Antonio Machado o la decencia humana
José C. Valenzuela Feijóo
Como en los viejos tiempos, habría que decir: “señores, quitaos el sombrero, que llega don Antonio Machado”.
1.- La familia, el colegio.
Antonio Machado Ruiz (1875-1936), o “Machado el bueno” como lo llamara Bergamín,[1] nació en Sevilla (“mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,/y un huerto claro donde madura el limonero”), en el seno de una familia de clase media acomodada, de clara estirpe laica. Su padre, Antonio Machado Alvarez, sevillano que nació en Santiago de Compostela[2] , fue abogado y connotado investigador del folklore.[3] Su abuelo, biólogo de nota, conocido krausista y profesor universitario, sufrió la persecución del absolutismo monárquico-clerical y más de una vez fue despojado de su cátedra.
En un texto de divulgación, escribía que “el fanatismo y la ignorancia, que viven del error y de las preocupaciones, no pueden ver impasibles a la Ciencia demostrar que nada hay sobrenatural ni milagroso, que todo resulta de leyes inmutables, armónicas y causales del Universo.”[4]
La familia del poeta vivió por largos años en la misma casa que el abuelo y por allí, Machado conoció a muchos distinguidos republicanos de la primera generación (como Pi y Margall, a cuya tertulia de Madrid, ya de joven, asistiría asiduamente) y, como suele suceder, la admiración y algunas nociones básicas, transformadas casi en instintos, se le metieron en la sangre. De grande, recordaría que “cuando yo era niño había una emoción republicana. Recuerdo haber llorado de entusiasmo en medio de un pueblo que cantaba La Marsellesa y vitoreaba a Salmerón.
El pueblo hablaba de una idea republicana y esta idea era, por lo menos, una emoción, y muy noble a fe mía.”[5] Cuando sus padres se trasladan a Madrid, Machado pasó a estudiar en el Instituto de Libre Enseñanza, donde conoce y admira profundamente a don Francisco Giner de los Ríos.[6] Aquí termina de empaparse en la mesurada ideología laica y progresista que siempre lo caracterizaría. Por decirlo de alguna manera, el poeta absorbe y luego asume los valores de la Ilustración y la Revolución Francesa, si se quiere filtrados por un espíritu algo erasmista. O sea, la ideología de la burguesía en su fase más primigenia, la de su ascenso histórico. En muy famosos versos:
“Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno.”
La familia y el colegio, ¿hay algo más importante para un niño, para su formación? Pareciera que no. Y como vemos, en ambos ejes, se apunta a nociones y valores similares. Este sería el primer punto a subrayar: en el poeta, sus creencias y valores básicos, se forjan muy tempranamente y apuntan, congruentemente, en el mismo sentido: laico, progresista, democrático. Agreguemos de inmediato, esa congruencia no debe ser idealizada, pues se vive en la España decimonónica y no en un pulcro tubo de ensayo. En el mismo interior de la familia, en el plano más doméstico, se cuela el sentimiento religioso (la madre bondadosa que ciertamente no era atea, las tías, las criadas).
Y está también la España dominante, reaccionaria, conservadora, clerical. En breve: se lucha contra ese polo, pero esa forma de ser enemiga está en el aire y se nos cuela por las rutas más indirectas e inconcientes.[7]
2.- Una nación que se derrumba.
En nuestro autor no sólo está el dato familiar y el de la escuela que forja al adolescente en busca de “paideia”. También está el dato nacional: el de 1898 en especial. Y repitamos lo sabido: el desastre cubano y del imperio es sólo una consecuencia, la punta más visible y audible de una descomposición que ya es de larga data. Como sea, marca un hito, un momento en que una nueva generación mira con horror el hundimiento del país y grita basta. Machado, que alguna vez dijera no pertenecer del todo a la “generación del 98”, escribiría algunos años después: “tras un largo período de profunda inconsciencia, en que no faltaron lauros para los viejos héroes, ni patrióticas charangas, ni cantos de cuartel, perdimos –como todos sabéis- los preciosos restos de nuestro imperio colonial. (….)
Acaso el golpe recibido nos pondrá en contacto con nuestra consciencia(…) Sabemos que ya no se puede vivir del esfuerzo, ni de la virtud, ni de la fortuna de nuestros abuelos; que la misma vida parasitaria no puede nutrirse de cosa tan inconsistente como el recuerdo(…), somos los hijos de una tierra pobre e ignorante donde todo está por hacer.”
El poeta, termina remarcando que “la patria es algo que se hace constantemente y que se conserva sólo por la cultura y el trabajo (…) sabemos que no es patria el suelo que se pisa sino el suelo que se labra.”[8] Del texto, recalquemos dos puntos: i) el rechazo al parasitismo; ii) la exaltación al trabajo productivo. Estos, serán dos ingredientes esenciales del ideario de Machado y, por lo mismo, del patriotismo o españolismo que predica. También es lo que rescata del 98. Pero adviértase el balance que hará, ya en 1915, sobre esos afanes juveniles:
“Que un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,
la malherida España, de Carnaval vestida
nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,
para que no acertara la mano con la herida.
Fue ayer; éramos casi adolescentes; era
con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios;
cuando montar quisimos en pelo una quimera,
mientras la mar dormía ahíta de naufragios.”
El poeta agrega que “por el fondo de nuestro sueño (…) un alba quería entrar”. Pero el grupo duró poco: “mas cada cual el rumbo siguió de su locura.” Al cabo de los años, el balance es amargo:
“Y es hoy aquel mañana de ayer…Y España toda,
con sucios oropeles de Carnaval vestida
aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda;
mas hoy de un vino malo: la sangre de su herida.”
En términos políticos prácticos, esa generación fue un fracaso. Y Machado no lo oculta: España sigue igual o más bien peor.[9] Por eso, se encomienda a la juventud, “si de más alta cumbre la voluntad te llega”. Como sea, el remezón y el afán crítico se quedan. Machado no sigue la ruta de Azorín y del mismo Baroja. Preserva su voluntad opositora y comienza a perfilar un diagnóstico más claro y más certero de la decadencia hispana. Por lo mismo, comienza también a pergeñar el tipo de agentes sociales capaces de empujar la renovación.
Tenemos, entonces, fuerzas que impulsan a lo nuevo: la ideología progresista y laica del poeta. También, fuerzas de rechazo a lo viejo: la podredumbre del régimen político y social de la España de “charango y pandereta”. No obstante, en un primer momento, la curva machadiana parece inscribirse en el escepticismo –cuando no nihilismo- que termina por abrazar a toda su generación. Lo que existe no gusta, pero no hay capacidades o fuerzas que ayuden a luchar por un orden social diferente.
En este sentido, por lo menos en su obra poética, la inquietud política permanece latente, en un segundo plano que parece esperar mejores tiempos. Por otro lado, en un nivel más personal, el poeta no parece haber tenido, en este período, grandes pasiones amorosas. Cuando más, distracciones, desfogues más bien espaciados. Y como alguna vez llega a insinuar, a veces más onanismo que amores concretos, reales, de carne y de hueso. En lo cual, su proverbial timidez, tiene que haber jugado un rol no menor.
3.- Machado, soledades y melancolías. Un poeta de lo interior.
A los otros, Machado no alcanza a llegar. Ni sabe cómo. A la otra, al amor de pareja, tampoco. Es el tiempo de las soledades, como bien titula su primer libro. El poeta, entonces, se refugia dentro de si o del muy pequeño grupo familiar.
“Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.”
Es el hermano que debió viajar a América por las premuras económicas de la familia.[10] En él, el poeta cree escuchar preguntas que él también se hace:
“¿Lamentará la juventud perdida?
(…)
¿La blanca juventud nunca vivida
teme, que ha de cantar ante su puerta?”
Sí, “en la tristeza del hogar golpea / el tictac del reloj. Todos callamos.” Tal vez por ello, se siente el rumor de las almas. Antonio es joven aún. Todavía está en el tiempo de las opciones y decisiones más cruciales, las que suponemos definen nuestro ser. ¿Para allá, para acá? ¿Esto sí, esto no? ¿También a él, se le puede ir la vida?
“Pregunté a la tarde de abril que moría:
¿Al fin la alegría se acerca a mi casa?
La tarde de abril sonrió: La alegría
pasó por tu puerta – y luego, sombría:
pasó por tu puerta. Dos veces no pasa.”
Sus evocaciones no pueden estar muy lejanas. En ocasiones, se recuerda muy pequeño, al lado de su madre, descubriendo:
“la buena luz del mundo en flor, que he visto
desde los brazos de mi madre un día.”
O bien, del bellísimo:
“Galerías del alma… ¡el alma niña!
(…)
Y volver a sentir en nuestra mano,
aquel latido de la mano buena
de nuestra madre… Y caminar en sueños
por amor de la mano que nos lleva.”
Versos que, como se sabe, no sólo son recuerdos. También resultaron, trágicamente, premonitorios: cuando el poeta debe abandonar España en 1939, lo hace junto a las derrotadas tropas republicanas y prácticamente a pie, acompañado de doña Ana Ruiz, la que débil y enjuta, ya de 85 años, muchas veces quiere tomar en brazos a su hijo.
También recuerda su primera infancia: “Yo conocí, siendo niño, /la alegría de dar vueltas/ sobre un corcel colorado, / en una noche de fiesta.” O las procesiones de Sevilla: “¡Y esos niños en hilera, / llevando el sol de la tarde/ en sus velitas de cera!”.
En otras no es él, pero son otros niños, los que observa y lo remecen. Como en esa conmovedora pintura de un antiguo invierno, cuando en la escuela “todo un coro infantil/ va cantando la lección:/ ‘mil veces ciento, cien mil; / mil veces mil, un millón”. Es, por lo demás, un tiempo antiguo en tiempo presente:
“Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.”
Esa “monotonía de la lluvia en los cristales” también parece ser el retrato del alma del poeta. A veces, proyectada en el paisaje donde nos habla de “limoneros lánguidos”, de “tristes y soñolientas tardes de verano”, de “una pálida rama polvorienta”. El paisaje per-se, a Machado no le interesa. Lo toma, en cuanto le sirve para expresar el “estado del alma”, de su alma. Como bien apuntara Salinas, “Machado es el poeta de lo interior”,[11] tales son los “paisajes” que nos muestra en sus textos iniciales.
