Algunos breves comentarios acerca de la vigencia de Lenin
Carlos Flannagan
Los aniversarios “redondos”, como en este caso los 100 años del fallecimiento de Lenin, son por lo general una buena ocasión para repasar las características esenciales del personaje en cuestión y su actuación.
Hasta la caída de la URSS, en general se ubicaba a Lenin junto a Marx y Engels como protagonistas de primer orden en la formulación de la filosofía de la praxis, como guía para la acción revolucionaria que destronaría a la burguesía en tanto clase dominante en el capitalismo, abriendo la perspectiva de una sociedad superadora del mismo: la socialista.
Del folleto de las tesis sobre Feuerbach escrito por Marx, la ya famosa 11ª (grabada en su tumba) dejaba clara su concepción: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
En un interesante artículo de los analistas franceses Mathieu Dejean, Fabien Escalona y Romaric Godin del 29 de enero titulado “Cien años después, como sobrevive el pensamiento de Lenin al leninismo”, se da cuenta del resurgimiento del interés en la obra de Lenin ante la falta de salidas para dar respuesta a la actual situación del mundo, luego de decenios de silencio pautados por la derrota de la URSS: “…el interés actual por Lenin supera ampliamente la curiosidad erudita. Existe un claro planteamiento político, que traduce preocupaciones estratégicas respecto a la toma del poder y al imperativo organizativo.
Tales preocupaciones habían sido levemente ocultadas, bien en los movimientos sociales más destacables de estos últimos decenios: la alter-mundialización y los movimientos de las plazas), ya en el pensamiento crítico.
El intelectual trostkista Daniel Bensäid, tuvo que debatir intensamente en su momento, con filósofos como Antonio Negri o John Holloway, quienes consideraban que la emancipación ya no pasaría por el enfrentamientos con los aparatos estatales para hacerse con su control.”
El economista y filósofo Fréderic Lordon afirmaba «No se llega al final de la dominación burguesa en el marco de las instituciones que ésta misma ha creado (…) No hay treinta y seis fuerzas capaces de imponerse a la burguesía, con mayor razón cuando, exasperada, ha abandonado toda moralidad. En realidad, no hay más que una: el contraataque obrero en forma de la huelga de masas finalmente politizada».”
Las singulares circunstancias de Lenin
En 1914, José Ortega y Gasset formuló su ya famosa frase “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Con ella pretendía explicar que todo lo que le sucede al ser humano no depende exclusivamente de él, sino también de las circunstancias que lo rodean. Y este aserto es especialmente válido en el caso de Lenin.
Gran parte de sus obras en las que aborda asuntos como el desarrollo del capitalismo en Rusia o el imperialismo como fase del desarrollo capitalista, van mucho más allá de una mera inquietud intelectual de investigación filosófica o política.
Están fuertemente marcadas por las nada insignificantes circunstancias de encabezar una revolución en un país capitalista atrasado para luego dirigir el rumbo de esa primera experiencia socialista en el mundo.
La teoría: ¿guía para la acción o dogma religioso?
El dirigente comunista uruguayo Rodney Arismendi acuñó una frase irónica cuya vigencia se ratifica día a día: “cada revolución es un verdadero escándalo teórico”. Y efectivamente es así. No existe un “dogma religioso” fuera de tiempo y lugar; un molde que prefigure las características de los distintos procesos revolucionarios.
Cada revolución será un proceso singular e irrepetible; marcado por las circunstancias históricas concretas imperantes en esa sociedad.
La revolución rusa contravenía las predicciones de Marx y Engels en cuanto a que con el desarrollo del modo de producción capitalista y la consecuente agudización de la lucha de clases que lleva implícito, la revolución socialista comenzaría en los países capitalistas más avanzados.
Por todas “sus circunstancias”, Lenin asumía los elementos del materialismo histórico y dialéctico y debió indagar nuevas formulaciones como una guía necesaria para la acción concreta a la que debía enfrentarse un día sí y otro también.
Pero a diferencia de Stalin – quien imponía determinadas acciones y luego formulaba disgresiones “teóricas” para justificarlas – Lenin era consciente que debió implantar medidas que se prolongaron en el tiempo más de lo que hubiera deseado como el llamado “comunismo de guerra” y la NEP (Nueva Política Económica) y que no se correspondían en absoluto con el ideal socialista, sino con las ruinosas circunstancias existentes en Rusia, heredadas del zarismo y agravadas por la invasión en 1918 de 14 países en apoyo del ejército blanco opuesto a la revolución.
Por ende entiendo que no es justo – obviando las circunstancias históricas mencionadas – plantear
tal como se hace en el artículo ya citado, que Lenin fue incapaz de captar el hecho de la generación de plusvalía con la explotación del trabajo humano como característica definitoria de la ley del valor en la sociedad capitalista, manteniendo con la NEP la explotación de los trabajadores soviéticos.
El burocratismo: un riesgo universal y permanente
El artículo cita a Marina Garrisi, autora del libro “Descubrir a Lenin”, quien manifiesta acertadamente que: “si la censura política y humana que separa a Lenin de Stalin está documentada, la burocratización del Estado soviético (…) no se inicia con la muerte de Lenin y el acceso de Stalin al poder. Desde luego Lenin era hostil a la burocracia, pero tenía de ella una comprensión parcial y demasiado a menudo la reducía a supervivencias heredadas del zarismo”.
Si bien Lenin, ya enfermo, en uno de sus últimos escritos – conocido como “su testamento” redactado en los últimos días de 1922 y los primeros de 1923 – alertaba sobre la burocratización del Comité Central del Partido, fundamentaba por qué Stalin no debía ser su Secretario General (no en vano este documento recién fue publicado oficialmente luego del XX Congreso en 1956) y que el organismo debía aumentarse sensiblemente en número y en su composición, dando entrada a delegados obreros, no visualizó – o al menos no se manifestó explícitamente – sobre el mismo proceso en el ámbito de los soviets monopolizados por los militantes bolcheviques.
Por ende eran válidas las críticas formuladas oportunamente al respecto por Rosa Luxemburgo:
“Lenin y Trotsky han instaurado los soviets como la única representación auténtica de las masas trabajadoras. Pero con la asfixia de la vida política en todo el país, la propia vida de los soviets no podrá escapar de una parálisis creciente. Sin elecciones generales, libertad de prensa y de reunión ilimitadas, debate libre de diversas opiniones, la vida desaparece de cualquier institución política y solo triunfa la burocracia”.
Y así se dio en un proceso en el cual se fundieron las actividades de gobierno, la militancia social y la sindical en un único ámbito decisorio: el burocratismo partidario.
Estas apreciaciones de la revolucionaria alemana mantienen una vigencia indiscutible.
Sindicatos con independencia de clase, organizaciones sociales autónomas, organismos de base con participación popular en cada barrio (al estilo de los CDR en Cuba); en síntesis organismos con información y participación plena que habiliten una rica discusión política, son y serán fundamentales en tanto organismos de control y poder popular para prevenir y combatir este flagelo.
*Ex miembro de la Comisión de Asuntos y Relaciones Internacionales del Frente Amplio.Ex Embajador de Uruguay ante el Estado Plurinacional de Bolivia. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico.