Los “dueños del mundo” piensan en el espacio
Juan Guahán
Los viajes al espacio y la vida en el mismo dejan de ser algo puramente imaginativo. Pero nada de ciencia ficción: hablemos de los riesgos que acechan a los pobladores de la tierra y sus perspectivas y lo que nos ofrecen los “dueños” del planeta. Miles de científicos están definiendo estos riesgos. Hay una reciente carta de 11 mil estudiosos del tema que lo han planteado sin pelos en la lengua. El físico inglés Stephen Hawking, fallecido hace un par de años, advirtió sobre los límites que tiene la vida en este planeta, bajo las actuales condiciones de un desarrollo sin límites.
Los propios expertos de Naciones Unidas le dieron a esta perspectiva visos de realidad y plazos concretos. En un Informe intergubernamental sobre Cambio Climático avisan que, si no se revierten las tendencias actuales sobre las emisiones de gases que producen el efecto invernadero, para el año 2030 estaremos llegando a un punto límite imposible de revertir.
A partir de esa fecha, el cambio climático –que ya se está produciendo- se acelerará creciendo sus efectos en materia de “sequías extremas, incendios forestales, inundaciones y escasez de alimentos para cientos de millones de personas”. Ese mal augurio se ha incrementado con la pandemia mundial del Covid-19.
El mundo, ante las perspectivas de la inviabilidad de la vida -bajo estas condiciones- en este planeta, se encuentra ante dos opciones: Modificar drásticamente las formas de producir y los vínculos entre las personas entre sí y con la naturaleza o buscar otro lugar para vivir.
Los pueblos, en su inmensa mayoría, solo tienen como alternativa modificar este mundo en el que hoy viven. Pero muchas de las personas y los países que están en la vanguardia del actual desarrollo mundial tienen otras ideas.
Quienes se sienten “dueños del mundo” -y se comportan como tales- no planifican cómo modificar esta realidad para hacerla más vivible. ¡No! Prefieren poner sus mayores esfuerzos en acumular más riqueza y poder para preparar las condiciones que les permitan mantener su hegemonía sobre la tierra y sus pueblos, mientras ellos construyen (o destruyen) la vida en otros planetas.
Estos personajes están lejos del molde que la sociedad tiene de los grandes ricos de otros tiempos, explotadores de látigo en mano. Éstos se visten con el traje de “humanistas” y “defensores del medio ambiente”. Viven en “paraísos verdes” y tienen a la pantalla de sus computadoras como el principal instrumento visible para seguir enriqueciéndose.
Son los emergentes de un sistema que les ha delegado el poder, que han creado y sostienen con la explotación y las armas, para que lo consoliden mostrando una cara potable que permita su continuidad. Los sectores tecno-informáticos y la investigación, ocupación, producción y saqueo espacial son sus principales nuevas formas de acumulación. Ellas se integran al extractivismo y las otras formas tradicionales de pillaje.
El australiano Elon Musk, nacionalizado canadiense y estadounidense, es uno de ellos. Su nombre se ha popularizado como el productor del Tesla, el coche eléctrico mundialmente más vendido; es fabricante de la nave espacial Space X y gran proveedor de la NASA. Es un fuerte competidor de Jeff Bezos -de Amazon, la principal tienda informática del mundo- acerca de quién ostenta el título de mayor riqueza del mundo,
Musk acaba de anunciar que no lejos en el tiempo piensa mudarse, con su esposa, a Marte y ser –dentro de la próxima década- la base y origen de una especie multiplanetaria. Previamente, para el 2024, imagina que la Space X podrá trasladar regularmente pasajeros a la luna.