¿Puede gobernar la izquierda? Lecciones desde México, Venezuela y España
Juan Carlos Monedero
Sustituir a los grandes líderes, ahondar en las políticas
No es fácil sustituir a los líderes que han inaugurado una época. Esos dirigentes nacen del propio seno de la historia y han tenido la virtud de configurar los acontecimientos, al tiempo que esos momentos estelares les configuraban. Estaban en el sitio y el tiempo en donde se trazaban rumbos, y porque estaban ahí y en ese momento los rumbos fueron trazados. El tiempo les hace más grandes, no más pequeños.
En México, después de Benito Juárez tuvieron que pasar treinta años para que apareciera Emiliano Zapata; después de Zapata se demoró otros treinta años para que apareciera Lázaro Cárdenas. Tras su sexenio (1934-1940), la historia otra vez se durmió. En la sustitución del general Cárdenas pesó mucho la amenaza de una invasión norteamericana (Cárdenas había nacionalizado el petróleo para gran escándalo de los empresarios norteamericanos), y los sectores conservadores empresariales, políticos y militares mexicanos optaron por un candidato moderado, Manuel Ávila Camacho, que fue el que empezó la dictadura perfecta.
En 1988, Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del general, lideró una candidatura de donde un año después nacería el Partido Revolucionario Democrático, fuerza progresista frente al histórico Partido Revolucionario Institucional. Aquellas elecciones las ganó Cuauhtémoc Cárdenas –ahí ya estaba Andrés Manuel López Obrador- pero se las robaron. No sería hasta 2018 cuando la victoria de AMLO le daba por primera vez en ochenta años la victoria a la izquierda.
En Venezuela, tras la independencia y con una figura tan poderosa como Simón Bolívar, la historia se detuvo aún más tiempo. Doscientos años. Es verdad que surgieron líderes relevantes, como Ezequiel Zamora y más tarde Cipriano Castro, pero ni el levantamiento del 23 de enero de 1958 contra el general Juan Vicente Gómez cambió radicalmente el rumbo. Hubo que esperar a la victoria de Hugo Chávez en 1998 para que comenzara una nueva república.
Chávez, que ya se había levantado militarmente en 1992 contra el gobierno corrupto de Carlos Andrés Pérez, rompió con la IV República, aprobó una nueva Constitución, cambió las alianzas internacionales, sobrevivió de manera inaudita a un golpe de Estado organizado desde EEUU y España, alfabetizó al país, redujo radicalmente la pobreza, organizó políticamente a la izquierda, logró la unidad regional con la UNASUR y la CELAC (que sustituían a la OEA) y situó a Venezuela en el radar mundial.
Triunfó, principalmente, sobre el neoliberalismo, aunque para la pelea contra los problemas estructurales de Venezuela hubiera necesitado más tiempo (en España se murió Franco hace cincuenta años y nos siguen oliendo los pies y los sobacos a franquismo). Detrás de López Obrador y de Chávez, los problemas profundos de México y Venezuela siguen reclamando esfuerzo. Abrieron caminos que necesitan ser profundizados. El movimiento indignado en España no ha logrado los cambios que deseaba.
En las elecciones de este domingo 2 de junio, Claudia Sheinbaum, una académica, licenciada en Física y profesora e investigadora de ingeniería y medioambiente en la UNAM , que fue Jefa de Gobierno del Distrito Federal y ha acompañado a López Obrador durante todo su periplo político, va a sustituir al hombre que ha inaugurado un nuevo México. ¿Podrá hacerlo? ¿Podrá continuar la tarea y avanzar en los asuntos pendientes? ¿Cuáles son los retos?
En Venezuela, Nicolás Maduro, militante socialista desde su adolescencia, conductor de autobús, canciller, tuvo que sustituir al fundador de la V República, fallecido repentinamente por una enfermedad devastadora, en un momento en el que se desplomaron los precios del petróleo, principal riqueza del país. Intentando hacer no rentable al fracking para acabar así con esa competencia, Arabia Saudí hundió los precios del crudo, de manera que la economía venezolana entró en serias dificultades.
