En Argentina, el coronavirus se convierte en una gigantesca fuente de miedo
Juan Guahán-Question Latinoamérica|
En los primeros días de la pandemia, con el protagonismo de los aplausos a los trabajadores de la salud desde los balcones, daba la impresión que podía desplegarse una generalizada solidaridad hacia las víctimas del covid-19 y las personas afectadas a la atención de la misma. El tamaño del dolor producido por este coronavirus y algunos iniciales gestos solidarios albergaron la idea de que la pandemia “nos hará mejores”.
Con el paso de los días, no solo desaparecieron aquellos aplausos sino que el miedo fue ocupando el lugar del respaldo y las muestras de fraternidad. Las políticas de Estado, bajo la atenta mirada del mercado, y los objetivos de los grandes medios, en manos de los mismos dueños del poder, han creado las condiciones para transformar esta peste en una gigantesca fuente de miedo. Esta situación coloca a la sociedad al borde de la angustia colectiva.
Los contagiados y el personal que los cuida comenzaron a padecer discriminaciones de todo tipo. Se fueron transformando en un “peligro social” para “los otros”.
En el Barrio Nueva Esperanza de la ciudad de Neuquén residía un enfermero que tuvo síntomas del coronavirus, por precaución se aisló en el domicilio de su madre. Verificado que no estaba contagiado volvió a su casa. Allí los vecinos intimaron que se fuera, le quemaron la casa y robaron su coche. Tamaña y extrema reacción es expresiva de un estado de ánimo colectivo que ha “intoxicado” a gran parte de la sociedad.
Esta actitud, que evidentemente ya estaba en la sociedad, se profundizó con la aparición de este virus. El “autismo social” que promueve el “sálvese quien pueda” llegó –con el Covid 19- a sus puntos más altos. La competencia que rige la vida de los mercados se ha instalado como una guía de la vida social llegando a estos extremos del individualismo que atentan contra la vida en sociedad. El prolongado aislamiento social ha favorecido estas tendencias.
Dos elementos que caracterizan a esta situación
Uno es la exacerbación del individualismo que termina alimentando hasta el infinito aquel principio romano de “divide y reinarás”. Lo otro es la eliminación de la población considerada “innecesaria”. Da la impresión que este virus está programado para cumplir con esta función. Enfermos y viejos son sus principales víctimas.
Cualquiera sea el origen de este virus, el actual modelo social le está profundamente agradecido. Ayuda –en lo inmediato- a los gobiernos estatales a mantener su poder. Lo que está ocurriendo es funcional a la continuidad de los intereses del sistema dominante. Parece una respuesta al pedido de quien fuera Primer Ministro de Japón -Taro Aso- que el 22 de enero de 2013 pidió a los ancianos que “se den prisa en morir” para evitar un gasto innecesario para el país.
El virus afecta a una parte de la población pero la siembra del miedo se expande por toda la sociedad. Los sentimientos de angustia, temor y el peligro de la muerte nos introducen en una especie de pánico y en la desconfianza hacia los demás, promoviendo un individualismo paralizante y haciendo más difícil nuestras necesidades de respuestas colectivas.
Los actuales poderes están agradecidos por esta “ayuda” para sobre llevar esta crisis. Sin embargo son consientes que la profundidad -nacional y global- de la misma no va a desaparecer y que, en el mediano plazo, las respuestas pueden ser aún más profundas de lo que hoy aparece como previsible en el horizonte.
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)