No mancharon la camiseta argentina, a pesar de la presión de Macri e Israel
Carlos A Villalba|
En plena noche catalana del martes 5 de junio los jugadores de la Selección Argentina de fútbol hicieron oír su decisión de no viajar a Israel para jugar en Jerusalén. Fue el momento en que se desmoronó el riesgoso castillo de naipes político, diplomático y comercial construido por las autoridades argentinas y el premier Benjamín Netanyahu. Las denuncias internacionales, el efecto de cartas cargadas de emoción -dirigidas sobre todo a Lionel Messi-, los ruegos a los gritos de un grupo de argentinos, barceloneses y de algún palestino durante el entrenamiento matutino del plantel, las conclusiones sobre el daño a sus propias imágenes de ídolos deportivos globales, cargados de contratos con marcas que se venden en lugares tan distantes como América, Europa, China y, también en mercados de millones de personas del mundo árabe y países de creencias musulmanas empujaron el rechazo.
El intento del presidente Mauricio Macri de usar a la selección argentina y a Messi, el jugador de fútbol más famoso del mundo, en la previa del mundial de Rusia, como herramienta favorable a su alineamiento con Estados Unidos y con el gobierno derechista de Israel, su proveedor de las armas de control poblacional interno al Ministerio de Seguridad liderado por Patricia Bullrich, terminó en un escándalo internacional que desnudó el manejo interesado de los colores nacionales por parte de la Casa Rosada, de su operador Daniel Angelici y, una vez más, de la Cancillería que maneja Jorge Faurie quien, con el desastre consumado, trató de ocultar las huellas de la participación del Ejecutivo en la maniobra frustrada y de echarle el fardo “de las decisiones de la AFA”, a pesar de reconocer que existió una conversación entre el Presidente y su par de Israel, Benjamín Netanyahu, que “intentó convencer” al argentino de que actuara para que la selección concretase el viaje.
La matriz del acontecimiento fue relatada una semana atrás por este mismo columnista en su nota “A Rusia con lamentos La Selección a kilómetros del genocidio palestino”[1].
No fueron la Presidencia de la Nación, la diplomacia argentina, la asociación que maneja el futbol nacional ni la empresa televisiva organizadora los que pusieron coto al dislate. Por el contrario cada uno se encargó de tirar más leña a las llamas de una herida abierta hace décadas, con la invasión israelí a territorios palestinos y la persecución permanente de su pueblo, en el marco de un conflicto que arroja un saldo de 9.476 palestinos muertos a manos del ejército israelí, tanto en Israel como en los territorios ocupados de Cisjordania y la Franja de Gaza y de bajas de 1.246 israelíes como consecuencia de las acciones de resistencia palestina desde el año 2000, según el recuento del Centro de Información Israelí por los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados (B’TSELEM), organización insospechada de “antisemitismo”.
Subestimación de la ignorancia
El Mundial es una reunión deportiva que absorbe la atención de la mayoría de los argentinos, cuyo impacto ensordecedor del resto de los temas de la agenda diaria hasta más allá de la final del mediodía del 15 de julio próximo será usado por el gobierno nacional para avanzar en las políticas de ajuste y empobrecimiento que ya pactó con el Fondo Monetario Internacional.
En este caso, y a pesar de las estrategias comunicacionales de sus “expertos”, el fracaso en toda la línea de la “maniobra Israel” que Macri dejó en las manos directas de su secretario general de la Presidencia, Fernando de Andreis, constituyó de manera simultánea:
- Una derrota diplomática para la política de la Alianza Cambiemos, casi tan potente como el fracaso en el intento de instalar a su primera canciller, Susana Malcorra, en la Secretaría General de la ONU.
- Un impacto negativo para Tel Aviv por el aumento de la visibilización de su política. antipalestina considerada un auténtico “genocidio” por ese pueblo y sus defensores; donde el pretendido uso de la imagen de Messi actuó como bumerán y todos atendieron a las denuncias, por encima de la opinión que les merezca.
- Desprestigio para la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) que, a instancias del dúo Macri-Angelici, impuso la realización del partido contra la opinión del plantel nacional, incluido el DT Jorge Sampaoli
- Descrédito internacional para Torneos y Competencias/Clarín, empresa que maneja los intereses televisivos internacionales de la celeste y blanca, a pesar de que su anterior gerente, Alejandro Burzaco, permanece bajo prisión domiciliaria en Estados Unidos, engrampado a una pulsera electrónica, por el papel estelar que cumplió en el “FIFA Gate”, el proceso por sobornos, fraude y lavado de dinero efectuados por la productora deportiva de TV por cable para corromper a las dirigencias nacionales e internacionales del fútbol y garantizarse los derechos de comercialización de los juegos de la FIFA en América.
