Reflexiones de cuarentena: Una nueva Humanidad
Beatriz Bissio|
¡Cuántos desafíos nos plantea el momento que estamos viviendo! ¡Cuántas certezas se desmoronan como si fueran de polvo! ¡Cuántas mentiras que los medios de comunicación y los más poderosos intentaron pasar por verdades quedaron al desnudo! Gran parte de esto sería motivo de celebración, si no fuera porque su costo es una tragedia humanitaria de alcance inimaginable.
Intentaré no repetir lo que muchos ya han dicho o escrito. Pero es obvio que una pandemia de las proporciones de ésta que nos aflige desde principios del 2020 nos obliga a repensar viejos problemas que de ahora en adelante ganan otra relevancia. Se trata de desafíos teóricos y prácticos.
De los desafíos teóricos (pero con posibles consecuencias prácticas, si se toman en serio), el primero, pienso, es aquella pregunta, tan antigua como la civilización misma, pero que hoy nos desafía con todo dramatismo: ¿qué viene primero, la sociedad o el individuo? Parece un problema fuera de la tarea hercúlea de derrotar a nuestro enemigo invisible.
Pero no lo es. Dependiendo de la respuesta, actitudes muy diferentes en estrategia y en comportamiento serán adoptadas para enfrentar el contagio y minimizar el daño del vírus entre los seres humanos.
La respuesta de China, por ejemplo, dejó en claro la filosofía que guía no solo al gobierno, sino, sobre todo, al conjunto de ciudadanos: los intereses colectivos se sobreponen a cualquier interés individual. Un ejemplo ya citado de esta forma de asumir los derechos y deberes derivados de la vida en sociedad fue la respuesta en Wuhan, epicentro de la pandemia, a una convocatoria de voluntarios.
¿Las tareas? Ayudar, en los barrios más afectados por la enfermedad, a todos los vecinos en cuarentena que necesitaban comprar alimentos y medir la temperatura de todos los residentes en la zona, un control necesario para minimizar la propagación de la infección. Se presentaron diez mil voluntarios y, en menos de diez horas, fueron creados comités comunitarios para atender a los necesitados.
Otro desafío teórico, relacionado con el anterior (qué viene primero, la sociedad o el individuo) también es antiguo, pero resurge muy actual: ¿qué es más importante en una sociedad, la libertad o la igualdad?
El debate sobre este tema inflamó los círculos políticos durante décadas en el siglo pasado, en el marco de la lucha ideológica entre el capitalismo y el socialismo / comunismo. El argumento de quienes entendían que la primacía debía ser de la libertad, tal como era entendida en ese contexto – recuérdese que el concepto de libertad fue cambiando a lo largo de la historia – consistía, básicamente, en la defensa del sistema capitalista, la libre empresa y el mercado.
El argumento central de esta corriente giraba en torno a la crítica del Estado en el modelo soviético, en el que los “derechos individuales” estaban sujetos a la lógica colectiva.
En contraste, aquellos para quienes la igualdad debía ser considerada el elemento más importante para la vida en sociedad señalaban la falacia de la libertad en el sistema capitalista: al dejar a la economía en las “manos invisibles” del mercado, el capitalismo solo podía ofrecer, para la mayor parte de la sociedad, una libertad ilusoria, por ser muy limitada, una libertad que, según una metáfora bien humorada, se reduce a la posibilidad de elegir entre Coca Cola y Pepsi Cola …
Y en los días de hoy, ¿son relevantes estos debates?
Bueno, si los lectores acompañan la cobertura de la pandemia del Coronavirus en los medios de comunicación, en Brasil y en el mundo, pueden estar de acuerdo conmigo en que estos temas afloran en todas las conversaciones, pero solo indirectamente.
Aparecen en alguna de las intervenciones durante las mesas redondas u ocupan algunos segundos de los testimonios recogidos en vivo, cuando el reportero le da la palabra a alguna persona más consciente a quien entrevista en la calle. Pero un tratamiento de fondo, sincero, de estas cuestiones no se puede esperar en los grandes medios de comunicación comerciales ni en las colectivas de prensa de las autoridades, salvo excepciones.
¿Por qué? Porque esos temas colocan “el dedo en la herida”: si se abre el debate, obligarían a admitir que nuestras sociedades, particularmente en el mundo occidental, cuando están regidas por la versión neoliberal del capitalismo, son disfuncionales. Si se admite esto, el siguiente paso debería ser discutir los cambios necesarios en el modelo que nos oprime como sociedad y nos condena como especie, por el daño irreparable que está causando en nuestro hogar común, el planeta Tierra.
Sería necesario abrir el debate sobre los absurdos de un sistema que no permite la quiebra de los bancos, pero sí tolera que millones de seres humanos vivan condenados a la pobreza y al hambre, que pasen su existencia sin la mínima oportunidad de formar parte, realmente, de la sociedad.