La sociedad de hoy no le place ni lo absorbe. Al revés, Machado tiene tendencia a marginalizarse: “lo que se llama vida por ahí, cosa es que yo no amo.” [12] Y como tampoco surge el gran amor : “Bajo ese almendro florido,/ todo cargado de flor,/ -recordé-, yo he maldecido/ mi juventud sin amor.”, el poeta se refugia en la memoria: recuerda y mira a su pasado, aunque éste pueda estar tremendamente cerca. Tanto, como la hora recién transcurrida. Machado, que tenía –por temperamento- la tendencia a sentirse viejo antes de tiempo, cae en la melancolía a muy temprana edad.[13] Y con maestría y sentimiento insuperables, nos comunica el lento paso de las horas, el de un tiempo que siente transcurrir gota a gota:
“Pasan las horas de hastío
por la estancia familiar,
el amplio cuarto sombrío
donde yo empecé a soñar.
Del reloj arrinconado,
que en la penumbra clarea,
el tictac acompasado
odiosamente golpea.
Dice la monotonía
del agua clara al caer:
un día es como otro día;
hoy es lo mismo que ayer.”
Con ello, también nos muestra cierta languidez o vacío vital, el angustioso hastío que le cae y agarrota. ¿Cuándo y por qué? El cuándo lo podemos adivinar: en las tardes de domingo, en las largas vacaciones de los calientes veranos sevillanos. Es el tiempo del vacío, de vida y de quehaceres, cuando medita “absorto, devanando/ los hilos del hastío y la tristeza”.
¿Por qué? ¿Por qué así le pesa a Machado el tiempo? Recordemos: cuando en la vida propia poco pasa, pareciera que el tiempo otro –el de los otros o, mejor, el tiempo astronómico, el que nos marcan calendarios y relojes- se apodera de nosotros, como si con una grande y dura mano nos sujetaran de la garganta hasta ahogarnos. En estos casos, de poca, repetida, o poco estimulante actividad, el tiempo nos pesa, se siente, nos cae encima. Al revés, cuando nuestra vida está pletórica de actividades y entusiasmos, el tiempo-calendario pasa sumamente rápido, tanto, que pareciera que no lo vemos.
Este, es un tiempo liviano como una pluma; por lo mismo, como no nos pesa, nos olvidamos de él. Y si a él volvemos, es sólo cuando nos falta. O sea, cuando necesitamos más tiempo. Al revés, cuando poco o nada hacemos – o sólo lo rutinario y mustio es nuestro quehacer- el tiempo se nos cae encima, como plomo. Escuchamos aquí el tictac del reloj y pareciera que el tiempo camina muy lento. Tanto, que nunca pasa y sentimos que nos sobra. Es el tiempo experimentado como hastío, como peligrosa sed de muerte:
“Y yo sentí el estupor
del alma cuando bosteza
el corazón, la cabeza,
y… morirse es lo mejor.”
La penetración y hondura de Machado son tan fuertes que apunta, a los treinta años, a zonas del alma que sólo el hombre viejo comienza a descubrir. El poeta se pregunta por el tiempo -la temporalidad fue un tema que siempre le preocupó- y lo que va dejando tras de si. En cierto sentido, recupera la visión de Quevedo: “Ya no es ayer: mañana no ha llegado; / hoy pasa, y es, y fue, con movimiento que a la muerte me lleva despeñado”.[14]
El tiempo, parece unido a la muerte: siempre la va labrando. Pero la vida pasada es rescatada por la memoria, por todo lo que va quedando, sedimentado, en las “galerías del alma”. Y cuando por esos senderos nos internamos, ese pasado vuelve a vivir: el recuerdo, la memoria, anula o niega a la muerte.[15] Es como nuestro gran zurrón, en el que llevamos toda nuestra vida a cuestas. Pero no somos eternos: ¿cuando yo muero también muere nuestra vida, se pierde para siempre todo lo que lleva nuestro zurrón? ¿No hay, entonces, eternidad?
Pero no nos pongamos tan trascendentales: el punto es bastante más sencillo. El hombre con mucha vida acumulada lo siente, siente la riqueza que ha ido acumulando (la riqueza humana depende de la cantidad y profundidad de las relaciones sociales que establece el hombre, decía Marx) y se hace la pregunta más elemental: ¿se perderá toda esa riqueza de vida? ¿Cómo traspasarla, por lo menos a los seres más queridos? Por ello, es el viejo el que se enfrenta al problema.
Y lo hace, pensando en los niños, en los jóvenes que recién empiezan el camino. Casi siempre, en sus hijos. Machado, que no ha tenido (ni tendrá) esa experiencia “provocadora” (vejez, hijos, etc.), no obstante, siente esa angustia y a muy temprana edad.
Son versos inolvidables:
“¿Y ha de morir contigo el mundo mago
donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano
que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
¿Los yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?
Dejando la beatería a un lado, es claro que lo mío acaba a menos que alguien lo recoja, que alguien agarre mi gran bolsa, que examine e indague en su interior. Debo transmitir y alguien debe recepcionar: no hay otra vía: “la monedita del alma / se pierde si no se da”. Pero esto, ya nos comienza a anunciar la segunda fase del poeta.
Por esos años de la primera década del siglo 20, el poeta viaja, por el interior de España y también a Paris. Desempeña trabajos ocasionales e incursiona –en muy secundarios papeles- en algunas compañías teatrales. Su rumbo no es firme y le comienza a pesar el problema del sustento. En este contexto de búsqueda, de inseguridad y desarraigo, valga recordar algunos perfiles de su personalidad. En materia de estudios formales y de títulos, el poeta no muestra ninguna ambición ni perseverancia: rechaza las usuales presiones sociales al respecto y, por ejemplo, el bachillerato recién lo aprueba en 1900 (24 años, siendo lo usual a los 16); la Licenciatura a los 40 años. En todo ello no sólo se manifiesta su acendrado desapego a las rutas, socialmente sancionadas, que conducen al éxito y la fama: “nunca perseguí la fama” dice en uno de sus más famosos versos.
También, en carta a Juan Ramón Jiménez, “creo en cuantos hemos vuelto la espalda al éxito, a la vanidad, a la pedantería, en cuantos trabajamos con nuestro corazón.”[16] Machado estudia por satisfacer sus inquietudes, no para lograr títulos. Y si finalmente los obtenía, era porque sin ellos el mismo sustento diario se le dificultaba en extremo.[17] Pero en esta actitud también pesa y mucho, cierta abulia o desgano vital que lo suele atenazar. Lo cual, a veces lo conduce a cierta irresponsabilidad tal vez inconsciente: cuando su familia afrontaba serios problemas económicos por la muerte del padre y del abuelo, Machado –al revés de sus hermanos- no finiquitaba ni estudios ni trabajos.[18] Villaespesa, por ejemplo, en un poema de 1900, lo describe como una persona “indolente/ sobre el verde diván arrellanado.”
En suma, singular combinación de rebeldía e indolencia. En que tal vez ésta encubría el aislamiento social de la primera, la ausencia de un vasto movimiento de “camaradas rebeldes” capaz de inflar y empujar un corazón que, por temperamento, no era especialmente expansivo. Tal vez por ello, por la falta de compañía, la de Machado era o fue una rebeldía bastante silenciosa, desplegada con un estilo del todo ajeno, vg., a las estridencias de un Unamuno. Pero cuidemos los adjetivos: ¿a dónde apuntaba la “abulia” de Machado?
Por lo sabido, ese desgano se mostraba frente a las rutas que la estructura social de su tiempo le mostraba a un joven talentoso: esa escala de prestigios siempre le provocó un rechazo casi visceral. Pero si abulia es rechazo a lo oficial y santo, junto a la auto-aniquilación personal -rechazo a lo otro y también a lo propio- en Machado no hay tal. Para nada. Aunque en términos algo lentos y en todo caso silenciosos, en el poeta se advierte el desarrollo de una personalidad bastante definida.
En el puro plano literario, por ejemplo, ya Pedro Salinas advertía: “¡Qué sorprendente ver a un poeta andaluz, de esa tierra tan injusta y vulgarmente adscrita a la jovialidad pintoresca y al cascabeleo, pronunciar las palabras poéticas más graves, más serias y melancólicas que se alzan en su tiempo! Pero aún es mucho más sorprendente la poesía de Machado, sorprendente en su firme y acusada independencia, si la consideramos en relación con el momento cronológico en que aparece.
Corren los años triunfales del modernismo literario. La renovación poética diríase que se inclina, que rinde todos sus favores a la poderosa fuerza de Rubén Darío. Vida exterior, sensualidad y opulencia decorativa, temas de artificioso refinamiento, exotismo, sobre todo musicalidad, colorismo, ritmo, lujos y juegos verbales invaden al Parnaso español y seducen a las jóvenes musas. Antonio Machado no se rinde (…) este hijo de una tierra sensual, en un momento de tentaciones de una poesía sensual, afirma sin la menor petulancia, sin ánimo alguno de combate, por simple modo de ser, una poesía sobria, austera, desdeñosa de complacencias fáciles y de vanidades de los sentidos.”[19]
Machado, valga repetirlo, en esta fase de su vida dice no a su entorno social. Pero esta negación no se traduce en un movimiento o acción social superadora de ese entorno. No había fuerzas sociales poderosas que actuaran en ese sentido. Tal vez por ello, cae mas bien en la inacción o automarginalización. Y ello, la ausencia de menesteres y de éxitos públicos, le permite primero mirar, y luego ver y sentir con calma y finura microscópica, el transcurrir del tiempo. Y situarse en él, como un observador mas bien pasivo, en todo caso angustiado, que ve como se le va y arranca ese tiempo que no alcanza a hacer suyo. Tal vez por ello, la rebeldía de AM en esta primera fase se manifiesta en su tono poético. En su rechazo a la hojarasca literaria. Después, en otro momento histórico, se tornaría más social y política. Pero la actitud vital, en su raíz más honda, allí estaba.
