¿Otra vez los armenios se quedan solos?
Raúl Zaffaroni-La Tecl@ Eñe|
El pueblo armenio ha sido uno de los más victimizados de la historia y en especial del siglo pasado. El genocidio contra los armenios perpetrado primero por el Imperio Otomano y luego por Turquía respondió a una política de limpieza racial con un pretexto religioso, puesto que los armenios son cristianos y la homogenización imperial otomana primero y la del nacionalismo panturco luego, eliminaron a más de un millón y medio de personas, la mayoría asesinadas mientras las empujaban a su desplazamiento forzado.
Fue uno de los crímenes más horrendos de la historia, que se cometió ante la indiferencia de todas las potencias, cada una preocupada por sus propios intereses en el reparto de poder posterior a la Primera Guerra Mundial. Todos dejaron solos a los armenios mientras los asesinaban.
Existe una controversia acerca de si, días antes de la invasión a Polonia, Hitler dijo a sus subalternos: “¿Pues quién habla todavía hoy de la aniquilación de los armenios?” (“Wer redet denn heute noch von der Vernichtung der Armenier?”). Sea cual fuere la verdad, bien podría haberla dicho, porque le hubiese cuadrado a la perfección.
Después del genocidio, Armenia pasó a ser una de las repúblicas soviéticas, con su territorio y población reducidos en relación con lo que había sido su extensión ancestral. Uno de sus vecinos era otra ex república soviética, esta con población turca: Azerbaiyán. Ahora ambas son repúblicas independientes. Sus capitales son Ereván y Bakú.
En el último año, de vez en cuando, nuestros periódicos dieron cuenta de que pasaba algo en el Cáucaso, con una serie de nombres complicados y algunas imágenes de guerra y en ocasiones con un mapa poco entendible. Lo cierto es que hubo miles de muertos y heridos, destrucción, ataques a población civil y nuevos desplazamientos.
Prescindamos del mapa, porque la dificultad de comprensión es que parece una colcha de retazos, resultado de arbitrariedades de todos los tiempos. Por eso, para entendernos, es preferible esquematizarlo del siguiente modo:
Armenia tiene unos tres millones de habitantes; Azerbaiyán, diez millones y, además, petróleo y gas, una economía tres veces superior y por ende más dinero. Cabe aclarar que en el actual conflicto no entra Najicheván, provincia milenaria armenia, hoy en poder de Azerbaiyán desde que fue arbitrariamente cedida por Stalin en 1921, pero que se trata de un enclave extraterritorial entre Armenia, Irán y Turquía, separado de su territorio.
El conflicto del año pasado se motiva en Nagorno Karabaj, un territorio con 150.000 habitantes armenios, que Stalin también dispuso que pertenecía a Azerbaiyán. Sin embargo, en dos plebiscitos su población se declaró primero armenia y luego independiente, constituyendo la República de Artsaj, con capital en Stepanakert, independencia que no está oficialmente reconocida en el plano internacional.
En una guerra entre 1991 y 1994, los armenios consiguieron controlar siete distritos de ese territorio, lo que le permitió establecer el llamado corredor de Lachín para comunicar a los armenios de Artsaj con la Republica de Armenia.
Este esquema, en el que Armenia reconoce la república de Artsaj y Azerbaiyán la considera un territorio ocupado, sin que en las tres décadas se haya resuelto la disputa, permite deducir que esa situación fue una permanente fuente de conflictos, alimentada por una “armenofobia” por parte de los azeríes (o azerbaiyanos), que son un pueblo turco, diferente desde siempre a los armenios cristianos, aunque lo religioso, como en toda guerra, es sólo un buen pretexto para incentivar el odio.
En el 2020 los azeríes se lanzaron sobre los siete distritos controlados por los armenios y penetraron profundamente dentro de Artsaj, llegando a ocupar su territorio hasta once kilómetros de su capital. Finalmente, Rusia medió para detener el fuego, en forma que el conflicto nuevamente queda postergado, aunque con notoria pérdida para Armenia.
Los azeríes consiguieron ese avance merced al apoyo turco, puesto que el presidente Recep Tayyip Erdogan se ha lanzado a una suerte de política destinada a recuperar el esplendor imperial otomano. Turquía no logró entrar en la Unión Europea, pero invierte mucho en armamento, cuenta con armas israelíes e interviene en Siria, Libia y Chipre.
Pese a que en marzo del 2020 el Secretario General de las Naciones Unidas había hecho un llamado al alto del fuego en todos los conflictos bélicos del mundo para apoyar la lucha contra la pandemia, en julio Erdogan amenazó a los armenios afirmando que Turquía culminaría “la misión que sus abuelos empezaron en el Cáucaso”, que no fue otra que el genocidio.
Un mes después, el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, declaró que las negociaciones sobre Nagorno Karabaj “son prácticamente inexistentes” y agregó que “por todos los medios regresaremos a nuestras tierras”, para lanzar de inmediato una agresión militar en gran escala contra la República de Artsaj, violando el alto el fuego tripartito que había puesto fin a la guerra en 1994.
