Occidente sigue viendo un mundo sin América Latina
Álvaro Verzi Rangel
El 11 de julio la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) discutió en Vilnus, la capital lituana, los nuevos pasos a dar en apoyo a Ucrania, en su guerra contra Rusia. El resultado se resumió en un largo documento de 30 páginas y 90 párrafos, en los que no hay una sola referencia a América Latina, e indica su aspiración a asegurar la defensa colectiva de sus miembros contra todas las amenazas, en una visión de 360 grados (de todo el mundo).
El documento incluye casos sensibles para la estabilidad de Europa, como el de los Balcanes Occidentales; la paz entre Bosnia y Herzegovinia; las relaciones con Serbia, con Kosovo, con Georgia (a la que insisten en incorporar a la alianza), con Moldavia, y reconoce que el papel de sus aliados no europeos es esencial para la defensa de Europa.
Asimismo, señala a China como una amenaza a los intereses, la seguridad y los valores de la Alianza y que el desarrollo de los acontecimientos en la región Indo-Pacifico “pueden afectar directamente la seguridad Euro-Atlántica”, señalando la contribución de sus aliados Australia, Japón, Nueva Zelanda y Corea del Sur.
Reitera su determinación de impedir que Irán desarrolle armas nucleares; condenan el programa de misiles balísticos de Corea del Norte. Se refieren a los vecinos del sur de la OTAN, particularmente el Medio Oriente, África del norte y el Sahel. Reafirman la intención de estabilizar la situación en Irak; la importancia geopolítica del Mar Negro, del Oriente Medio y África.
¿No existimos?
Difícil es entender la reiterada ausencia de América Latina en documentos recientes de potencias y organizaciones internacionales. En el de la OTAN es completamente ignorada, mientras reconoce su dependencia de las fuerzas nucleares estratégicas de Estados Unidos.
Pero América Latina no aparece ni siquiera en el párrafo 68, donde afirman que la seguridad energética juega un papel importante en la seguridad global, en los mismos días en que se confirmaba el descubrimiento en Bolivia de la mayor reserva de litio del mundo.
En octubre del año pasado, la Casa Blanca dio a conocer un documento sobre su National Security Strategy, donde parecería lógico encontrar alguna definición (o cita) a nuestra región. En la introducción del documento, Biden promete seguir defendiendo la democracia alrededor del mundo y celebra la renovación de una formidable red de alianzas: con la Unión Europea, con el Quad, en la región del Indo-Pacifíco, con la que ha establecido también un marco de cooperación económica.
Solo en cuarto lugar cita su iniciativa para la región, la “Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas”, lanzada en junio de 2022. En apenas dos de las 48 páginas, habla de la promoción de la democracia y de una supuesta “prosperidad compartida”, de “restaurar la fe en la democracia” en la región, para lo que promete crear buenos empleos y abordar la desigualdad económica.
Ahí se dice que “ninguna región impacta más directamente el país que el Hemisferio Occidental”. Con un comercio anual de 1,9 billones de dólares (1.9 trillion en inglés), “con valores compartidos y tradiciones democráticas”, la región ha contribuido de manera decisiva para la prosperidad y la resiliencia de los Estados Unidos, cuya seguridad y prosperidad están vinculadas a la de sus vecinos.
Entre sus objetivos están, además, los de “protegernos de interferencias externas, incluyendo las de la República Popular China, Rusia o Irán” y, aliados con la sociedad civil y con otros gobiernos, apoyar la autodeterminación democrática para los pueblos de Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Traducido al latinoamericano, el documento reconoce así la intervención en el proceso político de nuestros países, la permanente desestabilización sustentada por golpes cívico-militares y, actualmente, por sanciones económicas unilaterales cuyos efectos devastadores, en el caso de Cuba, tienen ya más de 60 años y son condenadas todos los años la Asamblea General de Naciones Unidas.
