Palestinos luchan contra la ocupación colonial, el apartheid y la soberbia israelí
Álvaro Verzi Rangel
La inesperada ofensiva que lanzó el sábado pasado el grupo palestino Hamas sobre diversos puntos del territorio de Israel, así como la devastadora respuesta bélica de Tel Aviv y la rápida escalada del conflicto, en el que se involucró horas más tarde el movimiento chiíta libanés Hezbolá, al atacar posiciones israelíes cercanas a la frontera con Líbano, agrega un ingrediente explosivo al de por sí inestable panorama mundial.
Pongámoslo en claro desde el inicio: no se trata de una guerra entre dos pueblos en igualdad de condiciones: hay un ocupante y un ocupado, un colonizador y un colonizado, un opresor y un oprimido. Cuidado: Israel no es la víctima sino el victimario.
Esta escalada entre Hamas y el gobierno de Israel agrega en el mapa planetario un punto de alta explosividad que se suma a las ríspidas relaciones de Estados Unidos con Rusia y con China, lo que multiplica el peligro de una confrontación de gran escala cuyas consecuencias más vale no imaginar.
Esta operación de la resistencia palestina es la respuesta de un pueblo oprimido, ocupado, colonizado y bloqueado, a las constantes e intolerables provocaciones del actual gobierno extremista israelí, así como a décadas de violencia estructural y de violación de los más fundamentales derechos humanos y colectivos, incluyendo el derecho a la autodeterminación.
Los pueblos que han conocido el colonialismo, el terrorismo de Estado y sus graves violaciones de derechos humanos no nos podemos engañar por la retórica de las potencias occidentales y sus batallones de la internacional del poder mediático, que siempre se han aliado y alineado con el opresor.
Gideon Levy señala en Haaretz que detrás de todo esto está la arrogancia israelí. “Pensamos que tenemos permiso para hacer cualquier cosa y suponer que nunca pagaremos, ni seremos castigados. Y pensamos que seguiremos y nada nos interrumpirá. Arrestaremos, mataremos, abusaremos, despojaremos, protegeremos a los colonos y sus pogromos, iremos a [los territorios palestinos] y por supuesto a [la Explanada de las Mezquitas] -más de 5.000 colonos judíos sólo en Sucot-”.
“Dispararemos a inocentes, les arrancaremos los ojos y les destrozaremos la cara, les expulsaremos, expropiaremos, robaremos, los arrancaremos de sus camas, les someteremos a limpieza étnica y, por supuesto, continuaremos con el increíble bloqueo a Gaza. Y supondremos que todo seguirá como si nada», añadió Levy.
Se espera que el pueblo palestino sea una víctima dócil y paciente. Desde hace 75 años, despojado y expulsado de su tierra en la limpieza étnica que culminó en la implantación del Estado de Israel sobre las ruinas de Palestina, ha estado esperando que Occidente reconozca su derecho a luchar para recuperar su patria y retornar a ella.
Cuatro generaciones de palestinos y palestinas han visto pasar gobiernos, cumbres y resoluciones de la ONU, sin que ninguna de ellas fuera acompañada de la voluntad política y las medidas concretas para terminar con la impunidad de los crímenes israelíes: 30 años después de los tramposos Acuerdos de Oslo, hoy el pueblo palestino tiene menos libertad, menos justicia, menos igualdad y menos territorio que antes.
Nadie duda que Washington es el principal cómplice internacional en todo esto, ya que . Israel es el país receptor más grande de asistencia estadounidense acumulativa en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, incluyendo un total de 158 mil millones de dólares en asistencia bilateral, en los últimos años: casi todo en asistencia militares, según cifras oficiales
En el acuerdo más reciente, Washington se ha comprometido a otorgar 38 mil millones de dólares más en asistencia militar entre 2019 y 2028. Pero lo que sorprenden son los sucesivos fallos de la inteligencia militar estadounidense.
Apenas una semana atrás, el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, comentó muy confiado que la región del Medio Oriente está en más calma hoy que en las últimas dos décadas. Sus “inteligentes” se llevaron una sorpresaal estallar una parte de la resistencia palestina, pese al apoyo total de EEUU a Israel.
Tariq Ali, escritor pakistaní, director de cine e historiador. señala en New Left Review que los palestinos se están levantando contra los colonizadores:“Israel es un Estado nuclear armado hasta los dientes por EEUU. Su existencia no está bajo amenaza. Los palestinos, sus tierras y sus vidas sí lo están. La civilización occidental parece estar dispuesta a mantenerse al margen mientras son exterminados”, añade
La guerra es la forma más extrema de terrorismo, afirmaba el historiador y veterano de guerra Howard Zinn, al señalar que en tiempos modernos, la población civil es la que más sufre. Israel ha declarado la guerra en respuesta a una ofensiva armada de Hamas y de nuevo justifica sus actos de terror afirmando que es víctima de terrorismo.
De inmediato y como era de esperarse, el gobierno estadounidense proclamó su lealtad a Israel, condenó los actos de terrorismo, y fue lo suficientemente sinvergüenza como para afirmar que los ataques fueron no provocados y por lo tanto criminales. El gobierno estadounidense ya preparara más asistencia militar inmediata a su aliado. Israel tiene el derecho de defenderse, proclamó Biden (obviamente los palestinos no tienen ese mismo derecho). señala el periodista David Brooks.
Desde que llegó al poder el gobierno derechista de Netanyahu este año, soldados israelíes ya habían matado a más de 250 palestinos, por lo menos 47 de ellos niños, en Cisjordania, y se han intensificado los ataques violentos contra palestinos para expulsarlos de sus tierras por extremistas israelíes (casi 600 ataques en el primer semestre de este año, según la ONU).
