Cien años de la URSS
Luis Britto García |
Y allá, en la esteparia lontananza
La Unión Soviética alza su puño de esperanza
¡Camarada, salud!
Aquiles Nazoa
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Hace ya treinta años, Aníbal Nazoa escribía: “Pronto el mundo comprenderá la inmensa tragedia que significa la disolución de la Unión Soviética”. Toda la leña que imperios y agencias noticiosas han hecho del árbol caído no basta para que se lo olvide. Esa tragedia no concluye ni sus heridas se cierran. Intentemos un balance precario y quizá provisional.
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El 7 de noviembre de 1917 el partido bolchevique, que apenas contaría con más de 15.000 miembros, proclama el primer Estado socialista en el más extenso de los países del mundo: lo que quedaba del retrógrado, oligárquico y desarticulado imperio zarista, tiranizado desde 1613 por la dinastía Romanov. Para demostrar que las revoluciones no son posibles, los países reaccionarios hacen lo imposible. Declarar una Revolución es enfrentar una contrarrevolución interna y una guerra externa acompañada de bloqueo.
Así sucedió históricamente incluso contra las revoluciones burguesas de Inglaterra y de Francia. Así ocurrió también con la Revolución Soviética. Desde el primer día de la toma del poder catorce potencias imperiales le declararon la guerra. Estados Unidos la invadió por Alaska, para sufrir un colosal fiasco. El desbaratado ejército zarista no podía continuar la contienda, y los bolcheviques habían prometido la paz.
Para concertarla con las Potencias Centrales de Alemania, el Imperio Otomano, el austrohúngaro y Bulgaria, el poder soviético debió cederles el 3 de marzo de 1918 en el Tratado de Bretz Litovsk los territorios de Estonia, Letonia, Lituania y Polonia y aceptar las independencias de Finlandia, Georgia y Ucrania, pérdidas que recuperó meses después con la rendición de Alemania. El Ejército Blanco zarista, los terratenientes ricos y la reacción burguesa detonan la guerra civil. Parece que al naciente poder le quedan pocas semanas de vida.
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Sin embargo, el 30 de diciembre de 1922 representantes de Rusia, Bielorrusia, Transcaucasia y Ucrania proclama la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, de acuerdo con el plan de Lenin de crear un estado federativo integrado por repúblicas soberanas e independientes, opuesto al proyecto de Stalin, más centralista. La naciente Unión era un Estado Federal en toda la acepción de la palabra.
Cada una de las Repúblicas que la integraban tenía su propia constitución, nacionalidad y cultura, y muchas de ellas su religión y lengua propias, así como el derecho constitucional a practicarlas y preservarlas. Su elemento integrador era el plan de tomar el cielo por asalto con las terrenales escaleras del partido de cuadros, la propiedad social de los medios de producción, la planificación socialista, la electrificación y los Soviets o Consejos Obreros.
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El país atrasado y derruido que nace de los escombros de la Primera Guerra Mundial y debe sufrir el mayor peso de las devastaciones de la Segunda adopta como prioridad el desarrollo económico autónomo, sin el cual devendría colonia o semicolonia de imperios. No parece factible la tesis de Trotsky de impulsar una Revolución Permanente que se propague como reguero de pólvora por el mundo entero.
En 1919 había estallado en Hungria otra Revolución Comunista, que fue rápidamente aplastada. Predomina la propuesta estalinista de concentrarse en el Socialismo en un solo País. El Ejército Rojo comandado por Trotsky derrota la contrarrevolución interna; el proletariado dirigido por el Partido Comunista cumple la colectivización del campo y la electrificación de la industria.
La tasa media de crecimiento industrial del zarismo había sido de 3,2% anual entre 1800 y 1810; para 1918 el acosado poder soviético ya la ha elevado a 6,9%; para 1930 la economía planificada la ha fortalecido hasta 16,5%; a partir de 1941 la destrucción provocada por la agresión nazifascista y sus secuelas la desploman hasta 11,3% en 1954; desde 1959 se estabiliza durante mucho tiempo en 9,15%, una de las más altas del mundo. (1)
Estas tasas de desarrollo se mantienen estables, sin padecer las crisis económicas del capitalismo. A tres décadas apenas después de clausurar una autocracia medieval, la Unión Soviética es la segunda potencia del mundo.
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A pesar de soportar la principal carga destructiva de dos guerras mundiales, la propiedad social de los medios de producción y la planificación estatal no sólo desarrollan la economía: producen artefactos nucleares en 1948; lanzan el primer satélite artificial en 1957; ponen en órbita el primer cosmonauta en 1961.
Ese año colocan la primera sonda espacial en Venus, el siguiente la primera en Marte, en 1966 la primera misión no tripulada aluniza y transmite desde el satélite, y luego orbitan las primeras bases espaciales tripuladas. La ciencia se vuelve pasión colectiva de la juventud soviética que plena las universidades gratuitas: se crea una ciudad para la investigación, Novosibirsk. La URSS toma la delantera entre las potencias científicas y tecnológicas.
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Lo que la planificación centralizada y el trabajo colectivo logran en la industria y en la agricultura colectivizada se traduce en derechos para los trabajadores. La educación en todos sus niveles y la asistencia médica son gratuitas, en un mundo donde para aquél entonces estaban reservadas para las clases pudientes Se reconoce el derecho a vacaciones, primero de quince días y luego de un mes, lo que era apenas concebible en el mundo capitalista.
La URSS garantiza el pleno empleo, la seguridad social y la jubilación digna a los 55 años para las mujeres y a los 60 para los hombres en tiempos en que gracias a las crisis económicas en el capitalismo tales derechos resultaban utópicos (2).
Se garantiza la igualdad de oportunidades y de remuneración de las mujeres con los varones; el matrimonio puede disolverse a petición de cualquiera de las partes; se despenalizan la homosexualidad y el aborto; desde 1917 se concede una licencia por maternidad que a la larga se extiende por tres años.
Estos derechos son no sólo reconocidos sino además satisfechos en lo posible en un país duramente golpeado por la contrarrevolución zarista, las guerras mundiales y el interminable bloqueo de la Guerra Fría. No se implantan el derroche ni el consumismo. La producción está orientada a cubrir las necesidades fundamentales de una vida austera e igualitaria en un país repetidamente destruido y asediado. Esto no ocurre sin errores, retrocesos ni tropiezos, pero los resultados son ejemplares, y sirven de modelo para posteriores reivindicaciones en el mundo capitalista.
Notas
1.- Marc Saporta, Soria, Georges (1969) Los dos colosos: USA-URSS. Librería Editorial Argos, Barcelona. P.299
2.- https://archivo.juventudes.org/nikolai-efimov/5-diferencias-entre-el-sistema-sovi%C3%A9tico-de-pensiones-y-el-sistema-capitalista