Sería impostergable la inversión de las prioridades en el uso de los recursos de cada país, sería imperativo prohibir las prácticas predatorias del medio ambiente, repensar el trabajo humano para que no se transforme en una forma de explotación y de discriminación, sino en un instrumento de nuestra realización como seres racionales, sería ineludible juzgar y condenar a los responsables por todos esos desatinos (¿o deberíamos, sin eufemismos, llamarlos crímenes?).
Por lo tanto, como estos temas no pueden ser parte de la agenda del debate, los medios de comunicación al abordar los desafíos de la pandemia del coronavirus solo abren la discusión para los problemas emergenciales, pero no permiten que se coloque en jaque el temas del modelo de desarrollo económico y sus derivaciones.
Hoy, los grandes banqueros, los CEO de las mega-holdings, los miembros del 1% que explota el 99% de la humanidad y los principales medios de comunicación, los medios oligopólicos, que constituyen una de las principales bases de los gobiernos neoliberales, tienen como se dice popularmente “una papa caliente” en sus manos. Un pequeño virus logró revelar que todas las certezas en sus discursos no eran más que un castillo de naipes. Pero no podemos esperar un acto de arrepentimiento o “mea-culpa” de parte de ellos.
Si los medios de comunicación no alientan este debate, cada uno de nosotros puede, en este momento, repensar nuestro papel en este mundo y observar criticamente la situación a la que hemos llegado. Si este no era un problema presente en nuestras aflicciones antes, hoy puede serlo, porque con el rigor de las medidas que exige, la pandemia requiere pensar en los intereses colectivos en lugar de los intereses individuales.
Las manifestaciones espontáneas de solidaridad que han surgido en diferentes partes del mundo, reproducidas insistentemente en las redes sociales, así como la generosa donación de millones de médicos, enfermeros, técnicos de salud, personal de limpieza, que continúan al lado de los pacientes infectados en los hospitales, incluso al altos precio de sus propias vidas, todo esto muestra el poder transformador que cada uno de nosotros tiene y la fuerza de nuestra acción colectiva.
Hoy nos damos cuenta, si aún no lo habíamos entendido, que sin una sociedad organizada, nosotros, los individuos, no podemos sobrevivir. ¡Y que una sociedad en la que la igualdad no sea un valor a ser buscado, tampoco nos permitirá sobrevivir! En un momento de crisis, como ha quedado demostrado dramáticamente en estos días, todos dependemos de todos, y nadie está a salvo a menos que cuente con la ayuda de los demás.
El coronavirus parece estar destinado a “infectarnos” no solo literalmente, sino también metafóricamente y, en este caso, de forma positiva. Nos obliga a vernos como miembros de la misma especie, todos amenazados, y como habitantes del mismo hogar, nuestro hermoso planeta azul, que no tiene fronteras, y también está amenazado, pero en este caso, por nuestra especie …
La pandemia también nos muestra que, en ausencia de orientación y liderazgo desde arriba (ya que pocas autoridades aquí y en el mundo han demostrado estar a la altura del desafío), las iniciativas de la sociedad, producto de la autoorganización, se multiplican. Los vecinos se arremangan y buscan paliativos, soluciones, aunque sea improvisadas. Y cada uno, dentro de sus límites y habilidades, comienza a pensar en la mejor manera de donarse, de servir. (Esto no significa ignorar la existencia de casos perversos de explotación del sufrimiento ajeno).
Si pensamos en el aprendizaje de estos días, de estas semanas, como el embrión de algo nuevo, las posibilidades de un cambio de comportamiento futuro son alentadoras. Las iniciativas que surgen demuestran que nuestras sociedades tienen el potencial de responder a la locura de quienes gobiernan y de quienes ejercen un poder real detrás de ellos. Pero ese aprendizaje también demuestra que, si hay un gobierno en sintonía con su pueblo, la eficacia de la acción gubernamental se agiganta cuando la sociedad toma para sí parte sustancial de la responsabilidad de llevar adelante las medidas a ser adoptadas.
Pero es imprescindible comprender que esta energía, esta solidaridad, estas experiencias de autoorganización, esta fuerza social, no se pueden disolver con la victoria sobre el virus. Al contrario, el “día siguiente” no será fácil. Habremos perdido mucho, en términos humanos y materiales, después de la crisis. Por esta razón, tendremos que permanecer unidos, organizados, pro-positivos, buscando nuevas formas de garantizar un futuro diferente para nuestras sociedades.
*Profesora Asociada del Departamento de Ciencia Política y del Programa de Posgrado en Historia Comparada (PPGHC) de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ); miembro del equipo fundador de Diálogos del Sur, ex directora de las revistas Cuadernos del Tercer Mundo, Ecologia e Desenvolvimento y Revista del Mercosur. Colabordora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)