El comercio por pedido como solución para erradicar el bachaqueo

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 Luis Enrique Gavazut-15yultimo|

El comercio por demanda es aquel que todos conocemos y al cual nos hemos acostumbrado. El comerciante compra mercancías a un determinado precio y luego las revende a un precio mayor al consumidor final. La inversión que hace el comerciante al comprar las mercancías implica de su parte un cálculo o estimación relativo a cuál será el volumen de demanda, para así minimizar el riesgo de que se le quede fría la mercancía en inventario, o bien que se quede corto en la cantidad que compró y pierda ventas potenciales por no contar con el inventario suficiente para satisfacer la demanda.

Si la mercancía se le queda fría, el comerciante tiene un dinero invertido en ella que está perdiendo valor en la medida en que el tiempo avanza, porque está perdiendo la posibilidad de utilizar ese dinero represado en inventario en otras inversiones rentables, como puede ser por ejemplo su colocación en instrumentos financieros del mercado monetario o del mercado de capitales, o la compra de otras mercancías de mayor velocidad de rotación, es decir, de más rápida venta.

Si el comerciante respeta la ley, no puede remarcar el precio de las mercancías que tiene en inventario y, por lo tanto, debe asumir las pérdidas inherentes al riesgo que corrió al hacer su inversión en las mismas. Estas pérdidas se deben a su falta de tino o acierto al tomar una decisión de inversión riesgosa, en función de la estimación que hizo acerca de la demanda potencial insatisfecha y las diferentes variables que la afectan.

Ese es el riesgo del comercio por demanda y es lo que justifica la rentabilidad financiera que, en caso de tener éxito, obtiene el comerciante al invertir su dinero en la compra de mercancías.

En toda inversión es el riesgo lo que justifica la ganancia del inversionista. Esto es así tanto en la inversión productiva, como en la financiera y la comercial. En el caso del comercio, desde la antigüedad eso se conoce como los riesgos de la aventura comercial. Los comerciantes asumían enormes riesgos cuando compraban mercancías y las tenían que transportar en caravanas sujetas al acoso de los asaltantes de caminos y a los avatares climatológicos, como tormentas que podían hundir las embarcaciones donde se transportaba la mercancía. Por correr esos grandes riesgos de caer en la ruina, los comerciantes realizaban enormes ganancias de arbitraje (comprar a un precio y vender a otro mucho mayor) si su aventura empresarial llegaba a feliz término.

Es por eso que si el comerciante no respeta la ley y opta por remarcar el precio de las mercancías que tiene en inventario, está obteniendo una ganancia financiera sin asumir riesgo alguno y, por lo tanto, tal ganancia es injustificada. Es como si alguien obtuviese un pago de intereses sin haber colocado dinero alguno. Es una retribución sin contraprestación. Es mucho peor que la especulación, pues se trata de recibir algo a cambio de nada. Es obtener rentabilidad por una inversión de riesgo cero. Por definición, si el riesgo es cero, la rentabilidad es cero. Solo el riesgo determina válidamente la rentabilidad.

Un especulador financiero, que compra acciones de compañías que se cotizan en la bolsa de valores, asume un riesgo. Por asumir tal riesgo justifica la eventual rentabilidad de su inversión. Pero el especulador financiero no tiene control alguno sobre el valor de las acciones que ha comprado, no puede “remarcar” el precio de las acciones en el mercado, sino observar y analizar cómo el mercado mismo va fijando el precio de las acciones cada día.

De igual manera, el comerciante solo debería tener la posibilidad de observar y analizar el comportamiento de la demanda y solo en función de eso asumir sus riesgos, tal como lo hace el especulador financiero. Pero el comerciante, a diferencia de este último, sí tiene control directo sobre el precio de las mercancías que ha comprado, y de hecho incurre en el remarcaje.

La ley prohíbe el remarcaje porque confiere al comerciante una ganancia sin contraprestación. Lamentablemente, muchos comerciantes no respetan la ley y optan por el remarcaje, sobre todo cuando las instituciones del estado son débiles, ineficientes y/o corruptas, lo que hace sumamente fácil cometer el crimen del remarcaje y quedar impune.

