Antes y después de Venezuela

El 28 de julio, luego de que los venezolanos concurrieron a las urnas, la escena política regional ingresó en un momento inédito: todas las monedas están en el aire. Apuntes para una discusión a fondo sobre la izquierda latinoamericana.

XINHUA
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Revista Crisis – Argentina

Los circuitos de incidencia del poder imperial no siempre coinciden (y a veces discrepan) con las usinas semióticas de la ultraderecha, pero esta vez se unieron para poner al desenlace electoral de Venezuela en la picota. Semejante apego por los valores democráticos no se verifica en otros casos, como Perú, por ejemplo, donde existe un gobierno de facto, ilegítimo, y que se consolidó a través de la represión, lo cual pone en evidencia un doble estándar. Dicho esto, es cierto que la decisión tomada por el gobierno de Nicolás Maduro al desconocer los pedidos de transparencia de distintos actores nacionales e internacionales supone un cambio de escena regional que no conviene barrer bajo la alfombra.

Desde nuestro punto de vista no se trata tanto de tomar posición y emitir un juicio sino de evaluar los efectos de un acontecimiento que nos empuja hacia territorio desconocido. El chavismo cruzó un umbral y hay que interpretar el significado de ese viaje de ida. El análisis debe ocuparse al menos de tres niveles, donde se dirimen encrucijadas o dilemas distintos, todos muy dramáticos. El primero es de índole nacional y se pregunta por el destino de un proyecto político cuya legitimidad ya no emana de las urnas: ¿podrá sostenerse?

El presidente venezolano, Nicolás Maduro, durante un acto en el Palacio de Miraflores en Caracas. (Xinhua/Marcos Salgado) 

El segundo es de naturaleza geopolítica: ¿qué implicancias tiene la introducción de coordenadas bélicas en nuestro continente, con la apertura de un frente de batalla entre el imperio que se apaga y el que se avizora en el horizonte? Por último, regresa un interrogante para quienes en Latinoamérica se inscriben en una tradición emancipatoria: ¿cuál será el vínculo entre izquierda y democracia en la etapa que comienza?

Revolución y verdad

La dificultad para saber qué pasó en las elecciones presidenciales venezolanas es responsabilidad del gobierno de turno. El anuncio del triunfo de Nicolás Maduro se llevó a cabo sin que se publicaran los datos oficiales desagregados por mesa y centro de votación según las actas de escrutinio, como dicta la legislación promulgada por el expresidente Hugo Chávez. El oficialismo asegura que ganó, pero no logró demostrarlo y finalmente renunció a convencer a quienes dudan. Creer o reventar es la consigna.

En abierto enfrentamiento aparece la impugnación opositora, que asegura haber triunfado y cuenta con la opacidad oficial como argumento de peso. Aunque hicieron un escrutinio paralelo con alrededor de 25 mil actas recolectadas, tampoco pudieron comprobar fehacientemente su victoria porque muchas de ellas fueron cuestionadas. Hay una tercera hipótesis, incontrastable: un ataque cibernético al dispositivo electoral impidió saber cuál fue el resultado, pero las autoridades en lugar de aceptar el daño siguieron adelante, luego no llegaron a buen puerto y finalmente decidieron ocultar el enchastre.

Sea como fuere, en el plano internacional las sospechas de un fraude se tornaron mayoritarias. Y buena parte de los países de la región decidieron no reconocer la legitimidad del proceso. En situación particularmente incómoda quedaron las naciones latinoamericanas con gobiernos progresistas que apuntaron a mediar con el objetivo de impedir un desenlace violento: el Brasil de Lula, la Colombia de Petro y el México de López Obrador.

El endurecimiento de las sanciones internacionales tendrá costos para Venezuela, aunque habrá que ver hasta qué punto la Casa Blanca está dispuesta a revertir las flexibilizaciones otorgadas en los últimos meses. El punto más delicado es la recuperación que venía experimentando la economía, clave para la legitimación interna del chavismo, que podía mostrar la luz al final del túnel luego de una agudísima crisis social y material. Ahora ese horizonte vuelve a nublarse y las dificultades materiales pueden recrudecer.

