Brasil: Futuro imprevisible, gobernabilidad bajo tensión

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Sergio Ferrari

Más allá de la segunda vuelta electoral de Brasil, las miradas de América Latina ya se dirigen al 1 de enero de 2023, cuando asuma el presidente que dirigirá el país por cuatro años. La pregunta esencial: ¿Cuál será la orientación político-ideológica triunfante en el gigante sudamericano?

Orientación que tendrá una repercusión directa en todo el continente latinoamericano. Con sus 220 millones de habitantes y 8.5 millones de kilómetros cuadrados, Brasil es el país que más peso tiene en la región. Y de su propio futuro dependerá, en parte, si América Latina puede dar pasos más significativos hacia la unidad económica y política, por el momento en un relativo standby.

La salud del planeta

Adicionalmente, también en juego, la rehabilitación paulatina o el agravamiento de la salud de la región amazónica, verdadero pulmón del planeta, hoy víctima de una deforestación acelerada. Solo en el primer semestre del año en curso la selva tropical más extensa del planeta perdió casi 4 mil kilómetros cuadrados de vegetación, un 10.6% más que en el mismo período de 2021 y un 80% superior a la del mismo periodo en 2018, un año antes que asumiera Bolsonaro.

Más allá de la esfera ambiental, diversas son las certezas e hipótesis con respecto a esta nueva etapa política a punto de comenzar.

Los extremos políticos

Brasil sale de las urnas extremadamente polarizado. Ninguno de los dos campos –el de la extrema derecha, conducido por Jair Messías Bolsonaro, y el del centro izquierda, por Luis Inázio Lula da Silva– podrán lograr una hegemonía suficiente como para conferirle al próximo presidente un poder incontestable. La misma gobernabilidad brasilera podría correr serios riesgos en el futuro cercano.

El parlamento será un espejo directo de la creciente polarización post electoral. Dos caras de una misma moneda: fueron electas importantes voces representativas de los movimientos sociales urbanos, del Movimiento de los Sin Tierra y de las organizaciones indígenas, lo que permite aumentar el número de diputados alineados con Lula. Sin embargo, la derecha más radical parece consolidarse, y dependiendo de las negociaciones internas de ese espacio, incluso podría asegurar la mayoría en ambas cámaras.

Luego de estas elecciones, el proyecto de la extrema derecha en Brasil ya no depende, solamente, de lo que represente un líder mesiánico, sino que ganó peso y se muestra consolidado. Por otra parte, en tanto proyecto ultraconservador se proyecta como referencia principal de los sectores reaccionarios de todo el continente, desplazando de ese rol al que jugaron las fuerzas de derechas colombianas, hoy golpeadas por la pérdida de hegemonía a partir de las últimas elecciones y la victoria de Gustavo Petro.

El proyecto bolsonarista expresa en América Latina fenómenos semejantes que se producen en diferentes latitudes del globo. Entre otros, el trumpismo norteamericano; Fratelli d’Italia, que se alzó con la victoria electoral en la península a fines de septiembre; VOX en España, convertida en tercera fuerza electoral; la Agrupación Nacional, ex – Frente Nacional, de Marine Le Pen, en Francia –que logró llegar al ballotage en la segunda vuelta en abril pasado–, y la derecha victoriosa en Suecia en las últimas elecciones del 11 de septiembre. Sin olvidar la fuerza que el proyecto de derecha/ultra derecha viene acumulando desde hace tiempo en otros países, como por ejemplo Austria y Hungría.

Una nación esencialmente desigual

La brecha económico-social interna en Brasil es cada vez más profunda y seguirá marcando no solo los próximos cuatro años sino varias generaciones de brasileros. El 60% de la población no logra hoy asegurar las cuatro comidas diarias y 33 millones de personas padecen hambre, situación semejante a la de la crisis de inicios de 1990.

