¿Negociación o guerra nuclear en Ucrania?
Carlos Fazio
En medio de una guerra de propaganda que en los últimos días profundiza la amenaza del arsenal nuclear, la puja entre las potencias ha entrado en una dinámica de signo incierto cuya tendencia parece apuntar al surgimiento de un nuevo orden mundial posoccidental. La paradoja de la guerra por delegación de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en Ucrania, es que el llamado Occidente colectivo parece cada vez más unido, pero su influencia en el orbe decrece de manera acelerada.
La rusofobia desatada por EU y Gran Bretaña reúne a 33 países que representan poco más de una octava parte de la población mundial, mientras las naciones restantes, que comprenden casi 90 por ciento de los habitantes del planeta, parecen optar por un regreso al multilateralismo con eje en la defensa de la soberanía y el respeto a los principios del derecho internacional consagrados en la Carta de la Organización de las Naciones Unidas.
Así, mientras la administración Biden y sus aliados globalistas agitan la gastada retórica de la guerra fría: democracia versus autocracia, y convierten a Ucrania en un gran campo militar como plataforma para la guerra híbrida contra Rusia, Vladimir Putin y Xi Jinping −cuyos países han profundizado una asociación estratégica integral que incluye la cooperación técnico/militar nuclear− redefinen la agenda mundial y mapean los lineamientos de una nueva multipolaridad adversa a las ambiciones neocoloniales, injerencistas, hegemónicas. Lo que, tendencialmente, deberá concluir con la desmilitarización y neutralidad ucrania y la consagración de los nuevos hechos sobre el terreno bélico.
No obstante, la hoja de ruta de 12 puntos de China para una salida negociada a la guerra en Ucrania fue rechazada por EU, que junto con Reino Unido comienzan a construir un nuevo eje similar al que crearon en los años 30 del siglo pasado los regímenes nazifascistas de Alemania e Italia y el Japón militarista. A su vez, Londres anunció el suministro de proyectiles que contienen uranio empobrecido a Ucrania, lo que de inmediato replicó Putin avisando el despliegue de 10 bombarderos estratégicos capaces de portar armas nucleares en Bielorrusia, nación con la que el Kremlin comparte una doctrina militar común.
Putin detalló que para el 1º de julio Rusia terminará un silo para el almacenamiento de armamento nuclear en Biolorrusia, similar a los que EU tiene en Alemania, Bélgica, Países Bajos, Italia, Grecia y Turquía, a los que se suman los arsenales estratégicos de Reino Unido y Francia. (La OTAN usó municiones de uranio empobrecido en el conflicto de la ex Yugoslavia, la guerra del Golfo de 1991, la invasión a Irak en 2003, los bombardeos en Libia en 2011 y en 2015 en Siria.)
En ese contexto, y tras las declaraciones del director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), William Burns, de que los próximos seis meses serán cruciales en el campo de batalla en Ucrania, no es un dato baladí consignar que el portavoz del Ministerio de Defensa chino, Tan Kefei, expresó el 30 de marzo la disposición del Ejército del coloso asiático a colaborar con las fuerzas militares de Rusia para implementar iniciativas de seguridad global y contribuir a mantener la estabilidad en el mundo.
Un día después, el presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, denunció preparativos de la OTAN para invadir su país e intentar destruirlo mediante una guerra relámpago similar a la que fracasó en 2020; intentona, dijo, que podría desencadenar una tercera guerra mundial con incendios nucleares. Lukashenko afirmó que no intenta intimidar ni chantajear a nadie, pero subrayó que su país garantizará su soberanía por todos los medios, incluido el arsenal nuclear.
Señaló que hace una semana ordenó restaurar de inmediato las plataformas en las cuales se habían colocado los sistemas estratégicos de misiles Topol con ojivas nucleares. E indicó que Bielorrusia no piensa atacar a nadie, pero, si es atacada, reaccionaremos de manera simétrica y adecuada.
Ante la propagandeada contraofensiva de primavera ucrania en los territorios ocupados por Rusia −lo que desencadenaría una escalada del conflicto−, Lukashenko propuso al presidente ucranio, Volodymir Zelensky, un cese de hostilidades y declarar una tregua sin derecho a desplazar y reagrupar tropas de ambos bandos, y sin derecho a trasladar armas, municiones y equipo militar.
También lo emplazó a iniciar negociaciones de una paz incondicional sin demora, bajo el argumento de que el complejo militar-industrial ruso está desplegándose a plena capacidad y después será más difícil sentarse a negociar. Agregó que si EU y sus satélites utilizan el alto al fuego para engañar a Rusia, el Kremlin se verá obligado a utilizar toda la potencia del ejército.
Según un artículo de marzo pasado en Asia Times, en un reciente encuentro entre ex funcionarios de inteligencia, ex militares de alto rango del Pentágono y ex miembros de gabinete de los últimos gobiernos de EU, se llegó a la conclusión de que Ucrania será derrotada por el Ejército ruso, incluso si la OTAN hace un máximo esfuerzo. Hubo consenso en que la esperada contraofensiva ucrania requeriría de un número de vehículos de guerra que Kiev no tiene, por lo que Zelensky podría aceptar la mediación de China.
Así, mientras la administración Biden se niega a dar un paso atrás y, según Seymour Hersh, está considerando intervenir directamente en Ucrania (se refirió a la presencia de tropas de la 82 División Aerotransportada en Polonia y de la 101 División Aerotransportada en Rumania), el alto mando ruso está preparándose para garantizar que cuando el terreno se seque, sus tropas puedan lograr lo que en términos militares llaman un momento decisivo, como la ofensiva de Stalingrado por el Ejército Rojo en 1943 o la del Tet en Vietnam.
El objetivo es avanzar en Ucrania más allá del Donbás y forzar una negociación. Rusia podría ceder el terreno ganado fuera de Donietsk, pero mantendría el mar de Azov y la mayor parte del Donbás, un acuerdo que se le podría imponer a Ucrania (desde Occidente) a medida que se quede sin mano de obra y municiones.
* Periodista, escritor y analista uruguayo-mexicano, columnista de La Jornada de México