La disrupción digital, entre la fragilidad del empleo y la precariedad sistémica
Eduardo Camín |
Tal vez tiempos de incertidumbre sean estos, cuando la reflexión humana se ve afectada en un torrente de palabras usadas recorriendo viejas heridas. Puede ser que la incertidumbre esté relacionada con esa necesidad que tenemos de saber qué va a pasar a continuación, de forma que nos podamos anticipar, o controlar y no nos tome desprevenidos.
En el bajo fondo de la injusticia social la incertidumbre aparece como un elemento emocional que produce niveles de estrés, angustias de otra dimensión. Las injusticias que vivimos día a día pueden aumentar sin pausa ese sentimiento de incertidumbre, si no somos capaces de solventarla. La falta de control sobre esas injusticias hace que dudemos de nuestra capacidad para proyectarnos al futuro. Y en este desafío de las nuevas tecnologías se cobija la incertidumbre del mundo del trabajo.
La robótica y su impacto sobre el empleo
El debate está instalado desde hace algún tiempo y el actual empuje de la Inteligencia Artificial pone de relieve esta dicotomía. Aunque la praxis nos indica que el cambio en la industria ya es innegable, patente y profundo: las antiguas tareas más mecánicas, más repetitivas y pesadas ya han sido asumidas por las máquinas.
En esa transformación, nuevas tareas han ido apareciendo, que pueden ser igual de agotadoras y repetitivas, y que se encuadran en una dinámica general de trabajo «a destajo» alentada las empresas. La ansiedad respecto de que las máquinas podrían eliminar millones de puestos de trabajo globalizados es verdadera, y llega en un momento en el que la economía mundial capitalista enfrenta una importante crisis de empleo, inflación y una guerra de consecuencias incalculables.
La tecnología ha reducido la labor requerida para la producción masiva y está vaciando el mercado laboral aún más al automatizar incluso tareas administrativas y de contabilidad rutinarias.
Algunos expertos señalan que los llamados puestos de trabajo de cualificación media son los que encuentran un riesgo mayor de desaparición: contables, oficinistas, y ciertos trabajadores de las líneas de montaje, son relativamente fáciles de convertir en rutina. Esto dará lugar a que los trabajadores menos cualificados se encuentren abocados a desarrollar actividades con un más bajo nivel de competencias, lo que se traducirá en menores salarios y en unas mayores posibilidades de perder su empleo.
Por el contrario, empleos altamente cualificados que implican las capacidades de resolución de situaciones, la intuición y la creatividad, y tareas que se realizan «en persona» y que precisan de ciertas destrezas y habilidades de comunicación social flexible para una mejor prestación de servicios (atención, trato), son más difíciles de convertir en rutina.
Otros señalan que los robots y la informatización no han sido capaces históricamente de replicar o automatizar estas tareas. Los grandes volúmenes de datos y aprendizaje automático harán que sea posible automatizar muchas tareas que eran difíciles de automatizar en el pasado. En un estudio específico sobre los robots y los puestos de trabajo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se demostró que en las industrias con niveles altos de densidad de robots los trabajadores de baja calificación trabajaban un número menor de horas.
¿Son los vehículos autónomos, los autoservicios quioscos, los robots de almacén y los superordenadores los precursores de una ola tecnológica de progreso que finalmente va a barrer los seres humanos fuera de la economía?
Para muchos expertos, la respuesta es afirmativa: “El papel de los seres humanos como el factor más importante de la producción está destinado a disminuir en la misma manera que el papel de los caballos (…) fue el primero disminuido y luego eliminado”. Pero los seres humanos, por fortuna, no son los caballos, por lo que seguirán siendo una parte importante de la economía. Incluso si el trabajo humano se convierte en menos necesario, los humanos, a diferencia de los caballos, podrán impedir llegar a ser económicamente irrelevantes.
Más robotización capitalista
De un tiempo a esta parte se vienen produciendo una serie de transformaciones en el sector manufacturero, cuyos resultados están siendo agotadores para los trabajadores. Una de las consecuencias más evidentes de estas transformaciones es la destrucción de puestos de trabajo. Aunque las fábricas mantengan espacios en los que se concentra un gran número de trabajadores, éste se viene reduciendo año tras año.
Diversos factores, entran en línea de cuenta. Uno de ellos es la externalización de los servicios. La organización de la estructura jurídica de la producción ha cambiado, de forma que la cadena de valor, que antes se concentraba casi en su totalidad en una única empresa, ahora está distribuida entre varias empresas (matriz-auxiliares) y en muchas ocasiones entre varios centros de trabajo. Este es el caso evidente del sector automovilístico o el textil: a la fábrica llega prácticamente todo preparado para que sólo haya que montarlo y darle salida.