A pesar de ubicarse entre las primeras quince economías mundiales por el volumen de su Producto Interno Bruto (PIB), Brasil también se encuentra en la cima de las naciones más desiguales del planeta. En diciembre pasado, el Laboratorio Mundial de la Desigualdad, dependiente de la Escuela de Economía de París, afirmó que el 10% más rico de Brasil gana casi el 59% del total del ingreso nacional. En términos de proporción, eso significa que el 50% más pobre gana 29 veces menos que el 10% más rico (en Francia, dicha proporción es de 7 veces).

En cuanto a la participación en el patrimonio nacional, según el mismo Laboratorio, codirigido por el economista francés Thomas Piketty, en 2001 el 50% más pobre sólo poseía el 0,4% de la riqueza (activos financieros y no financieros, como bienes inmuebles y propiedades), mientras que el 1% más rico era propietario de casi la mitad de dicha riqueza. En otra perspectiva global: el 10% más pudiente posee el 80% del patrimonio nacional. Cinco de los diez latinoamericanos con fortunas de mil millones de dólares cada uno son brasileros.

Según un estudio de OXFAM Internacional, de mantenerse los niveles de desigualdad de las últimas dos décadas, cada brasileña/o con un salario medio actual deberá trabajar 19 años para ganar lo que recibe en un mes un/a compatriota del privilegiado grupo del 0,1% más rico de la población. Las mujeres brasileñas solo lograrán la eventual equiparación salarial con los hombres en 2047, y los/las ciudadanos/as negros/as del país sudamericano llegarían a ganar lo mismo que la/os blanca/os recién en 2089.

Más allá de cifras y porcentajes, la cotidianeidad de los sectores populares brasileños está marcada por una economía de sobrevivencia. Situación agravada por el impacto directo del COVID 19, que dejó un lastre de 700 mil muertos y averías profundas en sectores productivos del país.

Brasil y América Latina

Del próximo Gobierno de Brasil podría dependerá, también, un rediseño de la perspectiva regional latinoamericana.

Hoy, la realidad regional incluye gobiernos que aspiran a reforzar las alianzas. En los últimos años, por ejemplo, han sido públicos los acercamientos entre México y Argentina para tratar de revitalizar la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) en una etapa en que la Organización de Estados Latinoamericanos (OEA) vive una profunda crisis de credibilidad. Ambos gobiernos jugaron un rol decisivo para preservar la vida de Evo Morales en la crisis institucional boliviana de noviembre de 2019 y asegurar una pronta restitución democrática en ese país.

El futuro del Mercado Común del Sur (Mercosur), así como del PARLASUR es uno de los interrogantes que se podría clarificar a partir del 1 de enero próximo. La integración latinoamericana en lo económico y el reforzamiento de las alianzas como la UNASUR, en el ámbito de la política internacional, podrían adquirir una mayor centralidad en el debate y la acción consensuada a nivel continental dependiendo de la continuidad o del cambio político en Brasil.

¿Podrá reconstruirse el espacio de gobiernos progresistas latinoamericanos de inicios de los años 2000, cuando Lula, junto con Néstor Kirchner y Hugo Chávez, hicieron fracasar el Acuerdo de Libre Comercio que pretendía imponerles el gobierno estadounidense? Pregunta de difícil respuesta, aunque el resultado electoral de Brasil podría jugar como freno o acelerador de la dinámica integrativa continental según sean los resultados del ballotage a disputarse en apenas dos semanas.

La debilidad de algunos de los gobiernos de centro o progresistas de la región sugiere que una nueva primavera democrática latinoamericana estará más condicionada a la capacidad de movilización de los actores y movimientos sociales que de la decisión gubernamental de arriba. Sin embargo, la apuesta de un continente más unido sigue abierta. El 1 de enero del 2023, cuando asuma el presidente electo de Brasil, se podrá comenzar a develar el rumbo.

*Periodista agentino radicado en Suiza. En colaboración con Djalma Costa, Tuto Wehrle y E-Changer, ONG suiza de cooperación solidaria presente en Brasil