Al diablo con Caracas
JM. Rodríguez|
Hace ya varios meses decidí dejar de publicar mis breves notas críticas pues se me hizo evidente que, ni los que están de un lado de la revolución o del otro lado que ella parece tener, están ganados para revisar sus contradicciones. Sin embargo, cuando hay un pero no importa lo que se dijo anteriormente. Lo sucedido con la camarada y amiga del alma Jacqueline Farías, me hace lanzar al cesto, y con furia, aquella decisión de silencio.
El gobernador del estado Miranda, un hombre de derecha dentro de la revolución, se mostró indignado por una propuesta absolutamente sensata, hecha honestamente por Jacqueline, como es la de pedir para Caracas, una administración centralizada. Es decir, darle lo que toda ciudad debe tener, más aún cuando se trata de la capital de la República
Aún recuerdo la intervención nefasta de Luís Miquelena en los tiempos en que fue presentado el proyecto de nueva Constitución de la República, modificando el artículo 18 con una supuesta ley especial que mantendría a Caracas en dos niveles administrativos diferentes, pero con un alcalde supuestamente mayor que enmendaría el entuerto. Aquello no pasó de ser una torcida de rabo.
Ahora vuelven a aparecer exclamaciones propias de la eruptiva demagógica y pirata usuales en los tiempos de la cuarta república, esta vez en boca de un gobernador que, disfrazado de revolucionario, se ha propuesto desde hace rato hacer suyos, con fines electorales, los estandartes de la clase media del este. Mostrándose como agredido declara que al estado Miranda nadie lo divide. Como si la colcha de retazos que es la ciudad fueran vainas del destino.
Su declaración es deleznable por muchas razones que él ni siquiera entiende. Son las propias de aquellos que interponen sus objetivos individuales a los colectivos de los ciudadanos. Pero, ay Presidente, la destitución que usted acaba de hacer de Jacqueline una mujer luchadora como ninguna en todos los cargos que ha ocupado en la revolución, convierte lo deleznable en ofensa mayor.