Miedo y asco en Europa

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Antonio Maestre

Lo que hemos llamado “nueva extrema derecha” es hoy la vieja derecha de toda la vida. Piensen en un campo de concentración. La primera imagen que les vendrá a la cabeza es un campo de exterminio nazi como Auschwitz o Treblinka. Un eco del pasado más tenebroso de la historia de la Europa contemporánea, algo irrepetible, un suceso que nunca puede replicarse y que nos pilla moralmente a una distancia insalvable. Pero Auschwitz es el final de jun proceso e degradación paulatino que comienza con sucesos que ya hemos dado por cotidianos.

Un campo de concentración no es más que un campo de detención en el que se interna a un colectivo específico sin haber cometido un delito bajo un paraguas legal indeterminado. Con esa denominación es perfectamente asumible pensar en un Centro de Internamiento para Extranjeros. Hemos pensado en Auschwitz, no en un CIE como el que hay en Carabanchel, en la Avenida de los Poblados. Lo hemos asumido como normal, pero podemos pasar con el coche o paseando al perro junto a un campo de concentración en nuestra propia ciudad.

El simple hecho de que en Europa convivamos con normalidad con campos de internamiento para extranjeros en forma de cárceles o con barcos como el Bibby Stockholm en la costa sur de Inglaterra hace previsible que dentro de poco demos como asumibles situaciones autoritarias que hoy todavía veríamos como impensables.

La extrema derecha no va a llegar. Ya está aquí. Lleva tiempo entre nosotros empapando nuestras conciencias. Lo logró sin que nos diéramos cuenta jugando con nuestro miedo. El miedo es la materia prima con la que se construye el odio, el artefacto que sirve para establecer las políticas de extrema derecha como asimilables hasta integrarlas en lo más profundo de nuestra psique para naturalizarlas y hacerlas permanentes. Es una construcción constante que, como una lluvia fina, cala la sociedad. Cas Mudde, en una entrevista en El País, marcó la deriva fundamental de la política europea: «La derecha radical no se ha moderado; es el mainstream el que se ha radicalizado».

Beatriz Acha, socióloga y doctora en Ciencia Política en la Universidad del País Vasco, en conversación con La Marea, establece el marco de integración de los postulados de la extrema derecha de una manera lenta y paulatina, como un proceso favorecido por la colaboración virtuosa de la derecha tradicional con la extrema derecha que ayuda a hacer digeribles políticas y mensajes que en otro momento parecerían intolerables.

Así hacen de la radicalidad necesidad, y de esa necesidad virtud: «En Europa no es aún habitual que los partidos de extrema derecha alcancen el poder por sí solos, sin ayuda de otras fuerzas políticas. Primero suele haber un establecimiento de alianzas que permitan a los primeros llegar al poder como socios –normalmente menores– de una coalición de gobierno capaz de implementar directamente políticas de ultraderecha. Pero sin llegar a estos extremos, la mera asunción de algunos de sus postulados por parte de la derecha tradicional tiene un claro efecto difusor de los mismos entre la opinión pública, y multiplica su visibilidad, lo que eventualmente aumentará también su capacidad de marcar la agenda política».

Miedo y asco en Europa
El Bibby Stockholm, el barco-cárcel para migrantes del Reino Unido.

La sustancia que ha envenenado el debate público engrasando la capacidad de los discursos de la extrema derecha para introducirse en la médula espinal de la sociedad actual es la lógica schmittiana del amigo-enemigo. También ha ocupado los discursos de buena parte de la izquierda que, en vez de combatir al adversario ideológico, ha dedicado buena parte de su relato en convertir en traidor y sospechoso a todo aquel que, compartiendo espacio, no servía a sus intereses. Cuando se intoxica a un elemento social con la diferenciación maniquea de buenos y malos, de amigos y enemigos, ya es imposible separarlo de esa manera de ver el mundo. Si la lógica política que empapa el debate público es buscar siempre un enemigo interior, esa misma lógica acabará por contaminar cualquier espacio de socialización. Y el miedo se hará omnipresente.

