¿Quién tiene que pagarle al FMI?

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Jorge Elbaum

De todo laberinto se sale por arriba/ Leopoldo Marechal

Nos endeudaron en dólares y se los fugaron los grupos más ricos del país y sus empresarios más prominentes. Hasta que llegó Mauricio Macri, Argentina no le debía ni un dólar al FMI. El 10 de diciembre de 2015, cuando asumió la coalición neoliberal Juntos por el Cambio, el endeudamiento en dólares del sector público era casi nulo. Los montos recibidos por el FMI fueron cedidos a las grandes fortunas y la deuda quedó para la totalidad de la sociedad.

El neoliberalismo político-mediático sigue confundiendo a la sociedad con que el endeudamiento en pesos es asimilable al que se pacta en dólares. El primero no tiene tribunales en el exterior ni el Estado tiene la potestad de refinanciarlo con políticas propias. 

El beneficio para los sectores concentrados fue doble: se les otorgó un inmediato rédito a los poderosos –que se apropiaron de esas divisas–  y al mismo tiempo impusieron una tela de araña fondomonetarista en la que se cede soberanía y se beneficia a los mismos grupos que evadieron y fugaron.

Ahora, en connivencia con quienes otorgaron el crédito, los cambiemitas apoyan lo que siempre buscaron: la sumisión ante las políticas de Washington.

El acuerdo con el FMI exige una tutela externa en formato de  “evaluaciones trimestrales” que nos van a ahogar durante dos décadas. Acordar –en esos términos– con el FMI supone limitar el crédito a las PYMES (responsables del 90 por ciento del empleo), y restringir la inversión en educación, salud, infraestructura, rutas, energía y seguridad.

¿Qué pasa si decidimos pagar a nuestro ritmo, cuando realmente podamos, en el marco de nuestra real capacidad de ahorro, sin desatender los grandes problemas sociales que sufre nuestro pueblo?

Nuestro país puede ir a una moratoria. No será el apocalipsis. Podemos negarnos a los  condicionamientos estipulados y lanzarnos a vivir con lo nuestro. Para eso se necesita movilización y poder popular. Los dirigentes del Freten de Todos tiene que convocar a esa defensa patriótica.

Más allá del tembladeral inicial –inducido por los mismos que quieren vernos sometidos a las restricciones del Fondo– podríamos ir pagando nuestras deudas en directa relación con nuestra capacidad de ahorro. Siempre y cuando crezcamos. En nuestros términos. Sin condicionamientos.

De lo contrario este sometimiento financiero restringirá la inversión pública y social.  Los costos de esta enajenación de la riqueza nacional deben ser costeadas por los grupos  concentrados.  Los mismos que se enriquecieron y que fugaron esas divisas.

Se podrá estipular un impuesto a las grandes fortunas para que sufraguen, durante treinta años, los 43 mil millones de dólares.  Con unidad popular podríamos evitar la crisis a la que nos condena el FMI.  Podemos vivir con nuestro trabajo social colectivo. Contamos con todos los recursos básicos para eso.

Y podríamos terminar, de una vez por todas, con la extorsión cíclica de los mecanismos especulativos de la lógica neoliberal. Para lograrlo deberíamos convocar a lxs trabajadores, a los movimiento sociales y a las PYMES en un proyecto de autonomía económica.

Hay que movilizar a las grandes mayorías para señalar a los responsables de este desfalco provocado por el macrismo fondomonetarista. Para las grandes gestas las mayorías populares están siempre dispuestas. De aceptar pasivamente las exigencias del FMI es posible que entremos en una dinámica similar a la que se desembocó en el 2001.

Los cambiemitas se refriegan otra vez las manos: ellos se endeudan y el proyecto nacional y popular paga los platos rotos. Hay que cortar ese círculo vicioso. De la misma manera que los golpistas saben que pueden terminar en cárceles comunes condenados por genocidas, los endeudadores tienen que saber que nunca más se van a beneficiar con pactos fondomonetaristas.

Necesitamos una gesta patriótica capaz de enfrentar los condicionamientos que nos quieren imponer. Nos quieren sumisos y obedientes.  Quieren atemorizarnos con una hecatombe irreversible. Nos quieren hacer que esos burócratas neoliberales son –al decir de Eduardo Galeano– monstruos poderosos y extraordinarios. Pero no les podemos regalar esa grandeza.

Si no somos capaces de preguntarnos sobre las alternativas posibles –sus costos y sus beneficios– nos están imponiendo el pensamiento único.  El pueblo argentino ha dado muestras, a lo largo de su historia, de contar con las alas necesarias para practicar los consejos del inolvidable Leopoldo Marechal.