Cuba: Los días del Moncada
Rosa María Fernández
“¡Es Santiago de Cuba! / ¡No os asombréis de nada!”. El gran poeta Manuel Navarro Luna, definió en versos, el espíritu de la ciudad leyenda, que la historia coronó aquel 26 de Julio de 1953.
Es aquella capital más oriental, que antes de ser bautizada como “Santiago”, cercana al siglo XIX, la llamaban Cuba. Allí, donde los cubanos durante las guerras de independencia vistieron de mambí al Santo Patrón, a pesar de su origen español; donde la Caridad del Cobre, la Virgen Mambisa, tiene su altar en la iglesia donde fue bautizado el Titán de Bronce: Antonio Maceo y Grajales.
Todo tiene que ver al contar la leyenda de los muchachos que cambiaron la historia nacional, una madrugada de carnaval en Santiago de Cuba. Tal como lo hicieron antes en las fiestas populares de Cuba, enmascarando mensajes y acciones de los insurgentes contra la metrópoli española.
Precisamente, el asalto al cuartel Guillermón Moncada, la segunda fortaleza en importancia militar de la dictadura de Fulgencio Batista -quien llega al poder tras el zarpazo golpista del 10 de marzo de 1952 (hasta 1959), cerrando todas las posibilidades legales para el acceso al poder de las fuerzas progresistas- sucede aprovechando el bullicio y el movimiento del carnaval de 1953. Con esta acción, como expresó Fidel Castro, la “Generación del Centenario” del natalicio de José Martí, prendería el motor pequeño, que puso en marcha el motor grande de la Revolución cubana.
En el alegato de autodefensa del joven Fidel, conocido como “La Historia me Absolverá”, explica cuán presente estuvo Martí en lo sucedido aquel 26 de julio: “Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria. ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!”
Tomar el cielo por sorpresa
Antes del significativo hecho, con solo 27 años, el líder Fidel –quien a partir de aquí desencadena una de las más profundas revoluciones de la historia- advirtió a sus compañeros: “Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos… de todas maneras ¡óiganlo bien!… el Movimiento triunfará. Si vencemos mañana se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba”.
Si Carlos Marx dijo de los comuneros de París que intentaron tomar el cielo por asalto, del ataque al Moncada por varias docenas de jóvenes armados con escopetas de matar pájaros, alguien debiera decir que trataron de tomar el cielo por sorpresa, dijo posteriormente, quien siendo un joven de 22 años, fue uno de los que se lanzaron a la toma del Cuartel, de la Audiencia y del Hospital Civil, posteriormente alcanzó durante la Revolución triunfante el grado de General de Ejército, Raúl Castro Ruz.
Fidel y Abel Santamaría (segundo jefe del movimiento revolucionario) indicaron con precisión las tareas altamente secretas. Hasta ese momento, la mayoría de los allí reunidos no sabían cómo sería la acción a desarrollar.
Había llegado la hora decisiva y se dio a todos la oportunidad de desistir en la participación de una acometida de tan alto riesgo. En la memoria colectiva resaltan los versos del poeta de la generación del centenario, Raúl Gómez García, antes de salir de la Granjita Siboney: “Por nuestro honor de hombre, ya estamos en combate”.
Los 135 combatientes que de allí salieron, al frente de los cuales estaban Fidel y Abel, fueron fortalecidos por las palabras de este: “Es necesario que todos vayamos… Libertad o Muerte”. Algunos asaltantes no llegan porque se pierden en una ciudad desconocida. La guardia cosaca rompe el factor sorpresa. Ramiro (Valdés) entra por la Posta 3 con los del primer carro, reduce a tres militares, al salir una bala que le atraviesa un pie seguirá con él hasta la Sierra Maestra; Raúl toma el mando de las acciones en la Audiencia, cuando ya parecían perdidas; pero el asalto fracasa y Fidel ordena retirada.
Luego vendrá el baño de sangre, el desquite. Señorea el crimen y los abusos en el hospital. Bajo la tiranía prevaleció la tortura, expresión máxima de la represión institucionalizada para instaurar el terrorismo de Estado.
