¿Una guerra que llegó para quedarse?
Isabella Arria |
Conforme se desvanece cualquier perspectiva de una solución pacífica al conflicto en Ucrania, es necesario recordar que la guerra que ha devastado a este país es el resultado trágico del empeño de Estados Unidos y sus socios en reducir a Rusia a la completa irrelevancia geopolítica, y su afán de infligirle la máxima humillación posible en momentos en que ésta ya no representaba ninguna amenaza para la seguridad de Europa y mucho menos de Washington.
Es difícil de comprender esta guerra de nunca acabar, pero el mundo está siendo conducido –con rapidez– al estallido de una confrontación nuclear, quizá la última, por implicar armamento que puede exterminar la población del planeta. Mientras siguen los ataques contra la central nuclear de Zaporozhye, la mayor de Europa, que cuenta con seis reactores de agua presurizada y una capacidad total de 6 000 megavatios.
No cabe dudas: todo lo que suceda allí puede afectar a los países del viejo continente. En el peor de los casos, los componentes radiactivos pueden expandirse y actuar contra la vida de millones de personas. Por eso es que varios analistas alertan que la guerra en Ucrania ha dejado al descubierto que Estados Unidos usa a la población ucraniana como carne de cañón, para doblegar a Rusia y enfilar todos sus cañones contra China.
Moscú lo advirtió desde un primer instante: «No permitiremos que los ciudadanos rusos o de origen ruso que viven en la región del Donbás sean masacrados con las constantes agresiones». Estados Unidos impone su política en torno a Ucrania; armar a esa nación y sancionar y desestabilizar a Rusia.
Obviamente se puede hablar de los sueños expansionistas del presidente ruso Vladmir Putin. Pero más allá de las sanciones contra Rusia, la ingente ayuda militar de Washington y sus aliados al gobierno ucranio tampoco parece capaz de evitar una prolongación del conflicto y mucho menos una rendición de Moscú.
Pero ni las sanciones ni la asistencia militar van a influir en el ánimo de los contendientes; pero están logrando hacer más irreductible la postura del comediante presidente ucranio Volodomir Zelensky de no negociar con Rusia y confirman la percepción del Kremlin de que el gobierno de Kiev es la punta de lanza de una agresión occidental en contra de Rusia.
El suministro de equipos avanzados de artillería a Kiev no sólo garantiza pingües ganancias a las trasnacionales armamentistas estadounidenses, y atiza el conflicto, sino que puede complicarlo e internacionalizarlo con consecuencias muy peligrosas para el mundo: son cada vez más frecuentes los ataques ucranios a objetivos en territorio ruso, acciones que difícilmente podrían realizarse sin los sistemas de artillería de largo alcance proporcionados por Estados Unidos a las fuerzas ucranias.
Tyler Durden en el portal ZeroHedge, expone la incendiaria declaración del nuevo dueño de Twitter, Elon Musk, quien expuso que la anterior directiva “censuró la historia de la laptop de Hunter Biden justo antes de las elecciones en Estados Unidos de 2020” .
Hunter, hijo del presidente estadounidense Joe Biden, protagonizó uno de los escándalos de la campaña, por su vinculación laboral con una empresa energética ucrania, de nombre Burisma, que llegó a pagarle 50.000 dólares mensuales. Formó parte de su junta directiva durante cinco años, y aceptó el puesto en 2014, cuando su padre era el número dos de Barack Obama.
Destrozar Rusia
El ascenso de Vladimir Putin y su prolongada permanencia en el poder de la mano de un discurso chovinista, desdeñoso de los valores occidentales, no se explica sin el financiamiento y la asesoría de Washington y la Unión Europea a grupos políticos hostiles al Kremlin tanto dentro de Rusia como en las naciones que conforman su periferia.