Así, el comerciante decide reemplazar el riesgo legítimo de su aventura comercial y salir airoso, por el riesgo de cometer un crimen y quedar impune. Y por asumir ese riesgo considera que la ganancia que obtiene se justifica y es válida. Deja de ser así el comerciante un agente económico legítimo, para convertirse en un delincuente. Con la mentalidad y la lógica de quien vive del delito. Igual que un narcotraficante, un ladrón, un extorsionista o un secuestrador, que ciertamente incurren en una aventura riesgosa y por ella obtienen una rentabilidad muy alta, dado que el riesgo en que incurren también es muy alto en caso de ser capturados por la justicia.

Cuando un criminal perpetra su crimen y es condenado a penas que pueden llegar a ser muy severas, todo el mundo entiende perfectamente por qué recibió ese castigo. Todo el mundo comprende y acepta que el criminal cometió un crimen, es decir, tuvo una conducta injusta, y por eso el estado tuvo que intervenir para hacer justicia y corregir la transgresión del delincuente a las leyes impuestas por la sociedad.

Pero en el caso del comerciante que hace remarcaje de los precios de sus mercancías en inventario, la gente no suele verlo como algo injusto, incluso llegan a justificar la conducta del transgresor y a defender su lógica de delincuente. Piensan que es el Estado el que incurre en una injusticia al confiscarle la mercancía al comerciante o multarle o embargarle o llevarlo a la cárcel. Piensan que es justo que el comerciante remarque los precios de su inventario, porque si no lo hace no podrá entonces recuperar el dinero que invirtió y no podrá reponer el inventario. Piensan que es perfectamente válido que el comerciante fije y reacomode sus precios en función del costo de reposición del inventario.

Lo que no comprende la gente que así piensa es que nadie puede obtener una ganancia injusta, porque eso no lo hace ni siquiera el especulador financiero. Nadie puede pretender obtener una ganancia sin asumir un riesgo. Eso es un principio básico, fundamental, esencial de la economía y sus reglas de juego mínimas. Lo contrario es caer en la anarquía económica y en el caos. Y eso es precisamente lo que ha ocurrido en Venezuela, donde la inmensa mayoría de los comerciantes han violentado esa regla elemental de la convivencia económica, al punto de creer ellos mismos y hacer creer a todo el mundo que el remarcaje en función del costo de reposición de inventario es lo más normal del mundo y está plenamente justificado.

Si, en lugar de fijar un precio dado y luego proceder al remarcaje, el comerciante simplemente fija un precio enorme desde el principio, muy superior al precio que pagó por la mercancía, el efecto es exactamente el mismo, pues obtiene una ganancia sin asumir riesgo alguno y, por lo tanto, su ganancia es injustificada. Una ganancia que equivale a la usura, un delito que consiste en el cobro de una tasa de interés excesiva por un préstamo.

Si la economía está sometida a los embates de la inflación o la hiperinflación, el comerciante debe asumir sus riesgos de pérdida como todo el mundo. No puede pretender que nunca va a perder o a disminuir su poder adquisitivo, su patrimonio y su riqueza, como todo el mundo. La inflación es un flagelo que debe afectar a todos los miembros de la sociedad por igual. La inflación es una enfermedad del organismo social. No puede pretender el comerciante que él no se verá afectado por esa enfermedad, pero todos los demás sí.

Mientras campesinos, agricultores, obreros, fabricantes, ahorristas y banqueros sí se ven afectados en su patrimonio, su riqueza y sus ganancias o ingresos por la inflación, el comerciante no puede pretender ser el único que no se vea afectado. Eso es injusticia. Y eso debe, puede y tiene que ser penado y castigado.

Ahora bien, si profundizamos un poco en este análisis, pronto se cae en cuenta de que aquello que históricamente se conoció como la aventura comercial, cuyos grandes riesgos justificaban plenamente las ganancias de arbitraje del comercio por demanda, hoy día ha evolucionado conforme la sociedad toda también lo ha hecho.

