La diplomacia belicista de EEUU y Zelenski se impone a los titubeos negociadores
Álvaro Verzi Rangel |
Mientras se ultiman los últimos flecos logísticos para desencadenar la tan esperada contraofensiva militar ucraniana, Kiev ha lanzado una batalla diplomática a gran escala en nuevos frentes políticos internacionales, con Voldomir Zelenski volando de un extremo al otro del planeta para asegurar el alineamiento mundial contra Rusia.
Zelenski ha conseguido que el G-7 aplauda su apuesta para poner contra las cuerdas a Rusia con armas y sanciones. Más que a sus triunfos militares contra los rusos, es a su diplomacia y al poder mediático de los medios hegemónicos mundiales a los que hay que atribuir este éxito, confirmado estos días en sus viajes a Arabia Saudí y Japón, continuación de la gira europea de la semana anterior.
Una diplomacia delineada por Washington y Londres, que no trata de parar la guerra. Zelenski reclamó el viernes ante la Liga Árabe en Yeda y este fin de semana en Hiroshima ante el G-7, la necesidad de más ayuda militar, un mayor ostracismo de Moscú y un compromiso internacional sin fisuras por la soberanía territorial de Ucrania.
El último éxito de la diplomacia belicista de Zelenski ha sido el compromiso occidental para entrenar a los pilotos ucranianos que manejarán los codiciados cazas F-16 estadounidenses. Finalmente, el presidente Joe Biden dio su aval al entrenamiento en EEUU y Europa de los futuros pilotos y retiró el último veto para el eventual traspaso de los F-16 por parte de países europeos que los tienen y quieren donarlos a Kiev.
Biden dio este visto bueno el viernes, al comenzar la Cumbre del G-7 en Hiroshima. Era el regalo de bienvenida para Zelenski, que este sábado se sumó a los encuentros entre los líderes de los países más industrializados del planeta en esa ciudad japonesa, volatilizada en agosto de 1945 por la primera bomba atómica lanzada en el mundo, obviamente por Estados Unidos.
Paradoja: los enemigos de ayer son aliados de hoy y en Hiroshima los líderes de Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña y Francia han cerrado filas con los de Alemania, Italia y Japón para respaldar a Ucrania en su guerra contra Rusia. En aquella conflagración mundial Ucrania, integrada en la URSS, fue importante para derrotar al Eje formado por Berlín, Roma y Tokio.
La ofensiva diplomática de Zelenski ha contrastado con la emprendida por China, abanderada de un final político del conflicto, quizá no por altruismo, sino por sus propios intereses económicos y geopolíticos. Mucho ruido y pocas nueces, es lo que se piensa del plan chino. En Hiroshima, el G-7 se ha limitado a pedir a China que use su relación con Rusia para pedirle que se retire de Ucrania.
Pekín mandó esta semana a su enviado especial, Li Hui, a Kiev, Moscú, Varsovia, Berlín y París, para tantear las posibilidades de montar una mesa de negociaciones, pero lo único que el régimen chino ha conseguido hasta el momento es un creciente escepticismo internacional sobre su plan de paz de doce puntos presentado el pasado febrero, cuando se cumplió un año de guerra.
Parecería más sólida la apuesta de paz lanzada por el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, si no fuera porque ha puesto sobre la mesa lo que nadie en Occidente ni Ucrania quiere oír: habrá “paz a cambio de territorios”. Y así los siete países más industrializados del mundo, dejaron en claro en Hiroshima que no les gusta el plan de Lula: “Una paz justa no puede conseguirse sin la completa e incondicional retirada de las fuerzas rusas y esto debe ser incluido en cualquier llamamiento a la paz”, señalaron.
La hoja de ruta de Europa sobre Ucrania choca con el plan de paz de China y su amistad con Rusia. Pese a todo, el G-7 ha tenido que invitar a su reunión de Japón a Brasil y también a India e Indonesia, en un intento de alejar a estos países de Rusia y aislarla más. India se ha negado a condenar a Rusia en Naciones Unidas por la invasión de Ucrania y es uno de los países que sigue manteniendo un mayor volumen de transacciones con Moscú.
Cada día que pasa, Rusia ve con más preocupación la evolución del conflicto. Crece la certeza de que la guerra se va a alargar mucho más de lo calculado y de que, si bien parece improbable una derrota de Moscú, igual de difícil es conseguir una victoria contundente. El viceministro de Exteriores ruso, Alexandr Grushkó, ha comentado la eventual entrega de F-16 a Ucrania: “Los países de Occidente de momento se atienen al guion de la escalada. Esto implica riesgos colosales para ellos”.
Hostilidad contra China y Rusia
En su reunión cumbre efectuada en Hiroshima, Japón, el G-7, que reúne a los siete países más ricos de Occidente (Estados Unidos, Canadá, Japón, Francia, Reino Unido, Alemania e Italia), proliferaron las expresiones de hostilidad contra China y, por supuesto, hacia Rusia.
Ante la poco realista perspectiva de una total rendición rusa, es claro que esa nueva ayuda a Kiev prolongará la guerra, la destrucción y el sufrimiento de ucranios y de rusos, y acentuará los riesgos de una confrontación directa entre Rusia y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), de la que forman parte seis de los siete estados representados en el encuentro. Rusia señaló que se trató de un encuentro politizado que socava la estabilidad mundial.
Las posturas agresivas del G-7 se dirigieron también a China, a la que acusaron de recurrir a la fuerza o la coerción en un supuesto afán de expansión territorial que es en realidad el reclamo de Pekín sobre la isla de Taiwán, parte integrante del territorio chino.
Asimismo, fue acusada de impulsar la militarización en la región Asia-Pacífico, imputación que debiera aplicarse más bien a Estados Unidos, cuyos gobiernos, cabe recordar, han mantenido en esa zona un desmesurado e intimidante aparato bélico desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y que en tiempos recientes han intensificado las maniobras militares con sus aliados: Corea del Sur, Japón y el propio Taiwán.
El único posicionamiento rescatable de las potencias occidentales es el de coadyuvar a una migración segura, ordenada y regular en el mundo y a enfrentar las redes de delincuencia organizada que facilitan la migración irregular y el peligroso viaje de indocumentados y solicitantes de asilo.
Se trata, sin embargo, de un enfoque superficial y hasta frívolo de los flujos migratorios planetarios, los cuales son ciertamente aprovechados por los traficantes de personas, pero cuyas causas son las brutales desigualdades entre países ricos y naciones pobres, así como las consecuencias del saqueo y la depredación neocoloniales perpetrados por los primeros en las segundas, prácticas de las que Estados Unidos, Francia y el Reino Unido son los más destacados exponentes mundiales.
Un punto particularmente grotesco y vergonzoso fue el exhorto al régimen de Afganistán a cumplir con sus obligaciones de luchar contra el terrorismo, expresión que pareciera sacada de los discursos de hace dos décadas del expresidente estadounidense George W. Bush, quien invadió y arrasó esa nación centroasiática justamente con el pretexto de combatir el terrorismo, señala un editorial – El G-7 se radicaliza- del diario mexicano La Jornada.
Afganistán se debate hoy en una aguda crisis provocada por esa invasión y padece una brutal opresión fundamentalista que fue incubada por Washington en los años setenta y ochenta del siglo pasado, derrocada en 2001 y restaurada tras el fin de la fallida ocupación del país por las tropas occidentales. En la actual circunstancia, cuando viven bajo una dictadura teocrática y en una terrible carestía material, el terrorismo es la última preocupación de los afganos.
*Sociólogo, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista seniordel Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)