Murió Daniel Divinsky, mucho más que el editor de Mafalda
Andrés Valenzuela
En De la Flor se combinaron su buen ojo, su carisma y su criterio con la sagacidad comercial de Kuki Miller. También su capacidad de hacer más allá de las circunstancias: si no fuera suficientemente impresionante ya el hecho de que su laburo conjunto canonizó a una generación de humoristas gráficos argentinos, saber que gran parte de esa tarea la hicieron desde el exilio resulta todavía más increíble.
Los autores le profesaban una lealtad a toda prueba. Los grandes grupos editoriales intentaron durante años ganarle los derechos de publicación de los popes del humor gráfico nacional sin éxito. Es cierto que su sello pagaba generosos porcentajes de derechos de autor, pero ni mejorando esas cifras se iban de su casa los Quino, los Fontanarrosa y demás. Recién cuando fueron muriendo los de esa generación los pulpos editoriales consiguieron llevárselos a imprenta. Divinsky los quería. Era mutuo. Un afecto genuino, fruto de muchas cosas –buenas y malas- transcurridas juntos.

Además, Divinsky impulsó la creación de su colección de Novela Gráfica, que en rigor era de adaptaciones al lenguaje de la historieta de diversas novelas. Muchas de la literatura universal, otras específicamente de la producción nacional. Entre ellas destacaba –y a él lo enorgullecía- una versión de Los dueños de la tierra. Para ese libro Juan Carlos Kreimer y Dante Ginevra adaptaron el clásico de David Viñasy durante un buen tiempo era el único modo de leerlo, porque la versión original estaba agotada y era prácticamente inconseguible.
Pero además, Daniel era generoso. Pagaba publicidades que no necesitaba en revistas o portales emergentes si les veía potencial o valor para el medio. Y cuando algún aspirante a editor necesitaba consejos, les dedicaba un rato largo sin problemas. Liniers, por ejemplo, siempre recuerda que fue el propio Divinsky quien lo animó a llevarse consigo Macanudo, cuando se tiró a la pileta para fundar Editorial Común. “Vas a necesitar un título que pague las cuentas y arrastre al resto”, le dijo. Liniers pensaba dejar su título emblema a buen recaudo en las oficinas de Palermo de Divinsky. Pero el veterano editor tenía razón, claro.
El título rápido puede decir que era “el editor de Mafalda”.P ero era mucho más.Fue un tipo que ayudó a dar forma a la cultura nacional. Y cuando no pudo hacerlo más como editor, lo hizo como columnista de radio. En cierta medida, Divinsky demostraba en cada libro que el humor, que esas páginas llenas de dibujitos simpáticos, eran cosas importantes.Que valía la pena tenerlas en cuenta y que podían ayudar a pensar el país en que se deseaba vivir. No es poco. La mayoría de los países del mundo no tuvieron un Divinsky. Argentina sí.
*Periodista. Escribe de historieta, tango y cine en Página/12.