’re in World War Three’”, The Spectator World). Recuérdese que, durante el primer mandato de Trump, Bannon fue expulsado de la Casa Blanca por defender una gran subida de impuestos a los ricos (del 25% al 40%).
Escribí hace años que la razón por la que los progresistas estaban obsesionados con Trump era que lo habían convertido en un fetiche. Trump es lo último que los progresistas ven antes de ver la lucha de clases, y fijan la mirada en él para no contemplar lo que tiene detrás. ¿Qué tenemos que hacer entonces para ver lo que hay detrás? Centrarnos en el antagonismo que permea el bando trumpista. Como es bien sabido, los trumpistas están vagamente divididos entre populistas (Bannon) y tecnócratas (Yarvin): la tensión entre ellos es irreductible, porque no es posible defender simultáneamente la digitalización corporativa de nuestras vidas y las asambleas locales de personas comunes.

Mi hipótesis loca a este respecto es que solo una nueva izquierda puede reunir estos dos aspectos (tecnotrumpistas y trumpistas populistas), en forma de digitalización sometida al control popular.

La forma en la que la nueva derecha populista está usando conceptos de la gran teoría progresista alcanzó su punto culminante cuando Peter Thiel y J. D. Vance se apropiaron de las teorías de René Girard, en especial sus nociones de deseo mimético y sacrificio. Hace décadas, Thiel fue literalmente alumno de Girard, y la noción de deseo mimético propuesta por este le dio la idea de usar los medios de comunicación digitales para difundir las ideas y controlar así la opinión pública; más tarde, también animó a Vance a leer a Girard.

Incluso han movilizado la noción de sacrificio de manera distorsionada: mientras que Girard quiere salir del círculo cerrado de la lógica sacrificial, Thiel y Vance la usan para conceptualizar la exclusión de los inmigrantes, de las minorías sexuales, etc. ( “From Philosophy to Power”, Salmagundi Magazine). La estrategia principal a este respecto es lo que Katherine Dee denomina la visualización como práctica mágica:
“Creas una imagen mental detallada y la mantienes, la retomas, la nutres de emoción y repetición, hasta que se vuelve más real que la propia realidad física. Tu cerebro empieza a filtrar el mundo a través de esta imagen. Percibes cada prueba que la confirma, y rechazas aquellas que no. Has reprogramado tu percepción. La idea básica es la misma: de algún modo, nuestras intenciones enfocadas influyen en la realidad de maneras inexplicables para la ciencia. Funciona en ambos sentidos, positivo y negativo. El curso más peligroso es el de hacer que alguien se crea maldito.
Resulta especialmente eficaz en Internet, donde lo mágico parece volverse real. Cuando miles de personas centran simultáneamente su atención negativa en alguien, cada una de esas personas se vuelve primordial para ver a ese individuo negativamente. Se sienten con permiso para atacar, incluso animados a hacerlo. La maldición se cumple a través de miles de pequeñas acciones: cancelación de suscripciones, comentarios despectivos, cancelación de invitaciones, interpretaciones hostiles.
Y en los casos más oscuros, crea una atmósfera en la que la violencia se vuelve más concebible, en la que alguien situado ya en el límite podría sentir que tiene el ‘permiso’ colectivo para actuar”.
Estos no solo son conceptos de origen izquierdista, sino que la izquierda también los usa con regularidad. Recuérdense las imágenes que mostraban cómo, el 25 de mayo de 2020, en Minneapolis, un policía blanco de 44 años, Dereck Chauvin, mataba a un ciudadano negro de 46 años, George Floyd. Chauvin mantuvo la rodilla sobre el cuello de Floyd durante más de nueve minutos, mientras este permanecía esposado y tumbado boca abajo en la calle. Otros dos policías, J. Alexander Kueng y Thomas Lane, le ayudaron a inmovilizarlo.
Lane también había apuntado a Floyd en la cabeza con un arma antes de esposarlo. Otro agente, Tou Thao, impedía que los viandantes interviniesen. Transcurridos varios minutos, Floyd dejó de hablar. En los últimos minutos, permaneció inmóvil, y Kueng no le detectó el pulso cuando lo instaron a comprobarlo. Chauvin no hizo caso de los viandantes, que le rogaban de que levantase la rodilla del cuello de Floyd… Estas imágenes, repetidas sin cesar, afectaron a los espectadores precisamente de la manera descrita por Dee.
Entre los numerosos ejemplos, tenemos la foto de los cadáveres de Óscar Ramírez y su hija Valeria, tomada en 2019. “La triste realidad de la crisis migratoria que se está produciendo en la frontera sur de Estados Unidos ha sido captada en fotografías que muestran los cuerpos sin vida de un padre salvadoreño y su hija, ahogados cuando intentaban entrar en Texas cruzando el río Grande. Las imágenes muestran a Óscar y a su hija flotando boca abajo en un agua proco profunda. El brazo de la bebé de 23 meses rodea el cuello del padre, sugiriendo que se aferraba a él en sus últimos momentos”. Esta fotografía se convirtió al instante en símbolo de la brutalidad del control fronterizo estadounidense, un ejemplo de lo que Hegel habría denominado universalidad concreta: la imagen de un caso singular que evoca una tragedia global, y como tal incita a la simpatía y a la acción.
Sin embargo, en casos como el del asesinato de Charlie Kirk hay algo más en juego: nada menos que una redefinición de (la autopercepción ideológica) de una nación. Esta redefinición no afecta solo a características globales, sino que puede encontrar también su expresión en una violencia brutal contra características de comportamiento menores de grupos especiales. En Polonia, los medios de comunicación están haciendo sonar las alarmas ante una nueva tendencia, denominada “Szon Patrol“, que se ha viralizado entre los más jóvenes.
La adoptan principalmente varones que recorren las calles, vestidos con chalecos fluorescentes, para acosar y juzgar públicamente, con discursos de odio y moralistas, a chicas y mujeres. Esta tendencia comenzó durante las vacaciones escolares y ha amasado ya 12.000 videos relacionados con estas patrullas. El nombre procede de la jerga polaca, szon significa puta y patrol, patrulla: “patrulla antiputas”.