El partido que debía realizarse el sábado 8 de junio, también formaba parte de la campaña recaudatoria de la AFA, presidida por Claudio Fabián “Chiqui” Tapia, dirigente de la primera “C” del fútbol del ascenso, pasible de volar por los aires en cuanto no sea funcional a los intereses del poder detrás del trono que detenta Angelici, operador macrista y presidente de un club del peso del que hoy goza Boca Juniors, el laboratorio administrativo de Macri y su equipo antes de desembarcar en Balcarce 50. El también titular del Club Atlético Barracas Central, está además sujeto a los vaivenes de la relación del poder político nacional con su suegro, el líder sindical Hugo Moyano, actualmente distanciado del gobierno y con un poder de fuego con capacidad de movilización y paralización de las actividades del país.
Las razones estratégicas, y millonarias, que impulsaron su realización hicieron que la decisión pasase por alto la opinión del cuerpo técnico de la selección y de jugadores que tienen varios campeonatos del mundo sobre sus piernas, conocen los efectos de la sobrecarga de partidos y el ajetreo de los traslados aéreos más la instalación y desmonte de campamentos futbolísticos, en la previa del máximo torneo planetario de fútbol. Se intentó enmascarar los hechos bajo una supuesta razón “cabulera” iniciada por Carlos Bilardo en 1986, hoy rechazada por una generación de deportistas proclives a los entrenamientos hipertecnológicos propios de la elite mundial de la que forman parte, a la “play” y a las redes sociales que multiplican por miles las ya fabulosas cifras de sus contratos millonarios. El propio Sampaoli, de manera explícita, aunque casi no registrada por los “analistas” deportivos, expresó su desacuerdo e incomodidad deportiva con la visita a Israel, tras el paseo de despedida haitiana en cancha de Boca.
El partido iba a realizarse de todos modos; solo faltaba el lugar. Se comprobó que “algo” pasaba, cuando Tapia y el embajador israelí en la Argentina, Ilán Sztulman, anunciaron en mayo pasado la realización del encuentro sin confirmar en qué ciudad sería. Israel había subido la apuesta y ya no se conformaba con la llegada de Messi y su equipo al país, ni siquiera con la foto del crack ante el Muro de la Lamentaciones que recorrería el mundo -como sucedió en agosto de 2013, cuando se lo vio con la cabeza cubierta con la kipá blanca que impone la tradición de uno de los íconos del judaísmo junto al plantel del Barcelona-, ahora exigía no solo una visita ritual sino que el match se disputase en Jerusalén, con la intención de fortalecer su política de “reconocimiento de hecho” de su usurpación de todo el territorio de la ciudad de las tres religiones monoteístas más fuertes del planeta, que por mandato de la ONU debe ser compartida entre israelitas y palestinos.
La diplomacia del primer ministro Benjamín Netanyahu, aliado regional estratégico de EEUU, recibió en diciembre del año pasado un nuevo espaldarazo expansionista de parte del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien pateó el tablero negociador de la región, desconoció todos los acuerdos multilaterales y anunció el traslado de la embajada de su país de Tel Aviv a Jerusalén. Por su parte, Macri desde que asumió el gobierno pretendió regentear la política de Washington para la región latinoamericana, con posturas como el apoyo al gobierno no electo de Michel Temer en Brasil, presión sobre las decisiones de la OEA contra la democracia venezolana, propuestas de acuerdos de libre comercio regionales y extraregionales, boicot a los organismo generados por gobiernos soberanos previos al suyo, o a través de la militarización de los conflictos sociales en cumplimiento de los mandatos del Comando Sur de los EEUU. Con ese Norte, no titubeó en apoyar el traslado del partido al estadio en el que juega el Beitar Trump Jerusalén, el equipo rebautizado en homenaje al actual jefe de la Casa Blanca, construido sobre las ruinas de la aldea de al-Maliha, arrasada y ocupada sucesivamente por Israel; incluso permitió que su Cancillería alentase la versión de su propia asistencia al partido.
Los intereses gubernamentales, consonantes con el lobby Israelí, fueron más fuertes que cualquier campaña internacional, que las resoluciones de la ONU y que el drama denunciado internacionalmente como “genocidio”, “apartheid” y “limpieza étnica”. La “geopolítica” arrasó con el “sentido común” que reclamaría Gonzalo Higuaín, uno de los goleadores de la Selección, al dar la cara, muchas horas antes que Tapia, para remarcar que “obviamente, primero está el sentido común, así que creemos que lo correcto era no ir”, dando por cerrado un capítulo que incluía muchos componentes impuestos desde Tal Aviv:
- Jugar en Jerusalén, con un oficio religioso a cargo de un sacerdote “propio” de los argentinos, por encima de cualquier condición de inseguridad y, ni qué decir, de respeto al pueblo palestino.
