Desorden mundial y reacción conservadora

Global disorder collapse online by Ingram Pinn
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Leopoldo Puchi

Desde operaciones militares que apuntan al exterminio de una población, como en Gaza, hasta el ataque de Israel a Irán, la guerra de Ucrania y atentados en distintos continentes, el orden mundial muestra signos evidentes de descomposición.. En la actualidad, estamos presenciando una conflictividad con características que no se veían desde la primera mitad del siglo XX y que hoy marcan el mapa internacional.
Estados Unidos avanza en este escenario mundial con una posición pragmática, pero al mismo tiempo llena de ambigüedad. En el frente interno, su política es la utilización de la xenofobia como respuesta simplista a crisis sociales y económicas profundas: el deterioro del estatus de la población trabajadora blanca, la desindustrialización y la polarización cultural.
Migrantes
El “otro”, representado por migrantes provenientes de América Latina o el mundo musulmán, se utiliza como chivo expiatorio de males estructurales, de la misma manera que en otro tiempo la población judía fue estigmatizada en Alemania y otras partes de Europa. Esto se traduce en políticas brutales de persecución, separación familiar, campos de detención offshore, como en Guantánamo y El Salvador, y en violaciones de los derechos humanos. Recientemente, estallidos en ciudades como Los Ángeles han mostrado que la tensión se agudiza cuando se crea un clima de exclusión y miedo. Las ideas supremacistas, xenófobas y racistas, que antes estaban relegadas al margen del discurso público, ahora han sido reactivadas como herramienta de poder.
Cacería de migrantes en Los Angeles
En lo externo, Washington mantiene un enfoque ambivalente: hace negociaciones, pero a la vez es amenazante, al usar herramientas económicas como armas de guerra. El apoyo incondicional de Donald Trump a Israel, así como su indecisión ante una salida negociada al conflicto de Ucrania, y su resistencia a volver al acuerdo con Irán en los términos del que ya había sido firmado y que Trump rompió en su primer mandato, muestran una estrategia confusa, con el riesgo de una escalada, por lo que se menciona la posibilidad de lo nuclear.
Colombia

 Mientras tanto, en buena parte de América Latina avanza una ola de ultraderecha

con discursos autoritarios y medidas radicales, representada por figuras como Milei en Argentina, Noboa en Ecuador y Bukele en El Salvador. En Colombia, la amenaza de un golpe no es una exageración, sino una posibilidad real que se gesta entre las élites tradicionales, acostumbradas a manejar el Estado como su patrimonio.
Frente a las reformas sociales que propone el gobierno de Petro, como la jornada laboral de ocho horas, estas elites reaccionan con sabotaje institucional, campañas mediáticas y violencia. El atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay no es un acto aislado, sino el mensaje de que están dispuestos a todo para oponerse a cualquier cambio, por mínimo que sea.
Este rechazo a la transformación social tiene raíces profundas en la historia de Colombia, donde la desigualdad no solo es estructural, sino también cultural, asentada en “estamentos” consagrados oficialmente. Las élites han mantenido durante décadas una separación clasista, convencidas de que su lugar es mandar, mientras los demás son subalternos e inferiores. No aceptan compartir espacios de poder ni perder privilegios, y mucho menos con un gobierno que no lo ven como de los suyos y que quiere cambiar el orden conservador de toda la vida.
Venezuela
En este tablero internacional, la política de Estados Unidos hacia Venezuela refleja la dualidad entre el pragmatismo transaccional y la pulsión intervencionista. En Washington, dos corrientes principales se debaten actualmente sobre cómo abordar la situación venezolana, aunque ambas converjan, a largo plazo, en un objetivo común: reincorporar a Venezuela al sistema geopolítico estadounidense. Sin embargo, en el corto plazo, las diferencias son notables.

Una primera corriente, representada por actores como la petrolera Chevron, el enviado especial Richard Grenell y algunos sectores del Partido Demócrata, apuestan por una estrategia más flexible. Esta línea propone dejar de lado, por ahora, la idea del “cambio de régimen” y avanzar hacia acuerdos concretos que permitan estabilizar la relación bilateral.

Richard Grenell, el ex CIA encargado de comunicarse con Venezuela.
Su interés inmediato es facilitar negociaciones petroleras que alivien parte de las sanciones. Al mismo tiempo, buscan construir dentro de Venezuela una nueva opción política moderada, probablemente representada por Henrique Capriles, que sirva como alternativa menos radical ante opciones como la de María Corina Machado, cuyo perfil más extremo ha generado resistencias incluso en algunos sectores internacionales.
Frente a ello, la corriente neoconservadora insiste en un cambio de régimen inmediato e incondicional. Para este sector, se debe incrementar la presión económica, diplomática y mediática para forzar un colapso del gobierno venezolano. Esta visión, que se entrelaza con el auge de los movimientos de ultraderecha en el continente y con las acciones desestabilizadoras en Colombia, tiene por el momento la iniciativa. Está por verse si logrará mantenerla y qué decidirá finalmente Donald Trump.