Haití: ¿Cómo salir de un agujero negro?
Jean Marie Théodat
En el caso de Haití, la cuestión que se plantea es, a la vez, simple y cósmica: ¿cómo salir de un agujero negro? Desde un punto de vista estrictamente físico, un agujero negro es, por definición, un vórtice inverso que se lleva todo consigo hacia un abismo y sin retorno. Con esta metáfora, intentamos alertar al mundo de la angustia de este país cuya historia es emblemática para el resto del mundo, porque es el país donde, como decía Aimé Césaire, se levantó por primera vez la negritud.
Cuando en 1804 Haití entró en la historia, fue para hacer efectiva la universalidad de los derechos humanos. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 4 de agosto de 1789 fue, sin duda, un momento trascendental, como primera manifestación de la convergencia de todos los destinos humanos. Pero no dejó de ser una decisión de élites, una decisión de filósofos, una proyección de políticos que, precisamente, pretendían romper la cadena del Antiguo Régimen, la cadena del sistema feudal, para entrar en el mundo moderno y, sobre todo, para compartirlo.
En Santo Domingo, que era el nombre del territorio bajo colonización francesa, este lenguaje de los derechos humanos se hizo inmediatamente eco de las desigualdades de raza y riqueza en las islas. El principio que llevó a los esclavos a la revuelta no esperó a la declaración del 4 de agosto, pero con ella tomó un nuevo impulso y una elocuente justificación.
Hay que recordar que el Código Negro (1685) definía a los esclavos como propiedad, como un bien mueble, al igual que el ganado en las plantaciones. Al poner fin al sistema de esclavitud e instituir nuevas relaciones entre las personas, Haití entró en la historia haciendo añicos, literalmente, las representaciones colectivas. Hoy, 219 años después, no hay más remedio que constatar que el ímpetu revolucionario que inspiró este gesto liberador no solo ha dejado de funcionar, sino que incluso se ha quebrado.
En nuestro país, los ideales de libertad, fraternidad y solidaridad que inspiraron nuestra revolución fueron derrotados. Pero la lucha continúa. Aunque la mayoría de las y los haitianos ya no creen en ella y hoy sólo sueñan con encontrar un pasaporte para salir de este país que se ha convertido en la tumba de todos los principios, sigue existiendo un reflejo de resistencia, un principio de oposición a la opresión que atraviesa toda la historia. Para comprender esta paradoja les invito a ver cómo hemos pasado de este país donde la negritud se levantó por primera vez a la bancarrota del Estado.
Haití se enfrenta a una situación de inseguridad global y sistémica. Sin recitar la letanía de catástrofes que a menudo llevan a este país al primer plano de la escena internacional, recordemos que Haití está bajo la amenaza de un doble peligro.
El peligro sísmico, en primer lugar. Todavía recordamos el terremoto del 12 de enero de 2010, que mató a varios cientos de miles de personas. Acabamos de conmemorar el 13º aniversario de este terrible acontecimiento. Un terremoto reciente, el 14 de agosto de 2021, arrasó literalmente las ciudades del sur de la península, como Camp Perrin, Les Cayes y Jérémie.
Los riesgos hidroclimáticos son el segundo motivo de vulnerabilidad. Hay una veintena de ciclones al año, de gravedad variable, y centenares de temblores más o menos sentidos y registrados por los especialistas. Dos días después del terremoto del 14 de agosto de 2021, el sur de la península, donde había devastado las ciudades y provocado disturbios en el campo, fue azotado por un potente ciclón: Grace.
Con el calentamiento climático, asistimos no sólo a un aumento del número de ciclones, sino, sobre todo, a un aumento de su intensidad. De ahí a decir que este país está maldito, como hacen algunos, no hay más que un paso, si otros países no se vieran afectados del mismo modo sin ser juzgados de la misma manera. Japón, Filipinas, en Asia, Cuba, Jamaica, entre los vecinos, también están afectados por los mismos peligros, pero los daños nunca llegan a tal nivel de desolación. Poco a poco, en esos países, se ha desarrollado una cultura del riesgo que obliga a tomar medidas preventivas para paliar los daños y proteger las zonas más sensibles: las instalaciones y los lugares públicos. No hay nada parecido en Haití.