Sometidos a drásticas sanciones económicas y bloqueos, Cuba, Venezuela y Nicaragua, enfrentan enormes dificultades no sólo para mantener su economía funcionando, sino para desarrollar su vida política con cierta normalidad, pues la oposición cuenta a su favor con el deterioro económico provocado por las sanciones de Washington y con el apoyo político de una vasta red de ONGs que financia a la oposición con recursos, publicidad y capacitación profesional.
El 20 de julio pasado, la subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de Estados Unidos, Victoria Nuland, pidió en una entrevista en el diario brasileño O Globo, que Brasil empleara su “liderazgo” y su habilidad diplomática para influir en las elecciones de Venezuela, con miras a lograr un juego “libre y justo” en el que “todos los candidatos puedan postularse”.
El presidente Nicolás Maduro ya se había referido a estas iniciativas norteamericanas exigiendo elecciones libres de las sanciones económicas impuestas al país por Washington, cuya intervención a favor de la oposición hace del todo imposible esas elecciones “libres y justas”.
Cambia, ¿todo cambia?
Han ocurrido cambios en el papel de América Latina en el escenario internacional. La reaparición de Luiz Inácio Lula da Silva en la presidencia de Brasil es quizás el factor más importante en esos cambios, facilitando el resurgimiento de UNASUR, agregando nuevas propuestas para el tratamiento del conflicto entre Rusia, Ucrania y la OTAN, redefiniendo los términos de las relaciones con la Unión Europea, o sumándose nuevamente a los BRICS, que se reunirán en agosto en Sudáfrica.
El 30 de mayo Lula realizó, en Brasilia, una reunión con los jefes de Estado latinoamericanos,con la presencia del presidente venezolano, Nicolás Maduro, cuyo aislamiento es parte de la política promovida por Washington, con el apoyo de gobiernos conservadores y de aliados políticos regionales de la “quinta columna”.
Los factores que unen a la región están por encima de las ideologías, dijo Lula, en referencia a una posible reactivación de la Unasur. “Ningún país puede enfrentar de manera aislada las amenazas actuales”, idea que reiteró en la reunión con el Foro Empresarial de la Unión Europea, el 19 de julio pasado: “Brasil solo crecerá de forma sustentable con la integración de nuestro entorno regional”.
Ante el desinterés de europeos y estadounidenses, China ha aprovechado a fondo para expandir su influencia en la región, ante lo cual la Unión Europea se vio en la necesidad de pautar una cumbre con los estados de América Latina y el caribe, que mantuvo olvidados desde 2015.
En esa cumbre de Bruselas, Lula reiteró la necesidad de una alianza que termine con esta división del trabajo que sólo ha significado pobreza para la mayoría de la región y incitada a mantener su papel de suministradores de materia prima y de mano de obra migratoria barata, pese a que en 2009 los países desarrollados acordaron destinar 100 mil millones de dólares al año para los países en desarrollo, compromiso “que nunca fue cumplido”.
Pero cien mil millones de dólares fueron destinados en algunos meses, a suministrar armamentos a Ucrania, en una indicación de las prioridades de Occidente. A los líderes europeos les cuesta entender que es inaplazable reformar la gobernabilidad global, y que -como les dijo Lula- “dividir el mundo en bloques antagónico es una insensatez”.
El académico singapurense Kishore Mahbubani, en The Asian 21st century, reitera su idea de que el siglo de predominio estadounidense ha terminado y que los intentos de Washington de contener a China solo terminarán por aislar a EEUU del resto del mundo.
La “quinta columna” no nos ayuda a pensar en ese mundo en el que América Latina no termina de encontrar su lugar, pese a iniciativas recientes por reforzar su unidad y jugar un papel en los esfuerzos de paz que renueven la gobernabilidad global y pongan fin a una visión del mundo cimentada en bloques antagónicos.