- Presencia en el Muro de las Lamentaciones, encabezados por Messi.
- Permitir que la gente presenciase una sesión de entrenamiento el mismo sábado 9 de junio por la mañana “para poder concretar algún evento con chicos y que todos puedan ver a Messi de cerca”.
- Lionel, Agüero y Di María debían jugar “al menos” 60 minutos y no “un máximo”, como disimulaban los medios nacionales.
- Doble producción televisiva del partido: internacional, con patrocinadores globales, e israelí, con auspiciantes locales.
Cabe remarcar que el Grupo Comtec, organizador israelí del acontecimiento y proveedor de herramientas de “blanqueo” de imagen de su gobierno, acordó todos los pasos con “la empresa argentina Torneos, que es la que se encarga de los derechos de la Selección”, la misma que tiene a su máximo gerente bajo fianza en EEUU.
Cuando la estantería se fue abajo, desde Israel reclamaron en el acto los u$s 2 millones ya cobrados por la AFA, para comenzar a responder a los sponsors; desde Buenos Aires y Barcelona el equipo de Tapia regateó y contrapropuso amistosos a futuro en ambos países y Torneos, en definitiva responsable administrativa de la organización, se vio obligada a salir a la cancha y existe la posibilidad de que ceda a Comtec el negocio de los dos partidos que la Selección tiene en la fecha FIFA de noviembre en ciudades del mundo a designar.
Con un día de atraso, Claudio Tapia finalmente anunció su “aporte a la paz mundial” con la suspensión del partido, aunque sin dejar de asegurar que “Los que nos tratan de ignorantes nos subestiman”.
Pelotazo en contra
Un día antes los jugadores argentinos se habían enterado de la presencia de un grupo que protestaba por su inminente presencia en Jerusalén. Un megáfono hacía que algunos de los cantos, más rogatorios que críticos, se escuchasen con más claridad. Maradona, Diego Armando Maradona, como casi siempre en el mundo futbolístico, logró el milagro. Su nombre llegó entrecortado hasta las canchas del Joan Gamper, el centro de entrenamiento del Barcelona de Messi, ubicado en Sant Joan Despí, a ocho kilómetros del Camp Nou.
Se escuchó el “¡Como dijo Maradona, la pelota no se mancha!” que hizo parar la oreja a los de camiseta albiceleste. Nahuel Lanzillotta, enviado especial a la concentración catalana de la Argentina es quien redactó la mejor crónica de la situación; paradójicamente, trabaja para Clarín, el socio de TyC en la propiedad de todo lo que fútbol sea[2].
La voz amplificada “empezó a nombrar uno por uno los nombres de las estrellas argentinas con Messi a la cabeza. La solicitud, nunca con agravios, era la misma: ´No vayan a jugar ese partido´”. Los jugadores se sorprendieron y, después de la práctica, algunos intentaron explicarse cuál era el conflicto en ese país al que iban a viajar a regañadientes. Terminaron preocupados por su seguridad. Internet, además, permite espiar cualquier cosa, ver, por ejemplo, camisetas argentinas manchadas con pintura roja, a modo de sangre; caritas de chicos palestinos heridos a solo 70 km de donde sería el partido; probablemente alguno hasta pudo leer párrafos de la carta “a la Selección y a Messi” enviada por Mohammed Khalil, un colega, jugador del Al-Salah FC, que recibió disparos en ambas rodillas de un francotirador israelí mientras protestaba durante la “Marcha del Retorno”, en las que decía que el 10 argentino “es muy reconocido y querido en la Franja de Gaza” y rogaba que “se solidaricen con el pueblo palestino y boicoteen el encuentro”, ya que “El fútbol y la Selección no pueden ser utilizados para continuar silenciando y censurando a todo un pueblo que quiere ser libre”. Una frase prácticamente maradoniana.
No son héroes, ni defensores de la causa del pueblo palestino; apenas son hombres con sentido común, por eso se pusieron sencillamente de pie e hicieron naufragar el disparate del gobierno argentino y su asociación del fútbol.
Notas:
[1] http://estrategia.la/2018/05/29/a-rusia-con-lamentos-la-seleccion-argentina-a-kilometros-del-genocidio-palestino/
[2] La historia secreta de la suspensión de Israel-Argentina en Jerusalén: inquietud de los jugadores y temores por la se guridad. https://www.clarin.com/deportes/mundial-2018/argentina-israel-suspendido-amistoso-jerusalen_0_ryvceOEgQ.html
* Periodista y Psicólogo argentino. Investigador argentino asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (http://estrategia.la/)