Así como en la actualidad, gracias a la ciencia y la tecnología, los riesgos para la salud de las personas son mucho menores que en el pasado, los riesgos de la aventura comercial también son prácticamente insignificantes en comparación con tiempos pasados. Incluso en aquella aventura comercial que involucra travesías oceánicas, porque el avance de la marina mercante moderna es tal, que hasta las tempestades más terribles son sorteadas sin mayores problemas.

Esto lleva a replantearse seriamente toda la lógica del riesgo comercial y de la mercancía como instrumento o vehículo para hacer inversiones y realizar ganancias financieras, la lógica de los activos reales tomados como activos financieros. Es decir, la financiarización de los bienes, sobre todo de los bienes de primera necesidad, como alimentos y medicamentos.

El comerciante final, a diferencia del transportista, calcula su tasa de ganancia incluyendo en sus costos totales lo que pagó por la mercancía y por el transporte, en lugar de solamente sus costos de operación como comerciante final (alquiler de la tienda, luz, sueldos de las cajeras, etc.).

Pero resulta, que el productor ya imputó una ganancia sobre los costos de producción (materia prima, obreros, insumos, etc.), que va incluida en el precio de la mercancía a puerta de productor. Y el transportista, también imputó ya una ganancia sobre los costos de transporte (mantenimiento del vehículo, combustible, etc.). Pero el transportista no imputa ganancia sobre el valor de la mercancía, solamente la transporta. Mientras que el comerciante final sí imputa ganancia, no solamente sobre el valor de la mercancía, sino además sobre el valor del transporte.

El comerciante final solamente debería imputar ganancia sobre el valor del expendio (lo que cuesta mantener la tienda funcionando) y no sobre el valor de la mercancía ni del transporte. Esto último ocurre porque el comerciante financia, tanto la mercancía como el transporte, porque a diferencia del transportista de hecho adquiere la propiedad de la mercancía; es decir, pone su propio capital en riesgo, saca dinero de su propio bolsillo, para comprar la mercancía al productor y pagar por el transporte hasta la tienda. Por hacer eso, es decir, por de hecho efectuar una inversión financiera (“prestarle” dinero al consumidor final para que éste pueda tener acceso a las mercancías en la tienda más cercana), el comerciante imputa una ganancia por ello.

Pero esa ganancia ni siquiera es sobre la base de una tasa de interés razonable en función del capital invertido (dinero “prestado” al consumidor final) por la cantidad de días que dicho capital permanece en forma de inventario de mercancías en la contabilidad del comerciante (que equivale a la cantidad de días de duración del “préstamo” al consumidor final); sino que dicha tasa de interés se iguala a la tasa de ganancia global del comerciante.

A ningún banquero se le ocurriría, por ejemplo, cobrar el 10% sobre el principal en apenas 5 días (que es lo que puede durar la mercancía en promedio desde que el comerciante la compra al productor hasta que la vende al consumidor final). Esto en el caso de un banquero es usura, porque lo normal es una tasa de interés del 12% en 365 días, es decir, anual. Incluso aunque esa tasa sea del 20% o 30% anual, sigue siendo muchísimo menor que el 10% semanal.

Y es esta usura, sobre el valor de la mercancía producida y transportada, lo que incrementa exponencialmente, tal cual con la fórmula del interés compuesto, el precio al consumidor final. Así que el comercio es de hecho una actividad delincuencial, porque genera una ganancia injusta para el comerciante, quien actúa como si fuese un banquero usurero, más allá de la mera actividad de expendio, que es su único y real aporte a la economía, su único valor agregado.

Y más aberrante aún: la mayoría de las veces, el comerciante ni siquiera compra las mercancías con su propio dinero, sino que lo hace pidiendo un préstamo a un banco comercial, el cual lo que hace es darle el dinero que los propios consumidores finales tienen allí depositado. En otras palabras, a la final, el comerciante ni siquiera le está “prestando” por 5 días un dinero al consumidor final, sino que es el propio consumidor final quien le está dando ese dinero al comerciante a través del mecanismo de la intermediación bancaria.

