Tres años de Bolsonaro en Brasil: un gobierno a la deriva
Jean-Philip Struck-DW
Septiembre de 2021. Un camión se estaciona en el barrio de Gloria, zona sur de Río de Janeiro. Alrededor del vehículo se agolpa un grupo de gente que espera agarrar algo para comer: el vehículo transporta una pila de huesos y restos de animales descartados por los supermercados. La escena se repite varias veces a la semana, según un reportaje del diario Extra, que presenció el episodio. Pocas imágenes de 2021 simbolizan tan bien la interminable crisis brasileña.
A lo largo del año, Brasil vio cómo la inflación llegaba a los dos dígitos, el desempleo no paraba de subir y los precios de los combustibles y la energía alcanzaban máximos históricos. En la víspera de Navidad, Datafolha mostró que el 26 por ciento de la población afirma que no tiene comida suficiente para alimentar a sus familias. Un estudio de la Confederación Nacional de la Industria (CNI) mostró en diciembre de 2021 que siete de cada diez brasileños eran pesimistas respecto al futuro económico del país.
“Por todas partes hay señales de que la economía brasileña está despegando de nuevo”, dijo Paulo Guedes, ministro de Economía, en marzo, el segundo mes con más muertes por la pandemia del coronavirus en Brasil, 66.000 decesos.
Guedes usó la palabra “despegar” varias veces a lo largo del año, como un mantra, incluso cuando la realidad económica, sanitaria y política insistía en no encajar con su optimismo. Pero el ministro no fue el único miembro del gobierno que estuvo el año atrapado en un universo paralelo.
Como el repetitivo “día de la marmota” de la película homónima de 1993 (también conocida en Hispanoamérica como “Hechizo del tiempo”), donde el personaje interpretado por Bill Murray revive el mismo día en un bucle interminable, Bolsonaro siguió en 2021 despreciando los protocolos de su cargo y poniendo al gobierno federal al servicio de su agenda extremista, insistiendo en alimentar visiones conspiracionistas, desdeñando la pandemia y atacando al sistema democrático, para luego hacer retiradas tácticas y esperar.
Siempre despreocupado de abordar los problemas reales del país, Bolsonaro también pasó buena parte del año produciendo escenas engañosas, tratando de ponerse a sí mismo como un supuesto “hombre sencillo” o como alguien que cuenta con el respaldo masivo de la ciudadanía. Esta táctica incluyó episodios como la “cena” de pizza en una acera en Estados Unidos o las repetitivas reuniones con sus seguidores, frecuentemente menos masivas de lo que los partidarios del presidente querían hacer creer, y que a la fecha han costado al erario público más de 5 millones de reales (780.000 euros), según estimaciones de Folha de S.Paulo.
Siempre paria internacional
En 2021, el aislamiento de Brasil se profundizó. Bolsonaro perdió aliados como el estadounidense Donald Trump o el israelí Benjamin Netanyahu, y más recientemente vio a un candidato de izquierda, Gabriel Boric, triunfar en las presidenciales de Chile.
El aislamiento y la ineptitud del gobierno en el escenario internacional se volvieron a desnudar cuando la agenda de Bolsonaro en Italia quedó vacía, en octubre. En la reunión del G20 no tuvo ninguna reunión bilateral con los otros líderes del grupo de las 20 mayores economías, excepto un encuentro protocolar con el anfitrión.
Esta misma incapacidad también se reveló cuando el presidente ignoró la presencia del socialdemócrata alemán Olaf Scholz en una rueda de conversaciones con el líder turco Recep Tayyip Erdogan. Scholz había ganado las elecciones alemanas y en pocas semanas asumiría como canciller federal, pero Bolsonaro aparentemente no sabía quién era.
Sin amigos entre los grandes líderes mundiales, Bolsonaro prefirió entablar relaciones en 2021 con políticos de la escena ultraderechista mundial, como el exministro italiano Matteo Salvini o la diputada alemana Beatrix von Storch. Este último encuentro incluso generó críticas por parte de agrupaciones judías brasileñas. En noviembre, mientras Lula era recibido por líderes europeos como el mismo Scholz o el francés Emmanuel Macron, Bolsonaro hizo una gira visitando a dictadores árabes.
También siguió adelante el rechazo de Europa a un acuerdo con Mercosur, en gran medida por las políticas antiambientalistas de Bolsonaro. En febrero, Francia insistió que rechazaba un pacto “en los términos actuales”, y en marzo Austria derechamente se opuso a la ratificación.
Escenas repetidas
Bolsonaro también siguió produciendo escenas escandalosas, muchas veces pensadas para consumo de su base extremista o como cortinas de humo. En la última quincena de 2021, un día después de una reunión entre el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva y el exgobernador Geraldo Alckmin –que discuten una posible alianza para las presidenciales de 2022-, Bolsonaro se dejó filmar bailando sobre una lancha al lado de una mujer en bikini al son de una canción misógina que compara a las mujeres de izquierda con “perras”. Al final del año, Bolsonaro parecía más preocupado de sus vacaciones y de andar en motos de agua que de reaccionar ante las inundaciones de Bahía.
Pero estas escenas, por repetidas, ya no parecen producir el efecto deseado por Bolsonaro y sus seguidores. Episodios ocurridos a lo largo del año como las protestas de izquierda contra el gobierno -que reunieron a más personas que los actos bolsonaristas-, el retorno de Lula al juego político, el despegue del Partido de los Trabajadores (PT) en los sondeos y, en menor medida, la oficialización de las ambiciones electorales del exjuez Sergio Moro, demostraron el declive del poder de Bolsonaro a la hora de manejar la agenda política.
Incluso la visión negacionista del presidente chocó con la realidad del avance robusto de la vacunación en el país. Hasta la ofensiva del mandatario a final de año contra la vacunación de niños ha mostrado ser poco efectiva. Un sondeo de Fiocruz asegura que el 80 por ciento de los padres pretende vacunar a sus hijos.
Bolsonaro llegó a fin de año con un 53 por ciento de desaprobación, el peor nivel de valoración de su gobierno, según Datafolha, que también agregó que el 60 por ciento de los brasileños no cree en nada de lo que dice el presidente. Estamos ante un escenario totalmente opuesto al de 2020, cuando Bolsonaro -paradójicamente- terminó su segundo año con más apoyo que en 2019. Hoy, con apenas un 22 por ciento de intención de voto, muy por detrás de Lula, Bolsonaro parece estar entrando en el que sería su último año de mandato.