El miedo

La pandemia hizo que el miedo se convirtiera en la emoción hegemónica en las sociedades de todo el mundo. Todavía no nos hemos recuperado de esa época temerosa y las concreciones que ese temor han causado en las democracias liberales son todavía difícilmente evaluables. Sabemos de la capacidad performativa que el miedo puede tener en las mentes individuales y en la masa como sujeto político, pero aún no conocemos la capacidad que ha tenido el miedo pandémico para moldear la psique de las personas.

El miedo es la mayor emoción de representación y transformación. Los miedos pueden ser convertidos en una poderosa arma política cuando consiguen vehicularse a través de un discurso público que los recoja, los acune y los canalice.

Corey Robin, profesor de Ciencia Política en el Brooklyn College y en el Graduate Center (New York City University), establece la manera en la que opera la construcción política a través de la utilización de los miedos: «La primera etapa consiste en identificar un objeto al que el público tendrá que tenerle miedo; la segunda, consiste en interpretar la naturaleza de ese miedo y explicar las razones de su peligrosidad para, en un tercer momento, enfrentarlo. Esta maniobra en tres tiempos representa una fuente inagotable de poder político».La extrema derecha busca alianzas para formar una "Europa diferente"

La instrumentalización del miedo, según la triada de Robin, es sencilla de comprender usando algún sujeto de odio en la política española contemporánea. Los menores no acompañados son uno de los elementos paradigmáticos en los que se ve el funcionamiento de esta dinámica. Antes de la aparición de Vox no existía ningún tipo de temor a los niños migrantes, pero, en la primera etapa de Robin, los ultras identifican a los menores no acompañados como un enemigo al que la población tiene que temer, los deshumanizan con el acrónimo MENA, utilizan noticias falsas apoyándose en otras reales que son magnificadas, alimentan el estereotipo racista y así llegan a la fase dos. En ella, ya han concretado la naturaleza de ese sujeto político al que temer explicando cuál es su peligrosidad.

Una vez conseguido, en la fase tercera, Rocío Monasterio acude a un centro de menores no acompañados a enfrentarse al peligro, los ultras comienzan a tomar medidas políticas contra el colectivo y, por fin, han conseguido manejar un miedo primitivo en su propio beneficio. Cuando esa estrategia se hace constante y contra todos los enemigos, convirtiendo cualquier adversario en un peligro al que temer, transformando el miedo en odio, la democracia se fractura. El historiador francés Patrick Boucheron define lo que ocurre cuando el miedo se abre camino sin contrapresos democráticos para gestionarlo: «La república pierde pie en cuanto ya no se comprende como un equilibro pacificado entre los diferentes miedos que la dividen».

La asimilación

El ascenso y asimilación de la ultraderechaPara Beatriz Acha, la competición entre los partidos conservadores tradicionales y la ultraderecha provoca una radicalización de los discursos que muta al electorado tradicional conservador hasta hacerlo patrimonio de la extrema derecha. El odio que se maneja en los discursos hace que el miedo se esclerotice y acabe por convertir a su propio electorado en masa de extrema derecha que jamás vuelve a votarles: «Algunos partidos de la derecha tradicional creen todavía que la contienda política sigue siendo de naturaleza esencialmente bipartidista y que esta situación de pérdida de votantes a favor de partidos situados más a su derecha es temporal, y, de alguna manera, reversible.

Esto ocurre de forma más evidente en aquellos casos en los que el nuevo partido/competidor surge como una escisión del partido de derechas tradicional, como en el caso de Vox y el PP. Este último parece convencido de poder recuperar a buena parte de sus votantes con propuestas y guiños programáticos, pero esto puede acabar alienando a la parte más moderada de su electorado.

Por esta razón, la decisión sobre la estrategia política a adoptar se plantea como un dilema de difícil solución para los órganos del partido; y lo que parecen bandazos o cambios de rumbo pueden ser intentos desesperados y a veces deliberados de seguir apelando a, y acomodando a unos y a otros. Cuando se mueven solo por –o fundamentalmente por– cálculos cortoplacistas, los partidos de la derecha tradicional se sitúan muy cerca de posiciones mantenidas por partidos de los que dicen diferenciarse. Y contribuyen así a legitimarles, lo que reducirá las posibilidades de que los votantes infieles emprendan el camino de vuelta».