EEUU, que tenía la espina clavada de Venezuela -el único país, junto con Cuba, que le ha desobedecido y ha resistido a golpes e intentos de magnicidio- aprovechó para hacer un bloqueo que hundió aún más a la economía venezolana. Sin embargo, Maduro ganó las elecciones hace cuatro años y es muy probable que vuelva a ganarlas el 28 de julio próximo frente a una oposición fragmentada, demasiado guiada por EEUU y responsable de la aventura de Juan Guaidó que solo ha servido para que a Venezuela le roben sus recursos.
¿Cómo gana la izquierda?
Hay una pregunta relevante: ¿cómo se logran las victorias en la izquierda? ¿Hay alguna clave para sustituir a las grandes personalidades de la política? ¿Es posible una salida por la izquierda en este momento? Todos estos elementos valen igual para las elecciones europeas del próximo 6 de junio.
Sin ánimo exhaustivo, creo que en las victorias de la izquierda se dan cuatro rasgos esenciales, que son los que han logrado las victorias de la izquierda en América Latina y Europa y que son la garantía de que esas sustituciones imposibles lleguen a buen puerto. Son también los elementos que explican la enorme popularidad con la que se despide Obrador del gobierno.
En primer lugar, hace falta la claridad ideológica. Esta no se obtiene sólo de los libros -basta pensar en la confusión entre los múltiples marxismos para intuir el riesgo de naufragio del empeño- sino de una mezcla virtuosa de estudio de la teoría, de conocimiento de las tradiciones concretas de la izquierda -incluida la propia- y siempre cruzado con la experiencia real de la gestión política. La claridad ideológica implica que, aunque no haya sustitución inmediata al capitalismo, hay que saber que este modo de producción nos lleva al desastre (sin esa referencia, se termina simplemente gestionando el sistema, como le ha pasado a la socialdemocracia). Y en esta dirección, la lucha contra el neoliberalismo debe ser implacable: tratados de libre comercio, privatizaciones, desregulaciones, mercantilización de la vida, capitalismo financiero y vaciamiento fiscal del Estado son enemigos de la democracia porque la vacían.
El segundo elemento implica la absoluta coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Para lograr esto hace falta también un largo recorrido político, mucha calle y muchos momentos donde el pueblo identifica que has echado su suerte con ellos. Un corolario necesario de esto es no arrugarse pese a que esa coherencia genere poderosos enemigos. Las élites han operado de manera similar en ambos casos queriendo denigrar a los candidatos con capacidad de ganar elecciones: locura, incapacidad, radicalidad, ineptitud… Los poderosos siempre intentan descalificar a sus adversarios cuando los ven peligrosos. Sus medios de comunicación hacen de altavoces.
López Obrador ha enfrentado a multinacionales poderosísimas, a los grandes empresarios mexicanos, a los EEUU y su pretensión de irrespetar a México, a los grupos de narcos -que se habían infiltrado en el aparato del Estado con Felipe Calderón y Peña Nieto-, a los sectores reaccionarios de la judicatura, y, por supuesto, a los medios de comunicación acostumbrados a tumbar presidentes desde que la Trilateral advirtió que no debía repetirse lo que pasó en el Watergate -periodistas acosando a presidentes- y con la oposición a la guerra de Vietnam.
Los adversarios de Maduro han sido similares, con la diferencia de que no constan intentos de magnicidio a López Obrador -no hay que descartarlos- mientras han sido una constante en Venezuela, además de intentonas golpistas clásicas donde colaboraron los países del desaparecido Grupo de Lima. A diferencia de lo ocurrido en estos países, en España las élites fueron capaces de golpear a Podemos, que era la única fuerza que se ha enfrentado con nitidez a los poderosos tanto de la economía como del Deep State.
En tercer lugar, es esencial usar el aparato del Estado para hacer política y cumplir la Constitución y los programas electorales (en lo que ha insistido recientemente Alfredo Serrano). Hay que gobernar, que es algo muy diferente de andar apagando los incendios que surgen en política todos los días. Los parlamentos deben hacer leyes que desarrollen el proyecto de país, el ejecutivo debe impulsar la dirección de gobierno que mejore la vida de la gente según el plan sancionado en las urnas, los jueces deben someterse a la soberanía popular y desterrar la corrupción, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado deben acabar con la violencia de bandas y grupos criminales. Sin el concurso del Estado, la izquierda no puede cambiar las cosas, sin olvidar que ganar el gobierno no es ni ganar el Estado ni ganar el poder.