En lo que podríamos entender como una primera etapa, digamos hasta fines de la primera década del siglo veinte o, para mejor acotar, hasta su instalación como profesor en Soria, Machado deja a la política en un discreto segundo plano. Por formación intelectual y herencia familiar, es claro que siempre se preocupaba de los sucesos públicos y que su visión de las realidades españolas era muy crítica. No obstante, sobre el tema casi no escribe y su participación directa es prácticamente nula. En su primer poemario –Soledades, de 1903 en primera versión; la segunda, muy corregida y muy ampliada es de 1907- por ejemplo, el tema está casi ausente. Los de Soledades son poemas intimistas, en que el poeta dialoga con ciertos paisajes y nos hace sentir, desde su subjetividad, el transcurrir del tiempo. Por ejemplo:
“yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.”
El poeta está solo, a su lado solamente su sombra. ¿Será del otro tiempo? ¿Acaso conversa con ella? También carga con ésa su tristeza o pena que parece eterna. A su alrededor, la tarde que está en silencio y empieza a irse. ¿Como su vida?
Los poemas de esta época, que llevan una impresionante maestría formal, son quizá lo más logrado y conmovedor de la obra machadiana.[20]
Durante casi todo 1906, el poeta se ocupa en las tortuosas oposiciones españolas. Finalmente, es aprobado, aunque con baja calificación. En mayo de 1907, como profesor de francés, empieza sus actividades en la pequeña Soria, a la fecha una ciudad con menos de diez mil habitantes. Con ello, también empezaría una nueva etapa de su vida.
4.- La poesía “objetiva” y la prosa machadiana. Castilla: los dramas sociales y políticos. Impacto de la Guerra.
En la vida de Machado, podemos distinguir una segunda fase. Ésta, se alargaría desde su instalación en Soria (1907), hasta los albores de la República (1930). El tramo es bastante largo y a su interior se podrían identificar diversos momentos. Pero sólo queremos esbozar el perfil más grueso de la evolución del poeta, concentrando más la atención en los aspectos sociopolíticos, que empiezan a cobrar relevancia. Ciertamente la distinción es muy convencional y relativa y con ella no pretendemos ninguna precisión mayor. Sólo ordenar y situar mínimamente nuestros comentarios.
Primero, valga aludir a algunos datos básicos del entorno.
En el plano internacional, nos encontramos inicialmente con dos sucesos claves. Uno es la Primera Guerra Mundial, la que provoca un tremendo impacto en la conciencia europea. No sólo son los millones de muertos que va provocando, sino –principalmente- la sensación de inutilidad y sinrazón (o no justificación) que va dejando en buena parte de la población europea. ¿Para qué la muerte? ¿Por qué tamaño apocalipsis? Es la pregunta inicial que parece no encontrar respuesta. Las antiguas justificaciones chauvinistas se debilitan más y más. Al cabo, muchos comienzan a percibir que detrás del conflicto no hay más que los intereses despiadados del gran capital internacional.
O sea, la guerra y sus secuelas se asocian al capital y al imperialismo, algo que no sólo encontramos en las célebres denuncias y análisis de Lenin, Bujarin et al. También, en connotados personeros de la alta burguesía europea (alemana, inglesa, francesa, etc.) se encuentran expresiones de rara franqueza sobre las fuerzas últimas que gobiernan el conflicto militar. La conmoción moral, en buena parte de la intelectualidad europea, es fuerte y –algo a subrayar- provoca un serio desplazamiento a la izquierda en tales filas. Al comenzar la guerra (septiembre de 1914) es Romain Rolland que con su célebre “Au dessus de la melée” abre los fuegos a una larga serie de acerbas críticas a la guerra: “la idea de que el patriotismo exija necesariamente el odio contra las otras patrias y la masacre de aquéllos que las defienden, esa idea es para mí de tan absurdo salvajismo, de tal dilettantismo neroniano, que me repugna hasta en las más grandes profundidades de mi ser.
No, el amor por la patria no exige que odie y asesine a las almas fieles y creyentes que amen a la suya. Exige que las honre y que me una a ellas a favor de nuestro bienestar común”.[21] En el año de 1917, Barbusse relata sus experiencias directas en el frente militar con una novela que estremeció la conciencia europea: “El fuego”. En ella, leemos: “nosotros somos la materia de la guerra. La guerra sólo está hecha con la carne y con las almas de los simples soldados (…). La guerra son los pueblos (…) pero no son ellos los que la deciden. Son los amos que los dirigen.”[22]
En 1921, en carta a Máximo Gorki, Rolland escribía: “no se debe estar triste por concebir un ideal superior (infinitamente) a la realidad. El es también una realidad. Pero una realidad en avance sobre la otra. Una realidad de los tiempos futuros. ¡Seamos felices por ser misioneros de ella!” [23] Barbusse, con tono similar, dirá que “yo bendigo el porvenir mejor que el presente”.[24] Machado, en su prólogo a la segunda edición de Soledades, Galerías y otros poemas”, de 1919, dirá que “amo mucho más la edad que se avecina y a los poetas que han de surgir cuando una tarea común apasione a las almas.”[25]
Asimismo, al comenzar la guerra, apunta que “esta guerra me parece tan trágica y terrible como falta de nobleza y de belleza ideal. Después de ella, tendremos que rectificar algo más que conceptos: sentimientos, que nos parecen santos y que son, en realidad, criminales, inhumanos. Yo empiezo a dudar de la santidad del patriotismo.”[26] Por la misma época escribe un poema, “España en paz”, en que trata de la guerra y la neutralidad española. Y plantea una de sus reflexiones favoritas:
“mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra?
¿Quién segará la espiga que junio amarillece?”
Agreguemos que este movimiento europeo se prolonga en la lucha antifascista: “con Barbusse, Rolland fundó y presidió el Comité Mundial contra la guerra y el fascismo. El 23 de febrero de 1926 se realizó en París, el primer mitín antifascista de masas, bajo la presidencia de honor de Albert Einstein, Romain Rolland y Henri Barbusse.”[27]
En España, por el hecho de no participar en el conflicto, el impacto fue obviamente menor. Pero también muy importante. Especialmente en los grupos sociales más conscientes. A veces el tono de la discusión era algo superficial: estar con uno o con el otro bando, o los franco-ingleses o los alemanófilos. En otros, mas bien minoritarios, surge una reflexión más honda sobre la guerra y sus causas determinantes. En el caso de nuestro Machado, encontramos una preocupación seria, pero amen de ser francófilo [28] no pasó más allá de una condena de corte puramente moral.
Un segundo gran suceso a recordar es la revolución bolchevique que tiene lugar en
Rusia, en octubre de 1917, en las postrimerías de la Gran Guerra y estrechamente vinculada a ella. Se trata de la primera revolución socialista victoriosa en la historia de la humanidad y su impacto en la conciencia europea (derechista, de centro y de izquierda) fue enorme.
Machado, como tantos otros escritores, sigue con especial cuidado los acontecimientos rusos. Y como buen y hondo español, se siente hermano del alma rusa y experimenta una simpatía espontánea por el socialismo a la Tolstoi. Ciertamente, los bolcheviques eran otra cosa, pero igual el poeta se siente muy conmovido con los sucesos rusos. En este plano habría también que recalcar un impacto psicológico muy extendido en la época: la sensación de que la historia avanza, inexorablemente, hacia una fase socialista. Y esto, como un puro prejuicio, bien al margen de cualquier análisis de la dinámica histórica efectiva y que pudiera, esta vez con razones serias, conducir a un juicio semejante.
Una buena porción de la intelectualidad europea, incluso de centro derechas, no se siente capaz de rechazar explícitamente el socialismo. Y como el mismísimo Ortega, no vacilan en declararse -al menos de palabra y con una cara dura en él no infrecuente- “socialistas”. Más adelante, examinaremos la forma en que Machado recepciona a la revolución rusa. De momento, nos basta lo anotado.
El ascenso de los movimientos fascistas, en Alemania, en Italia, en Austria y Polonia, etc., es otro fenómeno a remarcar. Estos emergen en la década de los veinte, pero se tornan más visibles al finalizar los veinte y, sobremanera, en los treinta. Por ello, conviene examinarlos en la tercera etapa de Machado, en relación al gobierno de la República. Como sea, la separación de las capas superiores del capital de las formas políticas demoburguesas, es algo que desde ya conviene tener en cuenta. Asimismo, la impresión superficial que inicialmente provocan estos movimientos: para muchos, eran también síntomas del colapso del sistema capitalista, del avance a una nueva era histórica como en España lo plantean Ramiro de Maeztu, Ortega y muchos más.
En el plano más específicamente español, hay también fenómenos que conviene subrayar.
Primero, tenemos que se acentúa la decadencia del antiguo régimen. Este comienza a perder aceleradamente su legitimidad y en los medios intelectuales la repulsa se va extendiendo más y más. Por cierto, en la oposición están los continuadores de Giner y todos los hombres ligados al Instituto de Libre Enseñanza, como la familia entera de Machado. En la crítica sobresale también Unamuno, el que le endilga al régimen diatribas feroces. Sobremanera, destaca la emergencia de la figura de Ortega, más claro, más ordenado y más coherente que el vasco y que, desde muy joven, se transforma en una personalidad poderosamente aglutinante.
La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), constituye una clara expresión de la debacle de las formas políticas tradicionales. El viejo modo de los Cánovas y Sagasta se comienza a desmoronar y debe ser afirmado por poderes más y más coactivos.
Finalmente, debemos considerar el paulatino y cada vez más firme ascenso a la política de los sectores populares: capas medias, obreros y campesinos. En especial, resulta muy importante la irrupción de la clase obrera en la escena política española y de agrupaciones como las anarquistas, el PSOE de la época y de los grandes sindicatos y confederaciones obreras y campesinas. La emergencia política de los sectores populares tiene un fuerte impacto en las capas medias y en buena parte de la intelectualidad.
