Elecciones en Bolivia: Los pueblos que olvidan su historia corren el peligro de repetirla

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Diego Portal – La Época

Bolivia ha celebrado hace unos días 200 años de la firma de su acta de independencia, un acontecimiento particularmente importante no solo por el tiempo trascurrido desde entonces y todos los avatares que ha sufrido esta nación, sino también porque la hija predilecta del Libertador Simón Bolívar, la última nación en obtener su libertad del yugo colonial español, desde su creación se ha constituido en un país con características muy particulares.

Nuestra historia está plagada de un sinnúmero de hechos, que son los que han marcado el carácter y la fortaleza de nuestro pueblo, los que nos han permitido recuperar identidades invisibilizadas por siglos, empoderar a nuestros pueblos originarios y constituir una plurinacionalidad que apunta hacia una Bolivia inclusiva, progresista, con derechos para los sectores menos favorecidos, con un Estado que cuide de los más desprotegidos, preservando la naturaleza, respetando la Madre Tierra, como nuestra casa común.

Durante las décadas finales del siglo pasado, tras la derrota por la movilización popular de las sangrientas dictaduras militares de los años 70, la recuperación de la democracia, no sirvió precisamente para que se lograran avances populares, sino más bien para consolidar “democráticamente” a los sectores oligárquicos empresariales que habían sido el rostro civil de las dictaduras y que apostaban luego a la democracia solo para formalizar o legalizar el saqueo de la patria que habían hecho con éxito en las décadas anteriores.

Esta historia del saqueo neoliberal a partir del DS 21.060, en agosto de 1985, que fue en los hechos la biblia del neoliberalismo en Bolivia que, a título de estabilizar la economía del país, dejó en la calle a más de 35 mil trabajadores mineros de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol), bajo el eufemismo de la “relocalización”, la cual solo sirvió para lanzar a estos obreros a las calles. Y no solo fue eso, se congelaron los salarios en sectores de salud y educación, se subieron impuestos y se crearon otros, se despidieron miles de funcionarios del sector público y se dio inicio al descuartizamiento del Estado, rematando a precio de gallina muerta las empresas estatales y entregando con todas las condiciones favorables a los empresarios, principalmente transnacionales, los recursos naturales más valiosos del país.

(Xinhua/Javier Mamani)

Ese modelo de destrucción de la patria, de empobrecimiento de las mayorías y de enriquecimiento de unos cuantos es el que rigió el país durante dos décadas. Bajo acuerdos de intereses entre partidos lograron aprobar leyes de saqueo en el Parlamento, donde al no contar ninguno con los votos necesarios para implementar sus medidas establecieron pactos de corrupción escandalosos. La democracia pactada, a modo de pasanaku, impuso presidentes que nunca lograron ni el 20% de la votación. El pueblo reaccionó, salió a las calles, echó a los neoliberales cuando estos colmaron la paciencia. Eso fue hace algo más de 20 años. Hoy encontramos, en la papeleta de voto de las elecciones que se realizarán el próximo 17 de agosto, a varias de las mismas caras que fueron ministros, viceministros y altos dignatarios del régimen neoliberal.

Un pasado que se resiste a dejarnos

Bolivia ha cambiado sustancialmente en los últimos 20 años, por decisión del pueblo se ha establecido el Estado Plurinacional. Pese a todos los logros y avances que este ha conseguido y todo el ataque sistemático y permanente de quienes han perdido el poder, hoy sigue en pie y con la necesidad de enfrentar una nueva fase de su desarrollo y consolidación.

Empero, los enemigos de la patria, aquellos que viven amarrados al pasado, los dinosaurios de la política, esos fantasmas neoliberales, se resisten a irse. Consideran cerrado el ciclo del Proceso de Cambio y han arremetido con renovada fuerza en contra del movimiento popular en estas elecciones.

Pero no ofrecen nada nuevo. Daría la impresión de que para ellos el tiempo no ha transcurrido, que la historia se ha estancado, que la Bolivia de 2025 es la misma de 1985 y, por tanto, quieren volver a implementar su modelo económico, sus medidas antipopulares y antinacionales.

Manfred Reyes Villa, Samuel Doria Medina y Jorge Quiroga son miembros prominentes de esa generación que fracasó en la política y en la economía nacional, aun cuando les haya ido muy bien en sus finanzas particulares, en gran medida originadas en el saqueo de la cosa pública.

Vuelven a hablar de medidas de shock, de medidas de estabilización dirigidas y diseñadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), de cerrar entidades públicas y despedir miles de funcionarios estatales, de cerrar empresas del Estado, retirar todos los bonos y subsidios que no son dádivas de nadie, sino conquistas del pueblo, entregar nuestros recursos naturales nuevamente a la voracidad extranjera, en fin, casi casi una copia del discurso con el que se apropiaron del poder dos décadas y con el cual dejaron al fisco al borde de la quiebra o la desaparición.