En cuarto lugar es condición sine qua non una política comunicativa transparente y que confíe en la capacidad del pueblo de entender los problemas y las soluciones. Comunicación no es solo usar los medios de comunicación, sino mantener una relación constante con el pueblo bajando a los territorios, abrazando y dejándose abrazar. Recorriendo el país varias veces. En tiempos de bulos y mentiras, la ausencia de comunicación hace que se puedan mejorar las condiciones de vida del pueblo y que el pueblo no lo reconozca en las urnas. Sin una política comunicativa, las mejoras sociales quedan a merced del relato que haga de las mismas la oposición (que controla el grueso de los medios). Las mañaneras de López Obrador, así como las incursiones de Maduro en las redes sociales junto a la televisión y la radio (en una suerte de continuación del Aló Presidente!) son requisito imprescindible para que la izquierda pueda gobernar desde la izquierda. Pero, insistimos, esa comunicación se encarna cuando se visita al pueblo allí donde vive.
Por último, sin un instrumento político adecuado al siglo XXI, el partido-movimiento, es imposible superar las inercias de los Estados heredados, aún más en un momento de crisis del neoliberalismo, de cambios geopolíticos y de crisis medioambiental. No bastan los partidos clásicos de corte leninista. Obrador puso en marcha MORENA, con voluntad de «partido-movimiento» porque las viejas estructuras partidistas no valían. En ese partido-movimiento es esencial la formación (el Instituto Nacional de Formación Política es uno de sus bastiones). En Venezuela, el PSUV ha acertado -también pasa en MORENA- en separar las obligaciones institucionales y las del partido, de manera que Diosdado Cabello ha logrado hacer del PSUV una maquinaria electoral al tiempo que es una herramienta social en los territorios. En la elaboración del programa electoral en Venezuela -las 7 Transformaciones- han participado cientos de miles de personas.
Renovar el contrato social
Tanto Claudia Sheinbaum como Nicolás Maduro deben, después de las elecciones, comenzar un nuevo rumbo que, desde el sendero abierto por sus predecesores, camine más lejos. En las elecciones se suele votar continuidad o cambio. ¿Qué ocurre cuando este principio se complica porque el cambio implica retroceso? Tanto en México como en Venezuela, el cambio de gobierno no es atractivo porque llevaría a Los Pinos y a Miraflores a la derecha dependiente de los EEUU (Xótchil Gálvez, Edmundo González).
En ambos casos, es intuitivo pensar que tanto en México como en Venezuela, la derecha rompería el orden social incluso de manera más radical que lo que estamos viendo en Argentina, donde hay destrucción económica, pero no hay persecución -todavía- a los líderes de la izquierda, algo que sí pasaría en estos dos países de ganar la oposición (lo hemos visto en Ecuador).
Les corresponde a los gobiernos de Morena (y sus aliados) y del PSUV (y los suyos) comenzar una etapa caracterizada paradoxalmente por el cambio y la continuidad. Continuidad del cambio iniciado por los lideres anteriores, cambio en la continuidad para enmendar errores, cambiar el énfasis en algunos objetivos y reconstruir los apoyos. Sin olvidar que la victoria de la izquierda en México y la renovación del mandato de Maduro en Venezuela es la garantía más clara para frenar los intentos de EEUU de armar una guerra en el continente (ya lo ha logrado en Europa, en Oriente Medio y en África), donde Milei y Argentina pretenden cumplir la promesa uribista de crear un Israel en América Latina (algo que solo parará el pueblo en la calle).
Con México y Venezuela, con Brasil, Chile, Colombia, Uruguay, el continente latinoamericano vira hacia la izquierda. Es una garantía de paz social e internacional, una búsqueda de alternativas en un momento en donde EEUU golpea desde su decadencia y Europa va caminando de nuevo hacia la negra noche del fascismo con, de nuevo, la complicidad de la derecha que se decía democrática.
*Profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid. Artículo divulgado por Público.es