Por orden de Fidel, Abel, con 25 años, llevó a cabo la toma del Hospital Civil Saturnino Lora, aledaño al «Moncada», junto a otros 19 hombres (más el doctor Mario Muñoz, Haydee y Melba Hernández). Se trataba de evitarle peligros mayores, de modo que si Fidel caía en el combate, fuera Abel el que lo sustituyera al mando del movimiento. Abel fue hecho prisionero después de haber cumplido con éxito su misión, de tomar el hospital y, al fracasar la toma del cuartel Moncada por fallar el factor sorpresa, Abel fue salvajemente torturado por los esbirros batistianos.
“Le arrancaron un ojo. Guardó silencio. Y le extirparon el otro. Mostraron el despojo sangrante a su hermana Haydee. Con el alma desgarrada, ella también guardó silencio”, lo describe la escritora Graziella Pogolotti. Todo el terror antes de ser asesinar a Abel, el 26 de julio de 1953. Ante la noticia, se yergue la resistencia serena de las mujeres.
Fidel fue capturado por un militar honorable. Cuando en voz baja le confesó al teniente Pedro Sarría, que él realmente no era Francisco González Calderín –tal como se había identificado antes-, sino el jefe de la acción armada, aquel militar de experiencia atinó acertadamente a darle un consejo que a la postre resultaría su salvación: —No se lo digas a nadie.
Sarría no se despegó un minuto de Fidel: lo condujo en la cabina del vehículo; se negó a entregárselo al comandante Pérez Chaumont, a quien le dijo: –“El prisionero es mío”. Tampoco lo llevó al Moncada, sino al Vivac.
La mítica fotografía de Fidel bajo la imagen de Martí, autor intelectual del asalto, fue precisamente en el Vivac, donde fue interrogado por Alberto del Río Chaviano, conocido como el Chacal de Oriente, quien también amenazó a los periodistas, ordenó a los fotógrafos que vaciaran las bolsas de trabajo sobre la mesa y dejaran las películas que acababan de tirar. No podían sacar ningún rollo de fotografía, fue su orden, intentando controlar que se conociera la masacre cometida por ellos. Algunos valientes profesionales burlaron este mandato.
Testigo de excepción
La foto acusatoria de Tasende herido en una pierna, fue una de las pruebas irrebatibles de los crímenes contra los detenidos tras el Moncada. José Luis Tasende fue baleado en la mañana del 26 de julio de 1953.
El manzanillero de 28 años, el día 24 no asistió a su trabajo en el frigorífico de la fábrica habanera de mantequilla “Nela”. Se despidió de sus seres queridos y partió al mando de los comprometidos que viajaron por la vía férrea.
El tren central partió de La Habana a Santiago el viernes 24 de julio, a las 5:30 de la tarde. Por seguridad, se indicaron medidas de aislamiento entre ellos. Rosendo Menéndez, natural de Artemisa, fue el único que no tuvo que hacer ningún esfuerzo, porque solamente conocía a Tasende, miembro del Comité Militar de la dirección del Movimiento, a cargo del contingente de 18 hombres que utilizaron este transporte.
Raúl Castro, sentado junto a Tasende, observa el boleto y entonces sabe a dónde se dirigen. “¿El Moncada?”. Tasende le responde, «Sí», como sin otorgarle mayor importancia.
Precisamente, Raúl narró desde el Presidio Modelo en 1954: “En el coche-comedor, donde los componentes del grupo íbamos a almorzar individualmente, como si no nos conociéramos, con la excepción de Tasende y yo que llegamos juntos a tomar el tren y por lo tanto fuimos a comer algo también juntos, allí él me informó del objetivo… se me paraliza el estómago y desaparece el apetito, yo conocía la magnitud y fortaleza de ese objetivo por haber estudiado en Santiago de Cuba durante varios años; Tasende riéndose me decía: come Raulillo, que mañana no vas a tener tiempo”.
En Santiago de Cuba, para el hospedaje cruzan al hotel Perla de Cuba, frente a la propia estación de ferrocarril. Sobre las siete de la noche del sábado 25, un suculento arroz con pollo que les había reservado el diligente Abel Santamaría, los complace en el restaurante.
