Racismo y tierra
OSVALDO BAYER| La discusión ideológica ocupa en Alemania nuevamente un primer plano. Se discute si prohibir o no a las organizaciones neonazis. El gobierno de Angela Merkel, democratacristiana, muestra claramente la intención de prohibir el partido NPD, afín a la ideología del nazismo. Después del asesinato de diez turcos por los nazis, los hechos sin ninguna duda le dan la razón a la primera ministra.
Aunque los que están en contra de la prohibición de ese partido no dejan de tener un razonamiento válido: sostienen que es mejor tenerlos oficializados como organización política así puede identificarse a sus dirigentes, saber el número de votos que obtienen en las elecciones y poder de esa manera seguir sus pasos. Hasta ahora es una minoría absoluta, ya que nunca superó el cinco por ciento de votos, cifra necesaria para tener representantes en los cuerpos legislativos. Pero claro, realizan manifestaciones en todas las ciudades (vestidos de negro) y lanzan las mismas proclamas racistas y antidemocráticas negando el genocidio contra los judíos, los campos de concentración y la culpabilidad en la iniciación de la guerra.
Justo en este tema de los neonazis, el gobierno alemán dirigido por Angela Merkel está pasando un mal momento. Se ha anunciado con bombos y platillos la visita a Alemania del primer ministro turco Erdogan. Se lo va a recibir con todos los honores y hasta el ex presidente alemán Gerhard Schroeder, socialdemócrata, le va a ofrecer un discurso laudatorio. Esto ha causado la inmediata reacción de intelectuales alemanes que se preguntan en diversas publicaciones: “Pero ¿cómo? Si Erdogan niega el genocidio que Turquía cometió a principios del siglo pasado contra el pueblo armenio, cuando fueron masacrados un millón y medio de hombres, mujeres y niños.”
¿Y entonces? A los neonazis alemanes se los pone presos por negar el genocidio del pueblo judío, pero se recibe con todos los honores a quien niega un crimen masivo, de las mismas características, cometido por los turcos. Más todavía, en los últimos tiempos han tenido lugar nuevamente manifestaciones antiarmenias en Turquía. Los diarios informaron que los manifestantes otomanos sostenían carteles con la leyenda: “Vosotros sois todos armenios; todos bastardos”. Ante estas pruebas de racismo, no hubo en Turquía ninguna reacción judicial por racismo y odio contra los pueblos. La pregunta es: ¿cómo reaccionaría el gobernante Erdogan cuando en otros países se realicen manifestaciones así contra los musulmanes o el pueblo turco…? Esa pregunta la hizo tal cual el diario liberal turco Hürriyet, que tiene la posición de terminar con el silencio acerca del genocidio cometido por su pueblo.
En esto también hay que preguntarse cuánto han ayudado al odio racial las religiones que han dominado el mundo. Un tema profundo para historiadores y sociólogos. Además, vemos que los crímenes raciales quedan en la historia del ser humano y serán temas eternos que golpean en la dignidad de las próximas generaciones de los pueblos que cometieron tales crímenes inenarrables.
Un tema también de gran importancia para la paz del mundo es el de la tierra. Tobías Schibav ha publicado un estudio acerca del Robo de la tierra. Es decir, cómo en el orbe grandes empresas del Primer Mundo han comprado en los últimos años miles de hectáreas de tierras en países en desarrollo. Por ejemplo, el negocio que ha llevado a cabo la empresa inglesa New Forest Company, en Uganda. Compró extensiones de campo de donde de inmediato fueron desalojados miles de pequeños campesinos. Como también productores de maíz de treinta aldeas de Kenia que perdieron las tierras donde vivían, que fueron obtenidas por multimillonarios árabes del emirato de Qatar. Esa compra de tierras ha ido en perjuicio total de campesinos, pastores y pescadores. Y ahora esas grandes empresas compradoras las dedican a producir alimentos y plantas energéticas exportables.
En una reunión realizada en la FAO, organización mundial para la alimentación, con representantes de los gobiernos de varios países y organizaciones de derechos humanos, se discutió a fondo este tema y se llegó a aprobar un documento acerca del uso de la tierra. Este documento –sin ninguna duda– servirá para defender a los grupos poblacionales pobres y marginados. Esas directivas se van a debatir el 18 de mayo próximo en el Congreso de la FAO al que concurrirán representantes de 191 Estados. En él se reconocerá como propietarios a aquellos pobladores que durante siglos han trabajado la tierra y que son desalojados en cualquier momento porque no poseen títulos de propiedad de esas tierras.
Esto va a marcar algo fundamental para los pueblos originarios. Que son desalojados principalmente por eso: porque no poseen títulos de propiedad en las regiones que han habitado durante siglos, generación tras generación.
Desde diciembre del 2001 hasta septiembre del 2011 se vendieron en el mundo 227 millones de hectáreas de tierras a inversores extranjeros.
El país que ha vendido más tierras a empresas extranjeras es el Uruguay. Ha vendido el 26 por ciento del total de sus tierras. Luego, en ese orden, le sigue el país africano Sierra Leona, con el 15 por ciento; Australia, con el 12 por ciento, y luego la Argentina y Egipto, con el 10 por ciento. Nuestro país tiene más tierra vendida al capital extranjero que, por ejemplo, la nación africana del Congo, con el 6 por ciento.
Si de acuerdo con las disposiciones nuevas que posiblemente se aprobarán en el Congreso de la FAO en mayo próximo, la Justicia de esos países les reconoce la posesión de los campos a los pueblos originarios que fueron desalojados por grandes empresas con el pretexto de “no tener título de propiedad”, se habrá dado un gran paso hacia la Justicia verdadera, con mayúscula.
Hemos hablado de racismo y de tierra al que tiene más dinero. Dos características de nuestras sociedades “civilizadas” que todavía no hemos logrado eliminar de nuestras costumbres. Falta sabiduría. Esa sabiduría que es la única capaz de eliminar la violencia en el mundo para siempre.