También, mediante la figura del crédito comercial, el comerciante toma la mercancía sin tener que erogar un centavo y además retiene los flujos de efectivo que va obteniendo rápidamente durante varios días adicionales hasta el vencimiento del plazo del crédito comercial, que suele ser a 15, 30, 60 y 90 días.

Dado que el riesgo que asume el comerciante al invertir su dinero comprando mercancías es en la actualidad prácticamente inexistente, debido a la modernidad, y tomando en consideración que incluso el riesgo inherente al comercio por demanda es superado por la lógica de anticipación del costo de reposición de inventario y por el remarcaje de precios, preciso es concluir que el comercio por demanda no tiene riesgos que justifiquen ganancias debidas a que los bienes sean utilizados como instrumentos de inversión financiera.

Y como solo hay dos maneras de obtener ingresos justificados en las economías modernas, sea por la contraprestación de trabajo, sea por la asunción de riesgos, entonces la actividad comercial no puede seguir justificando sus rendimientos por la asunción de riesgos, sino exclusivamente por la contraprestación de trabajo o prestación de servicios.

Cualquier comerciante deriva sus rendimientos, ganancias o ingresos, de dos fuentes. Por una parte, la rentabilidad financiera sobre las mercancías que compra, y por otra parte, la remuneración que obtiene por la prestación de sus servicios de distribución y despacho, es decir, por sus servicios logísticos.

La evolución natural de la sociedad, dados los avances de la modernidad, va haciendo desaparecer cada vez más las ganancias financieras y de arbitraje comercial sobre las mercancías, constriñendo a los comerciantes únicamente a derivar ganancias por la vía de los servicios logísticos que prestan.

En efecto, hoy día las economías avanzadas han evolucionado para adoptar formas de distribución y comercialización de bienes que no involucran ganancias financieras ni de arbitraje por parte de los comerciantes, tales como la venta directa, la venta a distancia, la venta por catálogo, el comercio puerta a puerta, el comercio electrónico, la cooperativa de consumo y el economato comunitario.

Incluso en Venezuela, iniciativas como el Mercal Máxima Protección, Mercal Obrero, Mercal Casa por Casa y, más recientemente, los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), son formas similares de distribución y comercialización alternativas al comercio por demanda. Todas estas formas novedosas hacen que las ganancias se establezcan en función del valor agregado de cada agente económico en términos de economía real, de factores de producción, y no en términos de arbitraje o especulación financiera añadidos en virtud de riesgos que ciertamente existieron en tiempos pasados pero que actualmente son un anacronismo y distorsionan la buena marcha de las economías.

De acuerdo con Ongallo (2007), la venta tradicional está dando pasos cada vez más a sistemas de venta directa que eliminan los diferentes eslabones de la cadena de distribución y comercialización, conectando directamente al productor con el consumidor. En la siguiente figura, se esquematiza este concepto.

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Fuente: Forever Living. Tomado de: Ongallo, Carlos (2007). El Libro de la Venta Directa. El Sistema que ha transformado la vida de millones de personas. España: Días de Santos. p. 20

Según la World Federation of Direct Selling Associations (WFDSA), las ventas directas globales superaron US$ 178 mil millones en 2013, representando un 8,1% de crecimiento respecto a 2012; las estadísticas muestran además que el crecimiento de contratistas independientes asciende a  96 millones.

En 2012, Venezuela ocupó la posición 16 en el ranking mundial de mercados con mayor volumen de Venta Directa. Y en 2013, la posición 20. Nuestros consumidores han estado acostumbrados a la Venta Directa (Avon, Yanbal, Herbalife, etc.).

Buena parte de los males que han aquejado y siguen aquejando a la economía venezolana a lo largo de los últimos años, caracterizados como el período de guerra económica, obedecen a la entronización de la ganancia injusta del comercio por demanda, debida a la obtención de rentabilidad financiera con riesgo cero, y a su fase terminal decadente que ha dado en denominarse bachaqueo, el cual consiste en la incorporación de uno o varios eslabones adicionales al final de la cadena de distribución y comercialización, que posibilitan la elevación del precio de las mercancías al causar su escasez; es decir, los bachaqueros compran toda la mercancía disponible en los comercios minoristas, acaparándola y luego ofertándola mediante formas nefastas de economía informal o soterrada a los consumidores, a precios exorbitantes.