Un marcha en respaldo al presidente venezolano Nicolás Maduro, en Caracas. (Xinhua/Marcos Salgado) 

Sin embargo, el gobierno ha logrado estabilizar la situación interna y mantener el control político, luego de las manifestaciones del 29 y 30 de julio. Se reportan entre 300 y 900 protestas espontáneas, muchas de ellas en barrios populares, que dejaron un saldo de 25 muertos. La cantidad de detenidos, de acuerdo con el recuento de diversos organismos de derechos humanos, supera las 1800 personas, entre las que habría al menos un centenar de menores de edad, aunque el presidente Maduro aumentó ese número en una alocución televisiva y dijo que eran 2229 las personas privadas de su libertad, con la evidente intención de provocar miedo en quienes protestan. Se denuncian, también, violaciones al debido proceso como audiencias colectivas para delitos individuales, llevadas a cabo a altas horas de la noche y en dependencias no judiciales o la imposición de una defensa pública.

A su vez, el oficialismo alega movimientos desestabilizadores y golpistas coordinados desde el exterior, con apoyo de grupos criminales internos, tal y como sucedió en Bolivia en 2019 o en Brasil durante 2016, justificando de este modo la represión.

Todo parece indicar que, salvo por un quiebre en el esquema de poder interno, especialmente en el ejército, Maduro conservará el mando. Sus defensores dentro y fuera del país sostienen que entregar las riendas a una oposición apadrinada por los Estados Unidos es inadmisible. Por su parte, los gobiernos aliados de la región y sectores de izquierda del propio chavismo consideran que el costo de desconocer la voluntad popular es demasiado grande y que a la larga la derrota puede ser mucho peor.

Personas esperan para  votar en la elección presidencial. (Xinhua/Li Muzi) 
Cabeza de playa

El reconocimiento inmediato de la reelección de Maduro por parte de China, Rusia e Irán, entre otras naciones, mientras Estados Unidos, la Unión Europea e Israel daban como ganador a Edmundo González, inscribe la disputa en la confrontación geopolítica contemporánea. Un conflicto que no cesa de agudizarse y que ya se dirime en el terreno bélico, tanto en Europa como en el Medio Oriente. Parece evidente, de hecho, que Caracas cuenta con esta nueva relación de fuerzas global a la hora de proyectar su porvenir cercano. El objetivo podría ser reorientar los flujos económicos para asociarse al vector oriental, gracias a las importantes reservas de petróleo y oro que posee, que la convierten en una plaza apetecible.

La agresividad norteamericana contra China y sus aliados está en el origen de este alineamiento explícito. Washington se niega a reconocer un mundo multipolar, pero tampoco puede sostener el unilateralismo que detentaba debido a la pérdida de influencia que experimenta en los últimos años. La resultante es una nueva guerra fría, con el consiguiente reparto de territorios.

Por otro lado, al invadir Ucrania y no morir en el intento, Putin demostró que desafiar los dictados de Occidente no condena a la inanición al atrevido. Pese al aislamiento comercial, a su virtual expulsión del sistema financiero, y a verse convertida en un paria en el concierto institucional planetario, Rusia logró crecer económicamente, establecer nuevas cadenas productivas, consolidar un importante consenso interno, e incluso se encamina a ganar la guerra, lo que incluye conquista de territorios.

En el otro extremo, Israel está desplegando un verdadero genocidio en los territorios palestinos, ante los ojos incrédulos del mundo entero, sin que nada ni nadie pueda detenerlo. Tel Aviv no se priva incluso de desafiar a los vecinos mediorientales, trasponiendo todas las líneas rojas, sin temor a una escalada nuclear. Y pese a que crece el repudio en la opinión pública global, que podría tornarse un boomerang para el sionismo, Netanyahu parece consolidar el frente interno, galvanizando a la mayoría de los israelíes en favor de su gobierno.

Caracas parece evaluar que patear el tablero, si bien conlleva costos, es negocio. Pasado el momento crítico de máxima presión, los incentivos para romper las reglas pueden ser mayores que apegarse al statu quo propuesto por la Casa Blanca. Sin embargo, el riesgo es muy grande. Por múltiples razones.

Edmundo González Urrutia y María Corina Machado, durante el anuncio de desconocimiento de los resultados de las elecciones. (Xinhua/Str) 

No está claro qué significa atar su suerte de manera exclusiva a los BRICS. De hecho, la jugada venezolana pone en entredicho la postura de Itamaraty, de involucramiento activo en el marco de un horizonte multilateral. No es lo mismo entregarse de pies y manos a Pekín, Moscú o Teherán que ensayar un vínculo más horizontal en el marco de la emergencia de un sur global.

Mayor aún es el peligro si Venezuela tiende a convertirse en la zona de sacrificio americana. Lo que Ucrania significa para Europa, Palestina para el Medio Oriente, o Taiwán para Asia Oriental. El mundo en el que nos adentramos está signado por la gramática bélica, lo cual implica la crisis del lenguaje de la persuasión y el arte de la diplomacia. Nadie sabe cuándo empieza y, más grave, dónde termina la guerra.