Lógicamente, eso repercute en una reducción del número de trabajadores concentrados en cada planta, al mismo tiempo que aumentan el número de plantas en una estructura empresarial globalizada. Junto a este fenómeno de la automatización, es decir la introducción de máquinas de todo tipo que asumen cada vez más tareas ha generado una reducción del número de empleos.
O, más bien, ha facilitado que esa reducción se produzca: si bien las máquinas simplifican el trabajo, no destruyen empleo per se. La destrucción del empleo es el efecto colateral de la automatización, cuando ésta se lleva a cabo en base a los intereses de la maximización de beneficios de los grandes empresarios, los accionistas y los directivos.
La introducción del robot, al transformar la realidad del trabajo, ofrece el contexto idóneo al capitalista para justificar la destrucción de empleo. Y así, refugiándose en la eliminación de una tarea, el capitalista elimina un puesto de trabajo. El resultado es que el trabajador restante tiene que encargarse de lo que ya se encargaba, además de lo que se encargaba su compañero despedido, y de las tareas anexas que surgen a raíz de la introducción del robot.
Para los trabajadores de la industria, la introducción de máquinas en sus espacios de trabajo no ha resultado en una simplificación del empleo, sino más bien en todo lo contrario: mayor agotamiento, ritmos más exigentes, disciplina cuasi militar. El fenómeno que se está produciendo con la automatización no es una robotización del trabajo, sino una robotización del trabajador.
Las condiciones cambian, la precariedad no
Cada vez son más los trabajadores que ingresan al mercado laboral de la precariedad, cuyo denominador común son los contratos a corto plazo o temporales, y a menudo se les obliga a aceptar empleo informal. Esto está exacerbando las tendencias hacia las desigualdades de ingreso.
Los valores establecidos del “mundo predigital”, que están codificados en los estándares de trabajo de la OIT, siguen aún vigentes en la era posdigital. En realidad, se vuelven de hecho más relevantes, si la relación tradicional de empleado-empleador, (obrero-capitalista), se erosiona cada vez más en el futuro. Estas complejidades en evolución del mundo laboral requerirán soluciones complejas.
El mundo ha cambiado vastamente durante el último siglo y no sólo debido a la tecnología. Para 2050, la población mundial superará los nueve mil millones de habitantes. El número de personas de 60 años o más se habrá triplicado. Tres cuartos de las personas mayores estarán viviendo en los que son ahora países en vías de desarrollo y la mayoría serán mujeres.
Más allá de capacitar a los empleados para la era digital, las economías sostenibles requieren protecciones para los trabajadores, tanto en los buenos, como en los malos tiempos. Junto con sistemas adecuados de prestaciones de desempleo, o protecciones sociales, como la atención médica y las pensiones, forman la base de una seguridad para el trabajador.
Pero hoy día sólo el 20% de la población mundial cuenta con una cobertura de seguridad social adecuada y más de la mitad no tiene cobertura alguna. Entonces surgen estas cuestiones tan “absurdas”, en tiempos de incertidumbre ¿Cómo mantener la dimensión humana en un mundo de trabajo donde los robots están a cargo cada vez más?
Tecnología digital, trabajo humano
El discurso oficial o políticamente correcto nos muestra cómo en las naciones desarrolladas o aquellas en vías de desarrollo, la globalización adquiere, una velocidad de crucero añadiendo más cadenas de suministro que operan en entornos normativos más complejos con borrosas fronteras geográficas, y que ningún país puede ignorar el mundo digital “sin quedar fuera de la economía mundial”.
Un discurso- pretexto algo maquiavelista repetido como un karma sobre las poblaciones, cada vez que una inversión extranjera o un Tratado de Libre Comercio con sus prerrogativas, asoma a las puertas de un país.
Algunos expertos de la OIT se cuestionan cómo adaptar el mercado laboral de la mejor manera y crear trabajo decente. Y el organismo reconoce que, de manera esencial y crucial, “debemos anticipar los cambios tecnológicos por venir y abordar el desajuste de la educación y las destrezas en los mercados laborales.”
La OIT agrega, que “la educación y las destrezas adecuadas para los países en todo nivel de desarrollo aumentan sus capacidades de innovar y adoptar nuevas tecnologías. Esto determina la diferencia entre el crecimiento incluyente y el crecimiento que deja fuera a grandes segmentos de la sociedad. Una fuerza laboral que se ha capacitado apropiadamente y que puede continuar aprendiendo aumenta la confianza de inversionistas y, por ende, el crecimiento de empleo”: plena deriva capitalista.
En realidad, navegamos en las incertidumbres casi al otro lado de un punto de inflexión, donde nos espera un futuro dominado por maquinas ultrainteligentes. En esta hipótesis convendría preguntarnos ¿cuál sería nuestro rol como especie en esta nueva era?
*Periodista uruguayo residente en Ginebra exmiembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de Naciones Unidas (ACANU) en Ginebra). Analista Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)