La asimilación de la extrema derecha
El primer ministro británico, Rishi Sunak, visita en Roma a su homóloga italiana, Giogia Meloni.

Cas Mudde, profesor de Políticas en la Escuela de Asuntos Públicos Internacionales de la Universidad de Georgia (Estados Unidos) y profesor del Centro de Investigación sobre Extremismo (C-REX) de la Universidad de Oslo, incide en la problemática principal de la relación entre los partidos conservadores y la extrema derecha: «El principal error, cometido una y otra vez por los partidos de derechas, es adoptar los temas y marcos de la extrema derecha y hacerlos dominantes en las campañas.

Los grupos políticos son ideológicamente heterogéneos y se basan en políticas de poder más que en la pureza ideológica. Y muchos partidos del Partido Popular Europeo se han derechizado tanto en temas como la inmigración que las diferencias con Meloni ya no son grandes. Es una consecuencia lógica de décadas de integración de la extrema derecha».

Inmigración como paradigma

No existe demasiado espacio para radicalizarse en política migratoria por parte de la extrema derecha después de las medidas llevadas a cabo por la «Europa Fortaleza», por Frontex y en lugares gobernados por la derecha tradicional, como el Reino Unido de Rishi Sunak. Las nuevas figuras emergentes –o que destacan entre los conservadores– tienen la capacidad de poner en cuestión los liderazgos tradicionales. Y emergen siempre por su radicalidad. Es el caso de Suella Braverman, ministra del Interior de Sunak antes de ser destituida por cuestionar la labor de la policía en las marchas propalestinas.

Miedo y asco en EuropaLa exministra de origen indio fue la responsable de llevar a cabo la política migratoria más radical de toda Europa. El gobierno de Sunak, a través de la cartera de Braverman, propuso expulsiones masivas de inmigrantes hacia Ruanda, la creación de cárceles flotantes como campos de concentración para los migrantes llegados a través del canal de la Mancha, o el aumento de la renta necesaria de los migrantes para poder acogerse al reagrupamiento familiar.

La doctora en Ciencia Política Beatriz Acha, sin embargo, todavía considera que existe la posibilidad de ir más lejos en este tipo de decisiones: «Por desgracia, hay espacio para que los conservadores se radicalicen en este tema, pero también para que lo hagan otras fuerzas políticas ideológicamente más alejadas de la extrema derecha, como ha ocurrido en Dinamarca. La política migratoria va a seguir siendo un reto de calado para los partidos europeos en los próximos años. Abordarlo parece mucho más factible desde un sólido y amplio consenso democrático en torno a los valores fundamentales del proyecto común».

El proceso de asimilación no es novedoso y lleva años cocinándose. Para Cas Mudde, «este proceso comenzó después del 11-S y en la mayoría de los países europeos se completó en gran medida después de la llamada “crisis de los refugiados”. En España, el PP es un buen ejemplo. Su radicalización en materia de inmigración comenzó mucho antes del ascenso de Vox, pero se intensificó debido a la competencia de la extrema derecha».

Utopía reaccionaria

Las políticas migratorias tienen como objetivo último la segregación, el establecimiento de sociedades culturalmente puras que se cuiden de la intoxicación que supone la llegada de masas raciales de otros continentes y religiones que perviertan la esencia moral cristiana de Europa. Esa pureza racial y cultural inconfesable es la que late en el rechazo primitivo a los migrantes. Sus partidarios, además, tienen un modelo aspiracional: miran a Israel para su utopía reaccionaria.

El gobierno del Likud de Benjamin Netanyahu (e Israel por elevación) es un ejemplo para la extrema derecha global. El sionismo se ha convertido en referencia mundial de los ultras. Un etnoestado, puro, limpio y militarizado que no se acompleja a la hora de segregar por raza y que reprime, genocidio mediante, a todo aquel que considera enemigo de su ideal bíblico. La guerra de Israel contra Gaza sirve para comprender los procesos propios en Europa de integrismo racial y la adoración a la derecha y la extrema derecha de Israel, porque es el espejo de segregación racial al que nos dirigimos.