Como escribe Ramos de Olivera, “el carácter dinámico de la fuerza proletaria, su gesto afirmativo, su implícita fe en los destinos de España, operaron por reflejo sobre una clase media vencida que no sólo había sido contagiada por los enterradores de España, sino que era incapaz de hacer nada por propia iniciativa.»[29]
5.- Algo sobre la vida personal del poeta.
¿Qué pasa en la vida más personal de Machado?
El profesor de segunda enseñanza. Ya hemos visto que en 1907 consigue, finalmente, un puesto de profesor en la pequeña Soria. Esta, su vida de profesor de escuela, de “humilde profesor / de un instituto rural”, lo dejará marcado para siempre. Para bien y para mal. Debe viajar en vagones de tercera, con asientos nada acolchonados:
“Yo, para todo viaje
-siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera-,
voy ligero de equipaje.”
También, asume con orgullo su condición asalariada, de no-señorito. En sus famosos versos, nos declara eso de que “a mi trabajo acudo, con mi dinero pago.”:
Matrimonio y temprana viudez. En Soria, el poeta se aloja en una pensión y allí conoce a una pequeña niña de trece años, Leonor, que pronto sería su esposa. Cuando Leonor cumple quince años y el poeta 34, se casan en julio de 1909.[30] La diferencia de edades es descomunal y, muy probablemente, también la diferencia cultural (el padre de Leonor era ex-miembro, jubilado, de la Guardia Civil), lo que nos abre algunas interrogantes no menores. No obstante, la pareja parece haber sido feliz, aunque por muy pocos meses. Machado obtiene una beca y viajan a París en enero de 1911.
Allí, en medio de las fiestas del 14 de julio Leonor sufre un serio ataque (tuberculosis) del cual ya no se repondrá y muere, de vuelta a Soria, el 8 de agosto de 1912. Una semana antes había aparecido Campos de Castilla.
Huyendo de recuerdos que lo atormentan, Machado consigue una plaza en Baeza. Allí permanece desde noviembre de 1912 hasta 1919. Este año se traslada a Segovia donde permanecerá hasta 1931. Luego, trabajará en Madrid, hasta los inicios de la Guerra Civil. Hacia 1914 empieza estudios de filosofía, en la Universidad de Madrid, como alumno a distancia. En la última mitad de los veinte, se concentra en el teatro. En conjunto con su hermano Manuel, alcanzan grandes éxitos.
La muerte de su muy joven esposa, conmueve profundamente al poeta:
“una noche de verano /
-estaba abierto el balcón /
y la puerta de mi casa – /
la muerte en mi casa entró. /
Se fue acercando a su lecho /
-ni siquiera me miró- /
con unos dedos muy finos /
algo muy tenue rompió.”
El poeta a veces sueña: “Soñé que tú me llevabas / por una blanca vereda, / en medio del campo verde, / hacia el azul de las sierras, / hacia los montes azules, / una mañana serena. /Sentí tu mano en la mía, / tu mano de compañera, / tu voz de niña en mi oído / como una campana nueva, /como una campana virgen / de un alba de primavera. / ¡Eran tu voz y tu mano, / en sueños, tan verdaderas!… / Vive, esperanza: ¡quién sabe / lo que se traga la tierra!” La realidad, claro está, es muy otra:
“Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.”
En los años que siguen a la muerte de Leonor, el poeta no sólo acentúa su transición hacia una poesía objetiva. También, empieza a incursionar más y más en una especie de prosa más o menos discursiva (o filosófica) y sus inquietudes políticas parecen acentuarse. En realidad, después de publicar Campos de Castilla, su producción poética disminuye tremendamente en cantidad. También en calidad: el mismo poeta habla de que inspiración lírica se ha secado. A un amigo le cuenta:
“Valcarce, dulce amigo, si tuviera
la voz que tuve antaño, cantaría
el intermedio de tu primavera
– porque aprendiz he sido de ruiseñor un día- , “
No obstante, ahora el poeta ya no puede:
“No sé, Valcarce, mas cantar no puedo;
se ha dormido la voz en mi garganta,
y tiene el corazón un salmo quedo.
Ya sólo reza el corazón, no canta.”
¿Por qué esta sequía?
“¿Será porque se ha ido
quien asentó mis pasos en la tierra,
y, en este nuevo ejido
sin rubia mies, la soledad me aterra?”
Con el paso del tiempo, y más allá de su romance secreto con la madura y rozagante Pilar Valderrama (o Guiomar), con algo o mucho de católica hipócrita y arribista, que no le provoca versos especialmente inspirados sino más bien con un alto componente retórico (lo que nos abre la interrogante sobre la “verdad” de ese amor),[31] Machado concentra su atención en reflexiones filosóficas y socio-políticas. Escribe aforismos, pero pareciera que no alcanza a encontrar la forma poética congruente con sus nuevas inquietudes. En lo grueso, el poeta empieza a diluirse y se expande el crítico social. Quedando en medio, una fase de búsqueda filosófica que no es especialmente atractiva.
6.- El trabajo como fuente de dignidad. La libertad del escritor.
En esta fase hay un hecho elemental y clave: el poeta se consolida como hombre de trabajo. Es decir, como hombre que vive de un sueldo, de lo que se le paga por los servicios (clases de lengua francesa) que su fuerza de trabajo es capaz de desplegar. Lo cual, le impone una disciplina de austeridad (“siempre sobre la madera/ de mi vagón de tercera”) y también de respeto a los que viven de vender su fuerza de trabajo. A la vez, su repulsa a los parásitos que viven del trabajo de los demás, se ve acentuada.
“Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago.”
Esta noción: el trabajo como fuente de dignidad personal, es algo muy propio de Machado y que, a decir verdad, muy pocos poetas españoles de la época, si es que alguno, llegó a percibir en toda su fuerza.[32]
Conviene agregar: el trabajo que a Machado le da el sustento no es su trabajo de poeta. Es otro, el de oscuro maestro de provincias. Por lo mismo, su obra poética es libre en el sentido más estricto de la palabra. No se publica para ser vendida, para obtener el dinero que le permita al poeta vivir. Sólo hay afán de comunicar. Por eso nos dice que le debemos lo que ha escrito, que nos lo ha dado sin precio. Machado, entonces, ha escrito al margen del mercado y sus presiones, no escribe para vender y escapa a esa terrible y castrante ansiedad que provoca la urgencia de metamorfosear los versos en valor de cambio, en dinero. Por ello, es un poeta honrado a cabal carta, libre, ajeno a pompas, modas y vanidades: “nunca perseguí la gloria / ni dejar en la memoria/ de los hombres mi canción”.
7.-La polémica con el elitismo de Ortega.
Machado, en términos gruesos, no era dado a las grandes polémicas. Y, como regla, se cuidaba mucho de contradecir a sus amigos escritores e intelectuales de la época. Por ejemplo, si revisamos su correspondencia con Ortega, no parece emerger ninguna disociación mayor. El poeta, en estos menesteres, tendía a ser bastante acomodaticio y muy ajeno a las “artes marciales” en el plano de las ideas.[33] No obstante, aunque sea en términos indirectos o implícitos, varias veces desplegó ideas que, por el contexto en que se daban, resultaban claramente polémicas con las ideas de tal o cual autor.
Le pasó con Juan Ramón Jiménez, alguna vez con Unamuno, con varios poetas del 27, con el poeta chileno Vicente Huidobro y su “creacionismo”, con Ortega Gasset (curiosamente, el poeta casi siempre le borraba la “y” al apellido del escritor, con quizá qué avieso afán) y buena parte de la ideología política del madrileño. En esta ocasión, nos interesa recoger su postura en relación al escandaloso elitismo que manejara Ortega.
Recordemos primero las hipótesis centrales que expone Ortega sobre el punto.
Primero, tenemos la que sindica como ley básica o rasgo fundamental de toda sociedad. En sus palabras, “el hecho primario social es la organización en dirigidos y directores de un montón humano. Esto supone en unos cierta capacidad para dirigir; en otros, cierta facilidad íntima para dejarse dirigir.”[34] Como vemos, se trata de una relación social que se supone dominante, i.e. que opera como fundamento y rasgo esencial de todo el edificio social. Por lo mismo, se deduce que “donde no hay una minoría que actúe sobre una masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de una minoría, no hay sociedad, o se está muy cerca de que no la haya.”[35]
Segundo, se señala que tal situación funciona como una ley biológico-natural: “se trata de una ineludible ley natural que representa en la biología de las sociedades un papel semejante al de la ley de las densidades en física”.[36] El tono es bastante audaz y para no dejar dudas lo encontramos repetido: “tan absurdo como sería querer reformar el sistema de las órbitas siderales, o negarse a reconocer que el hombre tiene cabeza y pie (…) es ignorar la existencia de una contextura esencial a toda sociedad, consistente en un sistema jerárquico, de funciones colectivas.”[37]
El afán por otorgarle una connotación de eternidad al citado rasgo, lleva a Ortega a hablar de una “biología de las sociedades” (???), algo que amen de grotesco hasta sorprende en alguien que luego dirá que “el hombre no tiene naturaleza, sólo historia.”
Tercero, “cuando en una nación la masa se niega a ser masa – esto es, a seguir a la minoría directora -, la nación se deshace, la sociedad se desmembra, y sobreviene el caos social.”[38] En este contexto, vuelve el recurso a la biología: “negándose la masa a lo que es su biológica misión, esto es, a seguir a los mejores (…), solo triunfarán en el ambiente colectivo las opiniones de la masa, siempre inconexas, desacertadas y pueriles.”[39] Que la sumisión sea una “misión biológica” es una simple “patudez”, muy orteguiana, y explicable sólo en un contexto cultural extremosamente ignorante y reaccionario. Y que lo diga alguien que se declara ferviente republicano, es también sintomático de vacilaciones ulteriores que tendrían fatales consecuencias históricas.