A pesar de su exposición al doble peligro de terremotos, volcanes y ciclones, nadie habla de la maldición japonesa, ni siquiera de la resiliencia japonesa. Más bien se habla del coraje de ese pueblo. Los mismos fenómenos no se interpretan de la misma manera según el punto de vista que se adopte y, sobre todo, según el territorio que se trate.
Haití también es un país marcado por la inseguridad sanitaria. Los datos básicos, es decir, la tasa de mortalidad infantil, la tasa de mortalidad de las mujeres en el parto, la tasa de mortalidad perinatal, hacen de nuestro país un paria en comparación con el conjunto del Caribe.
Haití también vivió un episodio epidémico en 2010, cuando el Vibrio cholerae fue introducido accidentalmente en el país por fuerzas procedentes de Nepal en el marco de la misión de la ONU (MINUSTAH), en particular para participar en la estabilización política del país. Más de 20.000 personas murieron como consecuencia de esta contaminación, lo que da testimonio de la fragilidad de una sociedad y un país que no habían estado expuestos al Vibrio cholerae desde hacía más de 100 años.
En Haití, la esperanza de vida al nacer (62 años) es diez años menor que en la República Dominicana y veinte años menor que en Cuba. El 7% de los niños muere antes de cumplir un año. La tasa de fecundidad es de 4 hijos por mujer, con diferencias considerables entre las zonas urbanas y rurales. Aunque la base de la pirámide de edad tiende a contraerse, el crecimiento demográfico sigue siendo más rápido que el económico y el país se empobrece de año en año.
Más del 65% de la población vive con menos de dos dólares al día y, por tanto, sufre estrés alimentario. La contracción económica provocada por la covid 19 ha afectado a un campesinado ya al borde de la supervivencia y aislado del resto del mundo durante el confinamiento. Con el país importando más del 85% de sus alimentos, sólo las transferencias de divisas de la diáspora, que ascienden a 3.000 millones de dólares (30% del PIB), permiten sobrevivir a la población.
Inestabilidad política y social crónica
Haití es también un territorio marcado por una inestabilidad política crónica. El 7 de julio de 2021, el último presidente electo, Jovenel Moïse, fue asesinado en condiciones que aún no se han esclarecido. Pero bastante antes del asesinato del presidente, unas semanas antes, fue asesinada Netty Dulaire, periodista y activista que había criticado la deriva autoritaria del régimen. Un año antes, el asesinato del presidente del Colegio de Abogados de Puerto Príncipe, Maître Montferrier Dorval, había suscitado una condena unánime, sin que se llevara a cabo ninguna investigación en profundidad. Todos estos crímenes permanecen totalmente impunes.
El asesinato del presidente de la República es el acto simbólico que culmina un proceso ya muy avanzado de descomposición del Estado de derecho. Con la puesta en marcha de un sistema de represión de los opositores y la negativa a organizar las elecciones intermedias previas a las presidenciales, el régimen de Jovenel Moïse dio la impresión de que no controlaba nada, pero que, sin embargo, quería mantenerse en el poder por medios tortuosos, aunque fuera a costa de modificar la Constitución. Fue en vísperas del referéndum que debía validar el proceso de reforma cuando el presidente fue asesinado.
La inseguridad también es social. En Haití, la dialéctica se vio a menudo como una especie de equilibrio entre el Estado y la sociedad. Cuando el Estado fallaba, la sociedad siempre podía intervenir. La solidaridad elemental entre vecinos que debía ser la norma entre los cimarrones dio a este pueblo sus principios fundacionales.
El espíritu del lakou y la combite, que implica compartir el esfuerzo y los frutos de la tierra, forma parte invariable de la mentalidad haitiana. Esta estructura mental del lakou explica la lógica de barrio y la solidaridad de aldea que une a las personas a través de las generaciones. Sin embargo, esta contracultura, que se opone al sistema autoritario de la plantación, se ve a su vez socavada por una corriente destructiva.
Hoy, incluso esta base social, que era la última red de seguridad, está gravemente minada. La emigración ha vaciado el país de sus competencias; incluso el campo carece ahora de trabajadores. La despoblación muy real del país debida al éxodo rural, a la fuga de cerebros, deja a la sociedad totalmente decapitada y descapitalizada, con la sensación de un tejido social deshilachado.