Carlos Mesa, vicepresidente de Goni, casi al final del ciclo neoliberal se lamentaba ante las cámaras de tv que el Estado no tenía dinero, que él debía ir a estirar la mano, a pedir limosna, para pagar los sueldos atrasados y el aguinaldo de los trabajadores. A ese extremo se había llegado.

(Xinhua/Javier Mamani)

Y hoy quieren convencer a las nuevas generaciones, a aquellos que no vivieron esas épocas negras, y lamentablemente a los que pese a haberlas vivido parece que las olvidaron, de que sus propuestas son nuevas y que garantizarán bienestar para la gente, que no robarán, que no saquearán el Estado como lo hicieron antes. Evidentemente este discurso podría calar en quienes no vivieron esos años, pero no es comprensible que también llegue a quienes tienen frágil la memoria.

Un proceso que se debe seguir construyendo

Como todo proceso, como cualquier proceso, el iniciado en Bolivia a partir de 2005 y establecido constitucionalmente en 2009, es eso: un proceso, un camino, un andar, una construcción permanente. Pero tiene fases. La primera fase, la de establecimiento e inicio del proceso, tras 20 años, con todas sus luces y sombras, con todos sus logros, limitaciones y deficiencias, debe necesariamente ser renovado, en objetivos de corto y largo plazo, en formas y maneras de llevarlo adelante, sin renunciar a sus principios, desde luego con renovación de sus cuadros, pues el proceso histórico atravesado no es propiedad de una persona, ni siquiera de un partido, ni de una organización social en particular. Es patrimonio de todo el pueblo.

En democracia es con el voto ciudadano como puede seguir avanzando y profundizándose, para bien de todo el pueblo, este proceso. No solo es la unidad por la unidad, se trata de la consecuencia del ciudadano con su proceso, voluntad popular que debe ser acatada y asumida por quienes se consideran cuadros dirigenciales en los distintos niveles, dejando de lado toda aspiración de índole personal o de grupo.

La democracia está en riesgo. Los logros y avances del Proceso de Cambio pueden ponerse en peligro si la derecha retrograda y fascista lograra asumir el Gobierno. Con seguridad intentarían no solo reponer su fracasado y obsoleto modelo económico, sino que pretenderían retornar al modelo colonial y patriarcal republicano.

Que lo logren o no, no dependerá precisamente de sus capacidades propias, sino más bien será una responsabilidad (o una irresponsabilidad) de quienes se reclaman del campo popular.

Un voto consciente pensando en la patria

El voto es libre y secreto, así lo consagra la Constitución, pero por sobre todo debe ser un voto consciente y responsable. El ciudadano antes de emitir su voto debe reflexionar sobre lo que podría significar ese voto para el futuro del país.

No existe el voto útil. El voto que sirve es el que apunta a conformar un gobierno que piense en todos y no solo en los intereses de unas cuantas personas que hace décadas viven del Estado o reciben recursos a nombre del país, sin que aporten absolutamente nada para el bienestar de la patria. Votar por quienes destruyeron la patria y hoy aparecen como salvadores es un voto inútil, un voto perdido.

(Xinhua/Javier Mamani)

Y también el voto nulo, o el voto blanco, son votos inútiles. No solo demuestran una posición antidemocrática, sino que también exhiben un profundo desprecio hacia el pueblo que algún momento los encumbró en el poder. Y más allá de todo, están poniendo en riesgo la democracia que ha costado sangre y dolor a nuestro pueblo.

El pueblo no puede perder de vista quién es y dónde está el enemigo principal. Si se pierde de vista esta identificación estaremos destinados al fracaso y a la ruina. Veamos, para no ir más lejos, las experiencias de nuestros hermanos de Argentina o Ecuador, que confundidos por las grandes corporaciones mediáticas, el manejo abusivo de las redes sociales e Internet, creyeron en los cantos de sirena de las figuras del liberalismo y apreciemos el rumbo que están tomando, perdiendo derechos que costaron muchos años, abandonados los jubilados, cerrando escuelas, hospitales y quitando el financiamiento a la universidades, mientras el crimen organizado va tomando carta de ciudadanía.

Votar nulo es hacerle el juego a la derecha. Votar a la derecha es sellar el destino de la patria por un rumbo sin esperanzas, sin futuro para las nuevas generaciones, por la destrucción y el vaciamiento de las instituciones y la pérdida de los derechos conquistados tras largas luchas.

Son muchas, demasiadas, las cosas que están en juego. Por ello mismo la responsabilidad del electorado es mayor en estas elecciones. Avanzar y seguir construyendo la patria del futuro o volver al pasado a la noche oscura del neoliberalismo.

Los pueblos que olvidan su historia corren el riesgo de volver a repetirla. Esperemos no retornar a vivir nuevamente esa tragedia. Estamos a tiempo de reflexionar y pensar primero en Bolivia y siempre en Bolivia y en los bolivianos y las bolivianas.