Cuarto: el drama español reside en que el principio esencial no se cumple. Se nos dice que “la misión de las masas no es otra que seguir a los mejores, en vez de pretender suplantarlos”.[40] Y se agrega que “un pueblo que por una perversión de sus afectos, da en odiar a toda individualidad selecta y ejemplar por el mero hecho de serlo, y siendo vulgo y masa se juzga apto para prescindir de guías y regirse por sí mismo en sus ideas y en su política, en su moral y en sus gustos, causará irremediablemente su propia degeneración.”[41] En suma, se observa una “radical perversión de los instintos sociales”, las masas se rebelan y odian a los mejores: “he ahí la razón verdadera del gran fracaso español.”[42]
Las hipótesis de Ortega son grotescamente burdas, pero su impacto –al menos en la España de esos tiempos- muy fuerte: siempre las clases dominantes buscan esa clase de ideologías. Y en un contexto de ascenso político de obreros y campesinos, su función era muy clara: deslegitimar al movimiento popular en auge y justificar la represión en su contra. En un plano más general, se trata de desahuciar la forma política de la democracia burguesa (pese al autodeclarado republicanismo de Ortega).
O sea, hay una confesión sugerente: aquello de que “una persona un voto” y de que “las mayorías deben decidir”, resulta que se entiende como causa que provoca nada menos que el derrumbe societal, la desintegración de todo el sistema social. Traduciendo: “si yo (i.e. mi clase) no mando, se acaba el mundo”.
Ciertamente, estas nociones rompen completamente con la cultura política básica de Machado, especialmente con las que empieza a manejar en la última parte de su vida, ya asociada a la Segunda República.
Sobre esta problemática, tan cara a Ortega, la respuesta de Machado es oblicua pero muy firme. Por ejemplo, escribe: “no puede atenderse con preferencia a la formación de una casta de sabios, sin que la alta cultura degenere y palidezca como una planta que se seca por la raíz. Pero los partidarios de un aristocratismo cultural piensan que mientras menor sea el número de los aspirantes a una cultura superior, más seguro estarán ellos de poseerla como un privilegio. Arriba, los hombres capaces de conocer el sánscrito y el cálculo infinitesimal; abajo, una turba de gañanes que aclaman al sabio como a un animal sagrado.”[43]
En otro texto apunta: “¡Revolución desde arriba! Como si dijéramos –comentaba Mairena- renovación del árbol por la copa. Pero el árbol –añadía- se renueva por todas partes y, muy especialmente, por las raíces. Revolución desde abajo, me suena mejor. Claro que ´revolución desde arriba’ es un eufemismo desorientador y descaminante. Porque no se trata de renovar el árbol por la copa, sino ¡por la corteza! Reparad que esa revolución desde arriba estuvo siempre a cargo de los viejos, por un lado, y de las juventudes, por otro (conservadoras, liberales, católicas, monárquicas, tradicionalistas, etcétera), a cargo de la vejez, en suma. Y acabará un día por una contrarrevolución desde abajo, un plante popular, acompañado de una inevitable rebelión de menores”. [44]
También, en alusión ya bastante directa, escribe: “si la guerra nos aparece como una sorpresa en el ámbito e nuestras meditaciones, si ella nos coge totalmente desprevenidos de categorías para pensarla, esto quiere decir mucho en contra de nuestras meditaciones, y en pro de nuestro deber de revisarlas y de arrojar no pocas al cesto de los papeles inservibles.”[45]
Vemos que Machado no se va con el dogma, que llama a revisar lo que la misma realidad está rechazando.
Valga agregar: las carencias del bagaje intelectual machadiano, diríamos que propias de toda su generación, en veces le han dificultado la cabal comprensión de los hechos históricos y políticos que le tocó vivir. No obstante, en el poeta hay una cierta intuición la que, de una manera casi milagrosa, lo lleva a agarrarse –en su vida política práctica- de las orientaciones más afines y adecuadas al interés objetivo del pueblo trabajador. También, juega aquí, la usual desconfianza que manejaba con la ideología de los señoritos, no sólo de los sevillanos. También de los castellanos y de cualquiera otra región.
8.- Tercera y última etapa: la República y la Guerra Civil. Machado: “poeta del pueblo”.
En su última etapa de vida, el compromiso con la Republica y el pueblo trabajador es muy claro en don Antonio. Su salud empieza a desfallecer, pero su apoyo al cambio democrático y popular no amaina. En este muy complejo y convulso proceso, nacional (de España) y personal, se pueden llenar cientos o miles de páginas. Pero en nuestro caso, seremos muy sinópticos. En lo que sigue, tratamos de cernir lo que nos parece más esencial en la evolución del poeta. Ya visto también como ciudadano, como ser político.
8.1.- Sobre la ideología del poeta. Breve vistazo.
La figura moral de Machado es muy elevada y crece más y más. La razón es conocida: su coherencia personal, su no doblegarse a las presiones del poder. Aquí, apuntaremos al corpus ideológico básico que ha orientado su vida y que tiene obvia conexión con su entidad moral.
En el tiempo, repitamos, lo primero apunta a haber sido alumno del Instituto de Libre Enseñanza, con toda la carga de valores que éste promovía: libertad, respeto a la razón y a los valores democráticos. Digamos, la prédica del pensamiento ilustrado (el “aufklarung” de Kant, las visiones de Diderot, D´Holbach y del primer Rousseau), le han llegado en términos casi espontáneos, hasta algo inconscientes. Y no sólo por el colegio. También por familia: abuelo y padre fueron masones activos.[46]Después, tuvo una educación vario-pinta, asistemática y nada formal. Machado prácticamente en todo fue un auto-didacta.[47]
En su visión (o “cosmovisión”) del mundo también se perciben algunos componentes cristianos (¿a la Tolstoi?) que no católicos, ideología ésta, que siempre le causó repulsa mayor. En filosofía, se declaraba seguidor de Kant y de su Crítica de la Razón Pura, de la que habla con singular galimatías. Más adelante, se declara ferviente admirador de Bergson. Pero estos autores no parece que hayan influido con fuerza ni en la obra ni en la conducta de Machado.
Los que sí le impactaron y bastante, fueron Unamuno y Ortega. Éstas, diríamos que fueron “amistades peligrosas”. Don Miguel, por sus volteretas políticas y su cerril irracionalismo filosófico. Ortega, por su terco y muy reaccionario elitismo. El Machado cercano a la masonería era difícil de conciliar con el furibundo e irracional catolicismo de Unamuno. Y el brutal aristocratismo de Ortega, era muy opuesto al creciente compromiso popular que fue desplegando Machado. En especial, a lo largo de la Guerra Civil.[48] Su nexo con las visiones elitistas de Ortega lo hemos comentado en el numeral anterior y, muy claramente, se corresponde con la dispar evolución política que siguen uno y otro.
Digamos también algo sobre un traspié que duele.
Don Antonio, vivió largo años en pueblos pequeños y por su mismo natural, parecía allí platicar y platicar con los arroyos, con los árboles en hileras largas y con don Gonzalo de Berceo o el Arcipreste de Hita. Pero en algunas veces, como buen literato español, se iba con las modas: había que “estar al día”, repetir frases, poner los ojos turnios, gemir el ¡qué profundidad! ante tal o cual pelafustán a la moda. Machado no era de ésos, pero en veces cedía.
Por ejemplo, se arrodilla ante el alemán Heidegger, un nazi redomado, incoherente (“la nada nadea”) y vendedor de espejitos y culebras en torno a la “angst”. El mismo nazi que preguntaba si los negros pertenecían, ontológicamente, a los seres humanos, Increíble o vergonzante, Machado le dedica largas y elogiosas páginas (era la moda) a este alemán nefasto. En fin, a veces Machado no era Machado.[49]
Alguna vez, en carta a Ortega, don Antonio le dice que son las lecturas de filósofos, lo que más le apasiona. ¿Más que la poesía y la literatura en general? Difícil de creer, aunque felizmente asimiló poco o nada de esas lecturas filosóficas. Por ejemplo, de haber asimilado a Heidegger, habría terminado como su hermano Manuel, vil esbirro del franquismo nazi
8.2.-Evolución política.
El compromiso político explícito de Machado se puede decir que empieza con la instauración de la República, en 1931. Antes, digamos que siempre estuvo informado y preocupado por la situación política y moral de la península. La decadencia y descomposición que sufría España no podía serle ni le fueron indiferentes, ya desde temprana edad.[50] Pero era un poeta, no un sociólogo. Amén de que su gran poesía apuntaba, felizmente, a esos hondos paisajes del alma, del ser cotidiano, que retrató como nadie. Alguien pudiera quizá decir que tales sentires difícilmente se encontrarían en un obrero. Opinión casi tautológica y que tiene un claro tufo de “milico” cuadrado. El punto a recoger es otro: el cómo las nuevas realidades políticas de la España de los veinte y treinta, se empiezan a reflejar en la subjetividad de Machado. Luego, en su conciencia política y en su obra.
En el poeta, sus “vagares con túnica ligera por los patios en silencio”, empezaron a ser rotos por el ser social. No sólo está el derrumbe de 1898. También la Primera Guerra Mundial (1914-18) que tan hondo caló en la conciencia europea (no olvidemos al grande Romain Rolland). Luego, el golpe y dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), la huida del Rey, las elecciones que gana la República (abril de 1930) y la trágica Guerra Civil (julio 1936 a abril de 1939) que lo acompañara hasta su muerte.
Recordemos también: los hombres del 98 y otros más jóvenes, como Ortega, Cernuda, Alberti, García Lorca, Hernández y otros, apoyaron con entusiasmo a la República. Machado, de seguro fue de los más entusiastas y de los que le fue fiel hasta el final. La gran mayoría (como Ortega y Gasset, García Morente, Azorín y otros), ante el agudizamiento del conflicto, rompe con la República y transan o se pasan, vergonzosamente, al bando clerical-fascista. De los pocos que mantienen la decencia, tal vez el más notable fuera don Antonio.