Turquía apoyó militar, política y diplomáticamente esa agresión: periodistas del New York Times identificaron aviones de combate F-16 turcos en imágenes satelitales; un avión militar turco derribó un avión armenio en el territorio de la República de Armenia; la BBC informó que desde días antes el gobierno azerí reclutaba reservistas y confiscaba camiones, sin contar con que durante meses realizó ejercicios militares conjuntos con Turquía, que tiene el segundo mayor ejército de la OTAN. Por supuesto que no ingresa a territorio azerí ningún periodista extranjero y sólo informan los medios locales y turcos.
Turquía reclutó terroristas mercenarios en Siria y Libia, que cometieron atrocidades contra la población de Artsaj. La presencia de estos yihadistas fue denunciada en declaraciones del presidente de Francia, del presidente ruso y del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, entre otras fuentes.
Los azeríes atacaron más de 190 asentamientos de población civil y el propio territorio armenio, incluso a cientos de kilómetros de la línea de contacto, utilizando drones militares de fabricación israelí. El mantenimiento de un puente aéreo Tel Aviv-Bakú generó una seria protesta diplomática de Armenia.
Dos acuerdos de cese del fuego humanitarios fueron violados por Azerbaiyán en octubre del 2020. Amnistía Internacional y Human Rights Watch confirmaron que las zonas residenciales de Artsaj fueron atacadas con bombas de racimo, zonas pobladas y bosques lo fueron con fósforo blanco, armas que están expresamente prohibidas por el derecho internacional humanitario.
La Catedral del Santo Salvador de Shushí, segunda ciudad y antigua capital de Artsaj, fue atacada dos veces por Azerbaiyán. Monasterios y conventos como el de Dadivank, construido en el siglo IX, y el de Kantsasar, del siglo XIII, corren riesgo de destrucción. Este patrimonio cultural testimonia la presencia milenaria y mayoritaria de los armenios en Karabaj, por lo que no sorprende que se intente su destrucción.
Armenia y la república de Artsaj no tenían razón alguna para iniciar hostilidades y habían apoyado desde siempre los llamamientos para negociar de los países mediadores, de los copresidentes del Grupo de Minsk, de Francia, de la Federación de Rusia, de los Estados Unidos y de la comunidad internacional en general.
El 10 de noviembre del 2020 y por iniciativa de Rusia se firmó una declaración de cese de fuego entre Armenia, Rusia y Azerbaiyán, que detuvo la guerra, pero con gran parte del territorio de la República de Artsaj hoy ocupado por el ejército de Azerbaiyán con el apoyo de Turquía. Rusia se comprometió a enviar tropas de paz en el territorio de Artsaj y se establecieron condiciones para monitorear el cese del fuego.
En rigor, si bien cesó el fuego, esto ha significado un triunfo para Erdogan desde el punto de vista geopolítico, porque logró meterse en algo así como el “Hinterland” de Rusia, pese a que Armenia forma parte de la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), sin perjuicio de lo cual éste demoró en actuar.
En la medida en que no se reconozca la independencia del pueblo de la república de Artsaj conforme al principio de autodeterminación de los pueblos, permanecerá la amenaza de un nuevo genocidio por vía del desplazamiento forzado, del que este conflicto desatado el año pasado por Azerbaiyán y Turquía es un adelanto.
Los antecedentes, sumados al “panturquismo” favorecido por la política del presidente Erdogan e intensificado por el gobierno de Azerbaiyán con su instigación a la “armenofobia”, no presagian nada bueno, no sólo para la pequeña República de Artsaj, sino para la misma República de Armenia.
La propaganda oficial turca habla de un “lobby” armenio en los países occidentales. Lo que hay de cierto en cuanto a este famoso “lobby” es que en el mundo existen fuertes voces en favor de Armenia, pero eso no se debe a ningún gran poder económico, sino a la propia acción turca, pues como resultado de la secular persecución y del genocidio, Armenia tiene tres millones de armenios en su territorio y ocho millones de armenios y descendientes fuera, lo que se conoce como la “diáspora armenia”, resultado de la acción genocida otomana primero y turca después.
Esa y no otra es la razón del apoyo que recibe esta causa en el mundo, ante el peligro de un nuevo episodio genocida. No estaría en modo alguno de más que nuestro Congreso Nacional emitiese una declaración de apoyo y un llamamiento a una paz digna y respetuosa en esta región.
Si bien Argentina tiene problemas propios y nuestros vecinos también los tienen, una guerra de agresión desatada en medio de la pandemia y con antecedentes siniestros de genocidio merece la atención de la representación de nuestro pueblo.
De alguna manera, desde la convocatoria de nuestro Preámbulo constitucional, aquí han venido a encontrar amparo perseguidos de todo el planeta, sea por desplazamiento económico, por guerras, por persecución política, por genocidios y, en definitiva, nuestro hermoso mosaico pluricultural resulta del sometimiento colonial de nuestros originarios, del genocidio practicado contra ellos y de la sucesiva incorporación de desplazados del resto del mundo, que han venido a enriquecerlo. Por ende, ninguno de estos horrores es ajeno a nosotros.
* Jurista, jurisconsulto, escribano y criminólogo argentino graduado de abogado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Obtuvo el doctorado en Ciencias Jurídicas y Sociales en la Universidad Nacional del Litoral en 1964. Profesor Emérito de la UBA. Artículo publicado en La Tecl@ Eñe