Argentina: los más pobres, las mujeres y los indios aportan algunas respuestas
Juan Guahán
Mientras estaba en la cola de una farmacia de turno que me costó encontrar, escuché –dicen que está mal escuchar conversaciones ajenas, pero peor es no oír lo que pasa- un diálogo sobre los preparativos para que sus hijos se fueran a buscar su futuro a la “Madre Patria”, es decir a España. Claro, era una charla de clasemedieros venidos a menos y cayendo por el tobogán de la historia.
Pero unos días atrás, en decenas de lugares, con miles y miles de protagonistas –mayoritariamente mujeres-, de excluidos, los “descartables”, con rostros más morenos y no pocos aindiados, habían poblado rutas, calles y plazas, reclamando por su futuro. Pero éstos no tiene “madre patria” donde ir, porque muchos de sus antecesores no bajaron de los barcos, sino que son hijos de esta tierra o sus vecindades y aquí están sus afectos, su cultura y su vida.
Los últimos días han sido muy duros, y están mostrando un país en descomposición. Entonces, ¿qué hacemos con estas hermosas instituciones de una democracia que es incapaz de responder a las demandas y necesidades de la mayoría de sus hijos? ¿No será que ella está demasiado atada a este modelo del capitalismo salvaje que domina nuestra economía?.
Hace 30 años, cuando la hegemonía de EEUU era total, con esta democracia como bandera y el capitalismo como sostén, Francis Fukuyama un filósofo estadounidense divulgaba –a la par de la implosión de la Unión Soviética- que habíamos arribado al “fin de la historia” y sus contradicciones.
Evaluaba que las cosas habían llegado a un punto que ya nada, ni nadie podría cambiarlas y no habría razones para grandes enfrentamientos futuros, bajo la rotunda vigencia de las tradicionales instituciones liberales, junto a una hegemonía estadounidense que imaginaba larga e indiscutible. Ahora, los hechos están desmintiendo aquellos convencimientos. Un compungido Fukuyama acaba de decir que estos acontecimientos posiblemente indican “el fin del fin de la historia”.
Pero en Argentina, cuando todo parece descomponerse, hay sectores –relegados por el sistema de poder- que siguen pensando que el futuro existe. Son los pobres más pobres: los excluidos; las mujeres y los indios.
En excluidos del sistema germina otro modelo económico
La propia crisis del sistema económico actual fue haciendo que los antiguos trabajadores explotados fueran virando, en nuestros países dependientes y con incapaces gobiernos, hacia el nuevo destino de desocupados, con escasas perspectivas y sin futuro.
Este proceso fue creciendo, generación tras generación, hasta llegar a la realidad actual con millones de personas que sobreviven merced a los planes sociales. Hay familias que ven confluir tres generaciones donde el trabajo de sus integrantes no ha pasado de changas esporádicas u otras actividades que no alcanzan para la supervivencia cotidiana. Son obvios los efectos de esta situación.
Sucesivos gobiernos, a falta de respuestas efectivas, lo que han procurado es ocultar el problema. La invisibilización de estos sectores fue política de más de una administración. No obstante ello, su creciente organización los colocó en el espacio público motivando muchos rechazos en los sectores medios, adecuadamente preparados para ello por una prensa manejada desde las usinas del poder económico.
De todos modos el problema está. En los últimos tiempos la presencia de estos sectores excluidos se ha masificado, y el reciente acampe fue una muestra de ello. No quedan dudas que ante esta situación, de continuar la falta de respuestas, la perspectiva de estallidos forman parte de alternativas posibles.
ero los millones, además de esa alternativa, están construyendo otros caminos. Uno que va creciendo es la modesta puesta en marcha de huertas comunitarias que les sirven para paliar algo de los problemas cotidiano e implica involucrarse en respuestas posibles.
Pero no solo eso. También empiezan a tomar cuerpo algunas experiencias, de estos sectores que suelen ser desechados, con producciones en mayor escala que sean sustentables y autogestionarias.
Allí se intenta poner de pie formas de encadenamiento productivo, comenzando desde las semillas, continuando con diversas producciones (trigo, maíz, soja, girasol, zapallos, verduras) hasta utilizarlas como insumos de diferentes manufacturas, bajo la misma matriz de trabajo viable, duradero y cooperativo, compartido, autogestionario.
Estas actividades se inician desde sectores alimenticios porque allí es donde más se contribuye a una producción orientada a la continuidad y reproducción de la vida, con mayor soberanía alimentaria, comidas más sanas y todo ello por fuera de los despropósitos del actual modelo productivo, que destruye a la naturaleza y enferma al pueblo.
Da la impresión que para algunos sectores la continuación de esta resistencia, procurando darle forma a un nuevo tipo de poder estatal, va de la mano con un desarrollo productivo que sirva de base a los cambios que se avizoran.
Las mujeres, esa mitad olvidada
Llama la atención que protagonistad clave de los sucesos críticos de estos tiempos sean las mujeres. Sobre ellas, en las barriadas populares, recae la mayor responsabilidad, como lo es sostener la familia en medio de esta crisis. Allí son el principal aporte a las diferentes luchas que esos sectores despliegan. Eso lo puede verificar quien transite cualquier barriada o se adentre en las movilizaciones populares.