Hasta el advenimiento de la República y en su relativo aislamiento provinciano, nunca fue un militante político especialmente activo. Pero leía con avidez la prensa cotidiana, reflexionaba, se alegraba y enojaba (más ésto que lo primero). Es con la Acción Republicana de su admirado Manuel Azaña, y ya durante el gobierno republicano, que pasa a intervenir, en sus términos, en la política más activa. [51] Según Gibson, “la llegada del nuevo régimen da al ‘hipocondriaco’ poeta una razón muy poderosa (…) para seguir viviendo y luchando. Debió de comprender que tenía la obligación de ponerse al servicio incondicional, sin demora, de una causa que llevaba en la sangre.”[52]
En estas circunstancias, junto al conmovedor entusiasmo popular, empieza a percibir ciertas vacilaciones, acomodos oportunistas, incluso traiciones. En breve, que no todo era oro y “perfume de rosas” en las filas del progresismo. Sobremanera en los niveles de dirección. También, constata que el conflicto y la política no se pueden disociar. De hecho, manteniendo férrea su convicción republicana y progresista, empieza a desconfiar de algunas posturas y de algunos dirigentes.[53] También, empieza a observar, con mayor cuidado, a las organizaciones obreras y campesinas. En este proceso tendencial podemos distinguir tres importantes tomas de posición. Una, el deslinde con el aristocratismo de Ortega. Dos, su postura respecto a Marx. Tres, su creciente compromiso moral con el pueblo-pueblo. Digamos, con el pueblo trabajador (obreros y campesinos).
Sobre el primer punto, ya lo hemos examinado en el apartado anterior, pero valga insistir. En 1937, 4 de julio, en el Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, ante Malraux, Alex Tolstoi[54], Ehrenburg [55], W. Auden, P. Neruda y otros, Machado llama desconfiar del vocablo “masas” pues “el tópico proviene del campo enemigo: de la burguesía capitalista que explota al hombre, y necesita degradarlo; algo también de la iglesia, órgano de poder, que más de una vez se ha proclamado instituto supremo para la salvación de las masas.”[56]
8.3.- Relaciones con Marx.
El desconocimiento de Marx y de Engels por Machado es lamentable y pudiera sorprender, pero no olvidemos que, en la España de su tiempo, era la norma. El poeta ni siquiera leyó sus textos más elementales. De hecho, se dejó llevar por los prejuicios más o menos usuales, y pensó de Marx, Engels y demás, lo que era muy común en casi toda la intelectualidad de su tiempo: que la teoría marxista tomaba como variable clave (o independiente), el afán por comer más. Como quien dice, “la historia viene explicada por las exigencias del estómago y de todos los posibles otros bajos instintos.” En lo básico, “materialismo” es una palabra que no era bienvenida, olía a bajeza de espíritu.[57]
Para el caso podríamos recordar a Engels: “el filisteo entiende por materialismo la glotonería y la borrachera, la codicia, el placer de la carne, la vida regalona, el ansia de dinero, la avaricia, la avidez, el afán de lucro y las estafas bursátiles; en una palabra, todos esos vicios sucios a los que él rinde un culto secreto; y por idealismo, la fe en la virtud, en el amor al prójimo y, en general, en un mundo mejor, de la que baladronea ante los demás y en la que él mismo sólo cree, a lo sumo, mientras atraviesa por esa resaca o postración que sigue a sus excesos ´materialistas´ habituales, acompañándose con su canción favorita: ´¿Qué es el hombre? Mitad bestia, mitad ángel.”[58] De seguro en toda la España aristocratizante y clerical, tal era la postura. También de seguro la apreciación de Machado no llegaba a esos extremos. Pero el vocablo “materialista” no le atraía, sentía que rebajaba “las fuerzas del espíritu”.
En este marco llama la atención que, con su alto dominio del francés, Machado no haya leído mínimamente a los materialistas e ilustrados franceses. D´Holbacha, por ejemplo, escribía: “la verdadera moral, como la verdadera política, es la que trata de acercar a los hombres, con el fin de hacer que trabajen, mediante esfuerzos continuos en su dicha mutua. Toda moral que separe nuestros intereses de los nuestros asociados, es falsa, insensata, contraria a la naturaleza.”[59]
El mismo Marx, en la obra citada, escribe: “si el interés bien entendido es el principio de toda moral, lo que importa es que el interés privado del hombre coincida con el interés humano. Si el hombre no goza de libertad en sentido materialista, es decir, si es libre, no por la fuerza negativa de poder evitar esto y aquello, sino por el poder positivo de hacer valer su verdadera individualidad, no deberán castigarse los crímenes en el individuo, sino destruir las raíces antisociales del crimen y dar a cada cual el margen social necesario para exteriorizar de un modo esencial su vida. Si el hombre es formado por las circunstancias, será necesario formar las circunstancias humanamente.
Si el hombre es social por naturaleza, desarrollará su verdadera naturaleza en el seno de la sociedad y solamente allí[60], razón por la cual debemos medir el poder de su naturaleza no por el poder del individuo concreto, sino por el poder de la sociedad.” ¡Ah, cuánto habría ganado el buen poeta si se hubiera mínimamente acercado a estos planteos!
Los prejuicios, repitamos, no le eran ajenos. Inclusive, en su apreciación –la de Machado sobre Marx- también se desliza cierto anti-judaísmo que es bastante peligroso y que esgrimían los nazis alemanes y españoles (franquistas) que atacaban-asesinaban a la República.
Digamos también: al avanzar la Guerra Civil y observar el comportamiento de comunistas y de la misma Unión Soviética (para Machado, todavía Rusia), su juicio empieza a cambiar. Inclusive, escribe versos ante el apoyo de Rusia (“¡Oh Rusia, noble Rusia, santa Rusia, / cien veces noble y santa / desde que roto el báculo y el cetro, / empuñas el martillo y la guadaña!”). También su famoso soneto a Líster (el general comunista), ése que termina:
“Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría.”
Diríamos que el punto es claro: las evidencias que va mostrando la realidad que vive el poeta, le van carcomiendo los prejuicios heredados. También se debe destacar: el poeta no es cerril y si la evidencia vivida le va mostrando rasgos que contradicen a sus prejuicios, los termina por suprimir. Y valga aquí recordar sus palabras para las Juventudes Socialistas Unificadas, el 3 de octubre de 1936: “yo no soy un verdadero socialista, y además no soy joven; pero, sin embargo, el socialismo es la gran esperanza humana, ineludible en nuestros días, y toda superación del socialismo lleva implícita su previa realización (…). Confío en vosotros, que sois la juventud con que he soñado hace muchos años. Con vosotros estoy de todo corazón.”[61]
8.4.- Sobre el cambio y sus agentes.
En lo fundamental, el cambio hondo que delinea Machado en buena parte de su vida, apunta a las estructuras del campo español. Allí, imperan el latifundio semi-feudal, con su carga de “señoritos” buenos para nada y de campesinos, pobres y más o menos infeudados. También, algunos pequeños propietarios como regla empobrecidos. Por encima, la hegemonía-dictadura ideológica de la Iglesia, que también era latifundista mayor. Como apunta Machado, hay una España que bosteza cuando tiene que usar la cabeza.
En la síntesis de Gibson, “los caciques y los curas: he aquí, para Machado, los enemigos de todo civismo, de todo progreso, de todo posible adelanto social.” El mismo Machado, en carta a Juan Ramón Jiménez, escribe “hay que defender a la España que surge, del mar muerto, de la España inerte y abrumadora que amenaza anegarlo todo. España no es el Ateneo, ni los pequeños círculos donde hay alguna juventud y alguna inquietud espiritual. Desde estos yermos se ve panorámicamente la barbarie española y aterra.” [62]
En términos de estructuras económicas y políticas, el afán de Machado se debería traducir en una revolución agraria: destruir las relaciones semi-feudales imperantes en el campo y reemplazarlas por formas capitalistas. Con ello, también contribuir al desarrollo industrial de la península.[63] En breve, se trataría de impulsar una revolución demo-burguesa, capaz de modernizar al país, elevar la productividad y los niveles de vida. El problema, nada menor, era la gran debilidad política de la burguesía industrial en España.
Valga también agregar: la experiencia histórica muestra que, en casos de debilidad política de la burguesía industrial autóctona, el proletariado pudiera llegar a asumir las tareas demo-burguesas. Con lo cual, también el cambio apuntaría más lejos, hacia un estadio socialista. Esto tuvo lugar en países como Rusia (1917) y en China (1949) y se llegó a vislumbrar en España, donde se dio un significativo despertar obrero.[64] Pero en esto, la variable internacional jugó un papel decisivo: Alemania e Italia intervinieron con tropas y armamento en favor de la insurrección franquista. Por su lado, países como Francia, Inglaterra y Estados Unidos no ayudaron y se declararon, con hipocresía brutal, “neutrales”. La república recibió apoyo de la URSS y de México, pero es claro que ello fue insuficiente.
Volviendo a Machado, parece que no alcanzó a entender del todo las complejas exigencias políticas del proceso. Nunca tuvo alta claridad sobre el posible papel de la burguesía industrial y, en cuanto a la clase obrera industrial, se da algún acercamiento (más emocional que político intelectual). En realidad, por su misma evolución personal, social y política, semejante salto resultaba muy poco probable. Y no olvidemos: era un poeta y no un alto dirigente político, ni sociólogo ni economista.
Con todo, dando fe de su altísima honestidad y soberbio valor moral, apuntó a un cambio mayor, a una especie de “socialismo cristiano”,[65] un poco al de Lev Tolstoi.[66] En breve, empezó a delinear una sociedad en que el mundo del trabajo debería pasar al primer lugar de la escena. Adviértase también: siendo masón llama a un socialismo cristiano. Siendo republicano se acerca a la clase trabajadora y al comunismo. ¿Contradictorio? Pareciera que sí, pero es la expresión de un proceso de desarrollo personal que no fue único –muchos lo experimentaron, con mayor o menor fuerza- y que era un reflejo incitado por la evolución social y política de la misma España. La de un mundo viejo que se caía y uno nuevo que pujaba por nacer. Y que no tuviera lugar este cambio radical, ha sido el gran drama de la España más o menos contemporánea. Con Franco y después de Franco.
9.- Últimos días del poeta. Del Madrid asediado al destierro.
Cuando cae la Monarquía, Machado está en Segovia. Y participa como principal impulsor del acto público con que se proclama la República en dicha ciudad. O sea, y a despecho de sus sempiternas inhibiciones, el último período de la vida del poeta se abre con un Machado que parece todo un tribuno popular. Luego se trasladará a Madrid, donde le toca vivir los bombardeos alemanes y el asedio cruento de las tropas de Franco.
