Argentina, un país pobre de clase media

214

Hernán Reyes

Uno de los relatos más potentes que alimenta el imaginario colectivo nacional es que Argentina es “un país de clase media”. Este concepto se fue gestando lentamente a medida que el país se consolidó como estado-nación y fue desarrollando un modelo económico, político y social.

Las ficciones que sirven de guía a una nación son el resultado de un proceso de competencia de ideas, intereses y fantasías que determinan cómo nos percibimos como comunidad, cómo interpretamos el presente y cómo imaginamos el futuro. Estos relatos constituyen los pilares sobre los cuales construimos nuestra identidad y sostenemos la matriz organizacional que nos permite mantenernos unidos como pueblo y cooperar en función de objetivos comunes.
Hace más de un siglo que el concepto de “clase media” comenzó a instalarse en la mente, en el vocabulario y en la cultura de los argentinos. La inmigración, la educación  pública, la industrialización y la urbanización del país fueron factores clave en la formación de una subjetividad de clase que se transformó en un atributo diferencial de la identidad nacional.

El acceso a la educación pública, una de las fibras centrales de la identidad de clase media argentina que Javier Milei está irrirando.

El acceso a la educación pública, una de las fibras centrales de la identidad de clase media argentina que Javier Milei está irrirando.

El ser nacional de clase media

Ser de clase media es pertenecer a un grupo social tan diverso como inasible que se autopercibe moderado”, “democrático”, “trabajador”, “familiero” y “educado”. Ni rico ni pobre, ni elitista ni plebeyo.

 

Al igual que en el concepto del “término medio” de Aristóteles, donde la virtud es alcanzada por quienes saben atemperar sus acciones y deseos, la identidad de clase media en Argentina ha sido históricamente percibida como portadora de valores asociados a la moderación, la prudencia y el esfuerzo.
El relato fue muy efectivo para construir la imagen de un tipo de ciudadano ejemplar, “decente”, “de bien”, en contraste con otra imagen, la del argentino que habita en los márgenes, “el pobre”, “el negro”, “el cabecita” y, en los últimos años, “el planero”.

La marcha universitaria, el piquete bueno de la clase media.

La marcha universitaria, el piquete bueno de la clase media.

 

Estas categorías, que se han naturalizado como parte del vocabulario cotidiano, se utilizan para trazar una línea imaginaria que separa a dos mundos, en teoría, distantes: el de la clase media trabajadora y el de los “sectores populares” de clase baja que vive de changas, trabajos manuales o informales y en algunos casos depende del Estado para subsistir.

La "fila de la pobreza" en la vereda del Ministerio de Capital Humano.

La “fila de la pobreza” en la vereda del Ministerio de Capital Humano.

El rol social de la clase media

La existencia y expansión de la clase media ha contribuido a la cohesión social funcionando como un factor estabilizador, evitando la polarización extrema entre ricos y pobres, pero al mismo tiempo, al concebirse como un grupo separado de los sectores de menores ingresos, ha dificultado la posibilidad de tejer redes solidarias políticas más amplias entre ciudadanos que comparten más intereses de los que reconocen.

A pesar de las recurrentes crisis políticas, económicas y sociales, muchos argentinos han mantenido su autoidentificación como integrantes de la clase media. Incluso cuando las condiciones económicas empeoraron, la aspiración a pertenecer a la clase media se mantuvo vigente, lo que demostraba la resiliencia de esta identidad.

Sin embargo, luego de décadas de inestabilidad económica, es posible que una parte importante de la identidad nacional, asociada al valor simbólico de pertenencia a la clase media, esté cambiando.

La clase media en el conurbano bonaerense

Desde mediados del siglo XX, el Gran Buenos Aires ha experimentado un proceso acelerado de urbanización, impulsado por la migración interna de trabajadores rurales hacia las ciudades en busca de mejores oportunidades laborales.

El conurbano se convirtió en un importante centro industrial que proporcionó empleo a una gran cantidad de trabajadores, muchos de los cuales pudieron acceder a salarios y condiciones laborales que les permitieron mejorar su nivel de vida.

El gobierno de Juan Perón implementó una serie de políticas públicas dirigidas a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, incluyendo la construcción de viviendas, barrios y ciudades obreras que posibilitó que muchos trabajadores accedieran a la propiedad de la vivienda, un factor clave en la consolidación de una identidad de clase media.

Sin embargo, desde finales del siglo XX hasta hoy, la ausencia de un horizonte claro, la incapacidad de producir una síntesis que conjugara el modelo agroexportador con el industrial, los cambios pendulares en la política económica y el fracaso de los gobiernos para gestionar de manera eficiente los recursos del Estado, produjeron un colpaso del sistema económico en Argentina que se manifestó en el cierre de muchas fábricas, precarización del empleo, pauperización, inseguridad, exclusión y nulo o escaso acceso al crédito.