Sin embargo son las mujeres, las grandes ausentes en las decisiones de estos tiempos. Si se aspira a cambios profundos y novedosos seguramente se encontrará en estas mujeres la fuerza y el rumbo de ese futuro distinto. A las legítimas reivindicaciones que –mayoritariamente- las mujeres provenientes de los sectores medios han logrado instalar, habrá que agregarle esta nueva perspectiva de las mujeres más pobres y relegadas que van haciéndose dueñas de su propio destino.
La cuestión indígena vuelve a ser debatida
Durante su reciente visita a la Argentina, el presidente de Chile, Gabriel Boric, quien cuenta en su haber variadas “agachadas” y algunos aciertos, le dio una lección al periodista del diario derecista Clarín, que le preguntó qué se debe hacer con aquellos que dicen ser mapuches para tomar tierras o cometer delitos.
Boric le respondió: «Yo soy plenamente consciente de que es un problema que nace de un conflicto entre el Estado chileno y el pueblo mapuche, desde la mal llamada -por la historiografía tradicional- Pacificación de la Araucanía». (casi contemporánea a la “Campaña al Desierto” –el genocidio- del general Roca en Argentina).
Cinco siglos atrás, con la conquista y colonización, los pueblos indígenas fueron avasallados en sus derechos, costumbres y culturas; además de la pérdida de millones de vidas. No obstante ello muchos indígenas pelearon por nuestra independencia política en el siglo XIX, y el libertador José de San Martín da testimonios de ese hecho.
Pero inmediatamente se profundizó su liquidación y se dictaron las actuales constituciones en medio de un gigantesco genocidio. Más allá de algunas legislaciones que no fueron mucho más allá del papel, la situación indígena sigue siendo una vergüenza para nuestra cultura eurocéntrica y un ultraje a los derechos de los originarios ocupantes de estas tierras.
La aclaración del presidente de Chile va en línea con una reciente declaración de su Ministra del Interior -Izkia Siches-, quien planteó dos cuestiones vitales. Una cierta autonomía para el Wallmapu (para los mapuches es el nombre de su territorio ancestral) y en segundo lugar que tal denominación incluye parte del territorio argentino (desde San Carlos en Mendoza, hasta Neuquén y desde la cordillera hasta el Atlántico).
Lo primero que corresponde aclarar es que autonomía no es lo mismo que soberanía. Eso deja abierta la posibilidad de diversas autonomías dentro de la soberanía de un mismo Estado. Se abre como una perspectiva cierta de los estados plurinacionales que reconocen esa posibilidad y la de otras cuestiones que permitirían que diferentes culturas sean reconocidos en un Estado, superando la actual idea del Estado-Nación que cierra esa posibilidad con su política de forzada integración o asimilación.
Hoy Bolivia, Perú y Ecuador lo están aplicando y no hay que descartar que el Estado argentino también lo pueda asumir, como una transición hacia nuevas formas de ordenamiento territorial que, en otro sistema estatal, se deberán contemplar. Esa sería otra forma de abordar el actual conflicto abierto con el pueblo mapuche y los más ocultos con otros pueblos como los quom, wichis, guaraníes, entre otros pueblos originarios.
Sería un modo concreto y efectivo de ir remediando los despojos cometidos siglos atrás y profundizados en Argentina hace un siglo y medio, cuando se intentó negar la existencia de esos pueblos mediante aquel genocidio aniquilador. destruyendo su cultura, hasta transformarlos en parias en su propia tierra.
Sus tierras se constituyeron en el asentamiento y base del poder de la oligarquía que –de ese modo- le dio forma a este país que sigue esperando los actos reparadores de tanta injusticia.
¿Una nueva mayoría?
La cáscara de la Argentina: cuando uno la observa a la distancia, da la impresión que se está ante un país más del mundo occidental. La Constitución y sus instituciones -considerados los tres poderes- registran algo inédito: cerca de cuatro décadas de una “democracia” plena que parece ratificar lo dicho. Rige la Constitución de 1853, con sus sucesivas modificaciones, incluida la de 1994, sin haber modificado su esencia doctrinaria.
Desde el restablecimiento constitucional (1983), los 11 presidentes que tuvo el país, con sus elecciones y designaciones constitucionales permiten verificar la alternancia entre diversos partidos y la vigencia de la Carta Magna. El sistema parlamentario, más allá de algunas incontinencias y desahogos verbales, está funcionando según lo que la Constitución establece.
El sistema judicial preserva edificios, cargos y funciones según las normas establecidas. Hasta se da el lujo de constituir un Consejo de la Magistratura para la designación y remoción de jueces. Si no fuera por algunos “detalles”, Europa -junto a todo occidente- estaría orgullosa de los argentinos, los que formamos parte de lo que algunos antropólogos reconocen como la “Europa trasplantada”.
Mientras el viejo país se hunde, la reivindicación y el necesario paso al frente de los tres sectores -los más pobres, las mujeres y los indios-, acompañados por los trabajadores, expresiones de la resistencia a la depredación ambiental y la entrega de nuestra soberanía, pueden constituirse en la base de una nueva mayoría que podría cambiar de raíz la realidad actual.
Seguramente no faltarán quienes sonrían –incrédulos- ante la enunciación de esta posibilidad. Una sola reflexión nos puede ayudar a dar una repuesta. Llevamos casi 40 años de vigencia ininterrumpida de las instituciones y políticas de esta democracia falaz.. y así estamos…
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)