Volviendo a Thompson: mucho más que un evento musical o cultural, es un fenómeno inscrito en el núcleo mismo de la identidad croata. Por usar los términos de Gramsci, es el ganador más reciente en la lucha por la hegemonía ideológica en Croacia: para afirmarte como croata, tienes que posicionarte respecto a él; ignorarlo sin más, significa tolerarlo… Y lo mismo aplica a la gigantesca manifestación antiinmigrantes que tuvo lugar el sábado 13 de septiembre de 2025: 110.000 manifestantes protestaron en el centro de Londres bajo el lema “unamos nuestro reino”, y varios millones más de manifestantes se les unieron en otras grandes ciudades.
Elon Musk participó en la marcha por videoconferencia, dirigiéndose a la multitud con el equivalente nada menos que a un llamamiento a la revolución: afirmó que en Reino Unido hace falta una “disolución del Parlamento” y un “cambio de gobierno”, y también despotricó contra el “virus de la mentalidad woke”. En la manifestación hablaron también, entre otros, Katie Hopkins y el político de extrema derecha francés Éric Zemmour (en el pasado respaldado por Putin).
Lo que vimos aquí fue un intento de “(re)despertar” lo que significa ser británico, dejando atrás la Gran Bretaña adormecida y resignada a su decadencia, que tolera un espacio multicultural en el que ser inglés no es más que una de sus facetas particulares. Esta idea de despertar la verdadera identidad estaba ya omnipresente en la Alemania nazi, cuyo lema era Deutschland, erwache!, y también, a finales de la década de 1980, en la Serbia de Milošević. La idea del despertar equivalía, por supuesto, a su opuesto exacto: sumérgete en tu ideología nacional.
No estamos tratando aquí con partidos políticos, sino con movimientos sociales mucho más fundamentales, que aspiran a permear todo el cuerpo social en sus aspectos económico, político e ideológico. Por repulsivos que sean, se basan en una percepción correcta de que la típica política liberal de partidos se está volviendo irrelevante, que es cada vez más incapaz de captar el espíritu que mueve a las multitudes. (De nuevo, Curtis Yarvin hizo un buen trabajo al presentar esta decadencia de la democracia, que no es un fenómeno reciente, sino que está inscrita en su noción misma).
Por eso no debería sorprendernos que la reciente manifestación por el despertar tuviese lugar en Reino Unido, un país en el que los partidos de gobierno tradicionales (primero los conservadores y después el Partido Laborista) se están desmoronando, y en el que cada vez se percibe más al Gobierno como algo irrelevante e impotente, incapaz de preservar la soberanía de una nación.
Es también importante observar que los manifestantes exigían de hecho una especie de revolución: usando sus prerrogativas, que por lo general constituyen una mera formalidad, el rey debería disolver el Parlamento… ¿Y después, qué? En la actualidad en Reino Unido solo hay dos partidos políticos auténticos con verdadera capacidad para movilizar, uno ya existente (Reform UK, de Nigel Farage) y otro que todavía no existe formalmente (Our Party, de Jeremy Corbyn y Zarah Sultana).
Por desgracia, típico de la izquierda, este segundo partido se ha visto inmerso en una escisión antes incluso de constituirse formalmente. ¿Conseguirá este nuevo partido (pese a su enorme reservorio de votantes) movilizar realmente el voto? ¿Con qué ideas? Definitivamente, la lucha contra el genocidio o contra el racismo no bastan, de modo que es fácil predecir que en estas elecciones ideales ganaría Reform UK.
A menudo oímos que, a la política derechista del miedo (contra los inmigrantes, el movimiento LGBT+, etc.), la izquierda debería oponer la visión positiva de una sociedad nueva. Mi percepción, sin embargo, es la opuesta: el populismo trumpista niega las grandes amenazas para nuestra supervivencia (crisis ecológica, ascenso de la IA…), es decir, ataca a quienes afirman que nuestras vidas corren peligro.
Por parafrasear una expresión usada también por F. D. Roosevelt, Trump dice que lo único a lo que debemos tener miedo es al miedo en sí (difundido por los enemigos de nuestras sociedades). Si quiere tener también una oportunidad, la izquierda debería centrarse en estas amenazas e insistir en que debemos prepararnos para una catástrofe planetaria: el nuevo comunismo será un comunismo de guerra.
*Filósofo y crítico cultural esoloveno, conocido por su estilo provocador y capacidad para explicar la teoría psicoanalítica a través de ejemplos de la cultura popular y el cine.