La audacia de Maduro consistiría en asumir de frente la condición de época. Quien se arroja a lo inevitable sin miedo, podría decirse, tiene una ventaja respecto de quien duda o pretende impedir lo obvio. El temerario se burla del timorato, con cierta razón. Pero hay que elegir muy bien la oportunidad. Y en la historia a veces el tiro sale por la culata.

Demos al carajo

El chavismo no lo explicita, pero la señal es clara: la disputa por el poder real, parece decirnos, va más allá de la democracia formal. No hay condiciones para el sufragio transparente en un contexto de hostigamiento imperial como el que mantiene Estados Unidos contra Venezuela, argumentan sus defensores. En la vereda de enfrente se ubican quienes defienden al sistema republicano como piedra angular de la civilización, aunque el poder de decisión recaiga cada vez más en actores transnacionales que someten a los estados y expolian a las sociedades. Relegada a un segundo plano queda la soberanía popular, principal fundamento de una comunidad política. La imposibilidad de determinar con certeza qué votó el pueblo venezolano es un síntoma inequívoco de esta negación.

Un simpatizante del presidente venezolano, Nicolás Maduro, festeja luego de los resultados de las elecciones presidenciales, en Caracas. (Xinhua/Li Muzi) 

Nos interesa prestar especial atención a las voces críticas que vienen de adentro. Las cancelatorias promovidas desde afuera y los panegíricos emitidos por el oficialismo tienen suficiente visibilidad. Hablamos largamente con una periodista de 36 años formada políticamente con la perspectiva del propio Chávez, que comenzó a militar en el Frente Francisco de Miranda, del PSUV, cuando cursaba el bachillerato.

Desde Caracas, recuerda que “quien montó este sistema electoral fue Chávez, quien dijo que aquí las cosas se hacían por la vía democrática fue Chávez. La democracia revolucionaria, decía Chávez, no es una negación de la liberal, es una profundización y una radicalización”.

Y propone: “Hay que buscar una estrategia para frenar esta situación. Aquí se tiene que respetar la voluntad popular. Si ellos no ganaron tengo que entregar y asumir las consecuencias de lo que eso sea. Ay, pero es horrible que llegue una Corina que es como Milei. Sí, es horrible, pero es lo que la gente decidió. Con un gobierno como el de Milei salimos a luchar y en algún momento volvemos renovados, depurados. Pero aquí la gente nunca olvida un fraude. Yo he acompañado familias y sé lo que implica el dolor de que te torturen un niño, que lo tengan en la cárcel. Son más de 2000 familias que nunca van a olvidar que metieron preso a su hijo, a su hija, a su esposo, a su papá, esos son traumas que están generando. ¿Y eso se lo vas a cargar a Chávez?”.

Relegada a un segundo plano queda la soberanía popular, principal fundamento de una comunidad política. La imposibilidad de determinar con certeza qué votó el pueblo venezolano es un síntoma inequívoco de esta negación.

Lo que ella nos recuerda es que la única salida a la trampa de una democracia insuficiente es la manifestación plena de la voluntad popular, nunca su desconocimiento. Desbordar esos estrechos marcos, realizar las promesas incumplidas, radicalizar los principios de una justicia que termina siendo para unos pocos es lo contrario de regalarle ese programa mínimo a la ultraderecha.

Un marcha de apoyo al presidente Maduro en Caracas. (Xinhua/Str) 

Hay que decirlo con todas las letras: si consideramos que la democracia realmente existente constituye un piso que conviene conservar no es porque olvidemos la crítica política que denuncia sus hipocresías y la complicidad del régimen liberal con un sistema de opresión cada vez más descarnado. Existe un chantaje en el consensualismo que nos envuelve y en cierto modo nos neutraliza. Una extorsión que tiene al miedo como fundamento, pues quienes se atrevan a transgredir las reglas de los poderosos se arriesgan al aniquilamiento. Quizás incluso la ruptura sea inevitable porque el sistema no tolera la verdadera disidencia. Pero la alternativa no puede descansar en la fuerza, mucho menos en la mentira. En ese terreno tarde o temprano seremos derrotados, o bien negociados.

Ingresamos a una nueva época en América Latina. Luego de los años de la revolución frustrada, vino la transición a la democracia que nunca llegó. Esa etapa ha llegado a su fin y no sabemos aún de qué trata lo que viene. No pinta bien, pero la vida te da sorpresas. Sin esperanzas y sin nostalgias, allá vamos.