El resultado es una mayor vulnerabilidad de los sectores más débiles: las mujeres que crían solas a sus hijas e hijos, las y los niños huérfanos y, también, las personas mayores. La miseria empuja a la gente más vulnerable a plantearse soluciones extremas. A falta de un verdadero liderazgo social que inculque ideas de cambio, las actividades relacionadas con el tráfico de drogas y de armas aparecen como una forma fácil y rápida de enriquecerse sin tener que hacer ningún esfuerzo. Seducida por la imagen de una vida de opulencia y ociosidad, una juventud algo perdida se lanza a la satisfacción de sus pasiones más tristes a costa de la sociedad.
Hoy la situación social se caracteriza por el sentimiento de una guerra de todos contra todos. Sin embargo, Haití no se ve afectado por las grandes plagas que dificultan la vida en otras partes del mundo. En Haití no hay conflictos étnicos. Todos somos genéricamente negros, independientemente de los matices de color.
No hay conflictos religiosos en Haití. Somos cristianos y/o al mismo tiempo vudú, en una religiosidad sin complejos que combina las mejores técnicas de salvación. No hay animosidad en la práctica de estos diferentes cultos. Tampoco hay conflictos identitarios en Haití. No hay grupos armados que reclamen parte del territorio, etc. Y, sin embargo, cuando se miran las cifras hay más de 600.000 armas de guerra circulando en este país. En mayo de 2021, hubo más muertes en Puerto Príncipe que en Mariúpol (Ucrania), que es un país en guerra.
La inseguridad haitiana ha dejado de ser una preocupación política para convertirse en una obsesión cívica que enfrenta a clanes, grupos y bandas. El Estado ya no tiene el monopolio de la violencia legítima. Las bandas imponen la ley. Irónicamente, Haití pasó a la historia como el primer país que abolió definitivamente la esclavitud y la trata de seres humanos como fuente de ingresos. Ahora es el único país del Caribe donde el secuestro y la liberación a cambio de un rescate se han convertido en formas habituales de comercio.
Justo antes de Navidad, se me acercó una estudiante de Puerto Príncipe para preguntarme si podía contribuir al fondo para liberar a su hermano, que acababa de ser secuestrado en un suburbio de Puerto Príncipe. Se trata de personas muy modestas, personas con medios extremadamente limitados, que son víctimas. Hay que hacer la travesía al revés y volver a Nigeria para ver un florecimiento similar de tráfico de civiles. ¿Podría tratarse también de la manifestación persistente de un reflejo de la trata de esclavos?
Con la universalización de los derechos fundamentales, Haití entró en la historia como un modelo. Ahora es el país donde más sistemáticamente se violan estos derechos. La cuestión es: ¿qué significa Haití? ¿Qué nos ha llevado precisamente a este agujero negro, a este descenso a los infiernos del que el país no parece poder salir?
Veo dos explicaciones. Ante todo, una explicación interna. Siento que Haití es el ejemplo mismo de una revolución desde abajo, de una revolución en la que lo social predominó, de entrada, sobre lo político. La libertad o la muerte, que es una consigna inscrita en el frontón del Panteón, es igualmente la de la lucha de los americanos insurrectos contra la potencia británica. También es la de las y los insurrectos de Santo Domingo.
Y Haití ha permanecido en la historia en la posición de un país irremediablemente solo. Hemos vivido, a largo plazo, 200 años de soledad. Esa revolución desde abajo es, por así decirlo, la única hasta la fecha, junto con la revolución cubana, que consiguió derrocar a los antiguos amos, símbolos de la economía de plantación basada en la esclavitud, en todas las naciones occidentales. Las revoluciones criollas que condujeron a la independencia de países como la Gran Colombia, Argentina, Chile, etc., fueron todas revoluciones burguesas, iniciadas por élites criollas que querían librarse de la tutela de la colonia de la metrópoli, pero manteniendo internamente una estructura política y social que reconducía el orden colonial, por así decirlo.
Por ejemplo, en el siglo XIX, era relativamente más fácil ser campesino, pero libre en la tierra, en el Haití rural, que ser peón en una gran estancia en Argentina o Chile o en una fazenda en Brasil. Esto significa que Haití es ejemplo de una revolución política y social exitosa que derrocó definitiva y radicalmente el sistema establecido por las economías de plantación.
