Francisco encuentra en Chile un Iglesia descreditada y un pueblo que perdió la fe

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Cecilia Vergara Mattei|

Francisco llegó a Chile la noche del martes 15 bajo el lema “mi paz les doy” y con la meta de cambiar el rumbo de una Iglesia desacreditada, en medio de un clima de hostilidad de sectores de activistas, de indiferencia de una gran parte de la sociedad, protestas de grupos laicos e indígenas, así como de víctimas de abusos sexuales de sacerdotes de la Iglesia.

Pero también llega bombardeado por grupos conservadores empresariales, dueños de los medios de comunicación y grandes empresas, a quienes incomoda la actitud de crítica anticapitalista y las posturas populares de Francisco. El papa Francisco sabe que en Chile y en Perú, país que también visitará, millones de católicos han perdido la fe. Su gran reto es tratar de recuperar la confianza de los chilenos hacia la Iglesia y animar a los obispos, sacerdotes y clérigos de hacerse presentes de manera más evangélica y pastoral.

La visita papal se ha ido tensado y los atentados contra tres parroquias con bombas incendiarias son reflejo del enrarecimiento: advirtieron a Francisco en un panfleto que la próxima bomba será en tu sotana.

A 30 años de la última visita papal, la sociedad chilena ha cambiado sustancialmente pero hay heridas y fisuras que se mantienen ante la falta de soluciones estructurales. Y, mientras tanto, la Iglesia católica ha ido perdiendo terreno, sin proyecto propio, con un jerarquía preocupada por sus inversiones financieras,  y con un alto nivel de frustración social de los propios católicos.

Los analistas coinciden en que es inevitable no politizar la visita de Francisco a Chile. Esa fue la tónica de la visita de Juan Pablo II a este país en 1987, cuando el dictador Augusto Pinochet se quiso legitimar bajo el anticomunismo del Papa polaco.

Preocupado por una guerra nuclear

Francisco llegó haciendo un especial llamado en torno a fragilidad de la paz en el planeta y abogando por un “cultura del encuentro”.

Una de sus principales preocupaciones es la paz mundial: “tengo miedo de una guerra nuclear, estamos al límite”, dijo a los periodistas que lo acompañaron en el avión desde Roma, convencido de que el mundo vive hoy una verdadera guerra mundial diseminada en modo de miles de micro conflictos a lo largo y a lo ancho del planeta, que incluyen luchas y disputas por la tierra, la comida, el techo, el trabajo, el ambiente.

El Papa ha reconocido su preocupación ante las bravuconadas verbales del presidente estadounidense Donald Trump y de su par norcoreano Kim Jong y de allí su insistencia para que los poderosos del mundo atiendan a la necesidad de concretar acuerdos que encaminen el desarme nuclear, consciente de que “la situación puede precipitarse a partir de un error”.

En Chile primero y en Perú luego retomará su prédica en favor de los pobres y excluidos, eje fundamental del mensaje a lo largo de su pontificado. Para el Papa existe una íntima relación entre la guerra y el hambre, la riqueza de pocos y la pobreza de muchos, la protección de la vida y el cuidado de la naturaleza, tal como lo señaló en la encíclica Laudato si, donde dejó en claro sus críticas al neoliberalismo y al mundo financiero.

Sobrio recibimiento

La presidenta Michelle Bachelet, socialista y agnóstica, lo recibió con respeto y sobriedad. Bachelet promovió la legalización del aborto terapéutico y  quiere legalizar los matrimonios de personas del mismo sexo.

Se esperan más de un millón de argentinos, bolivianos y peruanos para ver al Papa. Francisco cumplió su primera actividad en Santiago al visitar la parroquia San Luis Beltrán, donde rezó unos minutos frente a la tumba de monseñor Enrique Alvear Urrutia, el llamado obispo de los pobres, cuya causa de canonización está abierta.

A finales de los años 60 y durante toda la dictadura de Augusto Pinochet, la Iglesia chilena gozó de mucho peso, respeto social y político que se fue desvaneciendo, gracias a la acción del Vaticano de Juan Pablo II, y a Angelo Sodano, cercanísimo a Pinochet, primero como nuncio y luego como secretario de Estado. Hoy, tanto la Iglesia chilena, y en especial su jerarquía, pasan por una crisis de credibilidad en medio de abusos sexuales de scerdotes contra menores y de encubrimiento.

Los obispos están divididos y no hay proyectos de envergadura. La Iglesia se ha vuelto irrelevante, tras su relevante accionar bajo la dictadura y la posdictadura, cundo era muy respetada por su notable defensa de los derechos humanos al lado del cardenal Raúl Silva Henríquez. Una de las causas, los escándalos por abuso sexual destapados hace siete años con el caso del sacerdote Fernando Karadima, condenado tibiamente por el Vaticano por abuso sexual de menores.

En Chile existe una clara animadversión hacia la jerarquía y la más baja valoración hacia Francisco en toda América Latina (a los chilenos no les hace gracia que el Papa sea argentino). Chile valora al papa Francisco con un bajo 5.3 puntos de 10 posibles. Según la consultora Latinbarómetro, los católicos han descendido a 47% y de acuerdo a la ONG estadounidense Bishop  Accountability, 80 clérigos, sacerdotes, monjes y una monja que han sido acusados de abusar sexualmente de niños.

Las protestas en Santiago, el resentimiento hacia la Iglesia por los casos de pedofilia y la cuestión mapuche hacen difícil la visita. Cuando Jorge Bergoglio se convirtió en el papa Francisco en 2013, sus promesas de reformar algunas de las prácticas más oscuras del Vaticano, cautivaron la admiración, especialmente en Latinoamérica. Prometió tolerancia cero para el abuso sexual dentro de la Iglesia.

Hoy, la creciente insatisfacción por el seguimiento del Vaticano sobre la tolerancia cero está ensombreciendo la visita papal y su controvertida decisión de nombrar al padre Juan Barros obispo de Osorno, a pesar de que fue acusado de facilitar y encubrir los abusos del sacerdote pedófilo más notorio del país, Fernando Karadima, dejó a muchos estupefactos.

Juan Carlos Cruz, una de las tres víctimas de Karadima, dijo a la prensa que el papa ha traicionado a Chile al defender la institución y volver a victimizar a los sobrevivientes. “El papa tiene grandes titulares pero no seguimiento. Además del Obispo Barros tenemos al actual arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, nombrado cardenal cuando ha encubierto no solo los abusos contra nosotros, sino también muchos otros”.

El secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, señaló que “el Papa va a encontrar a las iglesias locales, particularmente activas, pero que tienen que enfrentar numerosos desafíos”, como la situación de las poblaciones indígenas –un tema que el Papa abordaría durante su visita a Temuco, en el sur, en pleno territorio mapuche– y la corrupción que, aseguró, “impide el desarrollo y la superación de la pobreza y de la miseria”.

*Periodista chilena, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)