Bajo la sombra del garrote de Monroe: El gran garrote
Luis Britto García
Eres el futuro invasor
José Vasconcelos increpa duramente la organización surgida del Congreso Internacional de Washington de 1889, afirmando que: “El despliegue de nuestras veinte banderas de la Unión Panamericana de Washington deberíamos verlo como una burla de enemigos hábiles. Sin embargo, nos ufanamos, cada uno, de nuestro humilde trapo, que dice ilusión vana, y ni siquiera nos ruboriza el hecho de nuestra discordia delante de la fuerte unión norteamericana. No advertimos el contraste de la unidad sajona frente a la anarquía y soledad de los escudos iberoamericanos” (José Vasconcelos: “El mestizaje”, Obra selecta, Biblioteca Ayacucho, Caracas 1992, pp 89-90).
Podemos comparar la falta de prevención de los concurrentes a dichas conferencias con la de los ostiones convidados por la morsa a un banquete donde serán devorados, en Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll.
La conferencia mueve un aparato de propaganda periodística tan intenso que desorienta a intelectuales como Rubén Darío, el cual le dedica a la Unión Panamericana su poema “Salutación al Águila”, del cual abjura en su magnífica y deprecatoria “Oda a Roosevelt”: “Eres los Estados Unidos/ eres el futuro invasor”.
Todo principio de conquista queda excluido
Sobre los acuerdos de la Conferencia, apunta en 1912 Francisco García Calderón que “Con excepción de Chile, aprueba América las conclusiones del proyecto de Mr. Blaine: todo principio de conquista queda excluido del derecho público americano mientras conserve su fuerza el Tratado general de arbitramento; serán nulas las cesiones de territorio que se hicieren mientras dure ese Tratado; si se efectuaren bajo la amenaza de guerra o como consecuencia de la presión ejercida por la fuerza armada, la nación obligada a tal cesión de territorio, tendrá derecho a exigir que se decida, por arbitramento, de su validez; carece de eficacia la renuncia a recurrir a ese medio pacífico, hecha en las mismas condiciones de violencia armada” (García Calderón, Francisco: “La creación de un continente”, en: Las democracias latinas de América, Biblioteca Ayacucho, Caracas 1979, p. 234).
El canal de Panamá
Asimismo, aprueban despreocupadamente los delegados el canal de Panamá, el ferrocarril panamericano. No saben, o quizá saben pero no les importa, que el primero significará la secesión de una república, y que el otro podría reportar intervenciones dondequiera tienda sus rieles.
Unión aduanera
Y sin embargo, los resultados del evento no resultan del todo al gusto de Washington. Éste no reúne consenso para la otra propuesta fundamental de Blaine: la unión aduanera en una zona que abarcaría toda América. Ésta dejaría a los países latinoamericanos sin una de sus principales fuentes de ingresos y sin posibilidad de establecer medidas proteccionistas ante las mercancías estadounidenses, y afectaría las todavía estrechas relaciones con Inglaterra, Francia y Alemania (Boersner, Demetrio: Relaciones internacionales de América Latina; Nueva Sociedad, Caracas, p.141). Se anticipan en más de un siglo a la resistencia contra el ALCA, que luego dejarán sin efectos entreguistas políticas de exención tributaria para las transnacionales.
Una creación imperialista
Entre proclamaciones formales sobre fraternidad y cooperación continental, la Conferencia suscribe otros acuerdos relativos a materias económicas, comerciales y legales y aprueba la creación de una Oficina Internacional de las Repúblicas Americanas con sede en Washington, sobre la cual comenta García Calderón que “ha inquietado a nuestras democracias este órgano administrativo, que parece ser una creación imperialista, una oficina centralizadora, como el Ministerio de las Colonias, en la obra de Mr. Chamberlain” (García Calderón 1979, 234). La conferencia que delibera en Buenos Aires en 1910 la oficializa como Unión de Repúblicas Panamericanas, la cual adopta a la Unión Panamericana como órgano.
Intervencionismo, anexionismo, secesionismo
Así avalados los planes de la gran potencia, ésta pasa a su realización. Apenas una década después de la Conferencia de 1890, Estados Unidos interfiere en la guerra de liberación de los patriotas cubanos contra España, somete a Cuba a la soberanía restringida de la enmienda Platt, anexa Puerto Rico y las Filipinas, apoya la secesión de Panamá para reservarse el dominio sobre la construcción y administración del canal transoceánico, interpone sus oficios diplomáticos para mediar en el bloqueo impuesto a los puertos venezolanos en 1902 por las flotas de Inglaterra, Alemania e Italia con el pretexto de cobrar por la fuerza la deuda externa. Las proclamaciones teóricas del panamericanismo cristalizan en prácticas de tutela de la soberanía, conquista territorial e injerencia en las relaciones internacionales.
Policía de garrote y dólar
Tras convertir la intervención en los países latinoamericanos en práctica consuetudinaria, en 1906 Theodore Roosevelt postula una suerte de corolario a la doctrina Monroe, afirmando que: “la maldad crónica, o una impotencia que resulta en un aflojamiento general de los vínculos de la sociedad civilizada, en América como en otras partes, últimamente puede requerir la intervención de alguna nación civilizada, y en el hemisferio occidental la adhesión de Estados Unidos a la doctrina Monroe puede obligar a Estados Unidos, aun con renuencia, al ejercicio de una política policial internacional”(Marini, Ruy Mauro:América Latina: democracia e integración; Editorial Nueva Sociedad, Caracas, 1990, p. 97). Roosevelt había resumido su política externa en la máxima: “Habla bajito y lleva un gran garrote”. Desde entonces, sobre América Latina y el Caribe no cesan de llover estacazos.
Nuestra América
Contra el panamericanismo que intenta confundir integración y coloniaje y fundir en un mismo concepto hegemonía y sumisión, debemos oponer el preciso apelativo de José Martí: Nuestra América. Hay en efecto una América de orígenes indígenas, africanos e ibéricos, e incluso cimentada en las complejas hibridaciones caribeñas, distinta y contrapuesta económica, política, social y culturalmente a la anglosajona. A cada una de sus agresiones debemos oponer un nítido deslinde.