El conurbano se fue transformando en una metáfora del fracaso, una “zona de exclusión”, de desborde, desigualdad, fragmentación social y anomia.

Percepción de clase y expectativas de movilidad social

En Reyes-Filadoro decidimos realizar una encuesta en agosto 2024 para entender cómo la crisis  económica actual está impactando en algunas variables subjetivas que inciden sobre la autopercepción de clase y las expectativas de movilidad social en los bonaerenses que viven en el conurbano.

La encuesta no pretende producir datos objetivos sobre la estratificación social del conurbano, sino que indaga sobre algunos aspectos subjetivos que definen la identidad de clase media de los argentinos que viven en ese conglomerado urbano, que concentra el 25% de la población total del país (aproximadamente, 12 millones de personas).

Por su naturaleza simbólica y subjetiva, siempre hubo un desfasaje entre el número de personas que se auotperciben de clase media y las que “objetivamente” pueden ubicarse en esa categoría de acuerdo a su nivel de ingreso y acceso a bienes y servicios.

La clase media, en el tobogán.

La clase media, en el tobogán.

 

La encuesta indica que sólo el 18% se reconoce como “clase media”, mientras que el 37% de las personas se autopercibe de “clase media-baja” y el 41% de “clase baja”. Sin embargo, el 81% de las personas que se define de clase “media baja” tiene ingresos por debajo de la linea de pobreza, fijada por el INDEC en $939.887 para una familia tipo. Esto significa que eligen identificarse con la clase media aunque técnicamente sean pobres. ¿Cómo afecta la realidad el imaginario colectivo de un país que en los últimos 80 años se jactó de tener la mayor proporción de ciudadanos de clase media de América Latina?

Aunque el nivel de ingresos es el parámetro más utilizado por las personas que se autoperciben de clase media, el nivel educativo es la segunda variable más importante. El 95% de las personas considera que la educación es un factor importante para progresar. Sin embargo, el 74% opina que el sistema educativo no prepara adecuadamente a los jóvenes para insertarse en el mundo del trabajo. De acuerdo a los datos del INDEC sobre el primer trimestre de 2024, el desempleo alcanza al 25% de los jóvenes y casi el 58% de los trabajadores menores de 30 años se encuentra trabajando sin registrarse en la seguridad social.

Educación o barbarie

Para los argentinos, la educación pública tiene un valor especial. Convencido de que la educación era el mecanismo indicado para la creación de “ciudadanos responsables”, Domingo Sarmiento impulsó la creación de escuelas y la formación de maestros en todo el territorio nacional. La expansión de la educación pública bajo su influencia sentó las bases para que amplios sectores de la población argentina accedieran a oportunidades de movilidad social y fueran capaces de ocupar los empleos calificados que la nueva economía requería.

Sarmiento construyó las escuelas que construyeron la clase media argentina.

Sarmiento construyó las escuelas que construyeron la clase media argentina.

 

Durante los gobiernos radicales de principios del siglo XX, se promovió la educación como un medio para igualar oportunidades, pero fue a partir de la década de 1930 y, más notablemente, durante el período peronista, que la industrialización y la expansión del sector de servicios generaron una gran demanda de mano de obra calificada y semicalificada que permitió a muchos trabajadores acceder a mejores salarios y condiciones laborales, favoreciendo la formación de una clase media trabajadora asalariada.

El 22 de noviembre de 1949, Perón suspendió el cobro de los aranceles universitarios y logró que la educación superior dejara de ser un privilegio para transformarse en un derecho. Esta medida, interrumpida por los gobiernos de facto y reinstaurada por el de Raul Alfonsín, fue determinante para que pudieran acceder a la universidad los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

Sin embargo, en las últimas décadas,  la educación pública fue perdiendo su valor integrador en el Gran Buenos Aires. Las escuelas de nivel primario y secundario de gestión estatal dejaron de ser el ámbito donde se cruza el hijo del médico con el del obrero para transformarse en ámbitos segregados donde muchas familias envían a sus hijos simplemente porque no cuentan con los recursos suficientes para pagar una escuela de gestión privada. El ausentismo docente y los problemas de infraestructura explican, en parte, la disconformidad de la clase media con la escuela pública.

El tercer factor determinante de movilidad social es el empleo. La encuesta de Reyes-Filadoro indica que sólo un tercio de los bonaerenses en el conurbano se siente satisfecho en su trabajo, mientras que dos tercios sienten miedo de perder su fuente de ingresos durante el próximo año.