La hostilidad no es nueva y esta guerra no se explica sin considerar los golpes de Estado para instalar gobiernos afines a Occidente en el espacio postsoviético; el despliegue de sistemas de misiles que apuntan a Moscú y, sobre todo, la abierta provocación de ampliar continuamente hacia el Este las fronteras de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) después de 1991.
Lo curioso es que esta alianza militar controlada por Estados Unidos perdió toda razón de ser con la disolución de la Unión Soviética (URSS, hace tres décadas), fue sumando nuevos miembros, cada vez más próximos al territorio ruso, y la anexión de Ucrania a la misma puso los misiles enemigos a sólo 400 kilómetros de Moscú, una amenaza considerada insoportable para la integridad rusa, provocación que precipitó la invasión en febrero de este año.
Más presión
El jueves último, el ultraderechista gobierno polaco impidió al ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, ingresar a la ciudad de Lodz, donde se realizaba una reunión del Consejo de Ministros de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), en otro acto hostil, que violentó las más elementales convenciones diplomáticas, Lavrov convocó a una conferencia de prensa en la que declaró imposible el restablecimiento de los vínculos entre su país y Occidente.
Al día siguiente los 27 miembros de la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá, Japón y Australia acordaron imponer un tope de 60 dólares por barril al petróleo ruso, con el propósito de cerrar a Moscú su principal fuente de ingresos y forzarla a retirarse de Ucrania. La medida de guerra financiera impide a toda empresa con negocios en esos territorios manejar cargamentos de crudo ruso en todo el mundo, a menos que se venda por debajo del monto fijado.
Rusia afirmó que estos pasos tendrán como resultado inevitable el aumento de la incertidumbre y la imposición de mayores costos para los consumidores de materias primas. Washington y sus aliados argumentan que se trata de una medida necesaria para impedir que Moscú cuente con recursos monetarios para mantener su incursión militar en Ucrania.
Nadie explica cómo esta peculiar sanción económica influya en el curso de la guerra, cuando Rusia sigue vendiendo petróleo a 79 dólares por barril en los mercados asiáticos; mientras es difícil que la mayoría de los importadores del hidrocarburo vaya a acatar la pauta impuesta por el G7 y la UE. El propio presidente ucranio, Volodymir Zelensky, tan decidido a masacrar a su pueblo, aclaró que Moscú seguiría recibiendo recursos para mantener su operación militar especial.
Seguramente se trate otra sanción búmeran: que este precio tope incremente la penuria energética que padece Europa occidental como consecuencia de sus propias decisiones, las cuales ya han dejado sin el gas ruso a diversos países que dependían de ese combustible en mayor o menor medida
Y parea añadidura, Rusia respondió al tope de precio para sus exportaciones petroleras con una nueva oleada de bombardeos a la infraestructura eléctrica de Ucrania, anulando así los esfuerzos empeñados por Kiev para reconstruir sus plantas y redes de electricidad, un insumo críticamente con temperaturas invernales por debajo de cero.
Moscú lo advirtió desde un primer instante: «No permitiremos que los ciudadanos rusos o de origen ruso que viven en la región del Donbás sean masacrados con las constantes agresiones».«No podemos permitir que Estados Unidos y la OTAN traten de cercar a Rusia, llevando modernas armas hasta su frontera con Ucrania», añadió
Ambas razones bien que pudieron ser parte de un diálogo sin injerencia de terceros países y, por supuesto, sin la arrogante presencia de la OTAN como eje impulsor de la guerra. En estos meses la Unión Europea solo entorpeció la búsqueda de la paz en torno al conflicto y crear una situación económica y social adversa, en detrimento de sus propias naciones.
En lugar de buscar la paz y cambiar la estrategia belicista y llevar a las partes a una mesa de negociación, la Unión Europea, el Tratado del Atlántico Norte y Estados Unidos siguen arrojando gasolina al conflicto, produciendo muchos más muertos y destrucción. ¿En nombre de la democracia?
* Periodista chilena residenciada en Europa, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
….