Desde septiembre de 2000 unos 10 mil 500 palestinos han sido asesinados por fuerzas israelíes; y los palestinos han matado a 881 civiles israelíes.
Israel mantuvo una ocupación militar de Gaza durante más de medio siglo y después en estos últimos 15 años eso fue seguido de un sitio y bloqueo naval ilegal, convirtiendo a ese territorio en una prisión abierta con unos dos millones de palestinos atrapados en condiciones condenadas por la ONU y agrupaciones de derechos humanos.
La crispación mundial que se vive en la actualidad debilita por partida doble la acción de los gobiernos y organizaciones supranacionales que habrían debido ponerse de acuerdo desde hace décadas para constituirse en factores de paz en Medio Oriente: Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea, la Liga Árabe e Irán, entre los principales. En circunstancias menos conflictivas la comunidad internacional no fue capaz de impulsar el conflicto entre israelíes y palestinos a una solución y a una paz negociada,
Esta reactivación del añejo conflicto palestino-israelí ocurre con el telón de fondo de la guerra en Ucrania, las tensiones geoestratégicas en el Mar de China, las hostilidades en Yemen entre facciones respaldadas por Arabia Saudita y por Irán, y el enmarañado panorama en los países que comparten la región del Kurdistán, conformado por Siria, Irak, Irán y Turquía–, y la caótica situación política que impera en varias naciones del África subsahariana.
A ello se añade el ascenso electoral de la ultraderecha en varios países de Europa y la crisis por la que atraviesa Estados Unidos, donde se aproximan unas elecciones presidenciales preñadas de riesgos de desbordamiento y violencia.
Tanto la Asamblea General como el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas han emitido desde 1967 más de una quincena de resoluciones para conseguir una fórmula de convivencia entre los pueblos israelí y palestino, que han sido sistemáticamente ignoradas por el régimen de Tel Aviv, lo que no sólo ha enconado el conflicto, sino que ha socavado la autoridad del organismo internacional.
Obviamente, en el Consejo de Seguridad faltó siempre la voluntad política de EEUU, Francia y el Reino Unido -miembros permanentes- para hacer vinculantes a estas resoluciones. Y el empecinamiento de los gobernantes israelíes se ha traducido en enormes sufrimientos adicionales para ambas sociedades y en cuotas de destrucción humana y material en la que tradicionalmente los palestinos han llevado, por mucho, la peor parte, pero que ahora llegan también a los campos y ciudades israelíes.
La única solución posible para la convivencia entre palestinos e israelíes es reconocer y aplicar el derecho de los primeros a establecer su Estado nacional en la totalidad de la Cisjordania ocupada, en Gaza, con la porción oriental de Jerusalén –Al Qods, por su nombre árabe– como capital, recuperando la demarcación territorial que existía hasta la guerra de 1967.
Con ello, Israel tendría que ceder muchos de los territorios que ha venido ocupando de manera ilegal desde entonces. A cambio de ello ganaría la certeza de su seguridad nacional y la paz perdurable para su población.
Para poder negociar se debe reconocer que antes es necesario poner fin a la inmensa asimetría de poder, la arrogancia y la impunidad que han permitido a Israel sabotear sistemáticamente todos los esfuerzos de diálogo y avanzar en su apropiación incesante del territorio palestino y la expulsión de su población.
En su tercer periodo como Primer Ministro de Israel, después de haber ocupado el mismo cargo entre 1996 y 1999, y entre 2009 a 2021, Benjamín Netanyahu buscó limitar las competencias de la Corte Suprema de Justicia mediante leyes que fueron aprobadas por su exigua mayoría.
Esa ofensiva, orientada a viabilizar un control total de la institucionalidad originó una serie de manifestaciones, repetidas cada fin de semana, desde enero hasta la actualidad, para impedir la imposición de legislaciones –promovidas por la alianza de la derecha y la ultraderecha– para limitar la autonomía de la justicia, restringir las libertades individuales y afianzar el modelo de apartheid contra la población no judía.
El analista argentino Jorge Elbaum señala que esa ruptura de consensos internos al interior de Israel fue leída por los activistas de Hamás como una ventana de oportunidad para proyectar las actuales iniciativas militares sobre las fuerzas militares y la población civil. Pero, indica, las acciones militares llevadas a cabo por Hamás volverán a unificar a la sociedad civil israelí detrás de la bandera fundacional de la seguridad nacional.
Hasta el 7 de octubre, más de 200 palestinos/as fueron asesinados/as (incluyendo 48 niños y niñas), más de 450 viviendas palestinas fueron destruidas, comunidades enteras fueron desplazadas de sus tierras o soportaron verdaderos pogromos de colonos; hay 5.200 detenidos (1.264 de ellas sin cargo ni juicio), incluyendo 170 niños y adolescentes, arrancados de sus camas en violentos allanamientos nocturnos.
Israel cuenta con una población de casi nueve millones y medio de habitantes, de los cuales una cuarta parte son musulmanes. Palestina, por su parte, cuenta con cinco millones de habitantes, de los cuales dos millones viven en la Franja. La situación bélica que sufren esos 15 millones de habitantes beneficia tanto a Netanyahu como a los sectores integristas islámicos.
Ambos se niegan a cualquier solución política para el establecimiento de una Palestina soberana, conviviendo en paz junto a una Israel laica, multiétnica ajena al supremacismo y a las políticas de apartheid que golpean prioritariamente a los árabes que viven dentro de sus fronteras y aquellos que sobreviven en territorios ocupados..
*Sociólogo y analista internacional, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)