De acuerdo a los últimos datos publicados por el INDEC correspondientes al primer trimestre de 2024, la pobreza alcanza al 70% de los trabajadores informales, pero también a un tercio de los trabajadores asalariados registrados.

Otra variable clave en la percepción de clase es la propiedad de una vivienda. Los programas de vivienda y el acceso al crédito fueron fundamentales para que sectores previamente excluidos del acceso a la propiedad pudieran mejorar sus condiciones de vida, contribuyendo a la percepción de pertenencia a la clase media. La inestabilidad económica y la inflación han dificultado la implementación de estos programas. Los datos de la encuesta revelan que el 58% de las personas no cree que va a poder acceder a una vivienda propia en el futuro.

A pesar de la crisis laboral, los bajos ingresos, la dificultad para acceder a una vivienda propia y el bajo nivel de confianza que inspira el sistema educativo como garante de ascenso social, el 68% de los encuestados se siente optimista de que las próximas generaciones van a lograr una mejor calidad de vida que ellos. Este dato puede ser interpretado como una señal positiva de que la potencialidad de progreso sigue viva en el imaginario colectivo.

Hace varias décadas primaba la idea de que Argentina era un país de clase media, idea vinculada, entre otros factores mencionados, a la fuerte presencia del Estado, tanto en la prestación de servicios básicos gratuitos como salud y educación, como en su rol de administrador de las relaciones de poder en la sociedad. La degradación de la calidad de esos servicios y la ausencia del Estado en algunas zonas del país fueron menoscabando la confianza de la población en las instituciones que debían velar por su interés.

Empero, la sociedad no espera que el Estado abandone su rol como garante del orden social y como promotor de una sociedad más justa y equitativa, sino que espera que sea eficiente y efectivo en el cumplimiemto de los objetivos para los cuales fue diseñado.

Estado sí, pero eficiente y transparente

En el conurbano, la mayoría de las personas cree que el Estado debe intervenir en la economía para prevenir abusos de poder y proteger a las más débiles. El problema, creen, no es el Estado sino la dirigencia política que lo administra para servir a sus propios intereses. La mitad de la población encuestada cree que la principal causa de la pobreza es la corrupción política.

Las políticas sociales implementadas luego de la crisis de 2001 mejoraron temporariamente las condiciones de vida de muchos argentinos, pero no lograron cambios estructurales que consolidaran su inclusión en el mercado laboral. El carácter permanente de algunos programas sociales que se suponían temporales y el uso clientelar y extorsivo por parte de algunos dirigentes fue alimentando el enojo de votantes de ingresos medios y bajos que sentían que su propio esfuerzo y trabajo eran en vano.

En poco tiempo se construyó la imagen de un nuevo sujeto social, “el planero”, una persona que depende para sobrevivir de las dádivas de un “Estado bobo”, incapaz de resolver los problemas estructurales que generan pobreza y exclusión. El otro nuevo sujeto social producto de la precaria situación laboral es el “trabajador pobre” que tiene empleo, incluso formal, pero no llega a fin de mes.

Esto explica, en parte, por qué un 61% de los encuestados cree que “en Argentina hay dos clases de personas, las que trabajan y las que viven del Estado”, incluso el 45% de votantes que se identifica con el kirchnerismo.

Quiénes ganan y quiénes pierden con  Milei

Las medidas implementadas por el gobierno liderado por Javier Milei no parece que vayan a revertir la tendencia sino, más bien, a profundizarla. Sólo el 8% de los encuestados opina que sus políticas benefician a la clase media y a la clase baja, mientras que el 50% cree que benefician a los más ricos y un 20% opina que no benefician a ningún sector.

Más de la mitad de los votantes en el conurbano cree que las políticas impulsadas por la actual administración nacional perjudican su posibilidad de progreso, mientras que un cuarto de la población confía en que van a mejorar en el mediano y largo plazos.

El clivaje, “argentinos bien” versus “planeros”, divide a una sociedad cada vez más desigual y fragmentada que tiene una nueva composición social. La cruda realidad se impone frente al espejo. En poco tiempo, el país “de clase media” se transformó en un pais de pobres.

Con más del 62% de la población del conurbano bajo la línea de pobreza y 25% de indigentes, el Gran Buenos Aires está lejos de representar al país de clase media que se jactaba de ser hace medio siglo.

Los pilares básicos sobre los cuales se construyó la identidad de clase media (educación pública, trabajo formal y acceso a la vivienda), están rotos. La evidencia indica que, si no se revierte esta tendencia, la sociedad argentina parecerá cada vez más una sociedad de castas como India, con una estratificación social rígida e inmóvil donde las relaciones sociales con miembros de otros grupos no existen y la condición de clase social es adjudicada desde el nacimiento y para toda la vida.

*Consultor. Publicado en LetraP