Manipulación de la crisis climática
La reunión de cuatro días entre los representantes de las 20 mayores economías del mundo (G-20) concluyó en la ciudad india de Pragati Maidan, Delhi, sin alcanzar un consenso sobre la reducción progresiva en la producción y uso de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón), y sin comunicado conjunto por divergencias sobre la guerra en Ucrania. El primer ministro indio Narendra Modi señaló la falta de confianza en las instituciones financieras debido a su lenta capacidad para reformarse y solicitó la reconfiguración del Banco Mundial para apoyar las necesidades del mundo en desarrollo.
Arabia Saudita, Rusia, China, Sudáfrica e Indonesia se opusieron al objetivo propuesto por el Grupo de los Siete (G-7, Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) para triplicar en esta década la capacidad de generación de energías renovables. Hablaban de cambio climático y se olvidaban o invisibilizaban a América Latina y el Caribe.
Fue otra oportunidad perdida, porque las diferencias han propiciado un clima de animosidad y golpeteo mediático contra quienes no suscribieron una propuesta a todas luces sensata y urgente en un contexto en que el calentamiento global se ha vuelto una realidad tan peligrosa como incontrovertible.
Es cierto que China quema ingentes cantidades de carbón, el combustible fósil más contaminante, en su actividad industrial como para generar energía y también que gigantescos exportadores de gas y petróleo como Arabia Saudita y Rusia, o de carbón (Sudáfrica e Indonesia), ofrezcan resistencia a reducir una fuente de ingresos inestimable para sus economías.
Pero resulta hipócrita el lanzamiento de una narrativa que centra en dichas naciones la responsabilidad por la ausencia de consensos y avances en la lucha contra el cambio climático. Lo que se trata con ello es de ocultar que la crisis climática no es el resultado de los lustros recientes, sino de la acumulación exponencial de daños ocasionados al medio ambiente a lo largo de siglos
Es poco serio establecer un objetivo general cuando China ya desplegó 40 por ciento de la capacidad eólica y 36 por ciento de la solar instalada en el mundo, olvidando que EEUU ha expulsado a la atmósfera 20 por ciento de todas las emisiones de gases de efecto invernadero desde el siglo XIX.
Como parte de la estrategia occidental de estrangulamiento de la economía rusa, se soslaya que Alemania reactivó sus plantas eléctricas que operan con carbón, o que durante años Washington ha perseguido su soberanía energética impulsando de forma agresiva el fracking (fractura hidráulica), un método de extracción de hidrocarburos prohibido en gran parte del mundo por efectos catastróficos en la naturaleza.
Además, este discurso que vende la idea de un Occidente comprometido, pero atado de manos por agentes externos, pretende que el público ignore
El verdadero origen de la emergencia climática es el modelo económico impuesto por Estados Unidos y las potencias europeas al resto de las naciones, basado en el delirante proyecto de un crecimiento económico infinito en un planeta con recursos finitos, cuya conservación depende de un delicado equilibrio que el capitalismo ha destrozado con fervor suicida.
La apuesta por la movilidad electrificada como panacea para todos los problemas de contaminación atmosférica es un ardid de mercadotecnia que disfraza los costos ambientales de producir automóviles privados en masa, así como la inviabilidad urbanística del transporte motorizado individual, sea cual sea su fuente de energía. De esta manera, la estafa del coche eléctrico retrasa la adopción de soluciones reales, como el transporte colectivo de alta calidad y bajas o nulas emisiones.
Mientras el discurso hegemónico en Occidente demoniza a rivales geopolíticos como China y Rusia, se avanza en la senda de la autodestrucción por la falta de voluntad de los poderosos para mirar más allá de sus intereses inmediatos, tratando de vender espejitos de colores a los latinoamericano-caribeños, que, lamentablemente, muchas veces siguen comprándolos (entregando sus recrusos naturales y estratégicos).
Y entonces quizá sí, aparezca América Latina y su pulmón verde amazónico, del que también querrán apoderarse, por los buenas, por las malas… o por la peores también.
*Sociólogo y analista internacional, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)