A primera vista

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JUAN BARRETO | La construcción de un proyecto hegemónico es el primer problema a considerar en la política. Es el establecimiento de la barda o línea de demarcación empírica, a partir de la cual se crean los discursos, los lenguajes y sus sistemas de equivalencias capaces de explicar y justificar el conflicto.

Juan Barreto – Aporrea

Una nueva hegemonía no es fácil, pues sus actores y discursos, más allá de la buena voluntad, tienen que enfrentar a la tradición y al peso de las costumbres instalada en la vida cotidiana y sus mentalizaciones. Más aún cuando se trata de intervenir al interior de la creciente complejización e institucionalización de las sociedades del capitalismo tardío mundializado, para asaltar “las trincheras y fortificaciones de la sociedad civil que pretende corporativizar a las clases subalternas” de que hablara Gramsci.

Referirse a hegemonía es entender las oportunidades del momento de una crisis orgánica y los saltos y transiciones que pueden ser posibles; es adentrarse en un campo de prácticas y discursos capaces de producir articulaciones que pueden o no, permitir la inteligibilidad o lectura de la sociedad desde “un punto de vista” y no otro.

Un momento hegemónico es aquel en el que la gran mayoría de los ciudadanos ve como “neutral” el asumir cierto punto de vista sobre las cosas de una manera natural y sin mayor discusión. Es una suerte de aceptación alrededor de un sistema articulante. La relación de fuerzas al interior de una hegemonía y entre un sistema hegemónico y su contrario viene dado por la fuerza de la articulación de los sujetos al discurso que los constituye. Es decir, a la mayor o menor afiliación discursiva y a como esto se traduce en pasiones prácticas, o sea, en una puesta en escena política fuerte o débil.

Sabemos que estamos al interior de una hegemonía cuando podemos observar con claridad sus linderos ideológicos, es decir, el plano argumentativo que justifica la coherencia entre prácticas y el modo en que son decididas unas y no otras, lo que hace y legitima a un sistema de diferencias e identidades. En nuestra realidad política encontramos que el campo opositor presenta un síntoma severo de desgaste y dispersión de sus linderos discursivos.

Cero renovación del liderazgo; exceso de silencio sobre un discurso gastado; la lógica de la acusación y la descalificación de todo los programas sociales que implementa el gobierno sin argumentos de fondo; la mitificación y exaltación de asuntos irrelevantes y que no se parecen a la vida cotidiana de nadie, asuntos que no tocan el cuerpo del deseo político.

Hay que sumar la falta de imaginación y creatividad en acciones que no van más allá de la mediática. De manera que podrán ganar o perder algunas gobernaciones, pero esto no los acerca a un proyecto hegemónico. Igualmente, se puede acumular influencia, dinero y poder, sin nunca representar un proyecto hegemónico.

Destino sin esperanza que jamás irá más allá del uso de la fuerza despótica que destilan. Bien saben por ejemplo los estados del país que un proyecto fascista tipo Primero Justicia fórmula Radonski-López no tiene cabida, ni la tendrá, en el común de un pueblo heterogéneo de profundos lazos solidarios.

Como ocurrió en los días de Punto Fijo. La oposición confunde la unidad electoral con la necesidad de un marco estratégico, y así se despide y se aleja cada vez más de la posibilidad de ser lo que fue o de prometer lo que alguna vez será. La posibilidad de encarnar el cuerpo del sujeto sin rostro y sin voz, la idea de reivindicar a los excluidos de siempre, les ha quedado demasiado grande, o en todo caso suspendida. Esto le pasa a aquellos que confunden la ambición de poder con el poder mismo y sustituyen la realidad del momento hegemónico por sus deseos. El pastiche de la MUD lo va recordando cada día que pasa.

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