Con ello, el bachaquero o redes de bachaqueros, que en esto no se diferencian de las prácticas perversas de un monopolio que deliberadamente induce escasez para ocasionar la elevación de los precios, obtiene para sí enormes ganancias de arbitraje totalmente injustificadas, generando dos mercados simultáneos para las mismas mercancías, el mercado comercial convencional y el mercado negro o paralelo de bienes de primera necesidad.

No obstante, pese a su naturaleza informal y soterrada, no debe perderse de vista que el bachaquero no es más que otro comerciante por demanda que se suma al final de la cadena de distribución y comercialización, haciéndola colapsar. Como tal debe conceptuársele y estudiársele.

También conviene advertir que existe el bachaquero corporativo, mucho más poderoso y lesivo que el bachaquero menudo, pues se suma como eslabón intermedio en la cadena de distribución y comercialización, y no al final de la misma.

La transferencia de la propiedad de la mercancía de un actor al siguiente en la cadena de distribución y comercialización está en la raíz de esta perversión económica. Si se quiere resolver el problema, tiene que evitarse la transferencia de propiedad de la mercancía a la cadena de intermediarios, que la propiedad pase directamente del productor al consumidor final, tal como se hace en los sistemas de venta directa. Para una mejor comprensión de este planteamiento, considérese la siguiente esquematización.

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Aun cuando una instancia del poder popular supervise, la misma no puede controlar a tiempo completo a quién le vende el comerciante, ni a qué precio (“por debajo de cuerda”); debido a que se trata de un trabajo voluntario, que requiere dedicación (para verificar despachos, inventarios, facturas, etc.) e implica lidiar permanentemente con conflictos desagradables (discusiones, confrontaciones, denuncias, etc.).

Por su parte, aun cuando el comerciante firme un pacto o alianza con el Estado y/o el poder popular, no se le puede vigilar las 24 horas del día para verificar su cumplimiento.

Esto tiene como implicación que el comercio por demanda a precios regulados o acordados, aun cuando se pacte con el estado y/o el poder popular, tiene los mismos problemas y riesgos asociados a cualquier tipo de comercio por demanda. En tal sentido, aunque las estrategias de precios acordados podrían mejorar un poco esta faceta de la guerra económica, no pueden acabar con ella.

La razón fundamental es que el comportamiento esperado de los actores involucrados en la estrategia de precios acordados (comerciantes, compradores, inspectores populares) depende de su buena voluntad y nivel de conciencia.

Lo mejor que se logra manteniendo el comercio por demanda es controlar el desabastecimiento mediante la liberación de precios, dando con ello rienda suelta a la usura y la inflación; pero, en guerra económica, ni siquiera eso funciona, pues así los precios suban, igual hay escasez.

En cambio en el comercio por pedido o consumo programado:

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Por lo tanto, si el comerciante no detenta la propiedad de la mercancía, no puede realizar ganancias financieras ni mucho menos de arbitraje con la misma, ni tampoco desviarla a destinatario diferente del consumidor final. En la siguiente figura, se ilustra esta idea de manera más detallada.

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Estrellarse no dos, sino muchas veces con la misma piedra, indica que es hora de cambiar el curso de acción. Es obvio que, pese a la estrategia de precios acordados recientemente instrumentada por el gobierno, se repetirá lo mismo de siempre: desabastecimiento programado, bachaqueo y cierre de santamarías.

No hay solución a este problema que provenga de la teoría económica ortodoxa. O inventamos o erramos. Desde hace tiempo he propuesto decretar el monopsonio estatal en todos los rubros de primera necesidad y la distribución programada territorializada de los mismos, en lugar de la distribución por demanda convencional por donde siguen y siguen poniéndonos de rodillas.

Es decir, hay que sacar del circuito de comercio por demanda, a todos los rubros de primera necesidad. Ninguno de esos rubros debería ser comercializado por demanda. No deberían venderse en comercios, ni tiendas ni grandes cadenas. Tendrían que ser importados y producidos pre-vendidos al consumidor final destinatario. Es la lógica del sistema de venta programada o anticipada y producción bajo pedido. Comercio por pedido o programado o de venta directa, si se prefiere.

