Israel y su delirio bélico, racista y genocida, llega al Líbano

Isabella Arria

Israel intensificó sus ataques aéreos contra Líbano, dando muerte a medio millar de personas y lesionando a más de mil 645, en el día más letal para Líbano desde la guerra de 2006 entre Israel y el grupo de resistencia palestina Hezbollah. Miles de libaneses siguen huyedo hacia Beirut tras los masivos ataques de Israel en la zona sur del país.

Entre los muertos había mujeres y niños; miles de personas huyeron en automóviles y camionetas cargados con pertenencias y llenos de pasajeros –en ocasiones varias generaciones en un vehículo–, desde el sur hacia Beirut, que recibió una nueva ola de ataques más tarde,  dirigidos a Ali Haraki, comandante del frente sur de Hezbollah, quien sobrevivió a la ofensiva destructiva israelí.

El ministro libanés de Salud, Firass Abiad, declaró en conferencia de prensa que los impactos dieron en hospitales, centros médicos y ambulancias. El gobierno ordenó el cierre de escuelas y universidades en la mayor parte del país y comenzó a preparar refugios para personas desplazadas del sur. Israel afirmó haber impactado 800 sitios en el sur de Líbano, en el valle oriental de Bekaa y en la región norteña, cerca de Siria.

Israel llevó a la región al borde de una guerra en gran escala y se teme que el ataque pudiera ser precursor de una incursión israelí por tierra en Líbano. La amenaza de una guerra abierta ha crecido en semanas recientes.

Estados Unidos, que tiene 40 mil soldados en Medio Oriente, enviará un pequeño número de tropas adicionales a esa región, ante la posibilidad de que las operaciones bélicas se intensifiquen y se descontrolen hasta desembocar en una guerra regional más amplia, informó ayer Pat Ryder, vocero del Pentágono

La misión de paz de la ONU en el Líbano (FINUL) advirtió de que los bombardeos de Israel,  “no solo son violaciones del derecho internacional, sino que pueden constituir crímenes de guerra. Cualquier nueva escalada de esta peligrosa situación podría tener consecuencias devastadoras y de gran alcance, no solo para quienes viven a ambos lados de la Línea Azul (la divisoria entre el Líbano e Israel), sino también para la región en general”, advirtió.

Mientras, Estados Unidos, la Unión Europea y el resto de Occidente –así como los gobiernos de naciones en desarrollo sometidos a ellos– no sólo se hicieron cómplices del genocidio del régimen de Benjamin Netanyahu, sino que lo provean de armas y de un escudo diplomático en su obcecación por llevar a Medio Oriente a una guerra total.

No se puede olvidar que una de las partes es una potencia ocupante con un arsenal nuclear. Así, los llamados a la moderación de ambos bandos suenan como revictimización de los millones de palestinos que sobreviven en los pedacitos de tierra que les quedan, convertidos por Israel en campos de concentración, y/o de exterminio

Ya sin nada más que destruir en Gaza, Israel ha extendido su furor bélico a Líbano, donde toma todos los pasos para convertir su conflicto de baja intensidad con el grupo armado Hezbollah en una guerra a gran escala. Al igual que en Gaza, Israel usa de pretexto para el genocidio la presencia de una milicia islamita hostil para lanzar ataques devastadores y absolutamente desproporcionados cuyas principales víctimas son mujeres, niños y civiles en general que nada tienen que ver con la lucha armada.

A estas 500 víctimas del furor asesino israelí deben sumarse las 37 muertes por el lanzamiento de misiles sobre edificios residenciales de Beirut; los 39 asesinados y más de 3 mil heridos por la operación terrorista en la que miles de dispositivos de comunicación estallaron al mismo tiempo (con el sadismo adicional de detonar una segunda serie de explosiones durante los funerales de quienes murieron en la primera), así como las incontables agresiones diarias de menor escala.

Israel trata de descontextualizar el conflicto y el genocidio. Su versión reduccionista ubica el inicio de las actuales hostilidades en el ataque llevado a cabo por Hamas el 7 de octubre del año pasado, pero el acto de violencia que dio origen a todos los que se han sucedido desde entonces fue perpetrado en 1948, cuando los grupos paramilitares del sionismo israelí expulsaron a más de 600 mil palestinos de las tierras donde habitaron durante generaciones, se apoderaron de ellas y comenzaron la ocupación colonial.

Desde entonces, año tras año, Israel construye nuevos asentamientos ilegales que dividen los territorios palestinos y exponen a la población árabe a permanentes agresiones de los soldados israelíes y de colonos fanáticos de gatillo fácil, siempre a la busca de una oportunidad para descargar su odio racista sobre los desplazados y oprimidos.

En su lógica colonialista, deshumanizada y racista, la negativa rotunda de Tel Aviv a devolver los territorios conquistados, en la peor lógica colonialista y a emprender una salida negociada en los términos que marca la legalidad internacional, son lo que alimenta el fanatismo y pone en peligro a la población civil del propio Israel.

Para los expertos de Naciones Unidas, la única manera de frenar este delirio bélico de Israel y sus cómplices, de detener la barbarie y el genocidio consiste en cortar los envíos de armamento a Tel Aviv y, en el marco de la ONU, imponerle sanciones comerciales, financieras y diplomáticas que lo convenzan de que se terminó la paciencia global con sus prácticas genocidas. Un escenario que se ve hoy más lejano que nunca.

 

*Periodista chilena residenciada en Europa, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)