La producción poética de Machado, en la década de los treinta, es más bien exigua y, salvo algunas excepciones, no de gran calidad. Por ejemplo, el nada menor conjunto de versos dedicados a su Guiomar Valderrama, tienen la consabida perfección formal del poeta, pero huelen a cierta vaciedad, más a un amor o pasión inventada, que a una pasión auténtica. Es el mismo don Antonio el que escribe y pregunta eso de “¿Tiempo vano / de una bella tarde yerta?”.
En cuanto a su eventual poesía social y política, con algunas excepciones de orden mayor, su nivel poético no es muy elevado y, en veces, parece retórico, algo muy inusual en el poeta. Machado no logra del todo la forma adecuada a su nuevo ser político. No es Heine y. después de todo, para nada es lo mismo tener a su lado a gentes como Unamuno y Ortega (caso de Machado) que al mismísimo Carlos Marx (caso de Heine).
Su prosa política, per contra, es casi siempre aguda y muy clarividente. Sus panfletos de batalla son dignos, valientes. Su estilo y su decir suelen ser claros y definidos. Asume un tono amplio, de unidad, que se sitúa, como regla, por encima de las visiones partidarias tales o cuales. Mantiene su afecto y solidaridad con Manuel Azaña y desecha el anti-comunismo de no pocos. Sobremanera, repulsa con valor a los fascistas y empieza a discernir un llamado a la unidad que no signifique eliminar las diferencias por la vía de eliminar a los diferentes.
En alguna ocasión, se insinúa que se ha transformado en “compañero de viaje” de los comunistas y él aclara: “mi posición política es hoy la misma de siempre. Yo soy un viejo republicano para quien la voluntad del pueblo es sagrada”. Agregando: “sólo tengo motivos de gratitud para el Gobierno, nunca fui objeto de presiones políticas, ni he escrito una sola línea contra mi conciencia.”[67]Escribe un himno para las juventudes socialistas en que advierte: “En las encrucijadas del camino / crueles enemigo nos acechan: / dentro de casa la traición se esconde, / fuera de casa la codicia espera.”
En sus últimos meses de vida, Machado deviene un poeta errante. Primero debe salir de un Madrid bombardeado y asediado. Es el famoso Quinto Regimiento el que lo traslada a Valencia el 25 de noviembre de 1936. Un día antes recibe un homenaje, en el cual Vittorio Vitali,[68]comisario político del regimiento, toma la palabra: “Ustedes marchan a Valencia, o a donde ustedes quieran. Quedamos aquí luchando para, dentro de poco, poderles invitar a que regresen a este Madrid a seguir trabajando todos por una España grande y feliz.” Responde a nombre de los “viajeros”, el mismo Machado: “Yo no me hubiera marchado. Estoy viejo y enfermo. Pero quería luchar al lado vuestro. Quería terminar mi vida que he llevado dignamente, muriendo con dignidad. Y esto sólo podría conseguirlo cayendo a vuestro lado, luchando por la causa justa como vosotros lo hacéis.”[69]
Se instala primero en Valencia para luego, en abril de 1938, salir obligado, rumbo a Barcelona. Escribe esa especie de despedida: “Valencia de finas torres / y suaves noches. Valencia / ¿estaré contigo, / cuando mirarte no pueda, /donde crece la arena del campo / y se aleja la mar de violeta?” El cerco fascista se acentúa y el 22 de enero de 1939, de nuevo se ve obligado a partir. Esta vez, al exilio en Francia. Antes, había dicho que “la vida es cruel a veces.[70] Mas este dolor nuestro, por profundo que sea, no es nada comparado con tanta catástrofe como va cayendo sobre el pecho de los hombres. Sin embargo, cuando pienso en un posible destierro, en otra tierra que no sea esta atormentada tierra de España, mi corazón se turba y conturba de pesadumbre. Tengo la certeza de que el extranjero sería para mí la muerte.”[71]
El viaje a Francia fue terrible. Iba junto a su madre, ya de 85 años, la que a veces intentaba ayudarlo, tomándolo en sus brazos más que frágiles. También con su hermano José, gran pintor y ser humano excepcional.[72]
Llegan a Colliure en Francia, no lejos de la frontera y muere el 22 de febrero de 1938. Dos días después, en el mismo cuarto, moriría también Ana, su señora madre.
Con el paso de los tiempos, su figura y dignidad personal se engrandecen. Es un valor moral, un ejemplo de decencia humana. Al punto de transformarse en signo y símbolo. Con Miguel Hernández, García Lorca y él, se integrará el tríptico del sacrificio.
10.- Últimos e inmortales versos.
Sabemos cómo le llega la muerte al bienamado Federico. Es el cómo de otra infamia mayor. Don Antonio lo siente como pocos y escribe versos inolvidables:
“Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-
… Que fue en Granada el crimen
sabed – ¡ pobre Granada! – en su Granada.”
También, conmueve hondamente, ese maravilloso y grande poema de Machado, el de un solo verso, diríamos ya póstumo. El que fuera encontrado por su hermano José en el bolsillo de su abrigo al momento que, junto a su madre, moría en Colliure, Francia:
“Estos días azules y este sol de la infancia.”
Notas
[1] Para distinguirlo de su hermano Manuel, vendido al franquismo. También por la calidad de su poesía y también porque en su vida fue, literalmente, un hombre bueno.
[2] Cuando su padre era catedrático de la Universidad. Volvieron a Sevilla pues su madre no resistió el húmedo clima gallego.
[3] Anticlerical y frecuente colaborador de la prensa liberal, se firmaba “Demófilo” y por uno de sus escritos la autoridad eclesiástica amenazó con excomulgar no sólo al escritor sino también a sus lectores. Viajó a Puerto Rico por razones económicas y volvió en 1892 a Sevilla, gravemente enfermo de tuberculosis. Murió sin que pudieran verlo sus hijos.
[4] Citado por Gibson, en obra citada, pág. 35.
[5] A. Machado, Carta a Unamuno, en A. Machado, Obras, Tomo II, pág. 1119. Losada, Buenos Aires, 1997.
[6] En 1915, cuando muere Giner, le dedica un hondo poema: “¿Murió?… Sólo sabemos / que se nos fue por una senda clara, / diciéndonos: Hacedme un duelo de labores y esperanzas.”
[7] Por ejemplo, Machado nunca superó una visión más o menos “machista”, conservadora, sobre el papel social de la mujer. Siendo muy amable, muy “caballero”, jamás las pensó, seriamente, viviendo fuera del hogar, de la economía doméstica. Es decir, se limitó a recoger lo dado en la España de su tiempo, no fue capaz de criticarlo y, por ende, de superarlo. Al menos en el espacio de la conciencia.
[8] A. Machado, Nuestro patriotismo y la marcha de Cádiz, en La Prensa de Soria, 2/5/1908; citado por Manuel Tuñón de Lara, “Antonio Machado, poeta del pueblo”; pág. 54. Edit. Laia, Barcelona, 1981.
[9] “La España de principios del siglo XX es el arcaísmo de Occidente: en ese mundo que se uniforma, es el islote de las tradiciones y sus amos se vanaglorian de haber sabido mantener su ‘hispanidad´ frente a las corrientes políticas y económicas modernas.” Cf. P. Broué y E. Témime, Tomo 1, pág 21. FCE, México, 1971.
[10] El padre de Machado murió en 1893. El abuelo, en 1895.
[11] Pedro Salinas, Literatura Española. Siglo XX; pág.150. Alianza Editorial, Madrid, 2001.
[12] Carta a Unamuno, 14/8/1903; en A. Machado, Prosas dispersas (1893-1936); pág. 177. Edit. Páginas de Espuma, Madrid, 2001.
[13] Un hombre biológicamente joven y sentimentalmente viejo, tal parece el perfil que nos muestra Machado en su primer libro. Como escribe Leopoldo de Luis, el poeta se siente “un exiliado del optimismo juvenil. Aún teniendo pocos años –menos de treinta- reincide en expresiones que denotan su juventud perdida (…); su prematuro cansancio le inclina hacia una poesía en la que el entusiasmo juvenil no tiene nada que cantar.” Ver Leopoldo de Luis, Antonio Machado, ejemplo y lección; pág. 182. Fundación Banco Exterior, Madrid, 1988. La prematura “vejez” de Machado es intrigante, máxime si se la coteja con algunos textos que escribe casi al final de su vida, con ocasión de la Guerra Civil. En estos, como en el famoso soneto a Lister, se llega a sentir un entusiasmo juvenil. Se podría quizá decir que cuando el poeta se siente solo, siente como viejo: nos habla de una “juventud nunca vivida”, la que pasó “sin placer y sin fortuna.” Y cuando se ve acompañado por la masa popular, se torna joven entusiasta. Algo que recuerda a Goethe
[14] Francisco de Quevedo, Poesía varia, edición de J. O. Crosby, pág. 160. Edic. Cáterdra, Madrid, 1985.
[15] El viejo dicho, no por manido es menos certero: “recordar es vivir”.
[16] Carta a J. R. Jiménez, diciembre de 1903, en A. Machado, Prosas dispersas (1893-1936), pág. 184. Edic. citada.
[17] En concursos y oposiciones, siempre le va mal. Se tiene que conformar con puestos muy menores y en las más atrasadas ciudades de España. En todo, la falta de títulos le pesa como una loza muy pesada.
[18] “Durante unos años, Antonio Machado (…) había seguido sin hacer nada práctico, digno de mención o registro. Los treinta años le llegan sin oficio ni beneficio: por fin, en 1906, estimulado por sus amigos de la Institución, se dispone a hacer oposiciones a cátedras de francés en Institutos de Segunda Enseñanza. En aquellos tiempos, en efecto, se admitía que los catedráticos de francés de Instituto, a diferencia de los de otras materias, no tuvieran licenciatura universitaria.” Cf. José María Velarde, Antonio Machado; pág. 81. Siglo XXI edits., Madrid, 1986.