No habría distribución de mercancías cuya propiedad pasa de manos de un eslabón de la cadena de comercialización al siguiente, sino servicio de transporte y despacho de una carga que no le pertenece ni al almacenista, ni al transportista ni al agente de despacho, porque es una carga que tiene al consumidor final destinatario como único propietario desde antes de ser producida o importada. Es análogo a la venta por catálogo y a las compras por Amazon.

Los diferentes actores siguen participando todos, lo único que varía en esta propuesta es que no hay transferencia de propiedad de la mercancía de un eslabón a otro de la cadena de distribución y comercialización, de tal manera que los actores no deriven sus ganancias de la financiarización ni el arbitraje de las mercancías, sino de los servicios logísticos que prestan. Como ya se explicó, el comercio por demanda de las mercancías proporciona ganancias financiero especulativas que no son fruto de la prestación de un servicio, sino de la rentabilidad sobre una inversión que hoy en día tiene riesgo cero. Debe superarse ese anacronismo. Las mercancías esenciales para la vida no pueden seguir siendo un activo financiero especulativo y sujeto a arbitraje. Por eso se propone que el sector privado siga distribuyendo, pero que ya no derive rentabilidad financiera ni de arbitraje sobre la mercancía, sino que solamente la distribuya como una carga que no es de su propiedad y obtenga sus ganancias únicamente por la prestación de los servicios logísticos.

Seguidamente, se esquematiza la lógica de funcionamiento de este sistema de comercio por pedido o consumo programado, en una serie de diagramas que he presentado en anteriores publicaciones y en diferentes escenarios desde hace algunos años.

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En anteriores artículos he explicado detenidamente en qué consiste el monopsonio estatal y por qué es ideal para gestionar el abastecimiento a precios accesibles de los bienes de primera necesidad en la sociedad, principalmente alimentos de la cesta básica y medicamentos de uso frecuente.

Baste recordar en esta ocasión que el monopsonio es común en las economías avanzadas. Son muy conocidos por su enorme tamaño los monopsonios minoristas en Estados Unidos y Europa, tales como Walmart (Estados Unidos), Tesco (Reino Unido) y Carrefour (Francia). En los sectores de armamento  pesado y de obras públicas, el estado suele ejercer el monopsonio en todos los países.

Los monopsonios más conocidos (WalMart, Tesco, Carrefour) encarnan verdaderos gigantes corporativos. WalMart tiene en nómina más de 2,1 millones de empleados en sus superficies minoristas; sin embargo, su tamaño efectivo es extraordinariamente mayor. Más de 6.000 fábricas chinas, con decenas de millones de empleados, trabajan, bajo contrato exclusivo, para llenar los kilómetros de estanterías de WalMart. En 2003, el 18% de todas las importaciones de Estados Unidos procedentes de China fueron a parar a WalMart.

En Europa Noroccidental más de 70% de todos los alimentos sólo pueden ser adquiridos en 4 o 5 grandes cadenas de supermercados. En Suecia, Irlanda y Dinamarca, la cifra es superior en más del 80%. Europa del Este entre el 50 o 60 por ciento. El sur de Europa el 30 o 40% (aunque España estaba ya en el 65,2% en 2006). La tendencia sigue siendo al alza. En todos los países de Europa la tendencia es hacia un puñado de grandes cadenas que venden los productos más cotidianos, y ampliando cada vez más la gama hacia otros productos, como la electrónica, ropa, productos farmacéuticos, juguetes, libros, banca, servicios financieros, seguros…

Por lo tanto, no se trata de una idea comunista, sino de la natural evolución de las economías modernas.

Finalmente, hay que señalar que las tecnologías de datos distribuidos, descentralizadas y de gestión colectiva, tales como la conocida blockchain (cadena de bloques), proporcionan el soporte ideal para transparentar y hacer viables los sistemas de comercio por pedido o consumo programado que están llamados a desplazar al anacrónico comercio por demanda.