Las babas del diablo: una fotografía de la “otredad”

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Kintto Lucas|

¿Cuál es la realidad y cuál es la fantasía? ¿Cuál es el narrador y cuál es el protagonista? En Las babas del diablo, Julio Cortázar propone una serie de metáforas sobre la realidad y la vida. Para detallar esa realidad, necesita desdoblarse en dos momentos, entonces crea un narrador que relata desde dos instantes diferentes. Uno es el momento cercano en el cual es partícipe directo de la trama. El otro momento es más lejano, cuando parece haber tomado cierta distancia de la trama, como si narrara desde la muerte, desde las nubes, desde otra realidad.

También podríamos decir que hay dos realidades que se superponen: una es el momento en el parque, la otra es la fotografía. ¿Cuál es la realidad y cuál es la fantasía? El fotógrafo y el narrador, Roberto Michel, está presente en la trama y ve de cerca lo que ocurre, pero además se desdobla, toma distancia y puede mirar la trama desde lejos.

En ese sentido, la fotografía que parece una prueba irrefutable de la realidad, también puede ser parte de la fantasía. La foto también es una ironía, porque puede ser solo una representación de la realidad. Sin embargo, no es un engaño, es el ajuste de la fantasía a la realidad, es la otra realidad. ¿Qué es la fantasía sino otra realidad? La foto es además una forma de poder. Podemos tomarla como un documento fiel o como un documento que reemplaza a la trama. ¿Cuál es la trama real? ¿La fotografía del fotógrafo o el relato del narrador?

El chico, la mujer rubia, y el hombre del sobrero son la realidad, la foto de ellos, en cambio, es la otra realidad. Entonces: ¿cuál es la fantasía y cuál es la realidad? Utilizando las palabras de Jaime Alazraki, se puede decir que en Las babas del diablo el mundo real es una máscara que oculta una segunda (y verdadera) realidad. Entonces, lo fantástico surge naturalmente, no se prepara, no se inventa. La propia realidad es fantástica.

“Son, en su mayor parte, metáforas que buscan expresar atisbos, entre visiones o intersticios de sinrazón que escapan o se resisten al lenguaje de la comunicación, que no caben en las celdillas construidas por la razón, que van a contrapelo del sistema conceptual o científico con que nos manejamos a diario.” (Alazraki, p. 29)

La fotografía es también una forma de ver. La fotografía, puede ser también parte de un mundo surrealista. La realidad y la fantasía son parte de la misma mirada, y de la misma vida del fotógrafo y del narrador. La trama y la fotografía se construyen desde lo que cada uno ve. El fotógrafo y el narrador crean imágenes con su mirada. Esas imágenes son metáforas en una trama en la cual la realidad y la fantasía son lo mismo. En Las babas del diablo se perciben los elementos fundamentales del género “neofantástico” definido por Jaime Alazraki.

“Para mí lo fantástico” —explica— “es la indicación súbita de que, al margen de las leyes aristotélicas y de nuestra mente razonante, existen mecanismos perfectamente válidos, vigentes, que nuestro cerebro lógico no capta pero que en algunos momentos irrumpen y se hacen sentir” (González Bermejo 42). No son intentos que busquen devastar la realidad conjurando lo sobrenatural —como se propuso el género fantástico en el siglo XIX—, sino esfuerzos orientados a intuirla y conocerla más allá de esa fachada racionalmente construida”. (Jaime Alazraki, Vol. xix. No. 2).

Ese narrador-fotógrafo que se desdobla, hace recordar a los dos Jorge Luis Borges de El otro. Acá el otro podría ser el que narra y fotografía desde el más allá, ¿desde la muerte?, desde esa “otredad” que menciona Cortázar cuando analiza lo fantástico y dice en una entrevista con Ernesto González Bermejo: “Para mí lo fantástico es algo muy simple, que puede suceder en plena realidad cotidiana…”. Pero eso tan simple es, según Cortázar, parte de una realidad maravillosa:

“Maravillosa en el sentido de que la realidad cotidiana enmascara una segunda realidad que no es ni misteriosa, ni trascendente, ni teológica, sino que es profundamente humana, pero que por una serie de equivocaciones ha quedado como enmascarada detrás de una realidad prefabricada con muchos años de cultura, una cultura en la que hay maravillas pero también profundas aberraciones, profundas tergiversaciones“. (García Flores 10-11, mencionado por Jaime Alazraki).

La tensión entre el narrador en que se desdobla es evidente durante el desarrollo del cuento, pero hay un momento en que, para los poetas o amantes de la poesía no puede pasar desapercibido, cuando dice “miré un rato el hotel de Lauzun, me recité unos fragmentos de Apollinaire que siempre me vienen a la cabeza cuando paso delante del hotel de Lauzun (y eso que debería acordarme de otro poeta, pero Michel es un porfiado)…” Mientras Michel recuerda a Guillaume Apollinaire, el otro narrador exige recordar al otro poeta. Se refiere a Charles Boudelaire, que vivió en ese hotel, donde escribió Las flores del mal.

Las babas del diablo, es una fotografía de la otredad, que al revelarla se pueden encontrar otras flores de