De la granjita Siboney a la gloria
Manuel Cabieses Donoso
En la madrugada del 26 de julio de 1953 comenzó la historia de la Revolución Cubana. Era un domingo de carnaval en Santiago de Cuba, la segunda ciudad más importante del país. En la cercana Granjita Siboney, presunto criadero de pollos pero en realidad un depósito de armas, se reunieron 136 revolucionarios, entre ellos dos mujeres, Haydée Santamaría y Melba Hernández. Casi todos militantes de la Juventud del Partido Ortodoxo decididos a iniciar la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista.
Su líder: Fidel Castro Ruz, un abogado de 27 años, candidato a diputado en elecciones truncadas por el golpe de estado. Fidel era hijo de un terrateniente español y fue educado por jesuitas. Había destacado en las luchas universitarias desafiando al dogmatismo de la vieja izquierda que condenaba la vía insurreccional y planteaba elecciones libres para derrocar la dictadura.
En la Granjita Siboney los protagonistas de esta historia conocieron la misión que les esperaba: asaltar los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el hospital y el Palacio de Justicia, y distribuir armas a la población convocada a la insurrección.
El plan fracasó por los imprevistos que la realidad impone al más perfecto proyecto revolucionario. Se pagó con sangre de jóvenes prisioneros, torturados y luego asesinados sin compasión. Entre ellos Abel Santamaría, segundo jefe de la operación, al que antes de matarlo le arrancaron los ojos y se los entregaron a su hermana, Haydée.
Fidel Castro y un grupo de sobrevivientes fueron condenados a penas de cárcel y más tarde al exilio. En el proceso Fidel hizo su propia defensa con un alegato que se conoce como “La Historia me Absolverá” y que en realidad era un programa de lucha por la libertad y justicia social en Cuba.
Si una lupa examina ese documento sólo encontrara huellas de pensamiento marxista dogmático. Lo que si hallará es una propuesta desafiante por el cambio de rumbo de la nación, o sea, como debe ser, una expresión auténtica y resuelta de un marxismo audaz y creativo.
En Cuba de entonces el socialismo era “propiedad” de una minoría sectaria y dogmática.
Expulsados de Cuba, Fidel y sus compañeros encontraron asilo en México, donde se les incorporó Ernesto Che Guevara. 82 de ellos regresaron a Cuba el 2 de diciembre de 1956 en el yate Granma. Pero sólo un puñado alcanzó el refugio -y cuartel general- en la Sierra Maestra. Desde esa posición el Movimiento 26 de Julio (M26-7) inicio la lucha guerrillera con fuerte apoyo campesino.
Entretanto surgieron en Cuba otros grupos que abrazaban la lucha insurreccional. El más notable: el Directorio Revolucionario que fundó el dirigente universitario José Antonio Echeverría. El DR llevó a cabo el asalto al palacio presidencial y a una emisora en abril de 1957. Echeverría y varios de sus compañeros fueron asesinados. Pocos días después, víctimas de una delación, fueron ejecutados cuatro sobrevivientes que se ocultaban en el departamento 201 del edificio de Humboldt 7.
El delator: Marcos Rodríguez, militante comunista, fue enjuiciado y fusilado en 1964. En sus declaraciones confesó que el motivo de su traición fue el sectarismo. Su partido calificaba de “terrorista” la lucha armada del M26-7 y del Directorio Revolucionario. El PSP (comunista) sólo levantó su veto a la vía insurreccional en agosto de 1958, poco antes del triunfo de la revolución (1º de enero de 1959).
El talento político de Fidel Castro, sin embargo, permitió construir unidad derrotando al sectarismo de la vieja izquierda. Sin embargo, hubo momentos de la revolución en que el dogmatismo y sectarismo pusieron en peligro el proyecto histórico nacido en la Granjita Siboney. Protagonista de uno de esos difíciles momentos fue Aníbal Escalante, antiguo cuadro del PSP, cuya conspiración fue abortada con firmeza.
El carácter socialista de la Revolución Cubana se declaró en 1961. La conciencia y organización del pueblo cubano permitieron dar ese paso histórico. La revolución se jugaba la vida para enfrentar el bloqueo decretado por el presidente norteamericano John F. Kennedy luego del fracaso de la invasión de Playa Girón.
El Partido Comunista de Cuba (PCC), columna vertebral de la revolución, se construyó pieza a pieza. El M26-7 no se adueñó de la victoria revolucionaria. La conducción política de Fidel dio paso a la ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas) con el M26-7, PSP y Directorio Revolucionario. Luego vino el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba hasta el 3 de octubre de 1965 en que nació el Partido Comunista de Cuba (PCC).
En este arduo proceso político y social existe un entramado de discusiones ideológicas que buscaron fortalecer la unidad y sobre todo acerar la independencia y soberanía de Cuba. El pensamiento revolucionario cubano –que se sustenta en el ideario de José Martí y Fidel Castro- tiene un fuerte componente patriótico, latinoamericanista e internacionalista. La Revolución Cubana tuvo participación heroica en la independencia de Angola y de Sudáfrica, apoyó con hombres y armas la lucha revolucionaria de Nicaragua, El Salvador y Guatemala, entregó su solidaridad sin reticencia al proceso que encabezaba en Chile el Presidente Salvador Allende.
Hoy la Revolución Cubana enfrenta graves peligros. Los 60 años de bloqueo norteamericano han causado pérdidas que se calculan -a valores de hoy- en 138 mil 843 millones de dólares. El país vive la dura realidad de una fortaleza sitiada. El actual presidente de EE.UU. ha redoblado las medidas para asfixiar a Cuba. Intenta poner de rodillas a la isla de Fidel.
El bloqueo atiza la inflación, la corrupción y deterioro de los salarios. Los problemas se agudizan y miles de cubanos abandonan la isla para escapar de la miseria. En julio del año pasado se produjo un reventón de la angustia acumulada. Las autoridades encabezadas por el presidente Miguel Díaz-Canel hacen esfuerzos por reacomodar la economía y la demanda social a las necesidades y cortapisas del socialismo de este siglo.
Cuba está dando un ejemplo de bravura que América Latina debe hacer suyo. La solidaridad activa con Cuba no solo es un deber. También es una necesidad si queremos instalar trincheras de defensa para nuestra propia independencia y soberanía.
Para el imperio la prioridad es estrangular Cuba. Pero después siguen los que osen defender su propia soberanía. La atrevida historia que comenzó hace 69 años en la Granjita Siboney se convirtió en epopeya latinoamericana. Hagamos nuestra esa historia. No la condenemos al suicidio de la indiferencia y el egoísmo.
*Periodista y escritor chileno, director de Punto Final