[19] Pedro Salinas, ob. cit., pág. 151.
[20] En lengua castellana, muy difíciles de encontrar. Salvo, quizá, en Gabriela Mistral y en el Siglo de Oro español.
[21] Romain Rolland, Au dessus de la melèe, citado por Stefan Zweig, “Romain Rolland, el hombre y la obra”; pág. 189. Edit. Zig-Zag, Santiago de Chile, 1949. Machado toma nota y apunta: “en lo más enconado del conflicto, en medio de la Europa embriagada de sangre y entigrecida por la guerra, se oye todavía el alma francesa en la voz de Romain Rolland.” Cf. A. Machado, “España y la guerra”, en La Nota, Buenos Aires, nº 47, 1/7/1916. Citamos de A. Machado, Prosas dispersas, pág. 404; edic. citada. Recordemos que Machado distinguía dos Francias: una, la radical, laica y progresista, heredera de la Gran Revolución, que él siempre admirará. La otra, la clerical fascista de Maurras y de la Acción Católica Francesa, que mucho influyera en la derecha golpista española.
[22] Henri Barbusse, El fuego; Edit. Zig-Zag, Santiago de Chile, 1938. Barbusse hizo la guerra en las trincheras, como soldado raso. Luego, llegaría a ser un destacado militante del comunismo francés. Inicialmente, la trayectoria de Barbusse tiene ciertos puntos de contacto con la de Machado, pero el francés era más decidido, más rápido y clarividente. Amén de que su experiencia directa de la guerra le deja una marca indeleble. Machado sabe de la guerra sólo con la Guerra Civil y sin tener una participación directa. Pero también es el momento que marca su radicalización política.
[23] Rolland, carta a Gorki, 1/11/1921; citada por Tamara Motylova, “Romain Rolland”, pág. 207. Edit. Nuestro Tiempo, México, 1980.
[24] Citado en José Mancisidor, “Henri Barbusse”, pág. 19. Edic. Botas, México, 1945.
[25] A. Machado, Obras. Poesía y prosa. Edic. de Aurora Albornoz y Guillermo de Torre, Tomo I, pág. 59. Edit. Losada, Buenos Aires,1997.
[26] A. Machado, carta a Unamuno del31/12/1914; en A. Machado, Prosas dispersas, pág. 368. Edic. citada.
[27] T. Motylova, ob. cit., pág. 227.
[28] “Porque creemos honradamente que Francia defiende en esta guerra el ideal humano más hondo y, por lo tanto, más universal, somos muchos los que deseamos ardientemente el triunfo de Francia y de sus aliados.” En A. Machado, Prosas dispersas, pág. 405, edic. citada.
[29] Antonio Ramos-Olivera, “Historia de España, Tomo segundo, pág. 392. Compañía general de ediciones, México, 1952.
[30] Parte la pareja a Barcelona, para su luna de miel. Pero se encuentran con los tumultos de la “semana trágica” y deben cambiar de destino.
[31] Según Gibson, “nos preguntamos si conocer a Pilar no ha sido, después de todo, una desgracia para el poeta.” En “Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado”, pág. 458. Aguilar, Madrid, 2006.
[32] No es éste un problema que afecte en exclusividad al gremio de los artistas. En realidad, es algo propio de la cultura dominante en esa España, la que ve al trabajo como una peste y sólo encuentra digno el saber gastar lo que no se sabe cómo ni quiénes lo han producido.
[33] A veces, su “condescendencia” parece oportunismo. Por ejemplo, el elogio que hace del libro de Maeztu, “Defensa de la hispanidad”, es sorprendente. Cuando en 1934, recibe el libro, le escribe a Maeztu: “con todo el alma le agradezco el envío de su hermoso libro “Defensa de la Hispanidad”, que he leído y releído con deleite”. En A. Machado, Prosas dispersas, pág. 767. Edic. citada. En realidad, ninguna cortesía justifica la alabanza a un libro simplemente abyecto y claramente fascista. El mismo Machado fue un muy acre crítico de los neocatólicos (fascistas) franceses, en los cuales Maeztu abrevó abundantemente.
[34] José Ortega y Gasset, “España invertebrada”, pág. 106. Edic. Revista de Occidente (colección El Arquero), Madrid, 1971.
[35] Ibidem, pág. 106. Si la citada relación jerárquica es la relación social esencial, su desaparición debe necesariamente provocar la disolución de la sociedad. Se trata, dada la premisa, de una simple consecuencia lógica.
[36] Ibidem, pág. 103. Por lo visto, se nos remite a cierta dotación genética que determinaría tal rasgo. Pero el “biólogo” Ortega y Gasset jamás nos mostró esos muy curiosos “genes”.
[37] Ibidem, pág. 114.
[39] Ibidem, pág. 109.
[40] Ibidem, pág. 162.
[41] Ibidem, pág. 160.
[42] Ibidem, pág. 161. De creerle a Ortega deberíamos suponer que en los últimos 2-3 siglos que precedieron a la Segunda República, España fue un país dominado por las masas populares. Más precisamente, por sus campesinos. Tal es una de las enormidades a la que nos conduce su elucubración.
[43] Según Manuel Tuñón de Lara, “Antonio Manchado, poeta del pueblo”, pág. 167. Edic. Laia B, Barcelona, 1981.
[44] En A. Machado, Obras, Tomo II, págs. 629-30. Losada, Madrid, 1997.
[45] Según Gibson, ob. cit., pág,. 600.
[46] En su caso personal, ingresó a la masonería recién en 1930, a sus 55 años. Agreguemos: su padre no se casó, con Ana Ruiz, por la Iglesia. En su tiempo (1873) algo bastante escandaloso.
[47] Muy tempranamente, Machado señala que “siempre he aborrecido el pensamiento abstracto”. Algo que le dejó huellas profundas: nunca manejó un sistema conceptual bien estructurado y, más allá de sus abundantes lecturas, sus aciertos interpretativos responden más a su poder intuitivo (u “olfato”), que al manejo de un corpus teórico sólido. En general, siempre estuvo alejado de las ciencias, incluyendo las sociales.
[48] Sustraerse al verbo elegante y sugerente de Ortega, era muy difícil. Al menos, en un primer y no corto período.
[49] En carta a Juan Ramón Jiménez, escribe: “creo en cuántos hemos vuelto la espalda al éxito, a la vanidad, a la pedantería (…); hay que luchar sabiendo que los fuertes somos nosotros, no esa pobre canalla que escribe en términos minúsculos y contrahechos.” Según José Luis Cano, “Antonio Machado”, págs. 71-2. Edic. Destino, Barcelona, 1982.
[50] El derrumbe del 98 lo pilla a sus 23 años.
[51] En 1926, por admiración a Azaña, se adhiere a Acción Republicana. Pero su activismo fue escaso.
[52] Gibson, obra citada, pág. 483.
[53] Se comprende que confiar en Gil Robles, empieza a ser difícil.
[54] Este Alex Tolstoi, es el gran novelista de la era soviética. Autor, por ejemplo, del célebre “Tinieblas y amanecer de Rusia”.
[55] En su discurso, Ehrenburg apunta que “la tierra generosa española no ha dado al mundo a García Lorca para que un soldado ignorante lo mate.”
[56] En “Hora de España” n° 8, Valencia, agosto 1937. Citado por Ian Gibson, “Ligero de equipaje”, págs.. 580-1. Santillana Aguilar, Madrid, 2006.
[57] La generación del 27 fue bastante más abierta en éste y otros aspectos. Del intelecto y de la vida.
[58] F. Engels, “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”, en Marx-Engels, “Obras Escogidas”, tomo III, pág. 372. Editorial Progreso, Moscú, 1974.
[59] Holbach, citado por Marx en “La Sagrada Familia”, pág. 199. Grijalbo, México, 1967.
[60] C. Marx, en obra citada, pág. 197.
[61] Referido por Cano, obra citada, pág. 196.
[62] Gibson, ibídem, pág. 284. Machado escribe desde Soria.
[63] Por la época, los únicos lugares donde se daba algún desarrollo industrial eran Bilbao (país vasco) y Barcelona (Cataluña). Significativamente, desde Madrid (lugar de ociosos que en alto grado vivían a costa de tales regiones), se les denominaba “regiones periféricas” (¡glup!).
[64] Y no olvidar que en tales países hubo dirigentes como Lenin y Mao Tse Tung. Algo que ni remotamente se observó en España. Más precisamente, la calidad de las organizaciones partidarias (o componente subjetivo), fue muy dispar.
[65] Cristiano más no católico. La repulsa de Machado al catolicismo y a su dirigencia fue siempre muy fuerte.
[66] Ya en enero de 1918, en carta a Unamuno, señala: “el tolstoísmo salvará a Europa, si es que ésta tiene salvación”. En A. Machado, Obras, Tomo II, pág. 116. Edición citada.
[67] En julio de 1937. Según Gibson, obra citada, pág. 582.
[68] El famoso dirigente comunista, personaje de leyenda que luego emigrara a México y fuera esposo de la fotógrafa Tina Modotti. Sobre ésta, la novela-biografía de Elena Poniatowska es magnífica.
[69] Según Gibson, obra citada, págs. 554-5.
[70] Se refiere a la separación familiar, con un hermano en la zona franquista.
[71] Referido por Cano, en obra citada, págs. 198-9. Estas palabras las dice en Rocafort, Valencia.
[72] José Machado, ayudado por Neruda, terminó con su familia asilado en Chile. Jamás volvió a España. En la legendaria revista Atenea de la Universidad de Concepción, Chile, publicó “Relámpagos del recuerdo”, junio de 1951. Publicó también un libro imprescindible, “Últimas soledades del poeta Antonio Machado.” Edic. Forma, Madrid, 1977.
* Doctor en Economía por la Universidad Estatal de Moscú, M. Lomonosov. Profesor–Investigador Titular del Departamento de Economía, en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Presentación del libro “CHILE: sueños, derrotas, esperanzas”; Ediciones INEDH, Concepción, Chile, 2021. Palabras del autor, José C. Valenzuela Feijóo.