Eva Ilouz, en su libro La vida emocional del populismo, establece Israel como «paradigma de un estilo político nacionalista y populista que se ha difundido por todo el mundo». La especifidad de su situación histórica lo convierte en el prototipo de la reacción securitista global. La existencia de un Estado judío dentro de una zona predominantemente árabe proporciona a los populistas un halo de épica muy preciado entre las derechas europeas que tienen como factor preferente la islamofobia. Israel es un ejemplo porque proporciona premisas ideológicas imitables en sociedades donde prima el conflicto alrededor de la inclusión y la exclusión de minorías raciales o religiosas.

Israel no es solo modelo por su capacidad para poder ejecutar una segregación racial efectiva sin el dique de la legalidad ni de los consensos de las democracias liberales, es un ejemplo porque cumple todos los preceptos fundamentales de los nuevos populismos de extrema derecha. Conjuga una política de seguridad autoritaria con medidas de corte neoliberal y, además, sigue contando con el favor de los grupos perjudicados por esas medidas de ajuste social gracias al factor desestabilizador de las conciencias que es el uso del miedo.Miedo y asco en Europa

Ilouz, citando al politólogo Dani Filc, lo explica así: «Una política construida en torno a tres dimensiones: una dimensión material en forma de neoliberalismo económico, una dimensión política en forma de autoritarismo y una dimensión simbólica en forma de nacionalismo conservador […]. El autoritarismo y el nacionalismo conservador descansan sobre cuatro emociones: el autoritarismo se legitima a través del miedo, y el nacionalismo conservador (una visión de la nación basada en las tradiciones y el rechazo al extraño) se apoya en el asco, el resentimiento y un amor cuidadosamente cultivado por el propio país».

En la lucha de la opinión pública europea en el conflicto entre Israel y Palestina no solo se combate por un fin humanista en sí mismo, que es el rechazo al genocidio de los gazatíes, late también una batalla por la convivencia multicultural frente a la segregación racial.

La resistencia

El freno principal de la historia ha sido la resistencia de las clases dominantes a los intentos de las clases subordinadas por ejercer sus derechos políticos. Prácticamente todos los conflictos se pueden ver reducidos a ese intento de los desarrapados a ejercer su derecho de ciudadanía. Esa tensión, cuando se quiebra a favor de los dominados, se convierte en el motor de la historia, pero siempre que combate contra sus miedos y es capaz de canalizarlos hacia el causante de su desdicha. Los espacios progresistas tienen que mirar con más empatía al ciudadano temeroso, lleno de incertidumbre y que no comprende un mundo cambiante, desconcertante y de futuro sombrío.Cuáles son los retos de la izquierda en la Unión europea?

La existencia de un sujeto político egoísta, que quiere una vida mejor para sí, forma parte de la psicología humana, y cuando las aspiraciones vitales son, cuanto menos, desconcertantes, es necesario acompañar y encontrar una manera de canalizar esos miedos para que no acaben engordando al monstruo. Una de las emociones sociales más amables para que la izquierda comprenda la importancia de ser empática con los miedos de las clases populares es la concepción de las «estructuras de sentimiento» de Raymond Williams.

Las «» son los anclajes emocionales a una comunidad, los afectos que hacen nuestro espacio común de convivencia comprensible. Las señas de identidad de una comunidad que pueden ser el kiosco donde comprabas los cómics de pequeño, el parque donde jugabas al fútbol, pero también los usos y costumbres que constituyen aquello que da sentido a una nacionalidad compartida, es decir, las estructuras subyacentes que hacen que un determinado lugar nos sea querido.

Todos tenemos esos espacios de socialización y afectos, de recuerdos y anhelos de futuro, que nos conforman culturalmente y que intentamos mantener. Es fácil ser comprensivo con los temerosos cuando miramos dentro de nosotros y pensamos en aquellas cosas que para nosotros son importantes preservar; solo así podremos dar una salida decente a la ira. Como concluye, a preguntas de La Marea, Enrique del Teso, filólogo y profesor de la Universidad de Oviedo, «la frustración de la gente está ahí, y eso genera odio rápidamente. Cualquiera que quiera hacer política tiene que ser un ingeniero del odio. O conviertes eso en rencor de clase, o va a ser la extrema derecha el que convierta el odio en rencor racial».

*Periodista y Documentalista español. Fue subdirector de La Marea