Y esto es lo que el resto del mundo no le ha perdonado a Haití. En 1826, cuando se celebró el Congreso de Panamá, que reunió a las primeras naciones independientes del Nuevo Mundo, Haití, que había contribuido a la independencia de las naciones sudamericanas proporcionando hombres, armas y municiones, en particular a Bolívar, que había vivido en Jacmel1, no fue invitada.
Y pensar que fue en Jacmel, en 1806, donde se creó la bandera que aún hoy ondea en las astas de países como Ecuador, Colombia, Venezuela, con el amarillo por la cultura hispánica, pero con el rojo y el azul que hacen referencia a la revolución haitiana. Haití no fue invitada al Congreso de Panamá por considerar que sería una afrenta a los países esclavistas, es decir, a la mayoría de ellos. Esto quiere decir que la lucha por la dignidad humana, la confianza, la autoestima, etc., es una lucha que Haití lleva arrastrando desde hace más de un siglo, que Haití arrastra esta carga desde hace más de 200 años.
A veces es perjudicial tener razón demasiado pronto y, sobre todo, en solitario. Haití es un ejemplo mundial de afirmación precoz de la independencia en el plano político, económico y artístico. En el plano intelectual, esto se traduce en una lucidez equivalente ante los problemas del mundo. En este sentido, podría decirse que Haití es, también, el primer país posmoderno de la historia, el primero en el que las nociones de libertad, fraternidad e igualdad fueron las primeras en ser cuestionadas por la desviación de la política, por la desviación de los ideales revolucionarios que habían llevado a este país a su pila bautismal.
A pesar de este movimiento de liberación desde abajo, todavía se mantienen estructuras autoritarias, estructuras políticas que han negado de forma duradera la existencia de estas reivindicaciones populares. A menudo hablamos de un país de afuera para caracterizar al mundo campesino, que ha permanecido fuera del radar de las políticas públicas, ya sea en la educación, la salud o el transporte.
De modo que hoy tenemos un país partido en dos, por así decirlo, con la capital Puerto Príncipe que, debido al éxodo rural, se ha convertido en una especie de Arca de Noé de más de 3 millones de habitantes, tres cuartas partes de los cuales viven en chabolas, y el resto.
Y es en este punto ciego de la política donde surgen hoy las reivindicaciones populares más violentas, con la sensación de que este pueblo es una especie de monstruo que se haría daño a sí mismo mordiéndose la cola. El desarrollo de las actividades mafiosas va acompañado de una violencia social que no parece respetar ningún orden establecido. Y aquí es donde debemos estar vigilantes y esperanzados a la vez.
¿Por qué estar alerta? Para decir que teniendo las mismas causas los mismos efectos, lo que le ocurre al Estado de derecho aquí también le puede ocurrir en otros lugares. Haití es lo que ocurre cuando las desigualdades sociales son tan profundas que las élites se sienten como una raza aparte. Haití se ha convertido hoy en una especie de narcoestado situado en una zona en la que se cruzan los principales flujos de suministro del mayor mercado de drogas del mundo, Estados Unidos. Y entre la red terrestre que pasa por el arco de Centroamérica y la red marítima y aérea que pasa por las Antillas, Haití es un cómodo punto de tránsito.
Haití se ha convertido en un agujero negro por el que se dice que pasa el 27% de la droga que entra en Estados Unidos. Son muchos los sectores que se aprovechan de esta situación y por eso va a ser muy difícil luchar en su contra.
Notas
1/ [La expedición de Los Cayos de San Luis, o sencillamente Expedición de Los Cayos, es el nombre con el que son conocidas las dos invasiones que desde Haití organizó el Libertador Simón Bolívar a fines de 1815 llevándolas a cabo durante el año 1816 con la finalidad de liberar a Venezuela de las fuerzas españolas (…). Procedente de Jamaica, Bolívar llegó a Los Cayos de San Luis, en Haití, el 24 de diciembre de 1815, trasladándose luego a Puerto Príncipe, donde tuvo una entrevista el 2 de enero de 1816 con el presidente Alexandre Pétion, quien se comprometió a facilitarle los recursos necesarios para llevar a cabo su empresa. https://es.wikipedia.org/wiki/Expedición_de_Los_Cayos ndt].
* Nació en Puerto Príncipe, Haití. Es geógrafo, escritor y especialista caribeño en geografía política.