“Para hacer más normales las apariencias, Tasende a pequeños intervalos depositaba algunas monedas en el tocadiscos, piezas que no llegamos a oír porque eran muchas las que otros habían seleccionado con anterioridad y apenas terminó la comida, nos íbamos marchando a nuestras habitaciones a esperar que nos fueran a recoger”, agregó Raúl, quien veía por los ventanales las celebraciones carnavalescas que en Santiago suelen ser muy estridentes, de pueblo.
Tasende iba en el carro de vanguardia. Le habían asignado, vestido de militar de la tiranía, quitar las cadenas y abrir paso a la caravana encabezada por Fidel por la Posta 3.
Estuvo entre los pocos asaltantes que lograron pisar la fortaleza en aquellos minutos frenéticos. Aunque el plan tuvo un fallo prematuro, bajo una lluvia de plomo, el joven José Luis peleó hasta que el fuego le devoraba la pierna y lo empapó de sangre hasta el tobillo. Unos dicen que una ráfaga; otros, que esquirlas de una granada. Un compañero lo acostó en una cama de la garita de entrada, mientras Tasende les hizo el ademán con la mano de que continuaran, y confiaron en él. Sabían de su entereza, seguramente los seguiría.
Quedó solo en medio de la confusión y logró alcanzar la calle; fue entonces cuando el soldado del ejército batistiano, Mónico García, lo confunde y lo lleva “a caballito” hasta Carretera Central y Trinidad. Lo sube en una guagua de La Oriental y lo deja, a las seis de la mañana, en el próximo Hospital de Emergencias.
El doctor Aníbal Martínez Jústiz fue el médico suplente de guardia. Había estado la noche entera curando heridos borrachos, de las riñas del carnaval, cuando le trajeron al sargento desangrado en grave estado clínico.
El médico describió años después la entereza del joven Tasende, quien soportó sin quejarse, el intenso dolor en shock neurogénico. Le pusieron un calmante, suturaron la herida y pusieron vendaje en espera del salón de operaciones. Había que amputarle una extremidad con fractura y daño vascular, cuando un grupo de soldados entraron a Emergencias, con otro militar baleado. Así lo identificaron como del grupo rebelde por los zapatos de corte bajo, cinto de paisano y galones bordados a mano, que le arrancaron de un tirón. A punta de pistola, fue trasladado al Hospital Militar. Luego fue sacado para interrogar en el regimiento.
Zenén Carabia Carey, teniente del Ejército a cargo del departamento fotográfico del regimiento, fue mandado a buscar por el coronel Chaviano para retratar las bajas militares. Ese 26 de julio anduvo rastreando por el cuartel las huellas del combate. “En uno de los pasillos del hospital, hacia el ala derecha que terminaba en una sala de enfermos, me encontré con un herido en una pierna, estaba como azorado, sentado en el suelo, y con traje militar y galones de sargento. […] Enseguida le hice una fotografía”.
Carabia además vendió algunas copias al fotorreportero Panchito Cano, un reportero gráfico que estaba retratando las comparsas en la Trocha para la revista Bohemia, a quien acompañaba Marta Rojas, entonces estudiante de la Escuela de Periodismo Manuel Márquez Sterling. Ambos escucharon un gran tiroteo a las cinco y cuarto de la mañana proveniente del área del cuartel Moncada.
El instinto los llevó al lugar donde reinaba la confusión. Alrededor de las seis de la tarde fue cuando el jefe del cuartel, coronel Alberto del Río Chaviano, mostró a varios periodistas y fotógrafos las zonas del combate, donde habían más de 40 cadáveres, pero ningún herido ni preso.
La foto de Carabia trascendió como evidencia del martirio en el rostro del viril combatiente revolucionario. Los médicos legalistas, a la altura de su ética y valentía, al frente de los cuales estuvo el doctor Prieto Aragón, comprobaron los 61 muertos, como el sacrificio de esta generación. El dictamen de José Luis Tasende, decía claramente, después de describir las heridas: “Parece tratarse de un herido que fue asesinado después. Siendo la causa directa de la muerte hemorragia intracraneana y torácica y la indirecta heridas por proyectiles de arma de fuego”.
Entre los muros del Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, cayeron en combate seis compañeros; 55 fueron brutalmente torturados y asesinados. Una suerte similar corrieron los asaltantes del cuartel de Bayamo.
El cuartel Moncada
Ante el tribunal que juzgó a Fidel, este denunció: “No se mató durante un minuto, una hora o un día entero, sino que, en una semana completa, los golpes, las torturas, los lanzamientos de azotea y los disparos no cesaron un instante como instrumentos de exterminio, manejados por artesanos perfectos del crimen. El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y de muerte, y unos hombres indignos, convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros”.
Para esta acción fueron movilizados 158 compañeros; 111 (el 70,2 %) fueron bajas: 61 (38,6 %) perdieron la vida y 50 (31,6 %) fueron apresados; de estos últimos, 32 resultaron condenados a diversas penas de encarcelamiento.
Si a las 111 bajas, agregamos los 17 que ante la persecución de que eran objeto tuvieron que abandonar el país, las pérdidas de efectivos del contingente se elevaron al 81,0 %. En cuanto al grupo de diez dirigentes, el 90 % fue baja: cinco, la mitad, caídos y cuatro, presos; solo uno logró escapar y salir al exilio, refirió Mario Mencía Cobas, destacado historiador y periodista.
Desde los primeros días de prisión, Fidel empezó a manejar ideas para reestructurar la organización revolucionaria, basado en la capacidad de reacción ante la adversidad que lo ha caracterizado.
“Hay ese momento en que todo puede ser hermoso y heroico (…). Y en ese momento una puede arriesgarlo todo por conservar lo que de verdad importa, que es la pasión que nos trajo al Moncada, y que tiene sus nombres, que tiene su mirada, que tiene sus manos acogedoras y fuertes, que tiene su verdad en las palabras y que puede llamarse Abel, Renato, Boris, Mario o tener cualquier otro nombre, pero siempre en ese momento y en los que van a seguir puede llamarse Cuba (…) “Y hay ese otro momento en que ni la tortura, ni la humillación, ni la amenaza pueden contra esa pasión que nos trajo al Moncada”, narró un día Haydee Santamaría. Había que sacudir el alma de una nación, que nunca se había conformado con vivir en cadenas.
Un tiempo después, el 19 de junio de 1954, Fidel le escribe a Melba y Haydee: “Aunque parezca mentira, no siempre pensábamos igual Abel y yo y sin embargo éramos los más identificados (…) Las circunstancias distintas de hoy, no nos permiten la oportunidad de discutir como entonces todos los puntos, pero tenemos una línea trazada a la que debemos ceñirnos. En Santiago de Cuba, les dije que ustedes habían ganado un lugar en la dirección del Movimiento; así lo hice constar tan pronto me reuní con el resto de mis compañeros presos y tomamos oficialmente ese acuerdo.
Consideramos además en esa oportunidad que la dirección del Movimiento estaría aquí en Isla de Pinos, donde se encontraba la mayoría de los que habían dirigido la lucha y los abnegados compañeros que voluntariamente escogieron el camino de la prisión. Por tanto, cualquier acuerdo sobre puntos esenciales debía tomarse aquí. Ustedes como miembros de la máxima dirección y responsables del Movimiento en la calle, deben cumplir estrictamente los acuerdos que aquí se tomen y han de hacerlo con el celo, la disciplina que les imponen el deber y la responsabilidad de los cargos que ocupan…”. Para Fidel no sólo continuó existiendo el Movimiento, sino que mantuvo todo el tiempo una dirigencia con un gran sentido de la disciplina y la responsabilidad. Demostró su disposición a continuar combatiendo a través de un programa realista, táctica inteligente y visión estratégica.
“Por la dignidad y el decoro de los cubanos, esta Revolución triunfará”, sostenía el manifiesto leído poco antes de partir al Moncada, ante el cual juraron luchar para desencadenar una insurrección popular lograda con todos los sacrificios; el exilio, la Sierra Maestra, la ofensiva revolucionaria, hasta el 1º de enero de 1959. Desde entonces, todo sería incluso más difícil.